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26 agosto 2015

Volvamos racional nuestra reflexión



Lo irracional nos ha ganado. La sentencia de la Sala de lo Constitucional viene acorde con el empeoramiento del sentimiento de inseguridad, viene acorde y complace a todos los que de una o de otra forma han estado exigiendo el exterminio de las maras. Exterminio entendido como lo practicaron los nazis. Todo el discurso que se maneja en el país es la total negación de la humanidad de los miembros de las maras. Incluso el trato verbal los expulsa llanamente del seno de la nación, todo puede ser emprendido en contra de ellos. No obstante el fallo de la Sala de lo Constitucional alegra a muchos por declarar terroristas a las pandillas, simplemente por un juego semántico, “sus acciones causan terror en la población”. Toda muerte puede causar terror. Pero el centro de todo esto es que muchos han concluido con jubilosa irracionalidad que desde ahora en adelante se tienen todos los medios legales para exterminar a las maras y obtener la paz.

No obstante seguimos como antes, pues nunca les ha faltado a los gobiernos el apoyo de la población a sus políticas y leyes represivas, hablo incluso de aquellas que fueron declaradas inconstitucionales por esta misma Sala. La exasperación de la población, totalmente comprensible, se transformó poco a poco en el sustento de la ideología del exterminio. Este problema tiene su historia ya. Muchos han escrito sobre él, desde su origen, sobre las condiciones socio-económicas y educacionales que lo propiciaron. Se ha hablado hasta el acabose de la negligencia de los gobiernos de ARENA, de su política más de propaganda que efectiva. Algunos han señalado el uso político real que se les dio a las maras, convirtiéndolas en la única preocupación mayor de la población y apartando de las mentes el resto del panorama socio-económico. Este papel lo sigue jugando hasta hoy. Pero ha adquirido otro que resulta del que menciono, la violencia de las maras se ha vuelto el terreno de la lucha política, el partido que logre echarle el petate con el muerto en el patio del otro partido se asegura del mayor apoyo de la población. Es esto lo que se está jugando con todo el discurso de un supuesto “golpe suave” y los intentos de ARENA de destabilizar al gobierno con el accionar de las maras desde el Estado Mayor arenero. No pasa un día sin nuevas y graves acusaciones.

El fallo es aplaudido por la población y los partidos políticos aún no se han determinado, pues es un cuchillo de doble filo: el gobierno tiene ahora el instrumento legal que necesitaba para emprender su “guerra de exterminio”. Ya no tiene pretexto, ya no puede seguir culpando a otros, la pelota está en su campo. Pero la extensión de la aplicación del fallo de la Sala puede abarcar hasta los dirigentes de cualquier partido político y en especial del principal opositor, que son acusados por ministros y el propio presidente de la República de estar involucrados en el accionar de las pandillas. Los magistrados se salieron del Consejo Nacional de Seguridad y Convivencia Ciudadana, lo que pasó casi desapercibido, y ahora le entregan tanto al Consejo, como al gobierno una herramienta emponzoñada.

Los magistrados de la Sala han legislado (asumieron como en otras ocasiones el papel de diputados) y una ley contra el terrorismo la han convertido en otra ley represiva contra las maras, protagonizando el mismo papel que jugaron gobiernos y diputados: decretar otra ley represiva y con ello de nuevo reducir todo el problema social de las maras a una simple calificación penal. Esto no va a resolver nada. Pues el problema no reside en su calificación penal, sino que en asumir que se trata de un problema societual, cuyos orígenes se enraízan profundamente en las estructuras socio-económicas y educacionales del país. Algunos analistas han dejado ver que la criminalidad y los homicidios siempre han alcanzado niveles muy altos, casi iguales a los que se han dado en la posguerra. El permanente paralelismo de la miseria y de los altos niveles de violencia que siempre se han alcanzado en el país no es una simple casualidad. Se repite siempre que “las mismas causas producen los mismos efectos”.

Pero este rechazo de pensar el problema de las maras como un problema de nuestra sociedad ha sido permanente, me refiero a que es nuestra sociedad la que lo produce. Es por eso que el discurso los vuelve un ente patógeno, como si nuestro cuerpo social las considerara exteriores, como lo es un virus o un microbio, que los organismos expulsan y se protegen. No se desea asumir que este mal le pertenece a la sociedad salvadoreña y se produce por razones sociales propias a nuestra sociedad. Lo que significa que el trato no puede ser únicamente represivo, sino que eminentemente social y educacional. Social en el sentido que amplias capas de la sociedad vive en la miseria y en la total negación de su dignidad humana. Los miles y miles de familias sumidas en condiciones de pauperismo crónico, calificados hoy con el término de “extrema pobreza”. Se trata de familias que sobreviven desde ya varias generaciones en estas condiciones. Aquí no cabe el argumento trillado de que no todos los pobres son ladrones, ni criminales. Esta es una verdad de Perogrullo que no explica nada, al contrario es la negación de que la pobreza expulsa de la sociedad y de sus valores.

Tomar medidas contra la delincuencia de las maras implica en primer lugar aceptar y asumir que es urgente disminuir los niveles de pobreza en que viven millones de salvadoreños. Aquí no valen tutías. Digamos las cosas sin ambages, cuando se dice que el alto nivel de delincuencia que sufre el país proviene de la estructura socio-económica nacional, se está diciendo que hay un puñado de familias que viven en la opulencia y millones que viven en la miseria. Y es esta estructura que urgimos combatir. Pues no sólo es el origen de este mal salvadoreño, sino de todos nuestros males. La existencia de la oligarquía es un freno brutal a nuestro desarrollo en todos los sentidos. Todos conocemos el carácter parasitario de esa casta, su ideología retrógrada, es la que aún ahora pretende, con la ayuda del gobierno actual, presentarse como el principal motor de nuestra sociedad. Pero su parasitismo es el que no ha permitido el desarrollo nacional en ningún campo, ni económico, ni científico, ni cultural. Pues la oligarquía acumula más del 80% de nuestro patrimonio y mucho de ese patrimonio nacional ha ido a parar al extranjero.

El nivel de nuestras universidades es bajo, la Universidad Nacional no es un verdadero centro de investigación y de enseñanza de alto nivel. ¿Existen acaso laboratorios de física o química que se dediquen a la investigación fundamental? En ciencias sociales que son las que mayores diplomados entregan al país, no producen tampoco investigaciones de valor sobre nuestra misma realidad. ¿Por qué? No es porque falten talentos, sino por falta de medios, de los instrumentos necesarios para producir esas investigaciones. Los presupuestos siempre fueron bajísimos, por mucha reforma que se haga o se hayan hecho, sin presupuestos consecuentes no se puede avanzar. Lo mismo se puede decir de las escuelas e institutos de enseñanza primaria y secundaria. Existen escuelas sin electricidad y sin agua potable, algunas sin pupitres. Todo eso no se puede remediar si no se pone coto a la ultrajante dominación de la oligarquía.

O sea que emplear términos bélicos respecto a las maras y tratar con plumitas a la oligarquía es estar zurrando fuera de la bacinica. Se habla de guerra entre las maras y el Estado y de guerra entre las maras. El término ha perdido su valor conceptual. Algunos que acostumbran a usar malabarismos verbales, llegan a afirmar que “si la guerra es la continuación de la política por otros medios, la política es la continuación de la guerra”. Esto lo dicen para demostrar que aún no hemos salido de la guerra, que la posguerra no lo es. En realidad hablar de guerra respecto al conflicto social en que vivimos, es apartarse de la solución. La guerra implica muchas cosas, entre ellas la principal, la existencia de beligerantes con ese estatuto reconocido por ellos mismos y por instancias internacionales. La guerra implica organizaciones militares que se enfrentan. El hecho de que en los últimos meses haya crecido el número de policías muertos y que se hable de “enfrentamientos” entre policías y criminales esto no le confiere al problema social que enfrentamos un aspecto militar. En esencia, en propiedad, estamos enfrentados a un fenómeno criminal al que hay que aplicarle las leyes ya existentes en los Códigos penales y civiles. Sabemos que esto no basta, pues las instituciones encargadas para ejecutar la justicia fallan cotidianamente. También en esto hacen falta medios e instrumentos adecuados. Y no basta tampoco porque la justicia actúa siempre post-facto, la justicia siempre llega una vez el crimen o el delito ya cometido.

Algunos se entretienen emitiendo falsos enunciados “filosóficos”. Lo que necesitamos es volver racional nuestra reflexión, que usemos los conceptos y las categorías con propiedad. Las maras son grupos de delincuentes que se están convirtiendo o ya se convirtieron en mafias con influencias en las instituciones estatales. Que su origen sea la pobreza social es una cosa, muy otro es su actividad delictiva. Su actividad delictiva tiene su terreno de acción principalmente, por no decir exclusivamente, entre la gente que vive también en la pobreza.

Los voceros del gobierno, empezando por el mismo presidente, nos quieren hacer creer que sus acciones son efectivas, que incluso el accionar de las maras es marginal. Un ministro afirma por un lado que hay una destabilización provocada por la derecha y luego asegura que el país no está en crisis, ni hay caos. Cuando Sánchez Cerén afirma que el 80% de los municipios no sufre de las maras, reduce el problema a la marginalidad. Se olvida agregar que actúan donde la concentración de la población es mayor. El país está en permanente crisis estructural, las maras son una manifestación de esa crisis, pero la mayor manifestación es la incapacidad que tenemos, en tanto que nación, de resolver nuestros problemas nacionales. No hablo de la derecha partidaria, ni de los organismos patronales, su discurso está sobre todo destinado a justificar la realidad y de echarles la culpa de la situación a sus adversarios políticos. Estos han hecho todo lo que está en sus manos para volverse ante la oligarquía gente aceptable, un partido inocuo, inofensivo. En realidad es lo que ahora son. Pero la oligarquía no perdona, la oligarquía salvadoreña es tal vez la más retrograda del mundo. Y ve comunismo incluso en las capas rojas de los toreros, en los calcetines rojos de Nayib y hasta en la camisa blanca del presidente. Ellos financiaron y crearon su propio partido, no necesitan de otros ciervos, ya tienen a los suyos. Es el pueblo el que se ha quedado sin su propio partido.

No se sientan ofendidos aquellos que han iniciado la tarea de crear un partido popular y revolucionario. Por el momento aún no tienen la fuerza de intervención y de incidencia en la vida pública nacional. Es demasiada la gente que ignora de su existencia. Tienen que armarse de paciencia, pues darse a conocer requiere romper el bloqueo mediático y dotarse de sus propios medios de divulgación y de reflexión.