Muchos que le regatean a Marx su actualidad y sobre todo su vigencia, simplemente no lo han leído. Cuando digo no lo han leido, me refiero a una lectura estudiosa, no haber alguna vez hojeado o recorrido ciertos pasajes de sus obras más conocidas. Muchos de los que rechazan a Marx lo expiden de regreso al siglo XIX y aquí en América Latina hay muchos que lo regresan además a Europa, arguyendo que sus análisis no corresponden a nuestra idiosincracia, a nuestro indigenismo, a las particularides continentales.
La primera observación que deseo hacer a este respecto es la siguiente: al único gran pensador que se le envía de regreso a su siglo es a Marx, a nadie se le ocurriría mandar a pasear al siglo XVII a un Descartes o al siglo XVIII a un Kant. Tampoco lo hacen con otros pensadores del siglo XIX como Nietzche, ni tampoco le pagan el pasaje de regreso a Europa a ninguno de ellos, ni a los que han surgido en el siglo XX en Europa. Esto sin ninguna duda tiene su explicación.
La primera explicación que se me ocurre es la actitud distinta que adopta Marx hacia la realidad y el pensamiento sobre la realidad. Muchos conocen y repiten la famosa tesis XI sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo.” No me cabe duda que esta nueva actitud hacia el mundo lo vuelve peligroso y es la razón primordial por la que quieren recluirlo en el pasado y lejos de nuestra América.
Es por eso que muchos quieren reducir su aporte —aunque admitan que es importante— al análisis económico de su siglo, muchos pueden admitir que para su época fue el más pertinente, el más profundo, pero no se le puede sacar de allí, pues las condiciones han cambiado durante todo el siglo XX. Esta reducción de Marx a mero crítico de las condiciones sociales y laborales del siglo antepasado, oculta precisamente lo más importante: El Capital y sus otros escritos económicos no se limitan a denunciar, sino que son el más profundo análisis del funcionamiento mismo del modo de producción capitalista. Lo fundamental de sus obras económicas no son la denuncia de las deplorables condiciones de vida de la clase trabajadora, sino que la puesta en evidencia de los mecanismos económicos de donde procede la ganancia de los propietarios de los medios de producción, es decir, cómo aparece y se elabora el sobrevalor. Por supuesto que Marx denunció en sus obras las condiciones miserables de los trabajadores en los talleres de su siglo, denunció con fuerza el trabajo infantil y la sobreexplotación que sufrían las mujeres entonces. Sobre esto no cabe ninguna duda.
Los liberales no tienen teoría de la crisis
Pero en El Capital hay muchas cosas más. Al analizar el funcionamiento y la composición del capital, su puesta en movimiento, Marx descubre también sus límites y el origen de sus sucesivas crisis. En las teorías clásicas y liberales no existe un análisis de la crisis, pues se trata sobre todo de teorías apologéticas del capitalismo, en ningún momento estas teorías presuponen estas crisis, ni tienen los útiles para analizarlas. Sólo en El Capital y en los escritos de otros pensadores marxistas se encuentran análisis sobre la crisis del capital. Los economistas liberales no entienden, ni pueden entender la ley tendencial de la baja de la tasa de ganancia, pues es justamente su talón de Aquiles.
Marx de manera perspicaz y profunda analizó la crisis financiera inglesa de los años cuarenta del siglo XIX. En ese análisis nos muestra de manera concreta el origen de las crisis, que van a repetirse cada vez con mayor fuerza y al extenderse el mercado mundial, van a tener repercusiones internacionales. Ante nuestros ojos se desarrolla un proceso acelerado de concentración de capitales, de monopolización, los famosos oligapolios son su resultado. Esta concentración es el movimiento normal del capital, esto produce pues una sobreacumulación que resulta de la anarquía misma de la producción y que conduce precisamente a la baja tendencial de las tasas de ganancia, cuando todas las astucias financieras se han agotado. Esta sobreacumulación se manifiesta a través del exceso de la producción vendible (transable), no se trata de que no hay quien pueda consumirla, sino que la acumulación tiende a excluir, a marginalizar a una proporción cada vez mayor de la población de la posibilidad de comprar las mercancías que se producen. Pero ahora en vez de tenerselas que ver con la sobreproducción normal, el auge del sistema de crédito le permite al capital acumularse bajo la forma de capital-dinero, que se presenta cada vez más bajo formas más abstractas, irreales, ficticias. Marx en el libro Tres de El Capital, en el capítulo XXV y siguientes analiza justamente la composición y el funcionamiento del capital bancario. Marx adopta justamente el término de capital ficticio (fictivo).
Todos sabemos que las cosas ahora difieren mucho de la crisis y de la situación analizada por Marx, ahora la moneda ha ido cambiando de forma hasta convertirse cada vez más inmaterial, el mercado de cambios se ha dilatado en un régimen que se ha desprendido de los metales preciosos, del oro. Pero los elementos de análisis dejados por Marx permiten entender los movimientos ficticios del capital, que forman parte del sistema de crédito y del capital monetario.
Marx en este caso es un científico, pero además Marx para llegar a todos esos descubrimientos tuvo previamente que proceder de manera conciente a una revolución en el modo de pensar, pues Marx y su compañero de luchas Engels, fundaron la dialéctica materialista. Se trata pues de un filósofo que viene a ponerle fin a esta filosofía que se conforma con interpretar el mundo.
Los sepultureros modernos de Marx
La aplicación de ese nuevo modo de pensar, de la dialéctica materialista, la encontramos precisamente en El Capital, lo que convierte a esta obra económica en una genial obra filosófica. Por supuesto que se trata de desentrañar de sus escritos justamente este nuevo método y las principales categorías, sus filosofemas. Marx no escribió una obra estrictamente filosófica. Esto dificulta en mucho la comprensión y es justamente lo que ha traido en este campo la aparición de los diversos marxismos que dialogan y a veces simplemente se contradicen.
No obstante muchos de los sepultureros modernos de Marx no van a sus obras, se conforman con hojear las obras de los que se pretenden sus discípulos e incluso le atribuyen al pensamiento de Marx los crímenes cometidos por el Stalinismo y muchos concluyen a la caducidad de su pensamiento por el aparatoso derrumbe del capitalismo de Estado que se practicó en el Este europeo.
¿Pero se pueden conformar con estas precipitadas conclusiones los que hacen suyas las palabras de Marx sobre la urgente necesidad de transformar el mundo? Porque el mundo de hoy, todo el mundo, funciona bajo los mecanismos de la dominación del capital. ¿Se puede realmente tranformar el mundo sin abolir la explotación de unos cuantos hombres sobre el resto de la humanidad? Porque nadie puede negar que el capitalismo mundializado es el que causa los estragos en todos los continentes. No se trata solamente de la vieja Europa. El capitalismo funciona y se desarrolla por todo el mundo imponiendo su principal motor, la búsqueda desenfrenada de la mayor ganancia.
Esto no tiene nada que ver con la genética. Esto no tiene nada que ver con las particularidades socio-culturales de nuestros pueblos. Justamente la penetración de la ideología capitalista es la que mayormente se opone al despliegue de nuestras potencialidades, la que tiende a borrar las costumbres, la que nos impone modos de vida y de consumo inventados en otras partes. Lo que nos vuelve a nosotros mismos en mercancias es justamente el capitalismo.
Por eso suena muy extraño que debemos reenviar a Europa a un gran pensador, el que primero y que con mayor profundidad puso al desnudo los mecanismos de la explotación capitalista. La urgencia de estudiar con profundidad el método dialéctico materialista que crearon Marx y Engels es cada vez más patente. No podemos ahora que el capitalismo con sus repetidas crisis nos amenaza a todos con destrucciones y despilfarros a desaparecer o volvernos de nuevo esclavos, abandonar el esfuerzo de entendimiento que nos proporciona el pensamiento de Marx. El capitalismo se defiende limitando los derechos de los trabajadores, reduciendo al máximo los salarios, obligando a los Estados a abandonar lo que con cruentas luchas se ha logrado, jornadas de trabajo, pensiones, instituciones de salud, de educación etc. El capitalismo busca siempre como absorver nuevas y nuevas actividades. Todo lo que era antes funciones del Estado se vuelve actividad comercial. En nuestro país, aprovechándose de las condiciones infrahumanas de las actuales prisiones, poniéndose al unísono con el movimiento del capital, el flamante presidente del cambio, les ofrece a nuestros oligarcas la construcción y gestión de las nuevas prisiones. Nosotros sabemos que en El Salvador la educación de calidad, de mediana calidad, es una mercancía dejada a instituciones privadas, el Estado no asume precisamente lo que le dicta la Constitución, de prodigar a todos la educación gratuita y general.
Estudiar a Marx es una tarea actual
Estudiar a Marx no es un lujo, ni nada superficial, es una necesidad para entender el mundo presente, para saber cómo podemos transformarlo. Hay muchos que llegan al absurdo de afirmar que Marx no tiene una teoría política. Como siempre se trata de personas que no han estudiado a Marx.
Muchos se han quedado pensando según los cánones que se impusieron en la difunta Unión Soviética, esa caricatura que redujo el pensamiento de Marx en un recetario formal y anti-dialéctico. Pero en Marx podemos encontrar indicaciones fundamentales sobre una real práctica política y sobre los presupuestos de la sociedad futura. Pero de la misma manera que pasa con su dialécta materialista hay que ir a buscar su pensamiento político en todos sus escritos, incluso en aquellos que no aparentan contenerlo.
Esta es una tarea actual. Pero al mismo tiempo no se trata de una tarea que hay que iniciar, ya existen muchos trabajos realizados y algunos han avanzado mucho. Es cierto que se trata de un terreno en el que se marcha muy despacio y muchos son los que se desesperan, los que pierden paciencia. Se trata de un trabajo arduo, incluso se trata para muchos de entre nosotros de algo totalmente nuevo, sobre todo entre nosotros los salvadoreños.
La urgencia de nuestra situación nos ha obligado siempre a dejar de lado el estudio de la teoría revolucionaria. La falta de libertades durante tantos años tampoco ha sido una circunstancia propicia para el estudio. También la falta de libros, de casas de edición, de cursos de filosofía, etc. no nos ha ayudado mucho.
Huérfanos de pensamiento y de acción
Es cierto que la famosa pregunta de Lenin “¿Qué hacer?” nos trota en las cabezas y pensamos que todo se reduce a tratar de resolver los problemas de esta coyuntura, como si no existiera la necesidad de crear reales proyectos para el país, para nuestra nación. Ahora ante el fracaso de la estrategia y la práctica politiquera del FMLN, que reduce su participación en el gobierno a mendigar parcelas de poder al arrogante presidente que ellos mismos nos impusieron, los que pensaron otro futuro para el país se encuentran huérfanos de pensamiento y de acción. La urgencia nos aparece monstruosa, la situación no puede admitir postergaciones, los problemas de la sociedad son muchos, no se trata sólo de la violencia —este problema es inflado demasiado para que no veamos los otros— el desempleo es gigantesco, los salarios son de miseria, pero son millones los que no tienen ni siquiera esos salarios, son muchas las familias que viven sin poder planear ni el almuerzo, ni mucho menos la cena. Los millones de salvadoreños que se han ido al extranjero son el resultado de los tantos problemas socio-económicos de la sociedad salvadoreña. Algunos se fueron en busca de mejores horizontes, otros huyendo del hambre, pero todos se fueron porque el país no les ofrecía futuro.
Ante esto puede parecer absurdo venir a proponer escudriñar los textos de un filósofo alemán del siglo XIX, pero justamente nuestros fracasos políticos no se lo debemos al exceso de estudios y reflexión, sino que a una ausencia de análisis claros y concretos de nuestra realidad. Se la debemos al oportunismo de los dirigentes que se han ido sucediendo en la dirección de los partidos que se declaraban revolucionarios. Se trata de un problema mayor de nuestra realidad.
Si el oportunismo político es viejo entre nosotros, también es necesario saber que es vieja nuestra combatividad, son muchos los ejemplos en nuestro pasado en los que hemos visto a nuestro pueblo levantarse y exigir mejores condiciones de vida. Al lado del oportunismo han existido siempre hombres y mujeres de gran temple revolucionario. Su ejemplo nos incita a no volver en mero activismo sin sentido la actividad revolucionaria, que no puede existir sin una reflexión previa, sin teoría revolucionaria. Esto nos lo hemos repetido como cantaleta, ahora también es urgente poner en práctica la elaboración de la teoría, volver nuestro el pensamiento de Marx.