Uno podría estar
de acuerdo con lo que dice el padre José María Tojeira, pero lo que pasa ahora
en España, lo que sucede en Italia, las maniobras y crímenes cometidos por los
EE. UU. con sus aviones sin piloto, etc. no veo donde exista esa democracia tan
soñada. Los avances democráticos en las famosas "grandes democracias"
pueden perfectamente ser pérdidas si los pueblos mismos no se ponen alertas.
No creo posible
un pacto entre los partidos en favor de desarrollar la democracia, hoy por hoy,
los partidos defienden intereses ajenos a los intereses populares. Por
consiguiente exigirles, proponerles que pacten para desarrollar la democracia
es un deseo muy virtuoso, pero de ninguna manera realista.
Muchos ponen de
ejemplo los Acuerdos de Paz, como si esos mismos acuerdos hubieran sido el
resultado de la buena voluntad y se hubiera obtenido beneficios para el pueblo.
Los avances "democráticos" es esta misma democracia que critica
Tojeira. En realidad, los Acuerdos de Paz fueron de alguna manera impuestos por
las mismas circunstancias de la guerra, fueron impuestos por la intervención de
los Estados Unidos, por la imposibilidad de seguir en la guerra con una
correlación de fuerzas que no daba un ganador. Pero en esos Acuerdos ni
siquiera se abordó los problemas políticos, económicos y sociales que motivaron
la guerra. Se puso coto a las hostilidades. Claro que el ambiente político es
mejor ahora que antes de la guerra, donde la fuerza bruta era el lenguaje de
los gobernantes de derecha contra los que protestaban.
Pero es de alguna
manera ilusorio pedirle a esos mismos políticos que se pongan de acuerdo entre
ellos para mejorar la democracia, para introducir ética en sus conductas. Los
vemos actuar todos los días, vemos sus actitudes, escuchamos sus declaraciones,
vemos sus intrigas, adivinamos sus chanchullos. Cada partido defiende sus
intereses, sus posiciones dentro del Estado para aprovecharse de él.
Acaso es posible
un pacto político que instituya un aumento de los impuestos a los capitalistas,
que es la única posible fuente de aumento, para financiar todos los programas
en salud, educación y otros para aliviar la angustiosa vida que llevan las
clases pobres. Eso es imposible, pues los que les permiten vivir del Estado son
precisamente los miembros de la clase dominante.
Porque en todo lo
que se lleva a cabo en la vida política no podemos abstraer esos intereses. No
podemos imaginarnos una vida política que de repente se entre en una especie de
limbo en el que desaparezcan los intereses creados. Y estos intereses son mezquinos
y son hasta ahora los que han movido a los políticos.
No creo que sea la intención del padre Tojeira sembrar nuevas ilusiones en la
gente. Pero en definitiva es lo que
resulta, pues todos aquellos que reclaman un Acuerdo de País hacen abstracción
que entre las diferentes clases existen intereses opuestos, antagónicos. Y
desgraciadamente los intereses de los trabajadores no tienen hoy por hoy
representación política.
Porque muchas
cosas se pueden arreglar desde las políticas del Estado, si las clases
pudientes participan con impuestos al financiamiento de las acciones estatales,
pero si los empresarios persisten en evadir impuestos, en exportar sus
ganancias y prefieren invertir en el extranjero. En El Salvador estamos frente
a una clase oligárquica que nunca se ha preocupado por la condición de vida de
los trabajadores, que nunca introdujo mejoras sensibles en la preparación de la
mano de obra, que ha preferido usar el país como simple fuente de rentas. Y
esto lo ha mantenido durante décadas con dictaduras. Ahora lo hacen sin
dictadura, pero con la complicidad de la clase política.
Porque bien lo
dice el padre Tojeira, si se le hubiese preguntado al pueblo que “el ingreso
mensual de un diputado sea el equivalente a 38 salarios mínimos del campo”, no
creo que se hubiera obtenido un consenso. Pero esta diferencia de ingresos crea
también distancia en modos de vida, en modos de pensar, de percibir el mundo.
El diputado presidente de la Asamblea, Sigfrido Reyes, se escandalizó porque
hubo quien protestara por la vajilla de plata que compró para el uso de los
diputados, no es capaz de entender las protestas por los regalitos de Navidad
que con el dinero público les hizo a sus colegas. Pero este no es el único
caso. En Casa Presidencial la cosa no es diferente.
O sea seguir
soñando con la posibilidad de un acuerdo entre políticos para sanear su propio
modus vivendi no es coherente. Pensar
posible reconciliar intereses opuestos también es ilusorio.