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14 octubre 2014

¿Hacia dónde nos lleva el FMLN?



Sin ánimo de entablar una polémica con Roberto Herrera, que ha publicado un importante artículo en Contrapunto, tengo que afirmar mi desacuerdo con una idea que expresa desde el inicio. El autor sostiene que “Si el conflicto armado salvadoreño fue una guerra popular prolongada o una guerra de liberación nacional o una guerra de guerrillas o una guerra revolucionaria o una guerra justa, es para el ciudadano común del mundo un hecho histórico irrelevante”, más allá que la lista es muy heterogénea y que el término “guerra de liberación nacional” puede tener las formas de “guerra popular prolongada”, “guerra de guerrillas” o “guerra revolucionaria”, no es esto con lo que voy a expresar mi mayor desacuerdo. Aunque voy a volver sobre esto más adelante.

Me parece que la importancia del nombre en sí tal vez no sea lo de mayor importancia, aunque si nos ponemos de acuerdo que el nombre de la organización que llevó a cabo las operaciones bélicas se llamaba “Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional”, es más que evidente que desde el punto de vista de los fundadores del Frente, la guerra de guerrillas que tuvo lugar en el país tenía como objetivo la liberación nacional. Este objetivo no se logró. Los Acuerdos de Paz pusieron fin al “conflicto” o “a la guerra civil” sin que la situación global de país cambiara substancialmente, me refiero a la situación que sirvió de base para desatar la guerra. ¿Qué significa esto? Que la vida del común de los mortales tampoco cambió, que la base socio-económica que determinó el inicio de la guerra sigue igual y sigue siendo actual, sigue pues determinándonos.

O sea que no es tan irrelevante para los salvadoreños que los “Acuerdos de Paz” pusieran fin a la guerra de liberación nacional sin obtener la victoria, pues esto significa que hubo simplemente fracaso, una derrota. Es esta derrota la que se encubre por todos los medios. Se habla de empate, de retorno a la vida civil, a la paz, etc. Incluso al valorar los resultados se considera como un éxito la legalización u oficialización, en tanto que partido, del FMLN y su incorporación a la vida política nacional. Si este hecho se puede considerar como un gran triunfo, hay que ponerlo en relación con la historia pasada, con la situación anterior a la guerra para que realmente pueda adquirir en nuestra apreciación relevancia. La ausencia total de libertades cívicas que duraba desde el martinato hasta los Acuerdos de Paz es necesario tenerla siempre en mente, pues de lo contrario no se puede valorar a su justo precio la situación política de hoy.

El aprendizaje efemelenista

Esta situación política actual es nueva en nuestra historia, el fin de la guerra no significa el retorno a la vida civil, el retorno a la política. Antes de la guerra las organizaciones políticas, tanto partidos, como sindicatos no tenían vida política pública: las reales opciones opositoras a las dictaduras eran reprimidas brutalmente y operaban desde la clandestinidad. Las fuerzas que operaban en la clandestinidad tenían en la nueva situación que aprender a funcionar dentro de un nuevo cuadro, dentro de la legalidad y el parlamentarismo. Este aprendizaje dentro de una correlación de fuerzas internacional también totalmente nueva, ha tenido un impacto, una influencia en el carácter mismo de lo que se aprendía.

La liberación nacional que se pretendía con la guerra presuponía un cambio estructural de la sociedad. No es gratuito recordar que el “socialismo” se consideraba como planteado dentro del proceso mismo de desarrollo de nuestra sociedad salvadoreña, que la salida  a la solución de nuestros problemas sociales y económicos se abriría con la construcción de una nueva sociedad. No voy a referirme —pues esto tal vez sea tema para otros artículos— a la concepción de socialismo que se tenía entonces.

Uno de los aprendizajes a la vida política pública fue adaptar el discurso y las actividades a la nueva situación. Es cierto que en lo que concierne al lenguaje hubo fluctuaciones y se llegó incluso a rupturas y cismas. Algunas disidencias optaron por continuar al interior del FMLN. Pero este aprendizaje no se hizo en aulas, sino en una contienda que esta vez prolongaba la guerra, la política era la continuación de la guerra. ARENA y sus partidos satélites, los media, las fundaciones y otros organismos del patronato oligárquico no rindieron las armas ideológicas, la “guerra fría” tal vez menguaba su fuerza en otras latitudes, pero en El Salvador seguía a todo dar. Es decir que la adaptación a la nueva situación fue conflictiva adentro y afuera del FMLN. La parte externa consagró el término de polarización, en el interior fueron dos los términos que se consagraron: ortodoxos y reformadores.

El discurso guerrerista de nuestros políticos

El discurso político salvadoreño, incluso ahora mismo, no se ha adaptado completamente a tiempos de paz, sigue siendo violento, sigue en la misma pendiente guerrerista. Las acusaciones de querer instaurar una dictadura roja, sin libertades y confiscadora de todos los bienes, sigue siendo una idea recurrente de la propaganda de ARENA, la acusación de “comunistas” vuelve de tiempo en tiempo. Durante la presidencia del venezolano Chávez, se inventaron combinaciones como “comuno-chavistas”, “castro-chavistas”, etc. La prensa escrita, radial y televisiva mantuvo en permanencia esta presión sobre los efemelenistas, la sigue manteniendo. El discurso del FMLN en este terreno no fue de contra-ataque, sino que estrictamente defensivo. A pesar de que para el interior, dentro de las luchas intestinas entre “ortodoxos” y “reformadores” el discurso giraba en torno de los viejos temas “socialistas revolucionarios” y el discurso del pragmatismo ideológico.

Las acciones políticas poco a poco se fueron limitando al parlamentarismo, las luchas reivindicativas fueron abandonadas, las organizaciones de masas se desintegraron casi por completo, quedando algunas estructuras sindicales —que obedientes a la línea del FMLN— se volvieron discretas, se convirtieron en simples correas de transmisión del “partido”. Hubo también purgas y reformas de estatutos, prácticamente desaparecieron los congresos, el famoso centralismo democrático dejó incluso de ser referencia, ya no digamos que se practicara. Todos sabemos el funcionamiento autocrático del FMLN. Todo esto conlleva el abandono de los objetivos de liberación nacional, el tema del socialismo se vuelve fumoso, los últimos estertores del tema fueron la adhesión circense del FMLN a la Quinta Internacional Socialista propuesta por Chávez. Nadie volvió a hablar de esa Internacional y esa adhesión que iba a ser tema y aprobación de una Convención Nacional nunca más reapareció en boca de Medardo González.

De enemigos a socios

Me parece pues relevante constatar que los que iniciaron la guerra en el país la consideraran de liberación nacional. Cabe preguntarse ahora, después de tanta reculada ideológica ¿de quién se pretendía liberarse en los años setenta e inicios de los ochenta? Siempre en esos años se señalaron dos enemigos: al imperialismo y a la oligarquía. Ahora al imperialismo estadounidense se le considera como el principal aliado, como un aliado, dicen los efemelenistas, estratégico y la oligarquía es ahora considerada como un socio para el desarrollo del país. Los empresarios son considerados “el alma, el corazón y el motor del crecimiento económico del país”, estas son palabras del actual presidente Salvador Sánchez Cerén en una reunión con empresarios salvadoreños en una hacienda de Sonsonate, durante la campaña electoral.

La importancia no reside tanto en la combinación de estas palabras, liberación nacional, sino en medir a través de ellas la distancia que separan los objetivos iniciales y la práctica actual del partido que conserva en sus siglas el objetivo que abandonó. De los otros nombres que ha barajeado Roberto Herrera al inicio de su artículo hay uno que se destaca, pues contiene implícita una estrategia de lucha, me refiero a “guerra popular prolongada”. La “guerra de guerrillas” es una posible modalidad de la guerra popular prolongada, es una parte táctica, un momento que puede durar mucho tiempo, hasta la posibilidad de llegar a constituir un “ejército de liberación”. Pero esta era sólo una parte de esa estrategia. Salvador Cayetano Carpio insistía siempre en los dos aspectos de la guerra popular prolongada, el militar y el político, dándole prioridad a este último. La parte armada era un sostén, lo importante residía en lo político y para expresarme en términos que solía usar Carpio, la política era lo fundamental y lo militar podía convertirse en lo decisivo. Ambos eran pilares del proceso, pero la política no se limitaba a la posible participación electoral, sino a la actividad de concientización de las masas. Carpio consideraba necesario para poder llevar hasta el final su estrategia organizar al pueblo, darle los útiles ideológicos para combatir la dominación cultural del imperialismo y de la burguesía. Las organizaciones que constituían el movimiento de masas eran importantes para sostener a la organización principal que era el partido. No era solamente el aspecto militar el prolongado, sino también el momento político de la lucha, pues también aquí era necesaria la acumulación, el crecimiento tanto cuantitativo, como cualitativo.

Es menester recordar que Salvador Cayetano Carpio separaba claramente la guerrilla del partido político y de las organizaciones de masas. En una fina dialéctica el sostén armado necesitaba a su vez del sólido sostén político, ambos tenían que combinarse, ambos era partes inseparables de la guerra popular prolongada. La separación era teórica, pues lo que se perseguía en primer lugar era la adhesión ideológica del pueblo para alcanzar el objetivo estratégico: la liberación nacional. En ese sentido tanto las organizaciones de masas, como el propio partido se convertían en el sostén, en la base que alimentaba a la guerrilla.

Esta estrategia fue la que prevaleció en las FPL hasta que su dirección inició las conversaciones para lograr la unidad de las fuerzas “revolucionarias” en lucha entonces en el país. Aquí dejó de funcionar esa estrategia, pues era difícil que los militaristas (ERP) adoptaran una estrategia en la que la política fuera lo fundamental. El grave error de Carpio fue caer en la aceptación de la veracidad de un proverbio: “la unión hace la fuerza”. La sabiduría popular que esto expresa es engañosa, pues en política no siempre tiene sentido, no siempre es cierto, pues las alianzas no implican las mismas convicciones, los mismos modos de ver la realidad, ni los mismos objetivos. Y de la misma manera que se repite que todas las alianzas exigen concesiones, tampoco es cierto para todos, a veces resulta que sólo una parte las hace, porque considera que por ser más fuerte debe de conducirse con mayores anhelos unitarios.

Pero hay un hecho que tuvo aún mayor peso: fue la entrada del Partido Comunista en la guerra. Durante décadas la dirección comunista conducida por Schafik Handal reconocía de los labios hacia afuera la necesidad de la lucha armada, pero en la práctica siempre se opuso, aún más cuando surgieron las FPL. Desde ese momento la dirección comunista inició una campaña de denigración de los que habían iniciado la lucha armada. Los comunistas entraron sin mayores convicciones y con el objetivo oculto de acabar con la guerra lo más pronto posible.

Recuerden que desde el primer fracaso, desde la famosa “ofensiva final” de enero de 1981 por insistencia de Schafik unos meses después se propuso por primera vez las negociaciones. Poco a poco el objetivo de obtener las negociaciones se convirtió en el principal. Después de la desaparición de Mélida Anaya Montes y de Salvador Cayetano Carpio se iniciaron y llevaron a cabo toda una serie de operaciones para obligar al gobierno a negociar. Fue desde entonces que ya no existía el objetivo de liberación nacional y el socialismo empezó a tener los visos de una peregrina ilusión para nuestro país. La guerra dejó de ser una guerra popular prolongada, la estrategia fracasó no ante los enemigos, sino ante los aliados, sobre todo frente a los que eran más duchos en intrigas y complotes.

Saber la historia, discutir y aclarar algunos puntos del proceso que nos condujo hasta este presente sin perspectivas, en el que todos ignoramos hacia donde nos quieren dirigir los efemelenistas, puede resultar útil y sano. Sabemos que el FMLN se acomodó al parlamentarismo, que considera al imperialismo como su aliado estratégico y al patronato como el motor de la producción nacional. La lucha de clases, el famoso motor de la historia, es  para ellos una broma de un alemán arcaico del siglo decimonono.

10 octubre 2014

Anular el voto no es un acto negativo



Nadie discute que el derecho de voto constituye en sí un avance en la historia de la democracia. Se trata del resultado de una lucha iniciada en el Siglo de las Luces y desarrollada también en los Estados Unidos en los tiempos progresistas de su Independencia. Incluso el término de “democracia representativa” aparece por primera vez en la pluma de Alexander Hamilton en 1777, quien batalló junto a George Washington en los alrededores de Nueva York. En nuestro país que hemos vivido bajo dictaduras constantes que se han sucedido una tras otra, en donde las elecciones eran raras, a veces con un solo partido en posibilidad de ganar o llenas de fraudes y acompañadas por la presencia del ejército en las calles para intimidar y garantizar el triunfo del oficialismo, el panorama actual se nos presenta también como un gran avance.

La legalidad que ahora reina en nuestro país ha sido obtenida recientemente y es el fruto de la guerra de los años ochenta en el país. No se trata de algo que nosotros podamos despreciar y echar por la borda así nada más.

Aunque es necesario tener en cuenta que la legalidad obtenida hoy en nuestro país y en los países europeos desde ya hace mucho tiempo, no constituye tampoco lo más fundamental dentro de la democracia. El concepto mismo de representatividad fue ya desde el principio cuestionado durante los primeros años de la Revolución Francesa y se demostraba los límites. Pues la representación como criterio de la participación del pueblo en el ejercicio del poder es meramente abstracta. El pueblo realmente no accede nunca al poder, sino que lo hace de manera mediatizada, por el intermedio de personas que poco a poco asumen el poder no como representantes del pueblo, sino como detentores de pleno derecho del poder. Desde temprano esta delegación del poder apareció como una usurpación de los poderosos y de los políticos que se han servido del poder estatal para subyugar al pueblo. El desprestigio de la democracia representativa se generaliza y los anarquistas del siglo XIX llaman a los trabajadores a separarse, a salirse de esa sociedad engañadora, a no participar en la trampa que constituye el sufragio.


El demos ausente en la democracia

Nosotros conocemos, en nuestro país, el sufragio universal, pero este es ya el resultado de largas luchas, primero existió un derecho al voto por dinero, el sufragio censitario. Poco a poco se fue abriendo el voto a las clases bajas. Esta lucha duró en Europa casi un siglo y medio hasta obtener la participación de los jóvenes y de las mujeres.

Esto significa que el voto es un derecho adquirido por las luchas, a veces por luchas sangrientas. Pero si se ha luchado tanto por el voto, es porque el voto se imagina acompañado de la expresión popular y que traerá la satisfacción de los derechos de los más pobres, de las clases más necesitadas. Pero esto ha sido una vana y hueca promesa de esta democracia representativa. El sufragio se ha limitado, se limita ahora al derecho de elegir entre candidatos de varios partidos sin que exista ninguna garantía que las promesas vertidas durante las campañas electorales se cumplan. Esta democracia se ha olvidado de crear los mecanismos de control y de censura a los políticos electos que no cumplen.

Los votos terminan al fin y al cabo siendo la justificación, la legalización misma de la usurpación del poder por la clase política, por un puñado de personas que dirigen los partidos políticos y el pueblo, el demos, de la democracia queda totalmente ausente. Por eso mismo desde los inicios han surgido intentos de encontrar los mecanismos para corregir la democracia representativa con ciertas dosis de democracia participativa. Pero ya ha cumplido un bicentenario de esos intentos y por el momento no se advierte ningún avance al respecto, el principal obstáculo han sido los mismos “representantes del pueblo”, que saben que la participación directa del pueblo es el final o la limitación de su poder.

En vista de todo esto pudiera parecer que al llamar a anular las papeletas electorales entremos en contradicción y estemos negando lo que hemos reconocido como un avance en nuestra historia. No es así. Al llamar a anular el voto nosotros no llamamos a la simple abstención, a ausentarnos, sino al contrario, estamos llamando a los compatriotas a que expresen claramente su desaprobación por la usurpación de su poder por los que nunca han sido sus genuinos representantes. Esto significa que nosotros no estamos echando al basurero el derecho de votar, le estamos dando un sentido, lo estamos valorizando, pues lo que nos ofrecen los partidos, tanto los mayoritarios como los partidos satélites es una simple continuidad de lo que hemos venido padeciendo.


Anular el voto es un primer paso


El mismo presidente actual, Salvador Sánchez Cerén, se quejaba durante la campaña que su principal contrincante Norman Quijano le estaba copiando su programa. ¿Qué significa esta denuncia? Pues simplemente que sus propuestas no tenían nada que perjudicara a la clase oligárquica, pues el candidato de ARENA podía perfectamente copiarle sus promesas electorales. La misma acusación se formuló a la inversa. Durante los cinco años del gobierno Funes/FMLN al cuestionar la ausencia de verdaderos cambios, se nos repitió como una letanía medidas sociales que fueron tomadas en los primeros meses del gobierno: los zapatos y uniformes, el vaso de leche, los útiles escolares gratuitos para los niños de primaria. Esto lo mostraron como los grandes cambios del quinquenio, la famosa profundización es llevar las mismas medidas a los alumnos de secundaria;

Pero mientras tanto la precariedad sigue existiendo en la asistencia médica, la misma baja calidad de la enseñanza, los salarios son bajos, las condiciones de trabajo de los obreros son detestables y el trato que reciben las obreras en las maquilas es indignante, el desempleo es masivo, las cifras sobre la pobreza y la extrema pobreza son alarmantes. La inflación es permanente y los precios de los principales productos de la canasta básica aumentan, el gobierno anterior no quiso establecer el control estricto de los precios de la canasta básica y congelarlos. Esto no es una medida imposible, esto no es una medida revolucionaria, el gobierno panameño lo está practicando. Nada han emprendido los gobiernos de la “izquierda” para modernizar el derecho laboral, no han promovido luchas para ejercer presión sobre la derecha para que cambie de actitud. Al contrario es el FMLN el que se ha ido adaptando a la doctrina liberal de gobierno. La sumisión al imperialismo sigue siendo una constante e incluso ha seguido avanzando hasta llegar a darle satisfacción en todo a la embajadora para adaptar las leyes según la voluntad de los grandes monopolios.

El peligro mayor que se nos presenta es que una vez desilusionada la gente de izquierda, abandone las urnas y vuelva otro largo ciclo de gobiernos de derecha, ya sea con ARENA o con GANA. Ambos partidos son de derecha abiertamente pro-oligárquicos. El FMLN en estos momentos no presenta señales claras, en sus actitudes, que sean substancialmente distintas a las de esos dos partidos.

Entonces al llamar a anular el voto nosotros estamos protestando, estamos denunciado este estado de cosas. No podemos quedarnos con los brazos cruzados, es necesario que la población tenga durante las elecciones, momento clave de la vida política, una manera de decir su rechazo a todo lo que está sufriendo. Esta es la principal significación de ir a las urnas y plasmar su protesta en las papeletas electorales. No se trata pues de una actitud negativa, sino que al contrario, se trata de un acto cívico.

Sabemos que la protesta es insuficiente, que para que cunda mayor efecto es necesario organizarse y reavivar nuestra tradición de luchas reivindicativas. Porque la realidad social y económica es la que nos oprime, es la que no nos permite satisfacer realmente nuestras necesidades. Sabemos que no es suficiente organizarse solamente en torno a anular el voto. Este es apenas el inicio de otra cosa que hay que darle cuerpo, que hay que alimentar con ideas nuevas, incluso con modos inéditos de organizarse y de hacer política en la que la participación directa de la gente sea el principal objetivo, el eje central. Es necesario promover que en los municipios la población tenga voz en las decisiones, que tenga real control de los gastos, que pueda proponer, deliberar. No basta con organizar cabildos abiertos, sino que darle a la gente de manera permanente el poder de participar en la gestión.








04 octubre 2014

La realidad escondida en las apariencias

La pregunta más recurrente que formulan los que no aceptan las críticas al FMLN y a su gobierno es muy simple ¿Y ustedes qué proponen? Es evidente que esta pregunta no manifiesta ninguna curiosidad, no se trata de inquirir lo que se pueda proponer, sino que el objetivo primero es de taparle la boca al criticón. Digo esto por el carácter extremadamente general de la pregunta y que presupone que cada persona que se atreve a cuestionar la política oficial debe tener un programa alternativo, que debe haber reflexionado todos los tejes y manejes de la política y de la economía nacional e internacional. Además de haber reflexionado y sopesado las medidas que corresponden al momento que vivimos.

Pero la pregunta implica otra cosa, que la posición oficial tiene los fundamentos teóricos que se le exige a la respuesta del criticón. Implica también algo más profundo, que el cuadro general en que se formula la pregunta y en el que tiene que incluirse la respuesta es el único posible.

La pregunta no sólo surge entre los que incondicionalmente apoyan al gobierno y a su partido, sino que también entre los mismos que los critican. Aunque el modo de formularla sea distinto, ¿Qué le vamos a proponer a la gente? ¿Qué proponemos nosotros como alternativa? Las presuposiciones no han cambiado, siguen siendo las mismas.

Ambas actitudes, la que mueve a criticar al gobierno y a su partido y la que se interroga sobre las medidas alternativas, surgen por lo general condicionadas por la coyuntura puntual de alguna medida o del momento político electoral. Ambas carecen por consiguiente de una visión panorámica de la situación del país y no se les abre ante ellas un horizonte que trascienda los límites del momento preciso en que vivimos.

El mismo cuadro político

La alternativa en que se piensa no es la de salir del cuadro político actual, sino de un conjunto de medidas que se suponen mejores a las que toma el gobierno, por ejemplo la desdolarización de nuestra economía, otra política fiscal, una política más autónoma respecto a los Estado Unidos que se han vuelto los tutores del gobierno, que le dictan medidas y hasta textos de leyes como es el caso de los “Asocios” públicos-privados y los decretos para poder recibir la “ayuda” del Fomilenio. Hay otras medidas como la renegociación de la deuda y de su pago, la mejora de los transportes y su financiamiento, la mejora de la educación, etc. etc. Se trata pues de proposiciones que permitirían mejor recaudación fiscal, aumento del dinero disponible para obras sociales, educacionales y de seguridad.

Ante este paquete programático, algunos defensores del gobierno replican con una desopilante llaneza ¿con los votos de quién lograrían implementar esas medidas? El FMLN no cuenta con la mayoría de votos y esta pregunta nos impone aceptar fatalmente la presente correlación de fuerzas en la Asamblea y en el país. Nos obliga tácitamente a suponer que  si el FMLN tuviera los diputados necesarios ya tuviéramos esas medidas aplicadas. Pero al mismo tiempo nos presentan la situación actual como insuperable y nuestra vida como gobernada por la fatalidad.

Asimismo existen partidarios del gobierno que simplemente decretan que criticarlo es hacerle el juego a ARENA o nos declaran sin mayores prejuicios “areneros”. Esta simpleza que hermana con el fanatismo religioso es mayoritaria y para desgracia del país es adoptada también por muchos cuya misión debería ser la de reflexionar. Esta actitud descalificadora, calumniadora y dogmática adopta un lenguaje a veces agresivo, otras comprensiva de la ingenuidad de los ilusos que piensan que la “utopía” socialista puede lograrse en nuestro país de la noche a la mañana.

Últimamente en El Salvador en torno a la palabra “socialismo” ha aparecido un campo semántico sintomático del estado ideológico en que se encuentran los militantes efemelenistas: ilusos, ilusión, soñadores, sueño, utópico, utopía, etc. El socialismo no se puede encarar ni siquiera como un posible, ni mucho menos como una opción real. Se ha vuelto parte de la fantasmagoría de descarriados soñadores que tejen con nostálgicos hilos del pasado una ficción imposible ahora.

Pensar de otra manera nuestra realidad

Pensar de otra manera la realidad nacional es posible. Nuestro pueblo ha demostrado a lo largo de la historia su capacidad a rebelarse, a no aceptar sumiso la realidad que le impone la oligarquía, muchos dieron sus vidas, combatieron convencidos que es posible otra realidad, en la que no exista la dominación de ese puñado parasitario de acaudalados que mantienen al país en un atraso secular, en el que no se ha podido dar los primeros pasos de una verdadera industrialización del país. Ellos han preferido siempre vivir de rentas, ser intermediarios de los capitales extranjeros, no han sido capaces de elevar el nivel educacional del país, sigue la pobreza infectando de dolor miles y miles de familias salvadoreñas. Esta casta es realmente la que nos impone esta ausencia de todo en nuestras vidas: bajos salarios, viviendas precarias, imposibilidad de alimentarse convenientemente, de vestirse, de educarnos. Vivimos un mundo lleno de privaciones. Y para colmo nos hacen creer y nos han convencido de que somos altamente consumistas.

Esto es lo que se ha perdido de vista: muchos le llaman a la oligarquía el poder factico, bueno, sí, pero se trata de una clase social que detenta los medios de producción y que se queda con todas las ganancias, negándose siempre a contribuir en lo más mínimo en el presupuesto del país. Esta casta tiene sus parapetos para protegerse, sus partidos políticos, sus agencias publicitarias, su prensa, sus institutos de ideología, el cuadro político en el que nos imponen su dominación, el Estado oligárquico.

O sea que no se trata simplemente del peligro de que ARENA vuelva al poder, que vuelvan a “reconquistar” el gobierno para seguirse beneficiando de ese maná. El enemigo social es la oligarquía. ¿Acaso su dominio se ha debilitado con el gobierno de Funes? ¿Acaso el gobierno de Sánchez Cerén no se reúne exclusivamente con la ANEP? ¿Acaso la dirección del FMLN no ha dedicado loas en la gloria de los empresarios? Han dicho que son el motor, el corazón mismo, de nuestra sociedad, que son los principales creadores de nuestras riquezas.

Pensar de otra manera nuestra realidad supone también darnos cuenta que el nivel de consciencia general de la clase trabajadora ha decaído. No se trata solamente de constatarlo, sino también de buscar las razones que han conducido a este descalabro y buscar la manera de superar este obstáculo mayor para alcanzar los objetivos de transformación social.

La realidad escondida en las apariencias

Adquirir la consciencia de clase no es cosa fácil, existen numerosos obstáculos, la realidad misma de la explotación capitalista nos aparece escondida en las apariencias, todos consideramos que se nos paga con el salario el trabajo que rendimos, que la existencia misma de gente dueña de los medios de producción y de gente privada de esos medios de vida es algo natural, que siempre ha existido y que existirá eternamente. Desde el mismo momento en que se negocia con el patrón el salario caemos en el engaño, pues el monto se puede considerar como justo o injusto, pero no nos damos cuenta que existe un tiempo que no nos va a ser retribuido y que es de donde surgen las ganancias de los capitalistas, es este el origen de la plusvalía. Pero lo que nos queda en nuestras mentes es que hay un trato de iguales que discuten el precio y que el resultado del negociado ha seguido las leyes del mercado, de la oferta y la demanda.

La verdad que se nos escapa no nos es accesible sin un esfuerzo, sin una reflexión sobre la realidad. Este conocimiento no solamente es difícil de adquirirlo por los profesionales, por los que se dedican a la economía, sino que hay muchos de estos especialistas que viven ellos mismos en el engaño y no solamente eso, sino que desde su prestigio se encargan de divulgarlo. La apariencia es inmediata y se nos impone. Pero este disfraz es incluso inculcado por todos los aparatos ideológicos de la burguesía, desde las prédicas que hay que soportar el destino que nos ha tocado hasta el periodista que repite día a día las doctrinas ideológicas de la burguesía.

De la misma manera que aceptamos que el trato en el que entramos con el patrón es de igual a igual, de individuo a individuo, y mejor dicho como consecuencia de ese mismo engaño, los trabajadores no se ven a sí mismos constituyendo una clase social, pues es individualmente que deben de enfrenar las dificultades de la vida. Y este individualmente es el que se valoriza, es el que se pone es exergo de todas nuestras conductas, desde las más íntimas hasta las más públicas.

Este individualismo hay que vencerlo, se vence organizándose en estructuras que se proponen defender los intereses de los trabajadores, que elevan como su estandarte la solidaridad, la ayuda mutua. Este sentimiento de comunidad, esta comprensión de que los trabajadores no pueden obtener victorias sino se unen, no es fácil de obtener, pues el patronato se encarga de disuadir ese tipo de uniones, de organizaciones. Lo hace ideológicamente, pero también reprimiendo.

Una herencia arenera

Las leyes laborales salvadoreñas son desequilibradas, benefician a los más fuertes, al patronato. El Estado vela con todas sus instituciones a que el statu-quo prevalezca. En la naturaleza misma de los gobiernos areneros estaba la imperiosa necesidad de defender los intereses oligárquicos, por ello la legislación laboral es escueta y apenas tiene algunas medidas que presumen defender los derechos de los trabajadores. Esta legislación es la que heredó el gobierno de Funes y la cuidó preciosamente hasta el punto de destituir a la ministra que manifestó cierto celo en defender a la clase trabajadora. El partido FMLN no manifiesta ningún desacuerdo a este respecto con el pasado gobierno, ni tiene el más mínima intención de introducir algunas reformas.

Pero en nuestro país a todas las dificultades que hemos señalado desde cierto tiempo se les ha agregado otra, ya no existen organizaciones con clara ideología revolucionaria, los sindicatos obedecen al patronato o al partido. Surgen nuevos sindicatos que manifiestan el deseo de liberarse, de ser realmente autónomos, pero este movimiento es insipiente, apenas nace.

La ausencia de organizaciones con clara ideología revolucionaria pesa mucho en la toma de consciencia de los trabajadores. No obstante es necesario señalar que desde hace cierto tiempo hay pequeños grupos y partidos que se esfuerzan por llenar este vacío. Este fraccionamiento puede ser una simple etapa, es lo que se debe esperar, que sea simplemente porque es un inicio. Se ganaría mucho federando los esfuerzos.

El FMLN desde hace tiempo abandonó por completo su papel de partido revolucionario, dejó de lado la batalla ideológica y todas las batallas por el bienestar de los trabajadores. Hubo un tiempo que se hablaba de ortodoxos y reformadores, estos últimos exigían adaptarse lo más pronto posible a la sociedad burguesa, abandonar las ilusiones y practicar el pragmatismo en la política. Los ortodoxos sabían perfectamente que era preferible, mientras estaban en la oposición, seguir siendo considerados de izquierda, que aspiraban a transformar la realidad, se trataba de una cuestión de táctica. La misma designación de Funes (sin mucho control de su ideología y de sus intenciones) fue justificada porque la gente aún no estaba dispuesta a votar por un candidato cien por cien efemelenista. Esta designación fue saludada como un signo de gran apertura. ¿Apertura hacia qué y hacia quién?

Pero ahora los reformistas pueden considerarse vencedores, los ortodoxos ya han hecho todo lo posible por adaptarse y en los hechos han demostrado que su actitud anterior era simple patraña, que esperaban el momento más propicio para desvelar exactamente su verdadera naturaleza reformista. Pero incluso en esto de reformistas son muy tímidos, sus medidas no son en nada radicales, ni espantan verdaderamente a la derecha, ni mucho menos al patronato. El patronato y sus organismos políticos se opusieron y criticaron las tímidas medidas sociales del gobierno de Funes, pero ellos saben que esas medidas no tocan en nada ni sus intereses económicos, ni su total y absoluta dominación de la sociedad salvadoreña. Ahora un reputado “reformista” y un aguerrido “ortodoxo” ocupan los más altos cargos en el gobierno.