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25 noviembre 2006

El hombre de la calle y el lenguaje

Allá por los años cincuenta, en los diarios y las radios, se acostumbraba a nombrar “hombre de la calle” a lo que hoy se le llama “opinión pública”. Y se le adjudicaba a este “hombre de la calle” toda clase de opiniones, gustos, sentimientos, etc. Por aquellos años también solía pararse en la esquina del pasaje Nicaragua, en la colonia El Palmar de Santa Ana, un señor de bigotitos negros y sombrero blanco. No era vecino del barrio, por lo menos, pienso, no era el padre de ninguno de los vagos que nos pasábamos las tardes jugando al fut en el redondel o en el baldío que quedaba enfrente del pasaje Costa Rica. Poco a poco este misterioso señor pasó a ser en mi imaginación el famoso “hombre de la calle”.

Y cuando en los noticieros oía que el “hombre de la calle” pensaba qué sé yo qué sobre no sé qué problema en Corea, entonces este señor de la esquina fue cobrando mucha importancia en mi juicio. Me parecía que este hombre tenía una opinión firme y muy bien definida sobre todo lo que acontecía en el mundo.

Pero para eso está ahí el papá de uno. Y un día le pregunté a mi venerable padre que cómo diablos hacían los periodistas para enterarse de lo que pensaba ese señor de la esquina del pasaje. Imagínense la tamaña perplejidad de mi padre. Le cuento que el “hombre de la calle” del que hablaban en la radio venía todos los días a pararse en la esquina.

Mi padre me sacó de la confusión, pero me sumió a su vez en una tremenda duda metafísica, ya que el” hombre de la calle” no era pues un ente de carne y hueso, no solía venir al barrio, no se paseaba por el parque Menéndez, no iba a las cocinas del Mercado Central. Era pues un ente totalmente imaginario, ficticio y de ficción. Nunca más creí en él y el señor de la esquina del pasaje Nicaragua perdió todo mi respeto. Pero este “hombre de la calle” me ha acompañado toda la vida. Ha constituido una parte considerable de mi reflexión.

Eso me condujo muy temprano a desconfiar de ciertas afirmaciones en las que de repente surge un ente fantasmagórico. No me estoy refiriendo a los seres de las creencias religiosas, que eso concierne a la fe y a la intimidad de cada uno. Aludo a esos raciocinios en los que se dice algo así como: “La existencia del lenguaje en la edad clásica es a la vez soberana y discreta. Soberana puesto que las palabras han recibido la tarea y el poder de “representar al pensamiento”. Pero representar no quiere decir aquí traducir, dar una versión visible, fabricar un doble material que pueda, en la vertiente exterior del cuerpo, reproducir el pensamiento en su exactitud”. Muchos se han acostumbrado a leer este tipo de proposiciones y las encuentran muy profundas.

Metáfora o falsa abstracción

Hay en estas enjundiosas palabras la profundidad del vacío. Hagámonos algunas preguntas, ¿el lenguaje existe independientemente de los hombres? ¿Quién les dio a las palabras semejante responsabilidad de representar al pensamiento? ¿El pensamiento existe también sin un ser pensante? Por supuesto que algunos me dirán que me he puesto muy prosaico y que me niego a admitir el uso metafórico de las palabras. No obstante con mucha tranquilidad puedo afirmar que no se trata de ninguna figura, que este modo de pensar y de expresarse se considera filosofar y son muchos los que practican este tipo de filosofía. Porque espero que nadie me niegue el derecho de exigir respuestas a mis preguntas y que si en el curso del libro no me dan las respuestas, hay estafa.

En las palabras que acabo de citar no cabe duda que el pensador francés Michel Foucault nos afirma que el pensamiento y el lenguaje existen paralelamente y de manera separada. Por mi parte admito que puede existir un modo de pensar que se realice sin la intervención de alguna lengua. Existen psicólogos que sostienen la existencia de un pensamiento en imágenes y que el pensamiento matemático se sostiene a través de signos no lingüísticos. Esto se puede admitir. No obstante todos admiten que no existe ningún otro medio que nos permita conocer el pensamiento de los hombres que el lenguaje, más exactamente una lengua histórica dada.

Hay otra confusión clara, que algunos pueden creer que se trata de una metonimia —la parte por el todo—, en el funcionamiento del lenguaje las palabras, lo que comúnmente llamamos palabras, no adquieren un significado concreto afuera de las oraciones. El contenido de las palabras, su función se manifiesta en el habla. Las definiciones del diccionario son meras aproximaciones. Cuando la definición es lograda, apenas se trata de la parte más general de todos los significados concretos, se trata de un significado cristalizado, se trata de un común denominador.

El “hombre de la calle” tiene la misma existencia fantasmal que el lenguaje reducido a palabras, que recibe de no se sabe quién la misteriosa tarea y el insólito poder de representar. ¿Cómo podemos saber si las palabras aceptaron semejantes extravagancias? Quien tenga una idea que me avise.

(1) Michel Faucault, "Les mots et les choses", Gallimard, Paris 1966, p. 92.

20 noviembre 2006

La risa de las niñas

La mañana golpeó gris en mi ventana, sus mil dedos húmedos repiquetearon frágiles en los cristales. La corneja, arriba, en lo alto del pino remedaba siniestros presagios. La luz venía de las copas amarillas, el viento lúbrico arrancaba las hojas fabricando tapices en los charcos. Acudí sediento al ventanal cuando hasta mi piso sonaron como un cristalino chorro las juveniles voces de unas colegialas. La vida es repentina en las mañanas de otoño, un grito infantil, un gorrión audaz enfrentando al frío, un pregón a lo lejos, convertido ya en su propio eco. Entonces el día que se anunciaba prolongación nocturna cobra matices atenuados que clavan la esperanza como un tenaz recuerdo. Las colegialas iban repartiendo su alegría y su mocedad triunfaba impertinente, casi vengativa de la oscuridad, de la monótona y gélida llovizna. De repente, ante el tierno reír de unas muchachas, la desvanecida pujanza de mis años olvidó su ritmo, la meta alcanzada y volví a verme en mis charcos, en mis vendavales, en mis corrillos, en mis escapadas y el prodigio se produjo. Sentí que esa vida que iba al colegio no era por gusto que también entraba en mi aposento, era para recordarme que mientras mis ojos distingan la luz que en tonos bajos toca a mi ventana y que mis oídos identifiquen en la uniforme lluvia el arrullo del torcazo, aún mis ánimos pueden cobrar la energía de la ilusión.

Me he alimentado de sueños, de ilusiones, ahora también de recuerdos. Los recuerdos son ilusiones vividas. He aprendido a acomodar los colores para que me pinten mi vida vivible. Aunque siempre temí mi propia desnudez en la página escrita, no obstante, ahora, suelo poner en blanco algunos acaecimientos que mi sino me empujó a cruzar. Esta travesía me costó algunas veces. La ilusión se deshilachó cuando lo soñado se topó con la bruta realidad. Mi descalabro entonces me dejaba sin ánimos, casi desesperanzado. Digo casi, porque como en esta mañana gris, siempre algo repentino y sorpresivo, como la risa juvenil me la ha devuelto, la esperanza. Antes era mi propia risa, la de mis amigos, la de la amada. La alegría me impregnaba, mi entusiasmo parecía envuelto en sordas pasiones. Es cierto, he vivido tercamente, prendido de mi esperanza, empujado por pasiones, enceguecido por los sueños. Me ha tocado que luchar para darle cabida a la razón. Pero ha sido la razón la que no ha permitido que pierda mis ilusiones y que obedezca a mis sueños.

Muy gris puede ser la mañana, muy lúgubre el canto de la corneja, muy monótonas las implacables gotas de la lluvia, todo eso se desvanece ante la risa juguetona de un grupo de muchachas. La vida me penetra entonces y pienso apasionadamente en otras mañanas, más dulces, más alegres, más conformes con la alegre vida de la juventud. Entonces rabiosamente me he ido a mi país a través de mis sueños. Lo he visto encarcelando sin piedad a sus niños. Han editado leyes que vuelven añicos al juicio. Nada se hace que les devuelva la esperanza, que los conduzca a la risa alegre y despreocupada. He pensado en mi país, luminoso, rebalsado de colores y lleno de trinos jubilosos. Me vuelven de nuevo las pasiones y acuden a mí los sueños que tanto he razonado, que tanto pábulo le dieron a mis desveladas noches para agotar tomos de ardua lectura.

11 noviembre 2006

Declaración de Judíos Europeos por una Paz Justa

En los últimos meses, las acciones del ejército israelí culminaron en un insostenible nivel de represión y persecución a la población palestina en Gaza.. Las operaciones, cínicamente denominadas en los meses de verano "Operación lluvia de verano", y ahora con el nombre "Operación nubes de otoño", trajo la muerte de cientos de palestinos, sin mencionar el número de heridos ó mutilados de por vida. Solamente en esta mañana, 19 palestinos masacrados por el ejército israelí en el norte de la Franja de Gaza donde mujeres y niños fueron la mayoría de las víctimas de estas atroces acciones.

¿Se lleva a cabo todo esto en nombre de la seguridad? Las incursiones sobre Gaza de las fuerzas armadas de Israel no pueden ser justificadas con la excusa del lanzamiento de los cohetes Qassam o por haber tomado como rehén al soldado Gilad Shalit. Más aún, la arbitraria e incon mensurable violencia del ejército israelí probablemente pone aún más en peligro su vida. El uso de las nuevas, letales e ilegales armas denominadas DIME (en inglés denso metal inerte explosivo) no se justifican en absoluto.

Es obvio que los constates ataques, tanto físicos como psicológicos, no tienen otra razón que sembrar el miedo, demostración de fuerza y destinadas a quebrar la voluntad del pueblo palestino en su legítima resistencia a la ocupación. Hamas no llamó a realizar acciones de
venganza, pero sí pidió intervención internacional. ¿Cuántos más palestinos deberán morir antes que la comunidad internacional asuma sus responsabilidades?

De acuerdo a los estatutos de las Naciones Unidas, Israel, como cualquier otro miembro de la comunidad Internacional, debe ser juzgado, ser responsabilizado e impedido de imponer guerras no declaradas, de la matanza de civiles, de devastación de la naturaleza y de la destrucción
de la industria y la infraestructura de sus vecinos.

Como ciudadanos europeos no es nuestra voluntad permanecer en silencio sobre los crímenes cometidos contra una población cautiva, un pueblo ocupado, que son víctimas de los acontecimientos de la historia europea.

Como judíos, no cometeremos el mismo error del que hemos culpado a otros, el silencio sobre los crímenes contra la humanidad. En la tarde del 9 de noviembre, el monstruoso pogrom de 1938, declaramos fuerte y claramente que el estado de Israel, con estos actos, desacredita el nombre y la reputación de los judíos en todas partes.

Es esencial que estas fuertes, decisivas e imparciales medidas deben finalmente ser tomadas por la Unión Europea a fin de obligar a Israel a adherir a las leyes internacionales. Esta es una larga y obvia deuda que los países de Europa tienen con Israel y debería romper los vínculos amistosos y las relaciones comerciales mientras Israel no adhiera a los tratados básicos de los derechos humanos y continúe con sus crímenes de guerra.

Nosotros demandamos que la Unión Europea se disocie de la política de los Estados Unidos de Norteamérica en el medio Oriente y lleve a cabo una política independiente de paz de acuerdo a la Convención Europea sobre los Derechos Humanos.

Nosotros reclamamos un debate sobre este tópico en el Parlamento de la Unión Europea como así también en los parlamentos de los países miembros.

Demandamos que la Unión Europea transmita claramente al Gobierno de israel que la Unión no financiará ni respaldará a Israel mientras no llegue a un acuerdo justo de paz con el pueblo palestino, que sea provechoso para los participantes y para la paz en el mundo.

Demandamos protección para el pueblo palestino en el sentido de emplazamientos de guardianes de la paz en Gaza y Cisjordania.

Noviembre 8 2006

JUDIOS EUROPEOS POR UNA PAZ JUSTA
Comité Ejecutivo:
Paola Canarutto Italia, Dror Feiler (Presidente) Suecia, Liliana Córdova Kaczerginski Francia, Dan Judelson (Secretario) Gran Bretaña, Fanny-Michaela Reisin Alemania, Paula Abrams-Hourani Austria
Traducción de Julia Majlin

10 noviembre 2006

Insulto a la clase obrera soviética

Hace unos días, cuando comentaba la conferencia de Siniavski, les hice la vaga promesa de contar algunas anécdotas moscovitas con mis camaradas salvadoreños. Les entrego una, la primera. Teníamos unos diez días en Moscú. Eramos ocho salvadoreños, formábamos el primer contingente enviado por el Partido a formarnos en la Unión Soviética. Llegamos algunos días antes del inicio de los cursos. Era un otoño particular, lo que los rusos llaman babie leto, en Francia le llamaban antes, l’été de la Saint-Martin, ahora dicen l’été indien. Se trata de un período de calorcito en pleno otoño. Nosotros nos movíamos en grupo, muy borregamente. Aquel día fuimos a almorzar todos al restaurante universitario de Donskaya. Nos pusimos en la fila, delante de nosotros había un grupo de obreros que habían estado reparando las losas del jardincito de la Universidad, que quedaba justamente frente al restaurante. Los obreros se habían quitado las camisas y estaban en camisetas. De repente uno de ellos levantó su brazo, tal vez para secarse el sudor de la frente, quizá para arreglarse la rubia mecha de sus cabellos desordenados. En fin, el zopilotazo que se desprendió de su sobaco fue brutal.

—¡Qué apesta este hijueputa! exclamé con enfática espontaneidad.

Santaneco soy, pues. No se me quita, no se me ha quitado. Y seguí campante en la cola vigiando los movimientos del tipo. Ya en el restaurante la cola se dividía en dos, había dos amplias salas con mostradores de autoservicio. Resulta que los obreros se fueron por un lado y nosotros por el otro. Ahí me topé con un uruguayo que ya nos había servido de guía y traductor en el aeropuerto. Y me puse a comprobar con él mis pequeños avances en mi aprendizaje del ruso (tal vez les cuente alguna vez como fue que aprendí mis primeras palabras rusas). Al buscar con mi azafate lleno de viandas, a mis compatriotas para sentarme a almorzar con ellos, vi que se habían ostensiblemente alejado de mí. Me fui con el uruguayo. Era de origen ruso.

Al salir del restaurante, mis camaradas me esperaban para convocarme a una reunión esa misma tarde. Me sorprendí pues el día anterior habíamos tenido ya una en la que no encontramos tema que abordar. Hablamos de nuestra obligación de ser irreprochables en nuestra misión de representar a nuestro país y a nuestro partido. Cada uno dijo su babosada y nos quedamos muy contentos. La próxima reunión debíamos tenerla dentro de una semana, tal cual habíamos quedado desde El Salvador.

Cuando entré al cuarto ya estaban todos ahí y vi las miradas de chucho sediento que me echaron encima. Nuestro jefe provisorio (aún no teníamos secretario de célula) abrió la reunión y de entrada anunció el único punto que se tocaría: “la autocrítica del camarada Carlos”. Me quedé pasmado. Todos guardaban silencio esperando que iniciara mi autocrítica. Pasaron algunos instantes y como no dejaban de mirarme les pregunté de qué se trataba la vaina.

—¡Pues, dendioy no insultaste a la clase obrera soviética!

— (....)

—Sí pues, en la cola.

—¿En la cola?

—Sí, en la cola del comedor.

—¡Ah! Ya caigo. No lo insulté.

—Sí y tenés que hacerte la autocrítica.

—No jodan, muchá. Si el fulano apestaba.

—¿Así que no te hacés la autocrítica?

—Pero que quieren que me critique, si el que apestaba era él. No, mano, ustedes la están cantiando, la autocrítica es un asunto serio, no un jueguito.

Me levanté y me fui a dar una vuelta, hasta el Parque Gorki. Este acto de rebeldía les quedó grabado en su memoria y se lo guardaron hasta la llegada del que muchos años después había de ser el comandante Marcial.

04 noviembre 2006

El espejo del amor propio

En los años sesenta, cuando vivía en Moscú, en el céntrico callejón Luchnikof, a unos cuantos pasos del Comité Central del PCUS, pero aún más cerca del célebre KGB, solía visitarme un muchacho con el que discutía mucho de literatura —su padre era un crítico conocido y reconocido— y escuchaba música, él era un apasionado admirador de Chaikovski. A veces le expresaba mi desacuerdo por su desinterés por el marxismo. Quiero decir que se lo echaba en cara. Pero su respuesta siempre fue la misma: “el marxismo lo he mamado en el pecho de mi madre”. Como este amigo reaccionaban muchos jóvenes soviéticos, que en realidad estaban hartos de los estereotipos que les habían prodigado desde la escuela. Una actitud semejante la he encontrado en otros, aunque quizá peor, por lo pretensiosa y vana. Algunos se consideran marxistas desde sus más tiernos años, por prematuras lecturas de algunos folletos de propaganda o por la lectura de algunos textos de Marx o de Engels. He oído decir a algunos de estos personajes que a los trece años o quince —para el caso es lo mismo— había recorrido el Anti-Dühring u otro libro de la misma especie. Y desde entonces no han vuelto a tomar de nuevo el libro y se creen que esa lectura infantil los ha convertido en versados marxistas. Por lo general se trata de hijos o nietos de dirigentes de algún partido “revolucionario”. Y lo que les ha realmente servido de educación ideológica son las interminables conversaciones que los desvelaban durante las primorosas noches de su infancia. Largas conversaciones de sus padres con amigos y compañeros de clandestinidad, que generalmente eran sobremesas regadas con buenas botellas de whisky.

No se piense que esto ocurre solamente en nuestro medio salvadoreño, sucede también entre los europeos, ya lo dije de los ex-soviéticos, pero me he topado con este fenómeno también entre franceses, italianos, españoles, etc. Este tipo de gente me hace pensar en otro muy cercano, que a veces simplemente se entremezcla con él o tal vez se trata del mismo personaje. Existe un tipo de persona que no solamente está de vuelta, cuando todos apenas estamos preparando las maletas para el viaje, sino que ya están para partir de nuevo hacia paraderos que son inaccesibles al común de los mortales. Miran estos personajes al resto de la humanidad con condescendencia, a veces cuando recuerdan que ellos también han sido humanos, con cierta piedad pringada de irrefrenable lástima.

Este tipo también deambula por nuestras calles salvadoreñas, fuma cigarrillos soplando fuerte su humo hacia el cielo, se planta en alguna esquina con majestuosa prepotencia que nadie se atreve a preguntarles si andan perdidos, aunque sea el caso. A veces se dignan a opinar parcamente sobre algún asunto candente, pero no se exceden porque no ignoran que de nada sirve insistir, pues no serán comprendidos. Por lo poco que dicen uno debe saber que tienen razón y que no vale la pena insistir. Tienen también la costumbre de presentarse como víctimas del medio, de nuestro miserable medio que no los valora a su justo precio. Se lamentan que solo ellos han podido salir adelante, que más les hubiera valido seguir siendo ignorantes como el resto de guanacos, pues así no se darían cuenta en que fango les ha tocado crecer. Y ellos han crecido como augustas ceibas. Puedo hablar de ellos con toda tranquilidad, ninguno se va a reconocer en este retrato. No es por humildad, va de suyo, sino porque ellos se miran en el espejo del amor propio.

02 noviembre 2006

Historias humanas

Las cartas y la basura
Durante muchos años el correo dejó de llegarles regularmente a los vecinos de un barrio. No era que sus lejanos corresponsales hubieran dejado de escribirles. Simplemente el cartero un día en que andaba muy mal, que se sentía agobiado por la monotonía de la vida, se llevó el paquete de cartas a su casa. Luego cada vez que se sentía mal raptaba el correo de los vecinos. Nadie se dio cuenta durante años. En realidad el cartero fue varias veces cambiado de recurrido y sus depresiones no eran cotidianas y tampoco duraban mucho tiempo. No obstante las reclamaciones de algunos vecinos se fueron acumulando en el escritorio del jefe de la oficina. Y un día decidió ocuparse realmente del problema. No tardó en dar con el culpable.
Los agentes de la policía que tomaron en manos la investigación se presentaron a su domicilio para arrestarlo e interrogarlo para saber cuál era el paradero de las cartas.
Al leer en el diario esta noticia me imaginé que el cartero dedicaba interminables noches a la lectura del correo robado, una especie de voyeurisme epistolar. Pensé en un hombre que había terminado por familiarizarse con los corresponsales y que quizás alguna vez tuvo el deseo de responder, o quién sabe, de conocer a los autores de las cartas. No obstante cuando los policías pudieron penetrar en su apartamento, se dieron cuenta que ninguna carta había sido violada. Las había ido ordenando por direcciones y fechas. El orden era impecable.
Pero a esta triste historia de una vana manía se le vino a juntar otra, mucho más triste y terriblemente trágica. Los policías al buscar al cartero se equivocaron de apartamento y entraron en la casa de una pareja de ancianos que vivía enfrente del cartero. Los ancianos tenían años de no sacar la basura y la venían amontonando en una pieza de su apartamento hasta llenarla por completo y luego fueron depositándola en el cuarto contiguo. Cuando los policías entraron los cuartos estaban cerrados y se sorprendieron al ver que en un rincón del salón se abultaban unas bolsas sospechosas. En ese momento pensaron que ahí se encontraban las cartas. Su sorpresa fue indescriptible cuando se dieron cuenta que se trataba de bolsas de basura. El olor era espantoso. Cuando abrieron las piezas su descubrimiento los dejó atónitos.
Ni el cartero, ni la pareja de ancianos pudieron explicar su conducta. Lo que se pudo constatar a ciencia cierta fue que durante todos esos años nunca recibieron la visita de nadie.