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13 marzo 2009

Carlos Fuentes en el Figaro

Carlos Fuentes :

«La creación no existiría sin la tradición»

(Esta entrevista fue realizada en México, por el enviado especial del diario francés « Le Figaro », Bruno Corty. Ha sido publicado hoy en el sitio del diario).

Encuentro, en la megápolis mexicana, con la gran figura de la literatura latino-americana. Carlos Fuentes será el invitado estrella del Salón del Libro de París, que abrirá sus puertas el viernes 13 de marzo.

Con alguna dificultad se logra encontrar la demora mexicana de Carlos Fuentes, en el barrio sur de la ciudad, cerca de las residencias universitarias. Ningún nombre en la puerta de la dirección indicada. Una reja, un interfono, altas paredes protegen al escritor. Una mexicana de razgos indígenas y un perro negro juguetón lo conducen a uno, tras una baraja de gradas, hasta el dueño del lugar. Elegante, relajado y sonriente, el escritor, octogenario desde el 11 de noviembre recién pasado, con una carrera novelesca de cincuenta años tras de sí. En el salón, cuadros y una biblioteca modestos, libros de artes abandonados sobre las mesas, un ejemplar de su última gran novela, aún inédita en francés, La Voluntad y la Fortuna, y fotos de sus tres hijos, de los cuales Carlos y Natasha, decedieron jóvenes.

Le Figaro. — El 11 de marzo, usted dio una conferencia en la Biblioteca nacional de París sobre la literatura latino-americana. ¿Ha evulocionado mucho en este medio siglo?

Carlos FUENTES. — Ha cambiado enormemente. En sus inicios, casi no había novelistas. Un gran crítico dijo un día : « América Latina es una novela sin novelista ». Luego tomó la palabra con Pablo Neruda ; el primer novelista fue Alejo Carpentier, seguido de Borges, Asturias. Luego llegó el « Boom », un movimiento literario de doce personas, entre los cuales se cuenta con García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa… Hoy, hay una centena de Buenos escritores en toda América Latina.

—Respecto al « Boom », este movimieto literario del cual usted es una de las figuras centrales y que ha redefinido la realidad latinoamericana, dijo una vez : « Nosotros hemos escrito la historia con una gran « H », nuestros sucesores con una « h » chica.

—En nuestra época, con García Márquez y Vargas Llosa, estábamos obligados a decir todo lo que no se había dicho sobre un continente silencioso. En nuestras novelas tendíamos a trazar grandes panoramas, mientras que hoy las historias son más personales, más individuales, se habla de amor, de sexo. Los nuevos autores funcionan al modo de los escritores ingleses o estadounidenses de hoy. Estos no se plantean los mismos cuestionamientos que un Dos Passos ou un Melville en su tiempo. Hoy no se estima necesario abordar los grandes temas politicos e históricos.

—Usted parece envidiar la libertad de los escritores de hoy…

—No fui menos libre que ellos. Pero sabe usted, en mis comienzos, cuando leí Pedro Páramo de Juan Rulfo, ese joya (chef-d’œuvre) de la novela del campo, de la revolución, supe que no iba a poder hacer mejor en ese registro. Estaba acabado. Pedro Páramo, es una suerte de manzana de oro en un árbol seco. Me pregunté entonces por qué no existía una novela sobre la ciudad de México. Había cinco millones de habitantes y nada sobre ellos, nada sobre el corazón del país. Tenía veinticinco años y me lancé.

—Esto ha dado « La región más transparente », su primera novela. ¿Cómo fue acogida esta pintura ultramoderna de la ciudad de México ?

—Un crítico escribió : «Dentro de dos semanas, ya se habrán olvidado del señor Fuentes». Se me reprochaba no ser un clásico y sobre todo de emplear malas palabras. Y luego, la ciudad de México era sagrada, no se podía hablar de ciertas grandes familias. Me burlaba de cierta literatura casta, ¡era obligatoriamente un revolucionario! En fin de cuentas, el libro le gustó a algunos, muchos fueron los que lo atacaron, pero ha resistido muy bien. Y hoy los españoles han publicado una bellísima edición con motivo del cincuentenario de su aparición.

—¿Pueden los libros, las palabras salvar a la gente?

—No, no lo creo. Cada uno se salva por su vida personal, por su trabajo, sus amigos, la búsqueda de la libertad. El escritor puede sólo aportar su trabajo, que es tan interesante como el de un arquitecto o el de un médico. Nada más. Su tarea es la de no dejar dormirse al lenguaje. La política tiende, con el matraqueo de consignas, a castigar al lenguaje, a volverlo mediocre. El escritor está para devolverle el sentido al lenguaje. Todo el tiempo.

—¿Desde siempre le ha gustado jugar con las palabras ?

—¡Eso es sin duda alguna la parte del poeta fallido que tengo en mí! He escrito novelas, cuentos, ensayos, piezas de teatro, guiones, pero nunca he escrito poesía… Acabo de releer a Baudelaire y he comprendido que no se puede igualar. ¡Frente a este genio es obligatorio ser modesto! Como con Cervantes en la novela. He releído Don Quijote todos los años en las cuaresmas y cada año me sorprendo al encontrar cosas nuevas.

¿«Don Quijote» es su libro sagrado?

A mi parecer es la novela fundadora de la literatura europea. Lo digo incluso a sabiendas de que mucha gente no está de acuerdo. Malraux decía que era La Princesa de Clève. Los ingleses pretenden que han sido los inventores de la novela. Don Quijote es el más grande porque reúne en una gran novela todos los géneros. El repertorio de Cervantes es infinito. Luego, el otro gran trastorno, a mi modo de ver, es Kafka. El palpó el corazón maldito del siglo XX. Antes que todo el mundo profetizó los peores males del totalitarismo, de la esclavitud, de la alienación.

—Los mexicanos leen poco a los autores franceses de hoy. ¿Y usted?

—He descubierto y leído a Le Clézio y Modiano, pero al que admiro, y que no es muy leído aquí, es Mauriac. En él, descubrí toda la inteligencia del catolicismo. Lo que me gusta en él, es que está en la moderación y aborda los problemas morales. Un libro como «Nudo de víboras» tuvo una enorme influencia en mi novela La muerte de Artemio Cruz. Sabe, soy muy sensible a la idea que existe una cadena de escritores. Se pertenece a una tradición. Se le aumenta con la creación. Pero esta creación no existiría sin la tradición.

—¿Usted escribe siempre caminando?

—Sí, en Londres, donde resido una gran parte del año, camino todos los días. Aquí es muy difícil. Cuando era joven, caminaba mucho en el centro de la ciudad. Hoy, no me atrevo más, hay muchos peligros afuera, en las calles. Es una lástima, porque se sentía cosas extrañas, fascinantes.

—Un día usted dijo que le sucedía en México sentir el pasado azteca.

Sí, he hablado de bocanadas de aire extraños, de esta sensación de presencia de la muerte. México es una ciudad con muchas capas superpuestas. El centro histórico, el Zócalo, fue construido por Hernán Cortés, sobre el sitio de Tenochtitlán, ciudad submergida y destruida, donde se practicaban los sacrificios humanos. De tiempo en tiempo, esta ciudad submergida, esas osamentas indias reaparecen. La ciudad barroca de Cortés, la ciudad del siglo XIX, la ciudad pseudo-estadounidense: esas mezclas me fascinan. Por otro lado, con sus veinte millones de habitantes, es mucho más un país que una ciudad. ¡Cuando nací, no había más de cinco millones! México es un fantasma urbano. La ciudad de los coches. A pesar de esa pesadilla en la que uno tiene la impresión de nunca avanzar, sigue siendo mi ciudad. Cada escritor tiene la suya : Balzac tiene París, Dickens, Londres, Dos Passos tiene Manhattan. Para mí, es México. Un lugar que le da aliento a mi imaginación.

—¿Oponente feroz a la política de Bush, usted ha apreciado la victoria de Obama?

—Sí, por supuesto. Me pregunto si la luna de miel va a durar. Pero es otro mundo, otro universo que ha nacido. Con un hombre inteligente, que sabe hablar, que se rodea de gente diferente. Piense que a dos semanas apenas de su llegada, Obama ha tomado ya varias decisiones importantes. Ha evocado de manera clara y fuerte el problema de Iraq, de Palestina e Israel.

—¿Su visión del compromiso del escritor se opone siempre a la de Sartre?

—¡Siempre! El compromiso primordial es el que se tiene ante la imaginación y el lenguaje. Esto precede a cualquier compromiso político. El compromiso político no es obligatorio, es una opción. Cuando escribo artículos en los diarios del mundo entero, es una opción de ciudadano. Escribo en tanto que ciudadano, pero mi lenguaje es el de un escritor. Y no dejo que mis convicciones políticas penetren en mis libros. Recuerde que Balzac, que era católico y reaccionario, ha escrito las novelas más revolucionarias de su tiempo.

—A sus ochenta años, ¿sigue teniendo sobre el fuego varios libros ?

—Por supuesto. Acabo de publicar La Voluntad y la Fortuna, la historia de Abel y Caín, los hermanos enemigos. La violencia está en el centro de la novela que es narrada por la cabeza cortada de uno de los dos protagonistas. Escribo para mis hijos desaparecios, ellos son mi presente. Y además porque aburrirse es la muerte.

(Les doy aquí una apresurada traducción).

2 comentarios:

  1. Anónimo5:03 p. m.

    No me lo esperaba, pero me encantó.

    Gracias

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  2. Como siempre, queridp Carlitos, oportuno al presentarnos las palabras preclaras de Fuentes. A mí Paz no me gusta, pero admiro siempre el dicho de Fuentes (lo he leído una sola vez).

    PD. Genial tu foto.

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