Hace algunos años, amigos y conocidos me sugerían que simulara mis
convicciones profundas políticas y filosóficas, es decir mis convicciones
comunistas. Su argumento era que si deseaba tener audiencia era preferible
dirigirme a mis compatriotas sin referirme al pensamiento de Marx, el estado de
consciencia había retrocedido enormemente y que desde la caída del Muro de
Berlín ya ni siquiera los que se llamaban revolucionarios recurrían al
vocabulario marxista. Los objetivos ya no podían ser los mismos y sobre todo
que el anticomunismo en vez de retroceder había avanzado.
Desobedecí estas recomendaciones, desde el principio de mis intervenciones
políticas preferí de inmediato dar a conocer mis convicciones. Mi análisis era
totalmente diferente, si la conciencia de clase de los trabajadores había
menguado entre mis compatriotas, lo mejor era emprender una batalla ideológica
abierta contra la reacción salvadoreña y contra los que preferían colaborar con
la oligarquía. Desde ese tiempo hasta ahora la audiencia de mis escritos no ha
sido muy grande, pero los miles que han visitado mis “Cosas tan pasajeras”
algunos de entre ellos se tomaron el trabajo de distribuir mis artículos entre
sus amigos, creando un relevo muy importante. Las referencias a las ideas
revolucionarias de Marx han ido reconquistando su pasada audiencia y ahora de
nuevo con orgullo y abiertamente hay organizaciones y personas que se refieren
al pensamiento de Marx sin ambages, ni preámbulos. En esto ha contribuido
mayormente la crisis generalizada del sistema capitalista de la primera década
del siglo.
No obstante en nuestro país las ideas marxianas han sido divulgadas en
versiones rencas, limitadas y dogmáticas. Además las ideas de Marx así
presentadas llegaron al país cuando la represión era feroz y sangrienta.
Destierro, prisión y torturas era el lote que se reservaba a los opositores;
los materiales circulaban clandestinamente (me estoy refiriendo a los años
cincuenta, cuando el PCS pudo reactivarse realmente, después del Martinato) y en esas condiciones era
imposible tener discusiones y debates amplios. Hubo algunos camaradas que
pudieron asistir a las escuelas clandestinas del PCS, aunque es necesario
reconocer que los mismos instructores no estaban debidamente preparados para trasmitir
un pensamiento sumamente complejo. Algunos apenas habían asimilado el manual de
Politzer “Principios Elementales de Filosofía” con todas las limitaciones que
este manual tenía que no pueden ser imputadas a Politzer mismo, pues fue
redactado por uno de los oyentes en la “Universidad Popular” de París, a partir
de sus notas tomadas durante los cursos y además el folleto fue publicado
después del asesinato de Politzer por los nazis. También llegaban folletos
soviéticos de propaganda y algunos textos cortos o compendiados de Karl Marx y
de Friedrich Engels. Esta escasez inicial en los documentos, en traducciones
con cavilaciones terminológicas imputables a las condiciones mismas del retraso
en los estudios marxistas en nuestra lengua, en las condiciones que acabamos de
señalar, difícilmente podían producir un pensamiento propiamente marxista.
Debemos agregar que el tipo de organización (no solamente debida a la
clandestinidad), sino a la tradición misma surgida de la Tercera Internacional,
que reposaba en el centralismo democrático y que se había convertido en
centralismo autocrático durante el estalinismo, propiciaba que los dirigentes
se convirtieran en autoridades infalibles y dotadas de una inteligencia que los
volvía eminentes economistas, acabados filósofos y grandes especialistas en
otras ciencias. Un dirigente entonces no podía mostrar ninguna duda, estaba
obligado a guiar, a mostrar el camino y el modo de pensar exacto, sus análisis
de la situación eran indiscutibles. Muchos de estos dirigentes apenas habían
leído un texto integral de Marx o de Engels y cuando digo “leído” me refiero a
eso simplemente, no habían tenido el tiempo suficiente para poder estudiarlo y
releerlo hasta asimilar profundamente su contenido.
Dos o tres miembros de la dirección del PCS de entonces pudieron asistir a
los cursos que prodigaba a los dirigentes de los partidos “hermanos” de los
países subdesarrollados el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS).
Estos cursos eran variados, el nivel superior duraba entre tres hasta seis
meses en el seno de la Escuela Central del PCUS. Allí se dispensaba el
dogmatismo estaliniano, toda la riqueza del pensamiento de Marx y Engels
reducida a unas cuantas “leyes de la historia y de la dialéctica”. Es esto pues
lo que nos fue sirviendo de base para desarrollar “nuestro marxismo”.
Necesidad de refundar el movimiento
revolucionario
Esta descripción les parecerá a algunos un tanto caricaturesca, no obstante
hasta el día de hoy algunos jóvenes salvadoreños siguen sosteniendo como la
suma ciencia de la dialéctica marxista los tres o cuatro principios a lo que
redujo Stalin la inmensa riqueza del pensamiento dialéctico de Marx. He
mencionado arriba a algunas organizaciones que se declaran
marxistas-leninistas, algunas se declaran afiliadas a la IV Internacional
(trotskista), otros ponen en el mismo plano de sus páginas a Marx, Engels,
Lenin, Stalin y Mao. Todo esto parece mera amalgama de principios sin ninguna
crítica. Se trata de una simple declaración de pertenencia y una evidente
dispersión de fuerzas. Hay algo en esto que es importante señalar, esta
declaración de pertenencia a corrientes heterodoxas y en cierto sentido hasta
eclécticas demuestra que no se ha analizado profundamente ni el contenido
ideológico de esas tendencias, ni tampoco la situación política nacional.
Muchas de estas conductas me resultan reacciones epidérmicas, que han surgido
de la decepción de la política revisionista y oportunista que conduce desde
hace años el FMLN.
La necesidad de suplir al FMLN, que en estos momentos se encuentra
gobernando al país y que no escatima esfuerzos por presentar su política como
la única posible y que prodiga su más ingenioso denuedo por demostrar que en un
país como el nuestro y en nuestra situación es imposible iniciar la
transformación de la sociedad. No obstante la necesidad real y urgente de
refundar un movimiento revolucionario en el país nos obliga a que no nos
equivoquemos al analizar las posiciones actuales de los dirigentes y de la
mayoría de militantes del FMLN, algunas personas suponen que el oportunismo
actual es el resultado de su participación en el sistema electoral y sobre todo
de disponer ahora del gobierno. Pero si nos detenemos un instante para analizar
lo que ha causado este resultado, veremos que no se trata solamente de la
participación dentro del sistema, sino que se trata de causas internas,
inherentes al proceso político nacional de más medio siglo.
Desde hace más de medio siglo, los enfrentamientos con el enemigo de clase
han tenido formas y contenidos muy variados, pero al mismo tiempo desde
entonces hubo al interior mismo del movimiento enfrentamientos internos
precisamente sobre esas formas y contenidos de la lucha por los intereses de
los trabajadores. Hubo dos tendencias que dominaron los debates, pero es
necesario señalar que los debates no tuvieron lugar entre todos los miembros del
PCS, sino dentro del círculo reducido de los dirigentes y a los militantes les
llegaban ecos amortiguados por la siempre urgente unidad del partido, que
constantemente se presentó como un objetivo primordial. La escasa o nula
preparación ideológica tanto de la dirección como de los militantes, agreguemos
a esto las condiciones de represión brutal y asedio que llevaban los diferentes
gobiernos son hechos que hay que tener siempre presente. Era imposible
materialmente llevar adelante un debate de ideas o la simple preparación
ideológica.
Todas las células del PCS hacían esfuerzos por cumplir con la obligación
estatutaria de una reunión semanal, pero a veces uno se conformaba a una
reunión de vez en cuando, por falta de locales, por falta de quórum, por falta
de tiempo. Cuando las condiciones de seguridad medio se
lograban y el secretario de célula había recibido el “informe” del Comité Central
(CC), mecanografiado en un fino papel, entonces se llevaba a cabo la reunión.
Esta consistía la mayoría de veces en escuchar al secretario de célula leer el
“informe” del CC y una vez acabada la
lectura procedía a quemar el papelito que dejaba una escasa ceniza en el suelo,
que luego se recogía cuidadosamente para botarla en la basura. Los militantes
se veían obligados a prestar infinita atención a esa lectura y tratar de
memorizar y entender lo leído. El secretario a veces preguntaba si alguien
quería opinar o si necesitaba un complemento de información. Si había preguntas
la reunión podía alargarse un poco, los puntos restantes en la agenda eran las
finanzas (reclamar las cotizaciones no pagadas por el militante) y otro que
misteriosamente se llama “organización”. En este punto se hablaba de todo, de
las medidas que había que tomar para que los posibles “orejas” no pudieran
sospechar que había alguna reunión, escasamente en los años cincuenta y sesenta
se organizaba las pintas o el reparto (siempre nocturno) de volantes debajo de
las puertas de las casas. Rara vez se hablaba de reclutar nuevos miembros, pues
antes de eso había que llevar a cabo una investigación para evitar
infiltraciones. Se hablaba pues sobre todo de las medidas de seguridad para
protegerse del enemigo. De vez en cuando en las reuniones aparecía un folleto
de propaganda sobre la vida cotidiana en el “País de los Soviets”. Las células
estudiantiles de la Universidad o con presencia de estudiantes o algunos
intelectuales se entablaban conversaciones de mayor contenido ideológico.
Las injerencias externas
He descrito estas reuniones y lo que en ellas se trataba para mostrar la
precariedad impuestas por las circunstancias. Pero los intercambios más
nutridos eran afuera de las reuniones de las células, durante encuentros
informales entre amigos que se conocían y que se sabían miembros del “partido”.
La división del partido en dos tendencias no nos aparecía entonces con gran evidencia,
pues de manera general todos los dirigentes altos e intermediarios estaban de
acuerdo que la “toma del poder” se iba a realizar usando la fuerza, por la
lucha armada. Este acuerdo declarado se fue resquebrajando poco a poco, en
cierta medida por influencia extrajera: los cubanos ejercían presión para que
en el continente se iniciaran luchas armadas. Fue entonces que surgió
claramente la teoría del “foco revolucionario” que en realidad constituía una
interpretación abusiva de la experiencia guerrillera en Cuba. En todo caso,
alrededor de este tema y en general de la posibilidad de llevar a la práctica
la estrategia de la toma del poder por la lucha armada fueron apareciendo dos
posiciones opuestas. Una que fue minoritaria pregonaba la necesidad de prepararse
inmediatamente para llevar a cabo la lucha armada, preparar escuelas de
instrucción en el manejo de armas y de la estrategia militar y la otra que
señalaba la imposibilidad de organizar una lucha de guerrilla en un territorio
tan pequeño como el nuestro y sin montañas tan altas como la Sierra Maestra en
Cuba.
Es en estas discusiones que se van a ir perfilando ambas tendencias, pero
estas discusiones no se dan realmente en el seno del PCS, quiero decir en las
instancias deliberativas, en reuniones de direcciones departamentales o
nacionales, sino que en conversaciones informales entre miembros y en alguna
ocasión en que algún dirigente acudía una reunión “ampliada” de direcciones
departamentales que solían organizarse. Es en ellas que se tenía la oportunidad
de escuchar las dos posiciones opuestas, pero no en la misma reunión, sino
cuando dirigentes que pensaban distinto aparecían por separado en las
reuniones. Nunca hubo tendencias organizadas realmente, ni proselitismo.
Dos tendencias opuestas
Las divergencias entre algunos dirigentes fueron apareciendo en la
superficie con el correr de los años sesenta. Hubo unidad respecto a las
insistencias e inmiscuiciones de los dirigentes cubanos que se rechazaron. En
el fondo de las divergencias surgía también un análisis diferente de la
coyuntura nacional y sobre todo en el análisis de la composición clasista de la
sociedad salvadoreña. La sociedad capitalista salvadoreña no era reconocida
como tal por la ausencia de instalaciones industriales y por el carácter de
exportadora agrícola de nuestra economía y sobre todo su carácter
monocultivadora. Se había optado por llamar a nuestra sociedad de “semifeudal”.
En esta clasificación intervinieron economistas e ideólogos soviéticos que
entonces eran la última instancia dirimente. Las clases dominantes se componían
por estratos que giraban en torno de las familias oligárquicas. Las familias
terratenientes eran también las que habían fundado bancos y poseían la
incipiente industria. Aquí había un déficit teórico. Las relaciones feudales ya
habían desaparecido, no quedaban ni resabios de la sociedad colonial
económicamente hablando. Algunos para justificar el apelativo de “semifeudal”
ponían como ejemplo la tienda de las haciendas que endeudaban a los campesinos
y las fichas que formaban parte del salario que obligaban a los campesinos a
adquirir mercancías en las tiendas de la hacienda. Esto fijaba a los campesinos
en las haciendas sin poder tener libre circulación en el país, pues las deudas
eran como las “cadenas feudales”.
Este modo de ver nuestra sociedad olvidaba o hacía caso omiso que la
dominación mundial del capitalismo (imperialismo) ya era una incontestable
realidad, la economía capitalista ya estaba mundializada. No obstante lo que en
realidad reinaba como fundamento en el país eran las relaciones capitalistas,
los trabajadores ya no tenían los medios de producción, para vivir o sobrevivir
estaban obligados a vender su fuerza de trabajo y el origen de las riquezas de la
burguesía era la plusvalía obtenida por el impago de un tiempo determinado de
las jornadas. Esto es lo que pasa en las relaciones capitalistas, esto era lo
que pasaba en las cosechas de café, de la caña, del algodón y es lo que pasa en
el capitalismo actual. El hecho de que la realización de las ganancias se operara
en la venta internacional no le resta en nada a la esencia capitalista de
nuestra economía de entonces, de ahora. Luego apareció el neologismo
“capitalistoide” que en esencia no divergía mucho del “semifeudal”, aunque ya
el énfasis era el capitalismo.
En realidad los que sostenían que no teníamos montañas lo suficientemente
altas agregaron asimismo el argumento de que las condiciones no estaban dadas,
pues era imposible pasar de la situación “semifeudal” al socialismo, además no
existía en el país la clase proletaria que dirigiera la revolución. Pero si se
podía luchar por acceder al poder para acelerar la instauración del capitalismo
que al mismo tiempo iba a crear a su sepulturero, la clase obrera. Simultáneamente
se descubrió que entre los oligarcas y algunos miembros de la burguesía había
contradicciones y que los revolucionarios estaban obligados a aprovecharlas.
Fue a través de esto también que apareció el argumento de que existían
militares progresistas y que también en el seno de las Fuerzas Armadas había
contradicciones. Todas estas contradicciones eran “aprovechables”, se empezó a
usar los términos “contradicción principal” y “contradicción secundaria”. Estos
términos fueron tomados del folleto de Mao Tse-tung “Sobre la contradicción” (agosto
1937) y no creo que al introducirlos en su vocabulario se preocuparan mucho de
asimilarlos, ni mucho menos procedieron a una crítica del aporte del líder
chino. Más adelante voy a volver en detalle sobre este tema.
Las “contradicciones” en el seno de
la burguesía
Esta interpretación de la realidad servía de base teórica para considerar
la acción política del partido. Si existían contradicciones en el seno de las
clases dominantes era necesario aprovecharlas y tratar de profundizarlas. Una
parte de las clases dominantes eran conservadoras y las otras “progresistas”
que intentaban “modernizar” la economía del país para sacarlo del semifeudalismo que lo dominaba. Este era
uno de los “objetivos” del partido, modernizar el país, ponerlo en el camino
del progreso y sacarlo del atraso casi feudal. O sea que buscar alianzas con la
“burguesía nacional” contra la oligarquía y el imperialismo —que eran los
principales obstáculos para el progreso del país— se convertía en objetivo. Para
justificar este tipo de alianza sin pasar a la colaboración de clases, se
alegaba que la burguesía había entrado en una contradicción secundaria con la
oligarquía, que de la misma manera que Mao Tse-tung había señalado la
existencia de “contradicciones en el seno del pueblo”, contradicciones
no-antagónicas, en nuestra sociedad existía en el seno de las clases dominantes
contradicciones no antagónicas, pero que adquirían las formas de una
contradicción antagónica, sobre todo si ese sector burgués se aliaba a las
fuerzas progresistas del país bajo la conducción de los revolucionarios del
PCS. Esto de alguna manera se consideraba como una estrategia a mediano plazo.
Este oportunismo se trataba de fundamentar en la teoría marxista. Nuestra
sociedad debía atravesar todas las etapas de desarrollo económico, salir
realmente del feudalismo hacia el capitalismo para que surja una clase
proletaria digna de ese nombre. Sólo la clase obrera puede liberar la sociedad
y disolver las clases sociales, claro que es necesario aliarse a los campesinos
y como en la gran Revolución de Octubre también con los soldados. Y es aquí también
que nuestros oportunistas descubrieron entre los oficiales una “fracción
progresista” que había entrado en una contradicción secundaria con el Alto
Mando. Contradicción no antagónica,
pero como lo había indicado el líder chino Mao Tse-tung, una contradicción
puede también tomar las formas de su contrario y en este caso volverse antagónica. Este tipo se sofisma les
sirvió de base teórica a los oportunistas de los años sesenta, setenta y
ochenta. Esto los sustentaba para participar activamente en los golpes de
Estado, en los que las clases trabajadoras estaban totalmente ausentes, pero
representadas por los dirigentes del PCS. En esa época no se citaba ya a Mao,
pues había entrado en contradicción irreconciliable con los líderes moscovitas
y entre las ortodoxias existentes los dirigentes del PCS siempre se sometieron
al gran centro del movimiento comunista internacional: Moscú.
Como ven el oportunismo no ha surgido hoy, no se ha solidificado en estos
años de participación en las instituciones del Estado democrático burgués. El
oportunismo fue el que llevó al PCS a atacar a las FPL con igual ahínco con que
lo hacía la prensa nacional durante casi toda la década de los setenta. Los
mismos epítetos, criminales, bandoleros, terroristas, etc. Ellos seguían
preparando golpes de Estado “progresistas”. No me voy a extender sobre las
condiciones en que el PCS puso el pie en el último estribo del tren de la lucha
armada. Sobre lo que ocurrió entonces lo ha abordado ya en mis artículos de “Cosas
tan pasajeras” sobre todo el objetivo de salir lo más pronto de la guerra e
iniciar las negociaciones.
Como pienso haber demostrado que la ausencia de un conocimiento profundo
del pensamiento de Marx y sus desarrollos posteriores tuvo mucho que ver en la
deriva oportunista del PSC desde los años cincuenta y que ha culminado con su
política gubernamental y su funcionamiento interno. Por supuesto que en estas
cortas páginas han quedado afuera los detalles, apenas se trata de las
pinceladas mayores en el esbozo de toda esta historia. Me queda por cumplir con
una promesa hecha arriba: volver sobre el tema de la contradicción. Para poder
extenderme lo necesario en este tema que es uno de los que fundamentan la
dialéctica en general y la materialista en particular, les pido que me perdonen
y acepten que lo haga en otro momento, en una segunda parte que escribiré
luego.