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21 febrero 2012

La tolerancia y las ideas fascistas

Entre nosotros son recurrentes los llamados a la tolerancia. No obstante tolerar algo tiene muchos sentidos, aunque se trata en los casos a los que me refiero, por lo general, a aceptar las opiniones ajenas. No se trata ni siquiera aceptar que otros tengan otro modo de pensar, sino que las ideas de unos y otros son válidas por igual.


No estoy de acuerdo con esta concepción y no puedo estarlo. Pues concordar con este pensamiento significa caer en un relativismo nefasto, en una especie de eclecticismo sin principios. Esto implicaría que en última instancia no vale la pena tener principios, que mis convicciones no son verdaderamente convicciones, pues su valor no depende de ellas mismas, de su verdad, sino que de la existencia a su lado de otras ideas. Esta manera de abordar el valor de las ideas nos lleva simplemente a camuflar nuestras posiciones y a renunciar al debate de ideas dentro de nuestra sociedad.


Se puede consentir que en nuestro país no estamos acostumbrados a discutir, que rápidamente se alza el tono, que la ofensa y el insulto toman el lugar del argumento. La necesidad de abandonar estas prácticas por muy apremiante que sea para llegar a un debate civilizado, no puede conducir a la negación del debate mismo. Pero voy a otra cosa aún de mayor peso. En nuestra sociedad existen ciertas posiciones, se adelantan ideas que simplemente no se pueden aceptar, por lo menos los que consideramos que plantear que el asesinato de un sospechoso por parte de un policía o un soldado se convierta en una ejecución sumaria, aplicando una pena de muerte enmascarada. Esto lo ha propuesto y sigue proponiendo el ministro de Seguridad Pública, Munguía Payés. Propone “estados de sitio circunscritos” a ciertos territorios, donde las leyes de la república no serían aplicadas. El nuevo director de la PNC, el general Francisco Ramón Salinas Rivera, propone que el allanamiento de domicilios pueda ejecutarse sin orden judicial. Para este militar acudir a un juez es simplemente perder el tiempo en burocracias, ha llegado a afirmar que los derechos humanos constituyen ni más, ni menos, que un estorbo.


Funes tiene las manos atadas


Estas posiciones extremistas, de un fascismo bastante descarado, se han enunciado durante el gobierno del cambio, el que se suponía traería un nuevo impulso de democratización de nuestro país. Normalmente, si el presidente Funes no tuviera al respecto de estos nombramientos las manos atadas por la orden recibida de parte de los Estados Unidos, no se hubiera conformado en afirmar que esas medidas no se van a aplicar. Pero esas medidas distan mucho de lo que se supone piensa un demócrata, eso debe chocar la sensibilidad de un hombre apegado a los derechos de las personas. Lo que se imponía era la inmediata destitución, pues estos dos personajes no se han equivocado, no han cometido un desliz, se trata de lo que piensan y sienten profundamente. ¿Es compatible ese pensar y ese sentir con los fines que anunció Funes en su campaña? Por supuesto que no. Pero no voy a jugar el ingenuo, sé perfectamente que el presidente no ha cumplido en nada con lo que propuso cambiar en nuestra sociedad.


Todas estas ideas, posiciones y actitudes no merecen el más mínimo respeto, pues son contrarias a los principios civilizados en los que tratamos de fundar nuestra sociedad. Entonces en aras de no sé qué tolerancia, tendría que moderar mis palabras y no llamar pan al pan y vino al vino. Lo que nos toca es ahora alertar a los demócratas salvadoreños que se han adormecido, a los demócratas del mundo que tal vez no se han enterado del peligro que atraviesa de nuevo nuestro país. Pues esta militarización de la sociedad iniciada por el gobierno de Funes es sumamente peligrosa. La banalización de los soldados en las calles, los dos nombramientos de militares en ruptura con la tradición mantenida por el partido de derecha ARENA, de tener apartado de estos puestos a militares en respeto a los principios de los Acuerdos de Paz, son señales muy negativas para el proceso democrático endeble que sigue el país.


Lo peor es que a pesar de que el presidente dice que no se van a aplicar los estados de sitio, el ministro va a la Asamblea y persiste en el mismo tipo de declaraciones. No podemos quedarnos indiferentes ante tales agravaciones en el ambiente político nacional. Pero es menester también tener en cuenta que estas ideas que ahora expresan estos militares son idénticas a las que han ido siendo propagadas por los ideólogos de la derecha. Estos han insistido —y los oligarcas también lo afirman— que “estamos en guerra” contra la delincuencia, contra las maras. Hasta ahora los gobiernos sucesivos, incluyendo este, no han querido tomar medidas preventivas, se han negado a la revisión de la ley de importación de armas de fuego, a revisar las normas de adquisición y portación de armas. Los programas sociales en los barrios son inexistentes. La política preventiva ni siquiera es un tema de discusión o por lo menos no se le toma con la seriedad debida. Todos los gobiernos han preferido agravar las penas de cárcel, facilitar la represión. Pero la policía sigue teniendo los mismos problemas para reunir pruebas. La fiscalía prefiere acusar a los jueces y muchos jueces prefieren denunciar a la policía y a los fiscales.


Las soluciones sumarias


Toda esta política represiva responde justamente al estado de impaciencia y de desesperación de la población. La criminalidad ha logrado atemorizar a la población a tal punto, que esta no puede más que esperar soluciones sumarias. La población está exasperada, por ello aplaude y aprueba todas las medidas represivas. Los gobiernos, todos los gobiernos areneros y el actual, han tenido actitudes populistas, sus leyes no persiguen erradicar a las maras, sino complacer a la población atemorizada. El estado anímico de la población salvadoreña es tal, que tal vez la mayoría de ella haya visto con ojos aprobatorios el drama acaecido en Honduras.


Lo que acabo de afirmar no es pelegrino. En los comentarios que dejan los lectores en los periódicos, en las revistas en línea, en los foros sociales de internet se promueve este tipo de crimen como un sano remedio para nuestra situación. Esto ya no es un simple síntoma. La sociedad salvadoreña entera está enferma de una ideología que tiene como objetivo el exterminio de una parte de su propia población. Matar ya no es un crimen si se mata a un marero.


Los crímenes cotidianos, su atrocidad indescriptible, el aumento continuo son hechos insoportables y no se pueden tomar a la ligera. Hay urgencia en tomar medidas que realmente conduzcan a reducir rápidamente la acción criminal de estas bandas. Pero al mismo tiempo, ¿se trata exclusivamente de estas bandas? ¿Son ellas las responsables de la mayoría de los crímenes cometidos? La prensa y los políticos de la derecha han ayudado a propagar esta idea. La criminalidad en el país no se puede reducir al accionar de las maras. Existe otro tipo de delincuencia, que incluso le conviene pasar desapercibida y que usa como sicarios a los mareros.


En todo caso nada de lo que he dicho puede reclamar la tolerancia. Ni los hechos criminales, ni las ideas inculcadas en la población por la derecha, ni las declaraciones del ministro, ni del director de la PNC pueden ser toleradas. Se vuelve urgente una batalla que venga a contrarrestar todo esto. Pues si por desgracia los designios ministeriales llegaran a realizarse, entraríamos a un mundo de incivilización aún más oscuro del que ya conocemos.


Si vuelvo a lo que afirmaba al principio, no podemos aceptar que todas las ideas se valen, que simplemente se trata de comprender al prójimo. No, las ideas pueden servir para plasmar en la realidad hechos que nos pueden simplemente conducir a la barbarie. Si en vez de perder el tiempo con leyes represivas como la “Ley mano dura”, la ley “Mano súper-dura” y la ley “Anti-maras”, que al contrario han agravado el fenómeno, si desde el principio se hubieran tomado las medidas preventivas y educativas urgentes y necesarias, no estaríamos ahora lamentando tanta muerte y justificando otras. Estas leyes se sustentaban en una ideología perniciosa, la violencia no se puede combatir por otros medios que la violencia misma.


Nuestra sociedad es violenta


Entonces se llevó adelante una campaña en la que se presentó a las maras como algo venido de afuera. Sí, al inicio llegaron de afuera, pero encontraron en el país un terreno fértil para su actividad delictiva. Los mareros no son extraterrestres, son seres humanos, son salvadoreños, son jóvenes cuyo delinquir toma como fuente la sociedad misma en la que viven. La sociedad salvadoreña es violenta. Esto no es un postulado, ni una hipótesis. Es una realidad que debemos enfrentar y que debemos asumir. La violencia existe al interior de las relaciones familiares, escolares, laborales, etc. Pero la violencia no es sólo física y verbal. Hay una violencia institucional que se manifiesta en los salarios de miseria, en las condiciones de trabajo y de vida precarias en las que tienen que vivir miles hombres y mujeres de nuestro país. No podemos ignorar o mostrarnos indiferentes a este hecho crucial ante el que estamos enfrentados. Fue esta violencia la que engendró la guerra que tuvimos en la décadas de los ochenta y noventa. La violencia social y económica para mantenerse necesitó de la violencia represiva, de la violencia antidemocrática.


Ni la guerra, ni los Acuerdos de Paz, ni las políticas de los gobiernos areneros, ni la política de este gobierno han resuelto los problemas sociales, políticos y económicos que originaron el conflicto. Las condiciones son las mismas, en cierta medida se han agravado. Pero la violencia institucional ha engendrado ahora otra violencia que no es política, que no pretende resolver los problemas, como fue la guerra de liberación. Se trata de una violencia irracional, bestial incluso, pero no deja de ser reactiva a la realidad que la engendra. Por lo tanto no podemos pensar la solución entregando nuestro destino a una ideología y a una institución que en gran parte es responsable del problema.


Los que protestaban en los años sesenta y setenta eran considerados agentes de potencias extranjeras. Sus reivindicaciones no fueron escuchadas, su dignidad fue rebajada y negada, su condición de personas fue pisoteada. La represión entonces fue feroz, no hay que olvidarlo. La violencia entró al país, con cadáveres mutilados abandonados en las calles, a la orilla de los caminos y carreteras. Las atrocidades eran exhibidas para escarmiento de la población. Hubo masacres antes de la guerra, no olvidemos esto. Las setenta y cinco mil víctimas denunciadas por la Comisión de los Derechos Humanos no fueron víctimas de la guerra, sino que de la represión. La Guardia Nacional, la Policía de Hacienda, la Policía Nacional, el Ejército y todas las patrullas y escuadrones de la muerte son los responsables de esas muertes, pero no fue durante combates de guerra, sino que en actos represivos.


La ideología del discurso de Munguía Payés y de Salinas Rivera es intolerable y puede conducirnos a la repetición de la misma tragedia. La responsabilidad de Funes está comprometida, pues asume con creces su papel de único decidor y de jefe militar.

15 febrero 2012

Los fines y los medios

“La impaciencia exige lo imposible. Pretende alcanzar el fin sin dotarse de los medios”. Estas frases del prefacio a La Fenomenología del Espíritu de Hegel me impactaron desde siempre por la justeza y su aplicabilidad universal. Por supuesto que no basta con tener en mente esta sentencia aforística para saber cómo actuar en cada caso. Pues el problema justamente reside en que para conocer los medios es necesario tener claros los fines. Eso es justamente lo que cuesta determinar de manera positiva. Por lo general, ignoramos lo que queremos alcanzar, lo que rechazamos se percibe de inmediato, es la realidad de hoy, esto que tenemos en frente.


Esta negación de lo que sufrimos, el rechazo de esta cruel realidad no basta para conocer exactamente lo que deseamos. Sin embargo es en esta realidad, en su conocimiento que podemos encontrar la pauta de lo que anhelamos. Es decir que la primera negación no puede ser un simple rechazo, sino que un conocimiento íntimo de esta realidad. Pues lo nuevo que podemos o no construir, depende en mucho de lo que tenemos ahora.


Cuando enumeramos los problemas que nos agobian y nos planteamos las posibilidades de solución que nos ofrece la realidad actual, nos damos cuenta que no se trata tanto de una imposibilidad material, sino de una falta de voluntad real de resolverlo. Pero al mismo tiempo no se trata de un problema psicológico, de una incapacidad inherente a los gobernantes e incluso a la “maldad” de nuestros oligarcas. Esto puede existir, puede ser cierto. No obstante hay algo más, algo mucho más importante, mucho más fundamental. Se trata de un impedimento de principio, pues resolver los problemas que enfrentamos implica suprimir lo que funda la sociedad actual.


El acaparamiento de las riquezas en pocas manos, la vida opulenta de unos cuantos, pero sobre todo el hecho de que este acaparamiento de riquezas produce en el otro extremo pobreza indigente y mucha desesperanza es el resultado del funcionamiento mismo de la sociedad, que se divide en clases que poseen los medios de producción y los que tienen únicamente su fuerza de trabajo para venderla. No se trata de buscar o instaurar un mejor reparto de las riquezas, sino que las riquezas producidas no puedan ser alienadas a sus productores para objetivos privados y en vista de la acumulación y el aumento sin límites de los capitales. Pues el objetivo del sistema capitalista no es la satisfacción de las necesidades sociales, sino que la reproducción y la ampliación de los capitales. Por consiguiente no importa ni lo que se produzca, ni cómo se produzca, lo que importa es la ganancia.


La lucha comienza cuando el patrón fija el salario


Esto significa que lo que rechazamos, en primer instancia, incluso ignorándolo, es el sistema económico. Pero aquí es necesario ir desmenuzando el concepto, pues he arrancado de los planteamientos abstractos, de lo más general. El hecho de que al capitalista no le importa ni qué, ni cómo se produzca tiene consecuencias incalculables en la vida cotidiana de la gente. Pues si lo que le interesa sobre todo es la ganancia, evidentemente las condiciones de trabajo de los obreros no constituyen su principal preocupación, ni tampoco si la retribución de la fuerza de trabajo es suficiente para que la familia de su empleado viva correctamente. Al contrario, las condiciones de trabajo adecuadas traen gastos y mejores salarios merman sus ganancias. Es por ello que la famosa “lucha de clases”, que algunos piensan que es un diabólico invento marxista, se inicia justamente en este punto. El que determina los gustos, la ropa que vamos a comprar o no vamos a comprar, lo que vamos a comer o no vamos a comer, si podremos o no satisfacer los pedidos de nuestros hijos, si nos vamos o no a la playa en las próximas vacaciones, etc., todos los gastos que podremos realizar o no, eso lo decide el mismo que determina nuestros salarios.


La lucha de clases comienza allí desde el momento en que te anuncian cuánto vas a ganar. Cuando un obrero pide aumento entra en lucha por su vida, por su familia. Pero si lo hace solo, individualmente pues puede que lo obtenga, pero la mayor de las veces, no sucede así, incluso antes de pedir aumento se desvela cavilando cómo lo va a hacer, le cuesta decidirse, pues puede simplemente oír: “si no te gusta el sueldo, allí está la puerta”. Es allí donde surge palmariamente la necesidad de unirse con los otros trabajadores. Pero para unirse con otros es menester que todos se reconozcan como pertenecientes a la misma clase, que tienen los mismos intereses y que tienen que reunirse para enfrentar al patrón.


Con una clase obrera organizada en sindicatos propios, en sindicatos dispuestos a llevar adelante las luchas reivindicativas para mejorar las condiciones de trabajo y de vida de los trabajadores, surge de repente con fuerza el carácter de clase del Estado. Se palpan todas las deficiencias del Código Laboral, la parcialidad de los jueces y si los trabajadores deciden llevar a la plaza pública sus demandas aparecen los ataques en la prensa patronal y siempre corren el riesgo que las fuerzas represivas policiales repriman con garrotes y bombas lacrimógenas.


La principal contradicción social


Estos enfrentamientos, como se ve, no son causados por una mano peluda venida de no sé sabe dónde, han surgido porque por lo general los salarios fijados por los patrones no corresponden en nada a las necesidades de los trabajadores. Los bajísimos salarios producen obligatoriamente mayores ganancias. Estamos precisamente ante la principal contradicción social en el mundo capitalista. Esta contradicción es permanente. Por supuesto que si su existencia es constante la lucha de los trabajadores no siempre está presente. La ausencia de esta lucha no implica ausencia de esta contradicción, lo que significa es que los patrones tienen la fuerza suficiente para impedir que los trabajadores se rebelen.


En El Salvador esta fuerza reside en la ausencia de verdaderos sindicatos de clase, reunidos en fuertes confederaciones y dispuestos a luchar para obtener satisfacción de las demandas laborales. Esta fuerza se manifiesta en el apoyo que recibe el patronato de parte de su prensa, de parte del Estado con sus leyes, sus jueces, su policía y su ejército. La fuerza de los patrones reside pues en la debilidad del movimiento obrero.


Aquí no he hablado de una sociedad futura, ni del camino que pudiera conducirnos hacia ella. Apenas he planteado que en estos momentos se ve claramente que no basta que un partido de “izquierda” acceda al poder ejecutivo para que la clase trabajadora obtenga satisfacción. Pues el Estado capitalista que sigue en pie, con todo su aparato legal y represivo, no puede intervenir realmente en favor de los trabajadores. Hasta ahora no hay cambio en las leyes laborales, las pocas que hay no son respetadas, los patrones mantienen en sus empresas un régimen casi feudal, adentro de las empresas no entra la civilización, los patrones ejercen un poder ilimitado, no solamente al fijar los salarios de miseria, sino que exigiendo mayor productividad, flexibilidad de horarios, incumplimiento de sus obligaciones.


¿Qué se ha hecho durante todo el período de después de la guerra para cambiar esto? Los trabajadores han perdido su combatividad y han ido perdiendo su conciencia de clase. Por consiguiente surge la imperiosa necesidad de una reorganización del campo político, de la visión política y de la actividad política. ¿Puede asumir esto el partido en el gobierno? Francamente, no. El FMLN está encastrado en los marcos politiqueros del electoralismo.


Mucho más substancial que la papeleta en la urna


Porque lo que he descrito arriba, no se va abolir con el vaso de leche, los uniformes y los zapatos a los estudiantes. Superar esta sociedad que siempre va a estar deshumanizando a los trabajadores, obligándolos a convertirse a diario en mercancías, a vender a precio miserable sus fuerzas físicas e intelectuales, a sufrir todo tipo de alienaciones. Esto puede cambiar si el pueblo, los trabajadores se dotan de nuevos instrumentos de lucha, de los medios necesarios para cambiar la correlación de fuerzas real en la sociedad.


Se trata pues de algo mucho más substancial que ir a meter una papeleta en una urna para aumentar el número de diputados que “bajan” al pueblo durante las campañas electorales a prometer cambios que no tocan el meollo de la sociedad capitalista. ¿Alguien ha visto a algún diputado venir al encuentro de los trabajadores a instarlos a que se organicen para resistir los ataques patronales? ¿Alguien ha visto a un dirigente venir a la puerta de una empresa a tratar de organizar a los trabajadores?


Al contrario hemos visto como dirigentes del FMLN le han repetido al patronato que pierdan sus prejuicios ante ellos, que ellos no tienen nada contra el gran capital. Medardo González, José Luis Merino y Sánchez Cerén en diversas ocasiones han insistido en esos términos. No se trata pues de algo subalterno, son dirigentes miembros de la Comisión Política. Pero más allá de esas declaraciones, está su silencio ante la política del gobierno Funes, silencio y falta de análisis del “Asocio” firmado con los Estados Unidos, silencio ante la militarización de la sociedad.


Los dirigentes del FMLN se han puesto a practicar una política a tientas, callando cuando temen que el presidente puede manifestar su descontento, pronunciando medias palabras de reprobación cuando ya no les queda otra. Pero ninguno de esos murmureos se plasma en una protesta real ante el servilismo presidencial hacia el imperialismo estadounidense. Pues la militarización de la seguridad corresponde a los deseos de los amos del Norte. Se trata de aplicar planes largamente elaborados por los servicios y oficinas de estrategia del Pentágono y del Departamento de Estado. Los cambios en el Ministerio y en la PNC han llegado inmediatamente después de la firma del “Asocio”. ¿Qué análisis tiene el FMLN sobre esto? Ninguno.


Ante este partido que ya no puede pretender a ser el partido de los trabajadores, que sigue gozando de la aureola de luchas pasadas, puede no obstante continuar confundiendo a mucha gente, puede ampliar su tarea de despolitización de la sociedad, pues por el momento ocupa casi todo el campo político de la izquierda. Pero se trata ahora de una usurpación, Por esto que cada vez más hay gente que se plantea seriamente la construcción de otra estructura política, que venga refundar el movimiento popular, a darle un viraje a la política en el país, a darle un contenido de clase e invadir todos los terrenos de lucha, que son vastos, pues los problemas nacionales son innombrables. La vida política no se puede limitar a las elecciones.

09 febrero 2012

El Estado y la sociedad

El estado visto como un instrumento de transformación social que ha merecido y ha suscitado discusiones y aplicaciones es lo que se ha conocido como "dictadura del proletariado". El término que no fue un logro, pues la palabra dictadura era la que se sentía como primera y fundamental e iba en contraposición a la dictadura de la burguesía. Pero esta última no se percibía, ni se percibe aún ahora como una dictadura.


Pero los que convierten el problema del Estado como central, cambiando su contenido, es decir llevándolo a ser el organismo de dominación de las clases trabajadoras sobre las clases explotadoras, hasta hoy no han logrado llegar realmente a la construcción de otro tipo de sociedad. Pero incluso es necesario saber que tanto el Estado nuevo, como dictadura del proletariado, no fue considerado por los teóricos como algo estático, como algo permanente. Tanto el estadio socialista de la sociedad, como la dictadura del proletariado, eran considerados como pasajeros, como transitorios hacia el comunismo.


La experiencia del « socialismo real » que en realidad se fue convirtiendo en capitalismo de Estado nos obliga a profundizar y revisar los planteamientos que dieron base a estas experiencias y observar detenidamente lo ocurrido en esos procesos. Esto es una urgencia. Incluso y aunque ahora esto nos aparezca como un simple entretenimiento teórico. Pero las consecuencias prácticas son enormes.


No solamente se trata de las consecuencias prácticas futuras, sino que las consecuencias son también pasadas y como sabemos han sido trágicas para las clases trabajadores y para sus luchas de liberación. Por consiguiente un planteamiento que persiste es seguir considerando al Estado nuevo (insisto en esta cualidad) como algo que está sobre la sociedad, como algo externo, como lo que determina. No obstante ese es un error, porque si aún ahora esta ilusión ideológica nos aparece como una realidad contundente, basta ver los fundamentos de la sociedad y su funcionamiento, para percatarnos que el Estado no es una excrecencia externa a la sociedad, sino que es la sociedad la que determina al Estado. Pues en el Estado y en sus instituciones se refleja, se plasma la dominación, las relaciones existentes en la sociedad, se trata de las relaciones de dominación de la burguesía sobre el resto de las clases sociales. Esta dominación no es sólo económica, sino que social y cultural. El Estado tiene como función mantener esta dominación, lo puede hacer con las modalidades “democráticas”, pero si es necesario recurrir a la fuerza, esta existe y está siempre lista a intervenir. Esto sucede incluso en los países cuyo funcionamiento se nos presenta como ejemplar desde el punto de vista democrático.


Entonces los que pretenden transformar la sociedad no pueden ver al Estado actual como su instrumento para transformar la sociedad, pues sus estructuras están hechas para mantener la dominación de la burguesía. Es por ello que los revolucionarios desde siempre han hablado de la destrucción del Estado burgués y la instauración de un nuevo Estado: la dictadura del proletariado.


Pero ya lo he dicho arriba, esto tuvo el inconveniente que todos conocemos, no fue el proletariado el que impuso su dictadura, sino que fue el grupo dirigente del Partido el que asumió el poder e impuso su dictadura. La esquematización de la teoría marxista llevó a transformar lo planteado por Marx en su Crítica al Programa de Gotha y otros textos sobre la situación que se dio en Francia, en sus luchas revolucionarias y de la Comuna de París.


En todo caso, el carácter transitorio del socialismo se transformó en una etapa más o menos permanente (por lo menos pensada como tal) y el Estado (la dictadura del proletariado) también como algo permanente y sin posible evolución. Y se le dio el mismo rol de determinar a la sociedad y se convirtió en el organismo que perenniza la dominación sobre la sociedad por la burocracia del partido y de los órganos del poder (los organismos de la represión social y política).


Pero hay un punto en el pensamiento de Marx, que casi nunca se menciona, que el estado debe extinguirse, que su poder debe diluirse en la sociedad, la administración de los hombres por parte del Estado debe desaparecer y tal vez mantener sólo la administración de las cosas. Lo que le restaría precisamente su papel de órgano de preservación de la dominación de un grupo sobre la sociedad entera.


Pero lo que es de mayor importancia, es tener siempre presente que el carácter del Estado no se determina en abstracto, sino que es el resultado de las relaciones al interior de la sociedad. Por consiguiente que para los revolucionarios el principal objetivo es superar las relaciones de dominación actualmente existentes en la sociedad burguesa. La dominación burguesa es toda una serie de alienaciones, las que resultan de las relaciones de producción capitalistas y que adquieren todo tipo de formas sociales y culturales.


Es decir, se trata de emprender un proceso de desalienación socioeconómico y cultural profundo y activo. Esto implica nuevas prácticas sociales. Aquí hemos incluso hablado de una de ellas es la reapropiación por las personas de la cosa política, empezando por la construcción de un nuevo partido, en que no se refleje el estado actual de la sociedad, en la que obligatoriamente tienen que haber dirigentes, encaramados, encastrados en el poder partidario. Se trata pues de un nuevo partido que haga desaparecer las relaciones jerárquicas en la definición de las políticas y posiciones del partido. Se trata no solamente de la dominación de una cúpula, sino que también de darle a todos la posibilidad de participar realmente en el pensamiento del partido, en las deliberaciones y decisiones partidarias. Esto es nuevo, no ha existido realmente hasta ahora, es necesario primero pensarlo profundamente y en detalle y luego proyectarnos en su funcionamiento. Esto implica una innovación radical, en primer lugar porque esto no puede venir de un grupo exclusivo de personas, sino que se debe construir con la gente, con su participación real y efectiva.