Los únicos que manifestaron su contento con el “debate”
del domingo pasado entre los candidatos a la presidencia de El Salvador, son
aquellos que esperaban impacientes ver la prestación de su corifeo. El resto se
quedó perplejo, pues ese tan anunciado debate no tuvo lugar. No obstante no fue
totalmente inútil. No tanto por el contenido, sino por las carencias. No me voy
a referir a las escabrosas propuestas de algunos candidatos para vencer la
delincuencia, ni voy a insistir sobre la ausencia de cifras que respaldaran el
aluvión de promesas. De todo eso ya se habló suficientemente casi de inmediato,
al final del “foro electoral”.
Deseo abordar la falta de perspectivas que se
manifestó durante esas dos horas y pico de palabrerío, nada que pudiera
realmente levantar los ánimos, que pudiese mover al entusiasmo, que enardeciese.
Realmente, por mi parte, no esperaba de ningún candidato de derecha que viniera
a avivar las esperanzas en un futuro mejor, son gente del pasado y se han
pasado todo el tiempo mirando hacia atrás, están enfangados en sus gobiernos
precedentes, en sus prácticas autoritarias, en el despotismo de casta y en ese
oscurantismo medieval en el que persisten en mantenernos. De esa gente no
esperaba nada.
Tampoco podía esperar mayor cosa del candidato del
FMLN. Sin embargo visto que se trata del partido que aún conserva la simpatía
de la clase trabajadora de izquierda, en el que perdura la confianza de que
pueda emprender políticas de transformación social y ver a su candidato no solo
tartamudear literalmente, sino que en el sentido figurado de no poder sacar su
carreta del bache social-demócrata en el que están varados. Esto tiene en
cierto sentido algo de positivo. Pues ahora ya no esconden su verdadera ideología
tras la terminología revolucionaria del siglo XX, ni tras del maquillaje pintarrajeado del
socialismo del siglo XXI. Sólo la obscenidad ideológica y macabra perversidad de
un Quijano —que pretende todavía asustar a la gente con ese cuco— que
hipócritamente finge creer y amenazar que el FMLN quiere implantar en el país
el “Socialismo del XXI”.
Los miembros del FMLN insisten que las condiciones
para transformar al país no existen, que la correlación de fuerzas es
desfavorable a las ideas revolucionarias, sostienen al igual del editorialista
Altamirano que el pueblo salvadoreño es eminentemente anticomunista y que nadie
en el país desea hoy por hoy ese tipo de transformaciones. Y todo aquel que
pueda exigirles algo que apunte hacia un cambio radical en el país, es un
iluso, un dogmático, alguien que no toma en cuenta la realidad y que vive
soñando con sueños del pasado.
Nadie niega el panorama descrito, ni puede cerrar
los ojos ante tal desastre ideológico. Pero tampoco se les puede insinuar a los
efemelenistas que el papel de un partido revolucionario es justamente hacer
todo porque las ideas de transformación de la sociedad germinen en el pueblo.
Se enojan, se quejan que uno es demasiado exigente, que las condiciones no
están dadas para ese tipo de combates.
Existen grupos heterogéneos, en estos momentos atunelados, que desean manifestar su
descontento emitiendo un voto nulo. Su capacidad de influencia en la sociedad
es menor quizás que el de los dos candidatos fantasmas, aparecidos el domingo
durante el debate. La idea de no votar por ningún candidato porque ninguno
representa los intereses del pueblo, que todos ellos se han manifestado por un
status quo social, por mantener el Estado oligárquico sin trastornarlo en lo
más mínimo, deja viva de alguna manera la esperanza. En ellos no ha calado la
divisa del menos peor. Estos grupos sin coordinación, con iniciativas
limitadas, a veces personales afirman que no hay opciones de futuro. Entonces
al llamar al voto nulo dejan intacta la esperanza de poder construir alguna vez
la alternativa.
El gran problema es este: el “alguna vez”. Pues en
ese sentido estos grupos que proponen el “voto nulo” se asemejan a los
efemelenistas, en que ambos aguardan que el pueblo “alguna vez” salga de su
letargo. Pero en la historia esos “de repente” de los cuentos de hadas no
existen. Si a veces hay fenómenos sociales que surgen de forma abrupta, como si
“de repente” la historia removiera lo que ha tenido escondido en sus entrañas,
es porque asimismo ha habido hombres que se han tomado la pena de iniciar
procesos sociales que han tardado en germinar, que su trabajo de topo ha
surgido a la superficie social como una erupción volcánica. La historia no se
hace sin nosotros. Si la dominación de la burguesía se mantiene intacta, es
porque hay un trabajo permanente de los Altamirano y los Dutriz, de los
expertos de Fusades y otros organismos secuaces de la oligarquía. Esta gente
con todos sus medios actúan permanentemente para influenciar y determinar el
pensamiento de los salvadoreños.
Para que el voto nulo cobre sentido es necesario
que no sea sólo la expresión de una protesta, sino que encierre la voluntad de
abrir una ventana histórica y comenzar a darle forma a un movimiento social que
renueve con las luchas.