Lo
irracional nos ha ganado. La sentencia de la Sala de lo Constitucional viene
acorde con el empeoramiento del sentimiento de inseguridad, viene acorde y
complace a todos los que de una o de otra forma han estado exigiendo el
exterminio de las maras. Exterminio entendido como lo practicaron los nazis.
Todo el discurso que se maneja en el país es la total negación de la humanidad
de los miembros de las maras. Incluso el trato verbal los expulsa llanamente
del seno de la nación, todo puede ser emprendido en contra de ellos. No
obstante el fallo de la Sala de lo Constitucional alegra a muchos por declarar
terroristas a las pandillas, simplemente por un juego semántico, “sus acciones
causan terror en la población”. Toda muerte puede causar terror. Pero el centro
de todo esto es que muchos han concluido con jubilosa irracionalidad que desde
ahora en adelante se tienen todos los medios legales para exterminar a las
maras y obtener la paz.
No
obstante seguimos como antes, pues nunca les ha faltado a los gobiernos el
apoyo de la población a sus políticas y leyes represivas, hablo incluso de
aquellas que fueron declaradas inconstitucionales por esta misma Sala. La
exasperación de la población, totalmente comprensible, se transformó poco a
poco en el sustento de la ideología del exterminio. Este problema tiene su
historia ya. Muchos han escrito sobre él, desde su origen, sobre las
condiciones socio-económicas y educacionales que lo propiciaron. Se ha hablado
hasta el acabose de la negligencia de los gobiernos de ARENA, de su política
más de propaganda que efectiva. Algunos han señalado el uso político real que
se les dio a las maras, convirtiéndolas en la única preocupación mayor de la
población y apartando de las mentes el resto del panorama socio-económico. Este
papel lo sigue jugando hasta hoy. Pero ha adquirido otro que resulta del que menciono,
la violencia de las maras se ha vuelto el terreno de la lucha política, el
partido que logre echarle el petate con el muerto en el patio del otro partido
se asegura del mayor apoyo de la población. Es esto lo que se está jugando con
todo el discurso de un supuesto “golpe suave” y los intentos de ARENA de
destabilizar al gobierno con el accionar de las maras desde el Estado Mayor
arenero. No pasa un día sin nuevas y graves acusaciones.
El
fallo es aplaudido por la población y los partidos políticos aún no se han
determinado, pues es un cuchillo de doble filo: el gobierno tiene ahora el
instrumento legal que necesitaba para emprender su “guerra de exterminio”. Ya
no tiene pretexto, ya no puede seguir culpando a otros, la pelota está en su
campo. Pero la extensión de la aplicación del fallo de la Sala puede abarcar
hasta los dirigentes de cualquier partido político y en especial del principal opositor,
que son acusados por ministros y el propio presidente de la República de estar
involucrados en el accionar de las pandillas. Los magistrados se salieron del Consejo
Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana, lo que pasó casi desapercibido,
y ahora le entregan tanto al Consejo, como al gobierno una herramienta emponzoñada.
Los
magistrados de la Sala han legislado (asumieron como en otras ocasiones el
papel de diputados) y una ley contra el terrorismo la han convertido en otra
ley represiva contra las maras, protagonizando el mismo papel que jugaron
gobiernos y diputados: decretar otra ley represiva y con ello de nuevo reducir
todo el problema social de las maras a una simple calificación penal. Esto no
va a resolver nada. Pues el problema no reside en su calificación penal, sino
que en asumir que se trata de un problema societual, cuyos orígenes se enraízan
profundamente en las estructuras socio-económicas y educacionales del país.
Algunos analistas han dejado ver que la criminalidad y los homicidios siempre
han alcanzado niveles muy altos, casi iguales a los que se han dado en la posguerra.
El permanente paralelismo de la miseria y de los altos niveles de violencia que
siempre se han alcanzado en el país no es una simple casualidad. Se repite
siempre que “las mismas causas producen los mismos efectos”.
Pero
este rechazo de pensar el problema de las maras como un problema de nuestra
sociedad ha sido permanente, me refiero a que es nuestra sociedad la que lo
produce. Es por eso que el discurso los vuelve un ente patógeno, como si
nuestro cuerpo social las considerara exteriores, como lo es un virus o un
microbio, que los organismos expulsan y se protegen. No se desea asumir que
este mal le pertenece a la sociedad salvadoreña y se produce por razones
sociales propias a nuestra sociedad. Lo que significa que el trato no puede ser
únicamente represivo, sino que eminentemente social y educacional. Social en el
sentido que amplias capas de la sociedad vive en la miseria y en la total
negación de su dignidad humana. Los miles y miles de familias sumidas en
condiciones de pauperismo crónico, calificados hoy con el término de “extrema
pobreza”. Se trata de familias que sobreviven desde ya varias generaciones en
estas condiciones. Aquí no cabe el argumento trillado de que no todos los pobres
son ladrones, ni criminales. Esta es una verdad de Perogrullo que no explica
nada, al contrario es la negación de que la pobreza expulsa de la sociedad y de
sus valores.
Tomar
medidas contra la delincuencia de las maras implica en primer lugar aceptar y
asumir que es urgente disminuir los niveles de pobreza en que viven millones de
salvadoreños. Aquí no valen tutías. Digamos las cosas sin ambages, cuando se
dice que el alto nivel de delincuencia que sufre el país proviene de la
estructura socio-económica nacional, se está diciendo que hay un puñado de
familias que viven en la opulencia y millones que viven en la miseria. Y es
esta estructura que urgimos combatir. Pues no sólo es el origen de este mal
salvadoreño, sino de todos nuestros males. La existencia de la oligarquía es un
freno brutal a nuestro desarrollo en todos los sentidos. Todos conocemos el
carácter parasitario de esa casta, su ideología retrógrada, es la que aún ahora
pretende, con la ayuda del gobierno actual, presentarse como el principal motor
de nuestra sociedad. Pero su parasitismo es el que no ha permitido el desarrollo
nacional en ningún campo, ni económico, ni científico, ni cultural. Pues la
oligarquía acumula más del 80% de nuestro patrimonio y mucho de ese patrimonio
nacional ha ido a parar al extranjero.
El
nivel de nuestras universidades es bajo, la Universidad Nacional no es un
verdadero centro de investigación y de enseñanza de alto nivel. ¿Existen acaso
laboratorios de física o química que se dediquen a la investigación
fundamental? En ciencias sociales que son las que mayores diplomados entregan
al país, no producen tampoco investigaciones de valor sobre nuestra misma
realidad. ¿Por qué? No es porque falten talentos, sino por falta de medios, de
los instrumentos necesarios para producir esas investigaciones. Los
presupuestos siempre fueron bajísimos, por mucha reforma que se haga o se hayan
hecho, sin presupuestos consecuentes no se puede avanzar. Lo mismo se puede
decir de las escuelas e institutos de enseñanza primaria y secundaria. Existen
escuelas sin electricidad y sin agua potable, algunas sin pupitres. Todo eso no
se puede remediar si no se pone coto a la ultrajante dominación de la
oligarquía.
O
sea que emplear términos bélicos respecto a las maras y tratar con plumitas a
la oligarquía es estar zurrando fuera de la bacinica. Se habla de guerra entre
las maras y el Estado y de guerra entre las maras. El término ha perdido su
valor conceptual. Algunos que acostumbran a usar malabarismos verbales, llegan
a afirmar que “si la guerra es la continuación de la política por otros medios,
la política es la continuación de la guerra”. Esto lo dicen para demostrar que
aún no hemos salido de la guerra, que la posguerra no lo es. En realidad hablar
de guerra respecto al conflicto social en que vivimos, es apartarse de la
solución. La guerra implica muchas cosas, entre ellas la principal, la
existencia de beligerantes con ese estatuto reconocido por ellos mismos y por
instancias internacionales. La guerra implica organizaciones militares que se
enfrentan. El hecho de que en los últimos meses haya crecido el número de
policías muertos y que se hable de “enfrentamientos” entre policías y
criminales esto no le confiere al problema social que enfrentamos un aspecto
militar. En esencia, en propiedad, estamos enfrentados a un fenómeno criminal
al que hay que aplicarle las leyes ya existentes en los Códigos penales y
civiles. Sabemos que esto no basta, pues las instituciones encargadas para
ejecutar la justicia fallan cotidianamente. También en esto hacen falta medios
e instrumentos adecuados. Y no basta tampoco porque la justicia actúa siempre
post-facto, la justicia siempre llega una vez el crimen o el delito ya
cometido.
Algunos
se entretienen emitiendo falsos enunciados “filosóficos”. Lo que necesitamos es
volver racional nuestra reflexión, que usemos los conceptos y las categorías
con propiedad. Las maras son grupos de delincuentes que se están convirtiendo o
ya se convirtieron en mafias con influencias en las instituciones estatales. Que
su origen sea la pobreza social es una cosa, muy otro es su actividad delictiva.
Su actividad delictiva tiene su terreno de acción principalmente, por no decir
exclusivamente, entre la gente que vive también en la pobreza.
Los
voceros del gobierno, empezando por el mismo presidente, nos quieren hacer
creer que sus acciones son efectivas, que incluso el accionar de las maras es
marginal. Un ministro afirma por un lado que hay una destabilización provocada
por la derecha y luego asegura que el país no está en crisis, ni hay caos.
Cuando Sánchez Cerén afirma que el 80% de los municipios no sufre de las maras,
reduce el problema a la marginalidad. Se olvida agregar que actúan donde la
concentración de la población es mayor. El país está en permanente crisis
estructural, las maras son una manifestación de esa crisis, pero la mayor manifestación
es la incapacidad que tenemos, en tanto que nación, de resolver nuestros
problemas nacionales. No hablo de la derecha partidaria, ni de los organismos
patronales, su discurso está sobre todo destinado a justificar la realidad y de
echarles la culpa de la situación a sus adversarios políticos. Estos han hecho
todo lo que está en sus manos para volverse ante la oligarquía gente aceptable,
un partido inocuo, inofensivo. En realidad es lo que ahora son. Pero la
oligarquía no perdona, la oligarquía salvadoreña es tal vez la más retrograda
del mundo. Y ve comunismo incluso en las capas rojas de los toreros, en los
calcetines rojos de Nayib y hasta en la camisa blanca del presidente. Ellos
financiaron y crearon su propio partido, no necesitan de otros ciervos, ya
tienen a los suyos. Es el pueblo el que se ha quedado sin su propio partido.
No
se sientan ofendidos aquellos que han iniciado la tarea de crear un partido
popular y revolucionario. Por el momento aún no tienen la fuerza de
intervención y de incidencia en la vida pública nacional. Es demasiada la gente
que ignora de su existencia. Tienen que armarse de paciencia, pues darse a
conocer requiere romper el bloqueo mediático y dotarse de sus propios medios de
divulgación y de reflexión.
Si al menos algo de esto dijeras en los espacios de las paginas sociales, se te entendiera. Aquí ya expresas algo. Pero, como siempre, no existen propuestas, ninguna. Conclusión: frustrante, desarmador de ánimos.
ResponderEliminarEste tipo de ideas las expreso siempre, cualquiera que sea el espacio en que participe.
Eliminar¿Qué tipo de proposiciones esperás? Si te tomaras el tiempo de leer mis artículos anteriores, tal vez te enteraras de que proposiciones abundan. Pero no van dirigidas ni al gobierno, ni a los efemelenistas, sino que aquellos que ya se dieron cuenta que es urgente crear otra cosa, otro partido y promover un movimiento social con objetivos de transformación social.
Hola Carlos, estoy leyendo el libro "Atrevete" de la investigadora mexicana Sara Sefchovich. En esencia alude que el fracaso de las estrategias de gobierno (en Mexico, válido para SV) se debe q los autores, operadores, agentes de movilización pública, no entienden la violencia social. Viven su trabajo desde el "como si", tuvieran la intención real de cambiar el país. Sara propone q el tema de la violencia y las alternativas se plantee desde la periferia donde la gente no se puede dar el lujo de vivir el "como si". Cuanto volumen tiene esa voz para mover el país? eso ya es otro pisto. Abrazos.
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