No
niego la necesidad de abordar los temas que se nos imponen día a día
por la actualidad, abordar los diarios ataques a la democracia y
contra la gente de parte del gobierno, pero estas respuestas nos
ocupan ya varias décadas ante los sucesivos gobiernos y es así que
la situación global se ha venido empeorando, tanto en la brutalidad
de los ataques, como la indigencia general del nivel de consciencia
de la población que sigue obnubilada ahora por la verborrea
presidencial. Luego de las derrotas electorales del FMLN, surgieron
debates en torno al tema de la “refundación” de la izquierda.
Estos debates se dieron dentro y fuera del FMLN. La mayor parte de la
reflexión se centró en la actividad y los errores del FMLN y muchos
llegaron a la conclusión de que era urgente crear una nueva
organización “revolucionaria”.
Supongo
que esta reflexión no se ha dado por concluida. Los temas abundan,
lo que nos obliga a desmochar y elegir tal vez lo que aparenta ser lo
menos urgente. Durante las discusiones ha prevalecido a mi parecer el
cortoplacismo, se tiene en mira casi siempre el próximo proceso
electoral, como si el único objetivo fuera ganar las elecciones y
acceder al “poder”.
Imponer
desde arriba
En
realidad tenemos urgencias prácticas que no podemos asumir porque
aunque parezca una paradoja, no sabemos cuáles son. Poco a poco las
diferentes izquierdas “revolucionarias” fueron confundiendo las
prioridades y los objetivos. Me acabo de referir a una de estas
confusiones, entrar a participar en el “juego democrático burgués”
y considerar que aceptar este “juego” y sus leyes nos permitiría
por sí mismo acceder al “poder”. Eso es posible y hasta real y
concreto, se llega al poder y se gobierna. No obstante no nos damos
cuenta de que el sistema sigue intacto y que gobernar dentro de este
cuadro es administrar la cosa pública según los intereses de las
clases dominantes. El famoso “poder” es la fuerza represiva del
Estado y la capacidad de imponer desde arriba resoluciones y
decisiones a toda la sociedad.
Los
famosos “programas de gobierno”, aunque los llamáramos
“programas revolucionarios” y al mismo gobierno también
“revolucionario”, los programas eran aplicables dentro del
sistema, sin tocar nada esencial en el funcionamiento alienante de la
sociedad. Se hablaba en esos programas de mejorar los salarios
mínimos (sorpresivamente Bukele decreta un aumento de este salario
mínimo, después de que sus diputados habían archivado el tema).
Hasta un tiranillo de pacotilla como el nuestro puede subir
grandemente el salario mínimo sin correr el riesgo de volverse
revolucionario. Esos programas consideraban mejorar la educación en
todos los niveles de la enseñanza, eran un catálogo de todas las
medidas que los gobiernos anteriores no tomaron nunca. Pero que
perfectamente podrían haberlas tomado sin perjuicio mayor para
sistema de explotación burgués. Por otro lado estos mismos
programas eran en cierto sentido previsiones, proyectos, que nunca
fueron realmente cifrados, ni calculadas las reales posibilidades
económicas de realizarlos.
Me
atrevo a recordar esto y a señalar los límites de esos programas
por los que miles de compatriotas dieron sus vidas, por los que
luchamos y que considerábamos como las aspiraciones más sentidas de
los obreros y campesinos. Es cierto, y esto hay que también decirlo,
fueron esos programas que durante los dos gobiernos del FMLN ni
siquiera se plantearon, ni se intentó implementarlos. El argumento,
en gran medida válido, que no se tenía la mayoría necesaria y que
los aliados parlamentarios nunca hubieran apoyado esos programas,
repito, la verdad es que no se intentó, no se movilizó a los
trabajadores para exigirlos, para nuevamente luchar por ellos. Nunca
se intentó establecer una correlación de fuerzas en las calles.
También hay que decirlo que muchos de los que no estaban contentos
con esta actitud del FMLN y se fueron a votar por Nuevas Ideas, están
ufanos hoy con el gobierno actual que tampoco pretende mejorar la
condiciones de vida de los trabajadores. Como ven, no todos sentimos,
ni vemos los acontecimientos de la misma manera.
Vivimos
en una realidad compleja
Ahora
estamos enfrentados a problemas múltiples, no sólo se trata de
combatir la política absurda del gobierno de Bukele, sino que de ir
pensando cómo nos organizamos para emancipar el país de todos los
dominios de la oligarquía y de los distintos imperialismos. Este es
realmente el objetivo de una organización revolucionaria. Me refiero
a la emancipación del país. Nosotros somos herederos de todos los
esquemas y dogmas que surgieron en el siglo XX, nos empapamos de
ellos y aún ahora luego de todas las derrotas sufridas no somos
capaces de cuestionar esos esquemas y tampoco abandonar los dogmas.
Aclaro que las derrotas a las que me refiero no son únicamente las
nuestras, en nuestro país, sino que en todo el mundo.
Estas
derrotas, aunque para nosotros fueron cataclismos y nos sorprendieron
y estremecieron, no se trataba de una enésima plaga enviada desde el
cielo por el todopoderoso. Las derrotas resultaron, fueron la
consecuencia ineluctable, los efectos de causas, vienen del
funcionamiento de un motor interno
que conducía y determinaba nuestras acciones. Para no volver a lo
pasado o seguir en lo mismo, cometiendo los mismos errores, estamos
obligados a conocer el funcionamiento de ese motor,
buscar las causas. No podemos conformarnos con criticar aceradamente
los efectos.
La
complejidad de la situación, aunque es mejor decir la complejidad de
la realidad nos debe obligar a abandonar nuestros viejos modos de
pensar, debemos de tener en cuenta siempre las interferencias, las
relaciones múltiples que se tejen entre los diferentes componentes
de esta realidad. Doy un ejemplo, muchos hemos criticado el
verticalismo en el funcionamiento de los partidos. Este verticalismo
no solo se refiere a las estructuras de la organización, sino que
también al contenido y a sus formas. Pero al mismo tiempo tenemos
que pensar en los sustentadores de esas estructuras, es decir los
militantes, los individuos que dentro de esas estructuras dejan de
tomar decisiones, que no tienen la posibilidad de manifestar su
individualidad, su personalidad, que se vuelven apenas en ejecutantes
(no siempre) de decisiones tomadas por otros, los dirigentes,
miembros (casi nunca realmente elegidos, ni renovados) del buró
político o de la comisión política. Estos militantes se tienen
que persuadir de la justeza de las decisiones tomadas por otros y que
ellos mismos no han tenido el derecho de deliberar. Y al privarse de
la deliberación también se privan de la compresión del problema.
El militante se enfrenta a la sociedad, a los problemas sociales sin
tener los instrumentos para actuar de manera autónoma y plenamente
armado para combatir lo que se ha llamado siempre la ideología
dominante. Hay que entender que
este funcionamiento vertical reproduce de alguna manera la pirámide
de la sociedad misma en la que vivimos. De la misma manera que la
sociedad capitalista es alienante, compuesta por los que están abajo
y los que están arriba, estos partidos “revolucionarios” lo
fueron también, pues el militante no adquirió los elementos
suficientes para analizar por su propia cuenta la realidad en la que
vive y lucha, sufrió además un terrible empobrecimiento cognitivo.
Recordemos asimismo que uno de nuestros objetivos y tal vez el más
alto es el desenvolvimiento pleno y total de la personalidad
individual.
Actuar
con los ojos abiertos
Agreguemos que tampoco los
dirigentes estaban preparados para pensar correctamente la realidad,
pues también ellos (sobre todo ellos) eran los herederos de los
esquemas dogmáticos del pasado. Porque si esto no hubiese sido así,
sus decisiones hubieran sido diferentes, correctas.
Con esta enumeración no se agotan
todos los temas que se mezclan al verticalismo. Porque entran otro
tipo de correlaciones e intrincaciones pues aún no hemos abordado el
tema del autoritarismo y sectarismo que va ligado a este
verticalismo, pues las decisiones se imponen, todos tienen que
someterse a la autoridad del líder, a su modo de pensar, a su
dogmatismo. Esto puede instalar un ambiente de sospechas y
suspicacias, la instauración de corrillos, de capillas, la
subordinación, etc. Con esto muere la camaradería, aunque la
costumbre de llamar camarada o compañero a los demás miembros del
partido persista. El verticalismo instaura y modela una jerarquía en
la que se tiene que escalar para llegar a la cercanía de la cúspide
o a la cúspide misma, el oportunismo surge como corolario y el
intriguismo va produciendo sus víctimas, con esto se pierde la
integridad moral del militante.
Lo que apenas enumero aquí no ha
llegado de afuera, aunque lo de afuera tiene igualmente que ver con
esto, pues nuestras actitudes particulares, individuales no dejan de
ser sociales, con lo que significo que nos conducimos como lo haría
cualquier otro individuo de nuestro país, somos dogmáticos con la
violencia salvadoreña, somos sectarios como lo puede ser cualquier
otro salvadoreño, etc. El funcionamiento de la sociedad nos impone a
luchar cotidianamente por nuestra sobrevivencia y en este afán lo
hacemos todos contra todos, con un sálvese el que pueda, impregnados
de egoísmo. Este ambiente no deja de influenciar nuestro modo de
ser, pues nos penetra y nos forma hasta los últimos huesos de
nuestra intimidad.
¿Podemos seguir acarreando estas
taras o debemos desecharlas? En todo caso es urgente que asumamos
nuestra responsabilidad para abandonar los viejos esquemas y las
viejas estructuras. Pero debemos hacerlo con los ojos abiertos y
conociendo perfectamente lo que nos condujo a las derrotas.