La mañana golpeó gris en mi ventana, sus mil dedos húmedos repiquetearon frágiles en los cristales. La corneja, arriba, en lo alto del pino remedaba siniestros presagios. La luz venía de las copas amarillas, el viento lúbrico arrancaba las hojas fabricando tapices en los charcos. Acudí sediento al ventanal cuando hasta mi piso sonaron como un cristalino chorro las juveniles voces de unas colegialas. La vida es repentina en las mañanas de otoño, un grito infantil, un gorrión audaz enfrentando al frío, un pregón a lo lejos, convertido ya en su propio eco. Entonces el día que se anunciaba prolongación nocturna cobra matices atenuados que clavan la esperanza como un tenaz recuerdo. Las colegialas iban repartiendo su alegría y su mocedad triunfaba impertinente, casi vengativa de la oscuridad, de la monótona y gélida llovizna. De repente, ante el tierno reír de unas muchachas, la desvanecida pujanza de mis años olvidó su ritmo, la meta alcanzada y volví a verme en mis charcos, en mis vendavales, en mis corrillos, en mis escapadas y el prodigio se produjo. Sentí que esa vida que iba al colegio no era por gusto que también entraba en mi aposento, era para recordarme que mientras mis ojos distingan la luz que en tonos bajos toca a mi ventana y que mis oídos identifiquen en la uniforme lluvia el arrullo del torcazo, aún mis ánimos pueden cobrar la energía de la ilusión.
Me he alimentado de sueños, de ilusiones, ahora también de recuerdos. Los recuerdos son ilusiones vividas. He aprendido a acomodar los colores para que me pinten mi vida vivible. Aunque siempre temí mi propia desnudez en la página escrita, no obstante, ahora, suelo poner en blanco algunos acaecimientos que mi sino me empujó a cruzar. Esta travesía me costó algunas veces. La ilusión se deshilachó cuando lo soñado se topó con la bruta realidad. Mi descalabro entonces me dejaba sin ánimos, casi desesperanzado. Digo casi, porque como en esta mañana gris, siempre algo repentino y sorpresivo, como la risa juvenil me la ha devuelto, la esperanza. Antes era mi propia risa, la de mis amigos, la de la amada. La alegría me impregnaba, mi entusiasmo parecía envuelto en sordas pasiones. Es cierto, he vivido tercamente, prendido de mi esperanza, empujado por pasiones, enceguecido por los sueños. Me ha tocado que luchar para darle cabida a la razón. Pero ha sido la razón la que no ha permitido que pierda mis ilusiones y que obedezca a mis sueños.
Muy gris puede ser la mañana, muy lúgubre el canto de la corneja, muy monótonas las implacables gotas de la lluvia, todo eso se desvanece ante la risa juguetona de un grupo de muchachas. La vida me penetra entonces y pienso apasionadamente en otras mañanas, más dulces, más alegres, más conformes con la alegre vida de la juventud. Entonces rabiosamente me he ido a mi país a través de mis sueños. Lo he visto encarcelando sin piedad a sus niños. Han editado leyes que vuelven añicos al juicio. Nada se hace que les devuelva la esperanza, que los conduzca a la risa alegre y despreocupada. He pensado en mi país, luminoso, rebalsado de colores y lleno de trinos jubilosos. Me vuelven de nuevo las pasiones y acuden a mí los sueños que tanto he razonado, que tanto pábulo le dieron a mis desveladas noches para agotar tomos de ardua lectura.
Me he alimentado de sueños, de ilusiones, ahora también de recuerdos. Los recuerdos son ilusiones vividas. He aprendido a acomodar los colores para que me pinten mi vida vivible. Aunque siempre temí mi propia desnudez en la página escrita, no obstante, ahora, suelo poner en blanco algunos acaecimientos que mi sino me empujó a cruzar. Esta travesía me costó algunas veces. La ilusión se deshilachó cuando lo soñado se topó con la bruta realidad. Mi descalabro entonces me dejaba sin ánimos, casi desesperanzado. Digo casi, porque como en esta mañana gris, siempre algo repentino y sorpresivo, como la risa juvenil me la ha devuelto, la esperanza. Antes era mi propia risa, la de mis amigos, la de la amada. La alegría me impregnaba, mi entusiasmo parecía envuelto en sordas pasiones. Es cierto, he vivido tercamente, prendido de mi esperanza, empujado por pasiones, enceguecido por los sueños. Me ha tocado que luchar para darle cabida a la razón. Pero ha sido la razón la que no ha permitido que pierda mis ilusiones y que obedezca a mis sueños.
Muy gris puede ser la mañana, muy lúgubre el canto de la corneja, muy monótonas las implacables gotas de la lluvia, todo eso se desvanece ante la risa juguetona de un grupo de muchachas. La vida me penetra entonces y pienso apasionadamente en otras mañanas, más dulces, más alegres, más conformes con la alegre vida de la juventud. Entonces rabiosamente me he ido a mi país a través de mis sueños. Lo he visto encarcelando sin piedad a sus niños. Han editado leyes que vuelven añicos al juicio. Nada se hace que les devuelva la esperanza, que los conduzca a la risa alegre y despreocupada. He pensado en mi país, luminoso, rebalsado de colores y lleno de trinos jubilosos. Me vuelven de nuevo las pasiones y acuden a mí los sueños que tanto he razonado, que tanto pábulo le dieron a mis desveladas noches para agotar tomos de ardua lectura.
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