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23 diciembre 2006

Blog cerrado por vacaciones

En estos días de fiesta me alejo del mundo, me voy con mi familia por unos días a las montañas alpinas. Según cuentan la altura ayuda a la multiplicación de los glóbulos rojos y este fenómeno aumenta la capacidad física, mayor resistencia al esfuerzo, etc.

Algunos deportistas para ocultar de alguna manera los productos químicos (dopaje) se van a pasar, antes de las competiciones, unos cuantos días a alguna altura. Los futbolistas de la selección francesa lo hacen cada vez que tienen un campeonato en miras... Lo que pasa es que la aumentación de los glóbulos rojos a causa de una estadía en la montaña, no tiene efectos secundarios, como por ejemplo, irritación excesiva, un cabezazo o limpiarse los botines en la espalda de un contrincante... ¿Por qué me he puesto a hablar de esto? Tal vez sea por despecho. Mi fasisto perdió en la final. Y por supuesto eso fue por culpa del árbitro o de la adversidad. Porque el FAS nunca pierde frente un equipo adverso. El árbitro y la adversidad son siempre los culpables y que quede dicho.

Bueno, antes de que se me olvide, Feliz Navidad a todos y que el 2007 sea un año que nos ayude a ser buenos. No estaría mal que fuéramos buenos, ¿no es cierto?

Tal vez vuelva a abrir la tienda la próxima semana, ya veremos.

21 diciembre 2006

Víctima de una agresión

Hoy he sufrido una agresión internética. Esta tarde estaba leyendo, en mi computadora, un documento sobre la sociología en Centroamérica, cuando de repente aparece un anuncio de un programa que me informa que ha detectado no sé cuántos desperfectos en la configuración de mi computadora. El programa se presenta como ErrorSafe. Y a pesar de que deseo salir de esa página, no lo logro fácilmente. Luego me doy cuenta que en mi “oficina” se ha instalado un icono del programa. Al tratar de saber de qué se trata, el icono activa un programa de instalación. El programa se instala y mi antivirus detecta dos “gusanos” en ese programa y me invita a ponerlos en cuarentena. El programa pirata inicia un “análisis” de mi ordenador y al finalizar me afirma que ha detectado más de mil desperfectos y que me conviene rectificarlos so pena de un sinfín de calamidades informáticas en mi computadora. No obstante para poder reparar lo que me ha señalado, debo “subscribirme” y se abre una página de mi navegador. El sitio del programa me propone que les pague más de treinta euros. Esto tiene un nombre: venta forzada o violación.

Procedo a suprimir el programa, no es cosa fácil. De nuevo las amenazas de no sé qué calamidades informáticas: lentitud de ejecución de mis programas, lentitud del arranque de mi computadora, paro súbito del sistema, etc. Finalmente he logrado suprimir el programa.

No les solicité nunca su visita, su manera violenta de imponerse la sufrí como una tremenda agresión. El programa se presenta como un “protector” del sistema de mi computadora.

Como no soy perito, como soy realmente apenas un aficionado, todas esa amenazas han hecho mella en mi ánimo. No conozco a qué sociedad pertenece ese programa. En todo caso su método comercial me ha parecido muy deshonesto.

Toda esta aventura retrasó mi lectura del artículo sobre la sociología centroamericana. Pues tuve que cerrar todo y volver a arrancar mi aparato.


P. S.:
Creo que se nota que he escrito movido por la cólera y el desaliento. En realidad no sé por qué les he contado esto. Espero que me comprendan

15 diciembre 2006

Mis conversaciones con Cervantes

He estado ausente en estos días y he dejado en abandono este espacio. Vuelvo y espero que no tomen a mal lo que les voy a contar. No es el efecto de las altas fiebres que me han sofocado y casi me obligan a delirar. No es delirio lo que les voy a contar, es un simple sueño recurrente. Me visita desde el verano de 1976 cuando por primera vez atravesé la frontera franco-española por Irún. Iba con destino a Madrid, pasando por San Sebastián, pues tuve un contratiempo con la compañía de ferrocarriles.

Permítanme antes de referir mi sueño que les cuente algo que me sucedió en Irún. Desde 1962 que me fui de El Salvador nunca había vuelto a estar en un ámbito castellano, es decir siempre estuve rodeado de lenguas ajenas, primero el ruso, luego el francés y por último el hebreo, para rodearme de nuevo el francés. Nunca dejé de hablar nuestra lengua, aunque una vez por allá por 1964 sentí de repente que estaba perdiendo mi lengua paterna. Esta horrible sensación la sufrí leyendo un texto de Lope, las palabras no me tocaban, las conocía, pero ahora me parecía que apenas adivinaba su sentido, como cuando uno se encuentra con alguien que ha conocido hace años y tarda en reconocerlo, en ponerle un nombre y situarlo en el tiempo. En ese momento tuve el miedo más íntimo de mi vida. Corrí a una librería a comprarme apresuradamente un diccionario castellano, el más grueso, el que tuviera más palabras y me puse a escudriñarlo y a reconocer a mis antiguas amigas... Pero no me bastó este remedio, me impuse prácticas de conversación en castellano, en salvadoreño. Viajaba por lo menos una vez a la semana a Leninski Prospekt en donde se encontraban los nuevos edificios de la Universidad Patricio Lumumba y en donde me era más fácil rodearme de amigos que conversaran en castellano. Y no dejé pasar una semana sin leer algunas páginas en castellano.

Pero el mundo lingüístico que me rodeaba era ruso. Quiero decir los diarios, la radio, la televisión, los rótulos en las calles, todo en ruso. En los autobuses, en el metro, en los tranvías, por todos lados el ruso. Me aconteció lo mismo con el francés y con el hebreo.

Pero una vez pasada la frontera por Irún, en la estación de trenes me dirigí al tablero de horarios y me puse a buscar el andén de donde iba a salir el tren que me llevaría a San Sebastián. En eso estaba, cuando de repente oí la voz de una muchacha por los altoparlantes de la estación que me decía:

—El tren 217 con destino a San Sebastián sale a las seis y siete minutos en el andén tres.

Era la primera vez que en una estación de trenes me hablaban a mí, en castellano, pues fue eso lo que pensé, lo que sentí, esa muchacha se estaba dirigiendo a mí, personalmente, lo que me intrigó mucho fue cómo supo lo que andaba buscando....

No les cuento el feliz encuentro, en San Sebastián, con un grupo de jóvenes que festejaban el final de su primer año de derecho. Lo referiré en otra oportunidad.

Ya en Madrid, luego de haber visto a las personas con las que había venido a entrevistarme, me dediqué al oficio de turista. Fui al Prado y me pasé horas frente al Jardín de la Delicias, entonces el tríptico de El Bosco estaba en las plantas bajas, en una sala demasiado pequeña para deleitarse a las anchas. Luego subí a las salas de la pintura española y me pasé el resto del tiempo contemplando las obras de Velázquez. Y entonces pensé que el pincel que debería habernos dejado el rostro de don Miguel de Cervantes Saavedra era precisamente ese. Mucho se entiende cuando uno ha visto a Luis de Góngora y Argote por Velázquez.

Salí del museo y me puse a caminar por las veredas del parque. Cosa sorprendente, pensé mucho en Cervantes, en su vida y sobre todo en lo tan cercano que me pareció entonces, casi como a alguien que hubiera podido cruzar en una de las calles de Madrid.. Algunos meses después, ya en París, en donde vivía por aquellos años setenta, tuve el sueño que quiero referirles y que se me ha repetido varias veces con variantes, por supuesto.

Me veo saliendo del Prado en compañía de un hombre flaco, más alto que yo, vestido en chaleco y jubones apretados, cuello blanco como el que le pintó Velázquez a don Francisco Pacheco. Es verano, la luz crepuscular y tenue. Nuestro paso es lento. Guardamos silencio y siento que no puedo desaprovechar esa oportunidad que tengo de ir al lado de don Miguel de Cervantes. En mi sueño ese encuentro no tiene nada de insólito. Lo interrogo con hondo respeto y con miedo de ofenderlo. Le pregunto por los comentarios que ha hecho de su novela, el nivolista vasco y tocayo suyo Miguel de Unamuno. Cervantes sonríe y me habla quedo y pausadamente. En el sueño cada palabra suya me la como, la bebo sediento. Y me sorprendo que a pesar de una sintaxis que siento anticuada, de un tono extraño, todo lo que me dice lo entiendo sin esfuerzo.

Al despertar tengo la sensación de haber perdido una oportunidad crucial en mi vida. Y me siento culpable pues por mucho esfuerzo que haga no recuerdo su charla. Apenas su respuesta a mi tonta pregunta, ¿Cómo es que le entiendo si nos separan tantos siglos? Su respuesta es sencilla.

— Hablamos la misma lengua, el tiempo no ha hecho mella en nuestro entendimiento. Algunas palabras han cambiado, alguna que otra oración ha envejecido, eso es todo.

He vuelto a soñar con don Miguel, en las mismas circunstancias y le he preguntado sobre los comentarios escritos por Ortega y Gasset. Pero es la misma pérdida de memoria al despertar. La tercera vez le recité algunos poemas de León Felipe. Sonreía y los aprobaba.

Estoy esperando la cuarta visita de don Miguel, pero sé que no necesito prepararme y sé también que me voy a olvidar de su respuesta, pero aquí adentro de mi cabeza me ha quedado muy fijo el sonido de su voz, su timbre. Y si despierto oyera su voz, lo reconocería.

06 diciembre 2006

Mi claustro

Pueden darse cuenta por esta foto las dimensiones del lugar en donde paso los días, en contacto con los libros, un contacto visual, olfativo y táctil. Muy poca lectura. La gente cree que el oficio del bibliotecario es leer libros.

Este corredor lleva hacia la sección infantil que está en el fondo. En los estantes que se ven a la derecha están los tomos que van desde las generalidades sobre el mundo hasta el deporte, pasando por la psicología, la filosofía, las religiones, la sociología, la economía, la filología, las matemáticas, la física, la biología, etc. La lista de estos asuntos es grande. Usamos la clasificación Dewey.

Detrás de esa estantería hay una gran sala en donde por orden alfabético se encuentra la literatura universal, sin hacer resaltar ninguna literatura nacional en particular, incluso la francesa. Hay una rica colección de poesía, rica relativamente al volumen general de la biblioteca y en relación a su tamaño y a la importancia del presupuesto. Se trata de una biblioteca de un suburbio parisino, Sarcelles. En la biblioteca últimamente han entrado textos de Castellanos Moya y de Rafael Menjívar. Antes de mi llegada había un solo librito de Roque Dalton.

La principal deficiencia de la biblioteca es la falta de espacio para exponer todo el fondo. Gran parte del fondo se encuentra en almacenes y otra aún no ha sido tratada. Esto último también les indica otra deficiencia, la falta de personal. En los últimos años el volumen de trabajo no ha decaído, sin embargo el personal se ha reducido casi del 40%.

Hay dos sectores que he olvidado, tratan de la historia y de la geografía. La división aquí es por continentes y por países. Hay algunos libros sobre El Salvador. Buena parte trata sobre la guerra y hay dos biografías de Monseñor Romero.

Todos los libros están en francés. Hay algunos bilingües. Los lectores son un tesoro, en realidad son ellos la biblioteca y es por eso que para atenderlos como se debe sufrimos mucho de la falta de personal. Pero si comparo con la Biblioteca Nacional de El Salvador, aquí trabajamos holgadamente, no tenemos los mismos problemas.
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