La cosa no es para bromas, se trata de algo serio, de algo que es más que un síntoma de algo que está inscrito incluso dentro de la Constitución, la función presidencial permite incluso todo tipo de desmán autoritario. El carácter estrictamente presidencialista del régimen puede variar según el talante de la persona que asume la función.
El presidente Funes ha despedido recientemente a cuatro personas de sus puestos de directores de agencias del Estado. La explicación presidencial fue lacónica: las personas concernidas le faltaron lealtad al presidente. La explicación no explica nada. No obstante muestra más de lo que se puede suponer: que el garante de las esperanzas democráticas de los salvadoreños tiene en gran estima, más allá del cumplimiento de las tareas encomendadas, su propio ego. El presidente Funes no ha tenido empacho en pregonarlo.
Recientemente, la prensa de derecha, que no es tan tonta como algunos lo piensan, aprovechando de esta confesión presidencial, ponía en evidencia manifiesta la contradicción entre la declaración presidencial que no era su preocupación primera adherir al Tratado de Roma con una de su ministro. El ministro fue interrogado unos instantes después, en el extranjero, sobre el mismo tema y anunció que su ministerio trabajaba sobre la preparación para adherir al Tratado. La adhesión figura en el programa de gobierno. La contradicción no es realmente ni tan manifiesta, ni tampoco una contradicción. El presidente declaraba que no era su prioridad en este momento, el ministro mostraba que realiza su trabajo preparatorio para cuando el presidente decida que es el momento, no lo tome desprevenido y entragarle ya el trabajo hecho. Pero la prensa de derecha atizaba una vez más la discordia entre nuestro quisquilloso presidente y sus ministros, esperando tal vez un nuevo llamado de atención presidencial a su ministro y su posible despido.
Sobre otro tema, el de la posible existencia de “bandas de exterminio” en el país, el presidente ha sido enfático en negarla, diciendo que no hay suficientes elementos para afirmar que existan. El vice-ministro y el director de la policía afirmaban que era una posiblididad, que no había pruebas, pero que era algo que no se podía descartar a vistas de la similitud de ejecución en las dos masacres. El comentarista de la radio “Mi gente” constataba esta divergencia de opiniones y clamó luego al Altísimo pidiéndole que el presidente no procediera al despido de estos funcionarios. Por el momento esta plegaria ha sido escuchada. Aunque el presidente después sigue afirmando que no existen evidencias. Este empecinamiento presidencial es lo suficientemente infundado que linda con la arrogancia de un dictadorzuelo, “en mi reino está todo bajo control”. Espero que la policía y la fiscalía sigan manejando la hipótesis de la existencia de las “bandas de exterminio”, tan válida como tantas otras.
Vengo ahora al tercer caso. El repentino y abrupto despido de la encargada de la Secretaría de Cultura, Bruni Cuenca. La forma es digna de un régimen totalitario. Sin que se señalen disfuncionamientos (solo el Co-Latino descubre tardíamente protestas de empleados por motivos del escalafón, que antes calló...), un llamado teléfonico le informa a una alta funcionaria del Estado que ha sido despedida, sin darle ninguna explicación. La señora Bruni Cuenca se ve obligada a conjeturas. Las conjeturas de B. Cuenca son espeluznantes: no acceder a un capricho de la primera dama y la no aceptación de remplazar a un director artístico por un amigo del presidente. Esta última sugerencia también fue por vía teléfonica a través del secretario presidencial.
En este momento que escribo aún no tengo la explicación de Casa Presidencial sobre el despido de Bruni Cuenca. Pero el desmentido que ha dado el organismo que dirige Vanda Pignato no es convincente y su tenor es simplemente mezquino y pobre.
La única hipótesis viable por el momento es que existe en Casa Presidencial un elaboradísimo aparato, cuya materia prima es la susceptibilidad del Supremo Jefe: un legómetro. Esta palabra la he elaborado de la raíz latina legalis que en español dio origen a lealtad y metro el sufijo de muchos otros medidores: éste mide la lealtad al presidente.
Pero más allá de esta monstruosidad epidérmica, hay algo que nos concierne a todos. Mauricio Funes está en el puesto en que está por una amplia y muy bien llevada campaña en que se argumentaba que una franja importante de la población no confiaba en las intenciones democráticas del FMLN y que éste necesitaba de un hombre como Funes para a través de él atraer a su campo a las capas medias del país. Muchos creyeron en este argumento, sobre todo los miembros del FMLN que accedieron sin mucha reflexión a este postulado sin discutirlo, ni analizarlo. Nadie cuestionó a Funes como candidato, se impuso como una evidencia. Su capital político era ese, ser conocido como entrevistador y ser el centro de una campaña de destabilización del principal partido de oposición a ARENA. La dirigencia del FMLN sucumbió a los encantos de Mauricio Funes, pero sobre todo a sus propias tendencias oportunistas de derecha: entrar en una alianza sin pactarla, pero que nos conduzca al poder, renunciar a todo lo que pueda inducir a miedo a las clases dominantes nacionales y transnacionales, que atraiga a las capas pequeño-burguesas del país, mantener un discurso de izquierda para los pobres y los propios miembros del partido.
No obstante lo que tenemos ahora es todo lo contrario, el famoso garante de la democracia y de la “moderación de los rojos”, se ha ido comportando como un feroz petulante, que insulta a sus ministros, que los mantiene en jaque debajo de la espada de Damocles. Funes ha insultado a los diputados, acusándolos de “populismo barato”. La lista no termina en esto. No obstatne no sirve alargarla. Quiero ahora hablar del populismo presidencial. Dos medidas importantes que se realizan en el país: el reparto de los títulos de propiedad y los paquetes escolares. Repito estas medidas son importantes para el pueblo y si no vienen a resolver la gravedad crónica de la vida de la gente, en algo alivian la condición de pobreza de los salvadoreños.
El reparto de los títulos de propiedad es el simple cumplimiento de algo que los precedentes gobiernos pudieron perfectamente hacer, pero que no lo hicieron. Funes lo hace, se trata de un punto en su favor. No obstante la forma en que lo hace es de la manera de un populista acabado. No es necesario que el presidente esté siempre presente en los actos de entrega, dando la impresión que la realización de esta medida está íntimamente ligada a su persona, como si saliera de su bolsillo. Todos saben que dos personas fueron despedidas porque organizaron una entrega de esto títulos cuando Funes estaba afuera y la persona que los entregaría, iba a ser el vice-presidente.
La segunda iniciativa viene del ministro de la Educación y Vice-presidente, pero Funes también se invita y en inútiles actos ceremoniales entrega los famosos paquetes. Vi un vídeo de una de esas entregas en Santa Ana: Funes me recordó al teniente-coronel José María Lemus. Creo que todo este ceremonial populista es digno de un Perón, de una Evita, de un Haya de la Torre, etc. Estos personajes tuvieron en cierto sentido alguna altura, nuestro populista no creo que deje traza.
¿Pero cómo salir de este atolladero? No creo que el FMLN esté en condiciones políticas para reaccionar. Son parte del mismo problema, ha sido su falta de visión política de conjunto en las últimas décadas la que los llevó a la incapacidad de poder presentar en las elecciones presidenciales su propio candidato, la falta de reflexión profunda de las necesarias y urgentes reformas a llevar a cabo en el país. En estos momentos ya han pasado suficientes meses, en los que un partido político en el poder marca su diferencia con los anteriores gobernantes, el FMLN no lo ha hecho y es incapaz de movilizar a los trabajadores para reclamar la satisfacción de sus demandas. En estos momentos nadie sabe cuáles son las medidas más urgentes e inmediatas, se navega a vista. La principal causa de esto es el talante presidencial, de su legómetro, el gobierno está paralizado y pendiente de los caprichos presidenciales.
Lo que nos queda es unir todas nuestras voluntades, todas nuestras voces para que el cambio se haga realidad. Todos, todos juntos por el cambio, el cambio depende de la movilización popular, de nadie más. ¿Quién es capaz de oír el choque de una gota contra otra? Nadie. Pero el rugir de la reventazón en el oceano la oímos todos, se trata del ruido que hacen los choques de millones de gotas, de pequeñas gotas, que una a una no son nada, pero juntas forman el necesario impacto para hacer la historia, para realizar la famosa revolución pacífica que mencionó demagógicamente nuestro presidente Funes.