Desde siempre los salvadoreños hemos cultivado y
manifestado un afán unionista centroamericano, esto a pesar de que siempre se
ha sospechado que este sentimiento oculta intereses inconfesables. Hubo un tiempo
que se nos consideraba el país con mayor desarrollo de la región, algo que
nunca fue cierto. Otras veces se sospechaba que deseábamos descargar en los
territorios de nuestros vecinos el excedente de población (que en cierto
sentido ocurrió con Honduras), etc. En todo caso este tema es muy recurrente
entre nosotros y creo que ha sido lo que ha dado origen al famoso Parlacen cuya
inutilidad no exige demostraciones, además de ser una carga presupuestaria.
No obstante este afán unionista es más declaratorio que
otra cosa, es casi un rito. De vez en cuando se recuerda la antigua unión,
aunque nadie se refiera a las guerras con que se armó y las guerras que la
desarmaron. El famoso y añejo dicho de que la unión hace la fuerza no deja de surgir en las conversaciones sobre el
tema y que juntos resistiremos mejor ante los del Norte.
Más allá de este folclor y de organizaciones que se
proclaman “centroamericanas” nada concreto ha venido a darle consistencia a ese
afán unionista. Hay un aspecto en todo este asunto que no deja de llamar la
atención, este unionismo se pronuncia de entrada por la forma federalista,
consagrando ya la existencia de entidades nacionales distintas y que aún unidas
guardarían su autonomía. Sin embargo otro tema recurrente y que acompaña al
precedente: que si bien es cierto somos distintos, los rasgos comunes son
mayoritarios, que las diferencias son superficiales. Pero la realidad es que
somos países cuyo desarrollo no ha sido igual y que cada uno dentro de sus
fronteras ha tenido su propia historia, creando sus propias instituciones, sus
propias tradiciones y sus modos de ser.
Paralelo a este tema, que aparece en declaraciones
de sesudos pensadores y es que no somos realmente una nación (nosotros los salvadoreños),
que no tenemos cultura, etc. Este tipo de declaraciones no son privilegio de
salvadoreños, en otros países suelen surgir también estas quejumbrosas
declaraciones. Muchas veces nos llamamos, y nos llaman los europeos, naciones
jóvenes. Algunos no se sabe por qué agregan: “sin historia”. Pero muchas
naciones europeas son tan recientes como las americanas, me refiero a las
naciones que se han ido formando con el surgimiento y auge del capitalismo.
Aquellos que remontan el origen de sus naciones a remotos períodos anteriores
se basan en leyendas y mitos, dándole continuidad a entidades que no tienen la
misma identidad en el transcurso de todos esos siglos. En todo caso, esa
mitología es la que ha moldeado una ideología que se ha divulgado por el mundo
y se acepta acríticamente, que entre nosotros ha dado como efecto un
desalentador complejo de inferioridad nacional. Es por eso que no es raro que
algún pensador nuestro salga con eso de que nosotros
no somos ni siquiera una nación.
La conformación de las naciones en ninguna parte ha
seguido los mismos moldes, los mismos cánones. Por supuesto que la existencia de Estados que
ejercen su soberanía en un territorio determinado, dentro de fronteras
delimitadas y reconocidas y donde habitan poblaciones más o menos homogéneas y
con una misma lengua, son características que han servido como el fundamento de
las naciones. Estas toman forma y contenido en procesos muy complejos, en los
que las condiciones concretas de la reproducción de la vida, que no son
solamente naturales, me refiero que estas condiciones abarcan aspectos
culturales.
Lo que importa en esto no es lo que puedan pensar
algunas personas —de nuevo Marx vuelve a tener razón— lo que cuenta es lo que
los hombres son y no lo que ellos piensan de sí mismos. Por mucho que
enjundiosos pensadores se empecinen en repetir que ni somos nación y ni tenemos
cultura, la realidad nacional es palpable en cada momento crucial de nuestra
vida en tanto que sociedad.
Es evidente que las circunstancias materiales han
ido determinando los procesos del desarrollo histórico de nuestra nación. El
simple hecho de no tener salida hacia el Atlántico condicionó las relaciones
comerciales del país durante el periodo colonial y poscolonial. La ausencia de
recursos minerales de gran importancia no provocó por supuesto un atractivo
particular para construir vías que nos sacaran del relativo aislamiento en el
que se mantuvo, durante largas décadas, la zona pacífica de Centroamérica. Lo
dicho es harto conocido, aunque repetirlo una vez más al tratar este tema no es
superfluo.
Todos sabemos de sobra que la Conquista española
vino a interrumpir violentamente los procesos históricos de los pueblos de este
continente. Esta interrupción tuvo efectos distintos en las diferentes zonas
del continente, no todo fue homogéneo, ni siquiera las conquistas de cada zona
encontraron el mismo tipo de resistencia, ni duraron el mismo tiempo. Esto
trajo consigo también diferentes tipos de colonización, de sometimiento de las
poblaciones, de destrucción de tradiciones, de hábitos, etc. La vida social y
económica en todo el continente tomó un nuevo rumbo, en el que las poblaciones
sometidas adoptaron diferentes maneras de resistencia al colonizador. Los
colonizadores también tuvieron diferentes maneras de adaptarse a las poblaciones en cada zona, variando sus
actitudes y la explotación de ellas.
El nivel económico y cultural de las poblaciones
del continente tampoco era homogéneo, ni la relación entre las distintas
naciones y tribus era igual en todas partes. Los colonizadores encontraron
situaciones distintas y sus intereses se fueron adaptando a ellas. No obstante
no se ignora que el objetivo principal de toda la actividad colonizadora era la
extracción de riquezas materiales hacia la metrópoli europea. Todo el
desarrollo tuvo como principal motor el
enriquecimiento de un ente exterior y las tensiones que se fueron creando
en todo el continente tuvieron como fondo social esta nueva contradicción de
intereses entre el colonizador y las poblaciones colonizadas. Es holgado
concebir que los intereses del Reino de España también fueran diferentes
respecto a cada región y la atención que prestaban al desarrollo local dependía
de sus propios intereses y de las riquezas naturales locales.
Las relaciones de la colonización de cronistas
españoles muestran de alguna manera lo que acabamos de anotar. Pero la historia
colonial, la que relata la vida de las colonias, toma en cuenta primordialmente
todo lo que concernía la dominación bajo todos sus aspectos, la apropiación
colonial y la vida de los colonos. La vida de los subyugados no les mereció
ningún interés, salvo cuando era necesario reprimir o cuando marcaban la
aceptación y asimilación de la cultura española.
Cada uno de los pueblos americanos tuvo por
consiguiente desde la colonia su propia historia
en la que se fueron, desde entonces y durante todo ese tiempo, amoldando sus
propias características, si se quiere usar un término que con frecuencia resume
bien lo que se quiere expresar aquí, se conformaron las idiosincrasias
nacionales.
En todo caso los movimientos de Independencia, en
todo el continente, fueron encabezados y liderados por criollos (europeos
nacidos en América) y fueron capaces de reunir masas suficientes para la lucha
y convencerlas de que ellos representaban los intereses generales de toda la
población. Esto sucedió también en otros países, en los que las burguesías lideraron
las luchas contra la dominación monárquica y nobiliaria. Este punto es de suma
importancia, pues los criollos que ya no se consideraban, ya no se
identificaban como miembros de pleno del Reino español, habían adquirido una
nueva identidad, al convencer a masas enormes de la población para emprender la
lucha por la Independencia, tenían que convencer a todas esas poblaciones que
todos pertenecían a otra nueva entidad con una nueva identidad. Este momento de
toda la historia continental es común a todos: no se puede exigir la Independencia
si uno no se considera una entidad determinada y sobre todo distinta de la entidad opresora. Este
aspecto único está compuesto de esos dos momentos, reconocerse como una entidad
y reconocer al opresor como distinto. En la historia este aspecto es parte del
nacimiento de las nuevas naciones, del sentimiento de pertenencia a un
conglomerado que puede actuar por su propia cuenta. Sin este momento cultural
es imposible la Independencia, ni la lucha por ella.
Desde hace cierto tiempo, se ha venido creando un
enredo sobre nuestra propia Independencia, hasta llegar algunos a afirmar de
que nunca fuimos independientes y que el movimiento independista no constituye
realmente algo que se pueda considerar como un movimiento popular. En primer
lugar algunos piensan que los próceres de la nuestra independencia estaban
obligados a finales del siglo XVIII e inicios del XIX a conducir una revolución
social de carácter proletario y socialista. Esta pretensión no se le exige a
los revolucionarios franceses y ser terrateniente para nuestros próceres se
convierte en un oprobioso delito. Hay quienes dan las cifras de las caballerías
de las que eran propietarios los Delgado o los Aguilar. El hecho tan sencillo de
que no poseemos registros catastrales no los disuade a continuar con ese tipo
de afirmaciones.
Hubo en el territorio salvadoreño por lo menos dos
intentos antes de 1821 y en ambos hubo uso de armas, hubo revueltas y hubo
muertos y prisioneros. Incluso el más denegado de entre los próceres, José
Matías Delgado, fue llevado hasta Guatemala engrillado y puesto en prisión, su
enorme popularidad de entonces es ahora ignorada: el movimiento de solidaridad
fue tal que Matías Delgado fue electo rector de la Universidad de San Carlos de
Guatemala, dándole con ello cierta inmunidad política. Muy curiosamente la “izquierda”
ha elegido a un prócer que se le tilda de popular como para distinguirlo del
resto. Todo esto es parte de nuestro folclor histórico. La verdad es que en los
años cincuenta del siglo pasado ante la ausencia de una historia nacional
documentada y realmente científica, se sintió la necesidad de desvirtuar o
poner en tela de juicio lo que se enseñaba tradicionalmente en las escuelas.
Este enjuiciamiento venía a contradecir la versión “burguesa” de la
Independencia y se inventó otra que tampoco tenía fundamento documentado. El
documento de la Declaración de la Independencia habla de una amenaza de las
terribles consecuencias si el pueblo se declara por sí mismo independiente,
algunos interpretan con esto la ausencia de la participación popular. En el mismo
documento se habla de la masiva presencia popular en las calles adyacentes, en
el patio, corredores del Palacio y hasta en la antesala del recinto donde
estaban reunidos los independistas con las representantes de la Corona. La
amenaza no tiene sentido sin esta masiva participación popular. Pero el hecho
es enorme, negar que desde ese momento la España monárquica perdiera su
soberanía en nuestras tierras y negar que ese hecho constituya en sí la
Independencia, creo que solamente una total incultura histórica es capaz de
producir semejantes despropósitos.