Lo que estamos viviendo ahora en El Salvador no es un simple resultado de los
Acuerdos de Paz, ni siquiera de todo el período de la guerra. Muchos aspectos provienen
de mucho más lejos y otros surgen de nuestra historia inmediata. En realidad,
lo que se plasmó en los documentos no refleja tampoco la verdadera situación de
dicho momento. Algunos han interpretado que la guerra no la ganó nadie, que
hubo un empate. Es posible que los “estados mayores” implicados concluyeran que
era imposible obtener la victoria y poner en desbandada al enemigo. No obstante
cabe preguntarse por el carácter mismo de la guerra que se llevó a cabo y los
objetivos políticos subyacentes si se trata realmente de un empate.
La guerra misma es la culminación exacerbada de una lucha política que
remonta a décadas anteriores, en la que se han sucedido varias dictaduras, cada
una con sus propias modalidades, pero todas negándole a las fuerzas
progresistas el derecho a la existencia legal. Los opositores se veían
obligados a luchar en la clandestinidad; la prisión, la tortura y el exilio
eran el lote que se les destinaba. La guerra misma es una consecuencia, un
resultado. La guerra se impuso como una opción final, cuya realidad se fue
fraguando en medio de luchas internas en el campo popular. No voy a detallar
estas luchas. Los campos que se enfrentaban divergían realmente en mucho, pues
unos pensaron siempre que una democratización que permitiera una vida política,
sería suficiente para cambiar el poder y permitir las transformaciones que
extirparían al país de toda la miseria social acumulada. Los otros estaban
convencidos de la necesidad de derrotar a las fuerzas en el poder, ejército y
oligarquía, para poder cambiar las injustas estructuras sociales existentes.
Nadie se sorprenda que hable del ejército como fuerza en el poder, pues desde
1944 los partidos políticos de la derecha servían de testaferros del verdadero
partido político, el ejército. Las tandas comenzaron su existencia entonces.
En la precaria vida política existente de los años cincuenta y sesenta
surgió el primer partido político de la derecha, la Democracia Cristiana, el
partido PCN se consolidó como partido político civil apenas después de perder su
supremacía. En la izquierda aparecían partidos que servían de fachadas legales
al Partido Comunista, que era el único partido de izquierda hasta la aparición
de la social-democracia de Guillermo
Manuel Ungo. Todos los intentos de asumir el poder por la vía electoral
fueron frustrados por el fraude masivo y la amenaza permanente del golpe de
Estado, que se hizo efectivo varias veces. Al lado y en pugna con estos
intentos surgieron grupos armados. Estos grupos no tenían la misma ideología,
ni las mismas tácticas y estrategias. Ambas fuerzas no obstante se fueron
consolidando, perturbando en gran parte los objetivos de las fuerzas
electoreras de entonces. Todos tenemos en mente la aparición del tercer grupo
armado, después del asesinato de Roque Dalton García y otros miembros del ERP.
También tenemos presente la actitud del PC de El Salvador que optó por una
política de denigramiento contra los grupos armados y los acusaba de banditismo
usando el mismo lenguaje de la dictadura.
Lo que acabo de escribir no es ni siquiera un brochazo de la historia de
esta época, es apenas una pincelada somera. Sin embargo de esto se puede
deducir que la guerra tenía a sus inicios como objetivo cambios radicales en
las estructuras sociales del país. Estos objetivos fueron cambiados con el
correr mismo de la guerra y la correlación de fuerzas de las dos tendencias
existentes en la izquierda. Ganaron las fuerzas reformistas y se conformaron
con una vuelta a la vida civil transformada en la que hubiera posibilidad de
participar en el “juego electoral”. Los cambios estructurales pasaron a segundo
plano, como un objetivo de largo plazo.
Al declarar imposible la victoria los dirigentes del FMLN abandonaban el
objetivo de asumir el poder para transformar la sociedad. Es decir el empate no
es tal, pues los que estaban en el poder seguían en él, hubo es cierto
concesiones, cierta depuración en los órganos represivos del Estado, pero al
mismo tiempo con la imposibilidad de juicio por la amnistía que se otorgaron. La
represión brutal que venía sufriendo el pueblo desde que se abrió el período de
las dictaduras, 1932, desapareció, aunque no del todo. Incluso durante los
gobiernos areneros hubo capturas y raptos ilegales, incluso durante el último
año del gobierno de Saca hubo casos de abierta represión, algunos asesinatos de
activistas de movimientos ecologistas.
Aceptar las reglas del juego era obligatoriamente una condición para ser
aceptados en tanto que partido político, es lo que sucedió. Hay aquí un hecho
político mayor, desde el inicio de este largo período de dictaduras se abre la
posibilidad de ejercer los derechos políticos que ofrece el régimen burgués.
Esto significa el cierre de ese largo período y surge otro que es el que
estamos viviendo. En la derecha la nostalgia del período anterior predomina, el
lenguaje que usa de prepotencia, de dueños indiscutibles del poder y del país
se mantiene. Se sigue cultivando el odio. Es cierto que esto último existe en
ambos campos. A pesar de que es obvia la convivencia aceptada y también la
connivencia en las esferas del poder.
Aceptar las reglas del juego se transformó en la aceptación total y sin
ambages de las estructuras sociales y de la ley fundamental del sistema
económico vigente, el fundamento de la sociedad es la propiedad privada de los
medios de producción, el objetivo de la economía es producir mayores ganancias
para la clase dominante.
Estas estructuras socio-económicas siguen intactas, esencialmente son las
mismas que las del período anterior. La pobreza es estructural, más del 70% de
la población es pobre según los criterios de organismos internacionales, la
concentración de las riquezas en pocas manos sigue agravándose, los niveles de
vida no se mejoran para las grandes mayorías, las fuerzas de trabajo son
súper-explotadas y subutilizadas, la precariedad es lo que domina en todos los
ámbitos de la vida social.
La aceptación de la realidad por el partido FMLN se ha venido ocultando
tras un lenguaje que no corresponde a la realidad de sus verdaderas posiciones,
a veces es de una violencia verbal que no es compatible con la pasividad en el
terreno de las luchas sociales, que fueron abandonadas por completo. Esto se ha
agravado con la ascensión al poder político del FMLN. El partido y el gobierno
adormecen a los trabajadores, sugiriendo que ellos poco a poco van a resolver
desde arriba todos los problemas sociales. La realidad desmiente este discurso.
El FMLN hace público su propósito de instaurar un socialismo auténtico y
adecuado a nuestra realidad, pero mantiene en secreto los detalles y las
estrategias con las que pretende llevar a cabo sus objetivos. Por el momento,
nada cambia substancialmente. Incluso algunos aspectos como la inseguridad y la
criminalidad alcanzan niveles monstruosos. Es este fenómeno que carcome la vida
social de toda la nación. El discurso lenificativo de los encargados de
combatir el crimen, la negación de la realidad, los zigzagueos en la política
contra las maras, ha conducido a que la gran mayoría sienta miedo y considere
la violencia de los mareros como su principal preocupación.
Por supuesto que no se puede culpar al actual gobierno, ni al anterior, en
exclusivo, de la responsabilidad de esta situación de inseguridad. Esta
apareció justamente casi inmediatamente después de la firma de los Acuerdos. Se
acudió entonces como única solución a la represión. La derecha no puede tener
otra opción. Prevenir implica ocuparse de otros problemas sociales, como son el
desempleo, la precariedad de las instituciones educativas, la precariedad en la
vida de los barrios, la ausencia de muchos servicios en la mayoría de las zonas
rurales y marginales urbanas. Prevenir implica llevar una política que saque de
la miseria a las grandes mayorías. La violencia de las maras creció y se
enraizó durante los gobiernos areneros.
El gobierno de Funes siguió por el mismo camino, aunque trató un pacto con
la tregua, no obstante esta mala jugada sirvió para que las bandas se
estructuraran mejor y se forjaran un argumentario justificativo de su
actuación. La ambivalencia de esto lleva a que se hable de guerra, de
terrorismo, incluso hay algunos que los consideran como posible fuerza
política. La derecha olvida por completo su propia responsabilidad y ataca al
gobierno actual por lo que ellos no quisieron combatir cuando estaba surgiendo
apenas. El gobierno parece que es el único que cree en sus mentiras: “la
violencia es un falso problema, retrocede y la estamos combatiendo
eficazmente”.