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07 julio 2011

¿Hacia una dictadura constitucional?

Espero que los diputados se den cuenta del peligro a la democracia que encierran las proposiciones que le llegan de Casa Presidencial concerniente a la Ley Orgánica Judicial. Todas las reformas propuestas pretenden anular las actividades de la Sala de lo Constitucional. Todas son trabas a su independencia y todas van dirigidas a disminuir la capacidad de fallo y a amenguar las posibilidades de un fallo rápido.


Espero que no vean estas reformas con el espíritu revanchista con que votaron el decreto 743 y ni que apliquen la falta de lógica con que han envuelto los alegatos incoherentes que cada partido y grupo parlamentario, han producido estas últimas semanas para justificar su conducta.


Lo que propone Funes es simple y sencillamente la desaparición de la Sala de lo Constitucional. El decreto 743 ponía a un miembro de la Sala actual como árbitro supremo de la constitucionalidad, la proposición del presidente es que los fallos sean ratificados por los suplentes. ¿Qué mayor complicación que esta? Este procedimiento volvería a la Sala un tribunal mudo e impotente, obligado a deliberar en permanencia hasta llegar no solo a la unanimidad absurda que propone el decreto repudiado, sino que a un consenso en el que los suplentes adquieren el papel de superiores de los titulares. Funes le llama a esto entrar en la modernidad.


Los asesores de Funes, los que lo redean son gente aduladora y sumisa. Recuerden lo que se contaba del general Maximiliano Hernández Martínez, el prototipo del dictador. Se dice que cuando preguntaba ¿qué horas son?, le respondían invariablemente, “las que usted quiera mi general”. Lo mismo está pasando ahora con el presidentillo que tenemos. Todos han hablado de su arrogancia, de su ego de sapo de la fábula de La Fontaine, que se infló hasta reventar por desear ser tan grande como un buey. Las proposiciones han sido inventadas por sus asesores con el afan de agradar, de seguir “gozando de su confianza”, so pena de ser destituidos.


Algunos advirtieron ya que el decreto 743 llevaba en sí el peligro de una dictadura. Pues la Sala de lo Constitucional se veía en la imposibilitad de dar fallos y esto abría ancha la calle hacia cualquier decreto autoritario procedente de la Asamblea, como de Casa Presidencial. La Sala enmudecida no podía servir de muro de contención al despotismo del Ejecutivo. Todo pues podía irse a la deriva.


Entre las proposiciones de reforma a la Ley Orgánica Judicial hay una que de forma anodina, subrepticia, chanchullera pretende darle al Ejecutivo el poder de determinar qué fallo es constitucional y cuál no lo es. Pues para que tenga forma de ley debe ser publicado en el Diario Oficial y solamente en él. Pero ¿quién decide de esa publicación? ¿El director de la Imprenta Nacional? ¿El ministro de Gobernación? ¿El presidente de la república?


Está claro que si los diputados, los grupos parlamentarios analizan estas reformas exclusivamente a partir de la actual coyuntura, sin medir las graves consecuencias que encierran, nos encaminaríamos hacia una dictadura constitucional. El disfuncionamiento institucional que ahora conocemos no es nada, comparado a lo que se vendría, si dejaramos en manos de una sola persona, con todas las prerrogativas habidas y por haber. Pues sin una Sala de lo Constitucional independiente, capaz de dar fallos y emitirlos nos encontramos con un poder menos, haciendo desaparecer una parte substancial del Poder Judicial.


Sabemos que la Asamblea con una mayoría presidencial sumisa, con la actual configuración de la Constitución, permite conductas arbitrarias, consiente todo tipo de desfachatez, autoriza el más cínico despotismo. No se puede dejar en manos de una sola persona el poder ejecutivo y judicial al mismo tiempo. Si son empleados sumisos los que pueden decidir publicar o no un fallo de la Sala de lo Constitucional, desaparece su autonomía, su independencia.


Que Funes tenga las ínfulas crecidas para desear convertirse en una reyecito autócrata es una cosa, pero que los diputados por un rencor mal puesto, transformen el equilibrio institucional precario que ahora existe en una dictadura constitucional, sería el golpe de gracia a la naciente democracia salvadoreña.

05 julio 2011

De nuevo platicando con Alvaro Rivera

En estos días estuve interrogando a un columnista de Contrapunto sobre algunas de sus afirmaciones y sobre todo le demostré ampliamente que lo que afirmaba sobre K. Marx era falso. Le dije y se lo vuelvo a repetir, que habla siempre de un “marxismo ortodoxo” pero concretamente no nos dice quiénes lo practican, ni cita un solo postulado de ese marxismo, por lo menos así supieramos concretamente a qué se refiere exactamente. En esto residen mis objeciones a lo que escribió en un artículo en que según dice el quiere “ver socializada la discusión sobre los asuntos públicos”.


Porque no se puede realmente discutir con alguien que a pesar de responder en “los comentarios”, no me aporta ninguna respuesta sobre estos cuestionamientos. En su largo artículo no produce tampoco respuesta sobre lo que lo he cuestionado, en vez de eso se lamenta de no sé qué “caja de lustre” que he sacado en nuestra discusión, parece que el hecho de vivir en Francia y de estudiar el marxismo me hubiere obligado a olvidar su manejo. Cualquier salvadoreño, sabe que sacar a relucir ”la caja de lustre” es ponerse a insultar a alguien. Pues esto es simplemente falso. Una simple mentira y no veo para qué lo dice. Pienso que tiene mejores argumentos para tratar de salir parado en una polémica. Pues se preocupa de bostezar libracos de retórica.


No obstante voy al centro de nuestra discusión: hay dos puntos importantes, el primero es lo que afirmaba de Marx y lo otro es un recuerdo que le hice de su apasionada defensa de la socialdemocracia y los bandazos que da en sus posicionamientos políticos. Voy a poner aquí mismo lo que afirma, cosa que él no hace y esto que los comentarios en Contrapunto tienen que ser cortos.


“Veamos mi razonamiento y la crítica que Ábrego le hace: “Pero de haber sido un actor importante de la gran lucha de clases, cosa que sí fue Lenin, Marx habría enfatizado el aspecto positivo de su pensamiento”. De la primera frase de mi argumento (que Marx no fue un actor importante en la gran lucha de clases), Ábrego deduce que yo ignoro la experiencia política de Marx y que, por lo tanto, no sé nada de marxismo. Yo no niego esa experiencia, lo que hago es cotejarla con la de otro gran líder revolucionario. Quizás me excedí al valorar la trayectoria militante de Marx, pero eso no invalida mi juicio de que la biografía política de Lenin fue mucho más importante que la del gran barbudo de Tréveris. Lenin fue el inspirador de un fenómeno político que marcó el destino de millones de personas en el siglo XX. Pero no es eso lo que a mí me interesaba recalcar, sino el hecho de que la magnitud de los desafíos que Lenin enfrentó (derribar un Estado y construir otro) lo condujo a plantearse de modo más urgente y sistemático los problemas de “la política” en el marxismo. Lenin no se detuvo en la negación del sistema capitalista, fue más allá, se entregó al proyecto de levantar la nueva sociedad. Marx, por diversas razones, no desarrolló una teoría sistemática sobre el Estado y evitó “teorizar” sobre el socialismo; Lenin no tuvo más remedio que abordar los aspectos positivos de la política radica”.



Como ven, Alvaro se encarga de traducir mis reproches, no me cita, no dice lo que escribí. Lo voy a decir de nuevo. De lo que afirma se deduce —sin esfuerzo mental excesivo— que minimiza la actividad política de Marx. Cuando dice “de haber sido un actor importante de la gran lucha de clases”, ¿acaso no está diciendo que no lo ha sido? ¿Me equivoco acaso? Pero además de ser el gran creador del pensamiento que sigue marcando hasta hoy la vida política y filosófica de la izquierda, es Marx quien ha puesto al desnudo en qué consiste esta “lucha de clases”. Pero de manera concreta, ¿quién fue el promotor y fundador de la Primera Internacional Comunista? ¿Quién fue el que escribió junto con Engels, el Manifiesto Comunista? ¿Acaso Marx no participó activamente en la política cotidiana de esa misma Internacional? Su papel en las diferentes polémicas en contra de las diversas deviaciones y el anarquismo, ¿no era político? Su participación en el nacimiento del partido en Alemania, etc.



Le refería a Alvaro lo fundamental que Marx escribió en textos políticos, “La lucha de clases en Francia”, “El 18 Brumario”, las críticas al Programa de Gotha, etc. También le aclaraba que Lenin para escribir sus libros políticos escudriñó los textos políticos y teóricos de Marx. Pero Alvaro Rivera insiste y dice “El sentido general del párrafo aludido, y que Ábrego “se salta”, era que la experiencia de Marx, a diferencia de la de Lenin, no lo llevó a plantearse los problemas positivos de la política marxista”.



Los libros de Lenin sobre los aspectos del Estado y la lucha de clases se basan en los apuntes de los escritos de Marx y de Engels, pero sobre todo de Marx. Lo poco “positivo” que afirma Lenin sobre la sociedad futura lo saca de los escritos de Marx, el carácter transitorio del socialismo pertenece a Marx, la desaparición del Estado en el comunismo es una idea de Marx, la famosa “dictadura del proletariado” como forma inicial del Estado de la sociedad socialista es de Marx. Negar o ignorar esto y referirse a un “marxismo dogmático” es un abuso. Pues ponerle motes al pensamiento de quién sea, es necesario dominar el campo al que se refiere, es evidente que Alvaro no lo conoce, no lo ha estudiado, si no, no insinuara el papel político poco importante jugado por Marx.



Pero esto es justamente muy peculiar en él, son muchos sus artículos en los que él adopta la pose del maestro madrileño y sentencioso, en que insiste sobre los marxistas ortodoxos, sin dar una muestra, un pedacito de una cita, de algo que nos pueda indicar a qué se refiere. Es inútil pedírselo. Hacerlo es “sacar la caja de lustre” y decirle que ignora los elementos citados arriba es más que insultarlo.



Antes de pasar al otro aspecto que le ha dolido a Alvaro Rivera, que le saque en cara, que ahora abdique de la defensa de las posiciones de los reformistas y oportunistas de la Socialdemocracia, les voy a poner tres pasajes de su artículo. Se trata de una polémica, por supuesto que tiene derecho a atacarme, pero que no se presente como una virgen pura, pues no lo va a lograr. Veamos:



No voy a imitar las posiciones maniqueas en las que cae nuestro amigo. A pesar del error suyo que comento, de ninguna manera se me ocurriría decir en frío, como él hace, que mi oponente no sabe nada ni dice nada sobre el asunto que aborda”.


Como ven declara sus intenciones de no imitar mis errores. Pero sigamos leyendo:


Entre nosotros domina la maledicencia que sanciona como oportunista cualquier cambio en el pensamiento político de alguien”.


Alvaro empieza muy bien al imitarme, me dice maldicente. Y ahora leamos el remate:


Ábrego, en el mejor estilo de los comisarios políticos del estalinismo, me acusa de dar bandazos ideológicos en vez de preguntarse por qué he modificado ciertas posiciones”.


Y termina pues con un piropo. Me llama “comisario político del estalinismo”. Mi gran error fue recordarle sus anteriores posiciones, se trata de bandazos, pues de una constante presentación de las “soluciones socialdemócratas” como insoslayables, de una defensa patética de la moderación, de recomendarnos un pragmatismo inteligente para adaptarnos a la cruda realidad, viene ahora y se presenta como el cantor de la esperanza.


No le exijo nada. Ni siquiera le insinuo que recuerde el tono doctoral que entonces tomaba y su tono acusador de querer llevar todo a no sé qué cataclismo. Hoy descubro que también no quiere un socialismo con comisarios políticos. Es muy loable.


Me alegra que la realidad, la lucha de clases que antes rechazaba, lo haya obligado a cambiar de opinión, espero que esa opinión se convierta en profunda convicción, que persista en ver que en la sociedad capitalista, en los momentos que parecen estar llenos de calma absoluta, puede aparecer el fantasma de la lucha de clases. Es cierto que los “Indignados” de Madrid han conmocionado a muchos. Pero no llegué a decirle, lo que se me pudo haber ocurrido “¿Adónde vas Vicente? Adonde va toda la gente”.

Un defensor medio fiscal

El alegato que desarrolla Carlos Molina Velásquez en defensa del FMLN es muy ambiguo. Pues se inicia de manera muy singular, por el reconocimiento del “delito” cometido por su defendido: “Claro que hay que criticar a la dirigencia del FMLN por su manejo tan torpe de la cuestión, y exigirle un mínimo de coherencia entre la práctica y el discurso, así como una mayor comunicación con las organizaciones populares, sus mismas bases, etc.”.


Inmediatamente pasa al contraataque, a su vista probablemente de manera muy astuta, leamos qué nos dice: “pero eso no quiere decir que debamos ceder a la apocalíptica que anuncia o demanda el fin del partido”. En cierto sentido lo es. Pero sólo a partir del nivel discursivo, en donde luego de inventar ingeniosamente un sustantivo que está ya envuelto de todas las connotaciones escabrosas que posee ya el auténtico nombre, la Apocalipsis, que anuncia el fin del mundo, nos exhorta que no llamemos al cataclismo, “el fin del partido”. La continuación inmediata también es una innovación, pues los efemelenistas se limitan a acusar a sus oponentes “de hacerle el juego al partido ARENA”, Carlos Molina Velásquez mienta en primer lugar a la asociación patronal, la ANEP. Es cierto que esta asociación de manera imprevista se pone atavíos democráticos y defiende la Constitución como si fuera por primera vez que se viola. Nada dijo durante tantos años en que las violaciones eran sistemáticas y aún más descaradas. Su virtud es una farsa.


El académico salvadoreño piensa tal vez que al limitar la acusación a las tergiversaciones y doblez del FMLN en la crisis provocada por el decreto-mordaza 743, va a lograr su cometido y va a poder evacuar el resto de abandonos políticos e ideológicos cometidos por el partido en el poder.


El meollo de su alegato se encuentra en una afirmación que debemos aceptar como premisa: “El partido FMLN sigue siendo un instrumento fundamental para las luchas populares”. Pero los que se oponen al Frente justamente acusan a la cúpula de haber raptado el “instrumento popular” y de desviarlo de su objetivo primordial. Sobre este punto el alegador no dice nada.


El gran punto de su defensa es justamente algo que estaba en todos los labios con enorme regocijo en los primeros días del gobierno de Funes: “Sacamos a ARENA del Ejecutivo”. Pero la gran desilusión precisamente viene de la falsedad de esto, ARENA sigue jugando un papel importante en las decisiones del Ejecutivo, los expresidentes areneros son convocados por el actual presidente como consejeros, lo esencial de la política económica gubernamental no se distingue en nada de la anterior. La política de endeudamiento sigue en pie. Su aproximamiento y la sumisión al gobierno de los Estados Unidos es más que evidente y aún mayor que la que practicó el último presidente de ARENA, Tony Saca. Funes ha llegado hasta el punto de servir de principal sostén de los golpistas hondureños. Sobre esto nada han dicho los dirigentes del FMLN y los militantes no reaccionan o simplemente repiten el estribillo acusador contra los que critican. Pero ahora sabemos que altos dirigentes (entre ellos el propio Medardo González) fueron a la Embajada de los Estados Unidos a presentarse como los nuevos amigos del gobierno estadounidense. Ellos alegaron su honarabilidad y su amistad. En una entrevista Sigfrido Reyes se ufanaba que un alto funcionario de la Embajada lo había recibido en su casa y lo había agasajado con una taza de té y tal vez con cucharitas de plata.


Aunque de vez en cuando, como para mantener ardiente la velita, los dirigentes repiten su apego incluso al marxismo, aunque a un marxismo un poco capado. Pero dan pruebas claras de su alejamiento del objetivo socialista y su defensa del gran capital. El 5 de diciembre de 2010, en el diario El Mundo, el secretario general del FMLN lo dice sin ambajes. Cito la pregunta y la respuesta:


Hay algunos dirigentes de la empresa privada como Jorge Daboub que dicen que confían en el presidente de la República y no en el FMLN ¿qué le dice?


Que es una mala comprensión, una mala interpretación, ya sea porque se equivoca, o por interés. Pero el FMLN no ha planteado, ni plantea, como algo programático, no estamos planteando para nada sobre la necesidad de terminar con el capitalismo, con la gran empresa, con el gran capital. Lo que creemos es que hay que utilizar la fuerza y potencial del capital, del Estado, para salir adelante con nuestro país. Y por eso regreso al tema del dólar: nosotros en el FMLN si creemos que una de las cosas que detiene las posibilidades de poder avanzar es mantenernos anclado con el dólar. Es una acusación (posición de algunos empresarios) es más de carácter ideológica que de carácter político. El FMLN ha venido demostrando y seguirá demostrando que el FMLN no es enemigo del empresario, no es enemigo de la gran empresa, y tampoco habla de la necesidad, de la creación de otro modelo, de otro sistema. Estamos simplemente pensando en la necesidad de seguir con nuestro país, de construir nuestro país".


Si se lee bien lo que afirma Medardo González, reconoce que su partido “no ha planteado, ni plantea, como algo programático... la necesidad de terminar con el capitalismo”. Como algo programático y esto a pesar de que adhirieron precipitadamente a la V Internacional Socialista de Hugo Chávez y que en los múltiples cambios en el reglamento nunca se han atrevido a borrar el calificativo de “socialista” al partido.


Pero es que en la misma entrevista el Secretario General no tiene ningún empacho en declarar que el marxismo es su ideología, pero por supuesto es él quien posee la clave, el verdadero, el auténtico. Y rechaza toda una serie de “marxismos” que enumera sin referirse a quienes los practican en concreto.


No obstante Carlos Molina Velásquez a pesar de que llama con vehemencia a no atacar, ni criticar al FMLN, lo hace aduciendo razones a veces un poco sorprendentes: “porque no está acabado” y no “todo lo que hace el Frente socava el proyecto izquierdista en nuestro país”. Bueno, si estuviera ya acabado entonces ¿quién perdería el tiempo en atacarlo? La segunda es reveladora: pues reconoce que no todo lo que hace socava el proyecto izquierdista en El Salvador. Esto simplemente es el reconocimiento de que si hay acciones del FMLN que obstruyen, obstaculizan el proyecto de transformación social.


Leamos algo muy interesante en la boca del defensor del FMLN: “La crítica atinada y necesaria a una cúpula que se alejó de la gente e incluso de su propia militancia debería ir acompañada de una reflexión acerca de los vínculos históricos, organizativos y simbólicos entre las organizaciones populares y el FMLN: aun si repudian lo que hacen sus dirigentes, se trata de “su partido”, lo cual no equivale a puro entreguismo a la línea que dicta la cúpula”.


Creo que si la critica es atinada y necesaria por razones de peso como el hecho de alejarse de la gente e incluso de su propia militancia, no veo en qué sazonarla con una reflexión sobre “los vínculos históricos, organizativos y simbólicos” pueden cambiar la esencia de los actos de los dirigentes del partido. Pero el defensor apela a una especie de sumisión sentimental al “partido”, porque este ha sido “su partido”, de las organizaciones populares. Vaya argumento político que nos ofrece el abogado del Frente. El colmo es que aunque se repudie “lo que hacen sus dirigentes” con la salsa de la reflexión sobre los pasados vínculos esto “no equivale a puro entreguismo a la línea que dicta la cúpula. Pero ¿qué otra línea política exite en el FMLN?


Con tantas contradicciones, con tantas falsas propuestas y verdaderos reconocimientos del nefasto papel que juegan los dirigentes del FMLN en los proyectos populares, ¿para qué llamar a la obediencia y a la sumisión?


Porque en el funcionamiento actual del FMLN las bases han sido enmudecidas, sólo les queda obedecer, ejecutar lo que decide el pequeño grupo de la Comisión Política. Este grupo es el que le ha puesto tranca y candado a las puertas que llevan hacia la dirección, todo miembro del partido que pueda subir, debe pasar por el embudo estatutario y por el colador político de la cúpula.


Esta situación es la que hace pensar que una recuperación interna es imposible. Y el acercamiento que pregona Carlos Molina Velásquez hacia la dirección es un deseo muy devoto y muy ilusorio. Lo vemos justamente en la negación obstinada de no querer resolver la crisis actual y en los argumentos que sin excepción promueven los diputados y dirigentes del FMLN y en la constante acusación hacia todo aquel que se atreve a criticarlos de querer aliarse con la derecha.

01 julio 2011

La experiencia tiene que servir de aviso

No cabe duda que la situación política creada por la encarnizada oposición de la clase política a los fallos de inconstitucionalidad pronunciados por la Sala de lo Constitucional concernientes al Código Electoral, han puesto al desnudo la sólida cohesión y profunda unanimidad que existe entre todos los partidos representados en la Asamblea. En estos días hemos sido testigos de virajes espectaculares en las alianzas y en las tomas de posición. En definitiva los partidos parecen estar de acuerdo de prolongar indefinidamente la situación de conflicto entre los tres poderes del Estado.


El conflicto sigue abierto entre la alianza del Ejecutivo y el Legislativo contra el poder Judicial. Ambos poderes acusan a la Sala de lo Constitucional de invadir las prerrogativas de los otros poderes, en particular la de emitir leyes. En realidad se trata para todos los partidos, sin excepción, de conservar intacta la confiscación que han operado sobre el derecho del sufragio. Hasta ahora los partidos políticos, sus dirigentes ha venido repartiendo los puestos a diputados, alcaldes y concejeros a su antojo y tal vez como moneda de cambio para mantenerse en la cúspide de sus respectivos partidos. Las candidaturas individuales dieron como resultado la unión sagrada entre el FMLN y ARENA para dar a luz a un engendro legislativo. El decreto de estos “inesperados aliados” en vez de facilitar la posibilidad de cada ciudadano de postularse a un cargo, ha resultado ser una larga lista de obstáculos. La situación violatoria de la igualdad de los ciudadanos se peremniza y los dirigentes de ambos partidos insisten en que se trata de una ley justa y democrática. Los diputados persisten en mantener las listas cerradas elaboradas por las cúpulas y dejarle a esas dirigencias el derecho de elegir a los diputados, contraviniendo al derecho de la elección directa y universal de los ciudadanos. En esto la alianza entre el poder legislativo y el ejecutivo es obvia, el presidente acepta estas nuevas leyes sin observarlas, sin vetarlas, cuando a claras vistas no acatan las fallos de la Sala de lo Constitucional.


El episodio del rechazo de publicar en el Diario Oficial la notificación de la Sala y el lamentable alegato del presidente de la República, muestran al extremo que el poder que dispone de la fuerza, se adjudica abusivamente el derecho de interpretar la ley y de aplicarla a su antojo. Seguimos pues en pleno despotismo.


Los defensores de este sistema de dominación burguesa acuden permanentemente a sofismas e ilogismos para mantener sus posiciones. Ante el viraje que diera ARENA respecto al decreto 743, el FMLN (que no lo votó) rehusa con vehemencia abrogarlo. Y se han vuelto con el presidente en los más intransigentes defensores.


El presidente niega la realidad de la crisis institucional, arguye que de haberla, no estuviera inaugurando carreteras. El hecho de que exista un decreto mordaza en contra de la Sala, ¿no es la anulación simple y sencilla de un poder del Estado? La Sala ha declarado inaplicable el decreto y un empleado del Ejecutivo, obedeciendo al presidente, se niega a aplicar la ley y publicar la notificación de la Sala. La Asamblea vota en pleno su derecho de no dar recepción a las notificaciones de la Sala. Pero esas notificaciones contienen fallos, es decir resoluciones cuya vigencia no son apelables, pues provienen de la única instancia que puede interpretar la constitucionalidad de las leyes. Los encargados de garantizar el cumplimiento de las leyes, de velar por el respeto de la Constitución, los que tienen la fuerza (me refiero a la fuerza física de los cuerpos represivos) para doblegar la posible resistencia a su aplicación, han facilitado justamente el decreto mordaza y se amparan detrás de él para inaplicar la ley. Pero cuando es el mismo presidente que ordena no cumplir con la ley ¿Quién puede obligar al cumplimiento de la legalidad? ¿Quién tiene el poder coercitivo?


Es por ello que algunos han hablado de insurrección y de golpe de Estado como salida a la crisis. Ambos casos no son de actualidad, sobre todo el primero no es ni siquiera factible. El golpe de estado tampoco lo es, pero por razones políticas. El estado de violación permanente de la Constitución es el que ha prevalicido durante muchos años, los organismos del estado oligárquico han funcionado siempre de esta manera. Lo que ha venido ahora a provocar crisis no es pues la violación súbita e inaudita del “estado de derecho”, sino que una franja importante de la población ha tomado conciencia de la separación entre lo que dice la Constitución y lo que hacen los partidos políticos y sus dirigencias. La letra y los actos no se acoplan.


Pero este hiato entre la letra (las promesas) y los actos (la política real del gobierno) es lo que ha venido provocando el descontento popular, es lo que de manera ilusoria motivó que muchos vieran una salida del atolladero nacional en las candidaturas individuales, pues pensaron que con ello se acabaría la confiscación del estado por parte de los partidos políticos. Este es otro de los aspectos de la crisis. Pero es el más confuso, el más complicado y el que tal vez más tarde en disiparse.


Este último aspecto encierra el meollo político y social de la crisis. Porque de alguna manera, todos intuyen que las cosas no se van a arreglar incluso si los diputados consienten derogar el decreto 743 y que el presidente también esta vez se apure a sancionar y publicarlo. El problema es que día a día surgen obstáculos para el vivir de la gente. Hay que vestirse, comer, viajar al trabajo (cuando lo hay), en definitiva hay que salir a buscar esa mercancia universal que permite ser canjeada por cualquier otra y que se llama “el pisto”. Esos son los problemas del diario vivir, a los que hay que sumar el “sardineo” cotidiano en los buses, el miedo permanente de ser agredido, chantajeado, extorcionado, apuñalado o recibir una bala perdida o destinada. Es el problema de poder exigir sus derechos, cuando los hay, de obtener nuevos, indispensables.


Muchos han sentido con agudeza que es necesario enfrentar esta situación, pero que es imposible hacerlo uno a uno, separadamente. Que el cambio no va a llegar si no aparecen movimientos de masas que los exijan, que tengan la suficiente fuerza para que los intereses de los asalariados prevalezcan, que los intereses de las mayorias se impongan contra los de la ínfima minoría oligárquica.


No hay de otra, el cambio está planteado, pero no se trata de ponerle parches y más parches a la descascarada fachada de nuestra sociedad en ruinas. Es necesario ir a ver la calidad de los cimientos, en qué principios se funda esta sociedad y si coinciden con las aspiraciones mayoritarias. Se trata pues de abrir el camino hacia cambios profundos en la sociedad. Pero por el momento, los útiles sociales para llevarlo a cabo hacen falta, el partido político de nuevo tipo, en donde exista fusión real entre todos sus miembros, en el que haya desaparecido el verticalismo humillante y totalitario. Un partido en que cada voz valga igual que las otras, en que se aprenda la crítica, a razonar, a argumentar, a sopesar las proposiciones, a deliberar y a decidir juntos. Ese partido está por inventar, tiene que ser un partido de masas y surgido de ellas, al únisono con las aspiraciones más sentidas y decidido a cumplir e incapaz de virajes de conveniencia electorera.


También se necesitan sindicatos que defiendan los intereses de los trabajadores, sindicatos que salgan del sometimiento al patronato, que rechacen la tutela de los partidos políticos y que sean intransigentes en la defensa de los trabajadores. Sindicatos que luchen por ampliar los derechos laborales.


Son estos momentos de la crisis que es necesario profundizar, las reformas constitucionales aparecen secundarias desde esta perspectiva. Un amplio movimiento social puede imponer otro rumbo al país. Pero esto no se construye en un momento. No podemos permitir que se nos impongan los momentos electorales como hitos, como blancos hacia donde apunte toda la actividad partidaria. La experiencia de estas últimas décadas tiene que servirnos de aviso.