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04 noviembre 2006

El espejo del amor propio

En los años sesenta, cuando vivía en Moscú, en el céntrico callejón Luchnikof, a unos cuantos pasos del Comité Central del PCUS, pero aún más cerca del célebre KGB, solía visitarme un muchacho con el que discutía mucho de literatura —su padre era un crítico conocido y reconocido— y escuchaba música, él era un apasionado admirador de Chaikovski. A veces le expresaba mi desacuerdo por su desinterés por el marxismo. Quiero decir que se lo echaba en cara. Pero su respuesta siempre fue la misma: “el marxismo lo he mamado en el pecho de mi madre”. Como este amigo reaccionaban muchos jóvenes soviéticos, que en realidad estaban hartos de los estereotipos que les habían prodigado desde la escuela. Una actitud semejante la he encontrado en otros, aunque quizá peor, por lo pretensiosa y vana. Algunos se consideran marxistas desde sus más tiernos años, por prematuras lecturas de algunos folletos de propaganda o por la lectura de algunos textos de Marx o de Engels. He oído decir a algunos de estos personajes que a los trece años o quince —para el caso es lo mismo— había recorrido el Anti-Dühring u otro libro de la misma especie. Y desde entonces no han vuelto a tomar de nuevo el libro y se creen que esa lectura infantil los ha convertido en versados marxistas. Por lo general se trata de hijos o nietos de dirigentes de algún partido “revolucionario”. Y lo que les ha realmente servido de educación ideológica son las interminables conversaciones que los desvelaban durante las primorosas noches de su infancia. Largas conversaciones de sus padres con amigos y compañeros de clandestinidad, que generalmente eran sobremesas regadas con buenas botellas de whisky.

No se piense que esto ocurre solamente en nuestro medio salvadoreño, sucede también entre los europeos, ya lo dije de los ex-soviéticos, pero me he topado con este fenómeno también entre franceses, italianos, españoles, etc. Este tipo de gente me hace pensar en otro muy cercano, que a veces simplemente se entremezcla con él o tal vez se trata del mismo personaje. Existe un tipo de persona que no solamente está de vuelta, cuando todos apenas estamos preparando las maletas para el viaje, sino que ya están para partir de nuevo hacia paraderos que son inaccesibles al común de los mortales. Miran estos personajes al resto de la humanidad con condescendencia, a veces cuando recuerdan que ellos también han sido humanos, con cierta piedad pringada de irrefrenable lástima.

Este tipo también deambula por nuestras calles salvadoreñas, fuma cigarrillos soplando fuerte su humo hacia el cielo, se planta en alguna esquina con majestuosa prepotencia que nadie se atreve a preguntarles si andan perdidos, aunque sea el caso. A veces se dignan a opinar parcamente sobre algún asunto candente, pero no se exceden porque no ignoran que de nada sirve insistir, pues no serán comprendidos. Por lo poco que dicen uno debe saber que tienen razón y que no vale la pena insistir. Tienen también la costumbre de presentarse como víctimas del medio, de nuestro miserable medio que no los valora a su justo precio. Se lamentan que solo ellos han podido salir adelante, que más les hubiera valido seguir siendo ignorantes como el resto de guanacos, pues así no se darían cuenta en que fango les ha tocado crecer. Y ellos han crecido como augustas ceibas. Puedo hablar de ellos con toda tranquilidad, ninguno se va a reconocer en este retrato. No es por humildad, va de suyo, sino porque ellos se miran en el espejo del amor propio.

5 comentarios:

  1. Anónimo7:24 a. m.

    Lindo texto. Gracias.

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  2. Rafa: Me alegra que hayas pasado por aquí y que hayas dejado huella.

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  3. Anónimo8:09 a. m.

    Siempre paso por aquí, pero no había dejado... uh... huella. Me gustan muchos las notas que has escrito acerca de marxismo; muy lúcidas.
    Y no andés insultando a la clase obrera, bicho. Te vas a ir al infierno de los burgueses. (Igual allí nos comemos una hamburguesa, o algo.)

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  4. Anónimo8:32 a. m.

    No creo que no se sientan aludidos por su falta de objetividad, si eso existe. Es porque usted adolece de un problema en todas sus redacciones: es demasiado condecendiente con usted mismo. Enamorado de su sermón, el pastor se olvidó a lo que vino. De nada sirven las reglas si no se tiene el talento. Ahi le dejo su tarea, de objetividad, por supuesto.

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  5. Le agradezco, querido lector anónimo, la franqueza. Pero el talento no fue repartido de manera igualitaria, ni tampoco se vende en farmacias, así que no he podido comprar ni un tantito. La objetividad existe, como la subjetividad, su opinión es un ejemplo. Luego lo de las reglas...

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