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31 julio 2009

Mi primera noche en la cárcel (Cuarta parte)

El trayecto desde mi trabajo hasta la calle Petrovska me pareció corto. No recuerdo si durante el trayecto el policía me hablo o si le hablé. Tal vez guardamos silencio. Llegamos y el carro se paró enfrente de una puerta metálica, al lado me parece había un portón. Ahora que escribo y trato de que aparezcan en mi cabeza esos detalles no lo logro. Los años son muchos. Pero debo confesar que cuando bajé me concentré y con empeño me ordené guardar en la memoria todos los detalles. Recuerdo que detrás de la puerta había dos uniformados y con armas, que el policía en civil les presentó un papel del que arrancaron un pedazo. Recuerdo que salimos de inmediato a una suerte de patio, tal vez era un estacionamiento, atravesamos ese lugar, el policía, de seguro queriendo vengarse o recobrando su alma de torturador me dijo en voz muy queda y misteriosa:

—Estás entrando a un lugar del que no se regresa.

El estado de alerta en que me encontraba, el plan de conducta que me había trazado, me llevaron a responderle sin tardar lo que iba a ser en mí una respuesta recurrente:

—Sabe perfectamente que salgo dentro de tres días.

Vi como su cabeza se tornó casi de inmediato, sorprendido o irritado, no puedo decirlo, no vi su cara, el ambiente era oscuro. Atravesamos el patio y llegamos ante otra puerta, en la que también se encontraban dos militares armados. El policía también se identificó. Llegamos luego a un lugar muy indefinido, algo que no logro determinar, era como una recepción, una oficina o la mezcla de las dos cosas. El policía me ordenó que me detuviera. Al lado de un mostrador había dos hombres. Se les acercó y oí, a pesar de su susurro, lo que les dijo:

—Afuera saben que está aquí, llamó por teléfono....

Siguió hablando pero el resto ya no llegó a mis oídos claramente. Al rato uno de ellos se me acercó y me dijo que me sentara en un banco que estaba enfrente del mostrador. No sé cuando tiempo esperé antes de que volvieran. En ese lugar unos soldados o carceleros se paseaban, se miraban sin hablarse y de vez en cuando me echaban una ojeada. Los tres policías en civil habían desaparecido detrás de una puerta. Recuerdo vagamente que me persuadía que no debía de dar la impresión de sentir angustia alguna, ni que me impacientaba, deseaba que cualquiera que me mirara, supiera, se enterara que el tiempo era mío y que mi voluntad estaba intacta. Apartaba de mi mente el atisbo de que algo malo pudiese ocurrirme. No quería que pudieran verme ensombrecido.

Cuando volvieron, el que me capturó ya no volvió, uno de ellos me llamó al mostrador y allí llenaron un formulario. Lo hacían si dirigirme ninguna palabra, ni siquiera una mirada. Me dijeron que vaciara mis bolsillos. Me lo dijeron de repente. Tardé en hacerlo y pensé en las opciones que tenía, podía negarme, pero inmediatamente me pareció inútil, pero me dije que tal vez debería esperar que me repitieran la orden. Ellos no tardaron en repetirme la orden. Fue en ese momento que se me ocurrió algo, muy absurdo, pero que me daba una pauta que tampoco iba a abandonar durante mi estadía en la Petrovska. Tuve pues la arrogancia o la osadía de decirles que estaban faltando a la ley, pues me estaban privando de mi libertad sin que me presentaran ningún documento de orden de captura, firmado por algún juez, como es lo debido según la ley. Se sorprendieron y no supieron responder de inmediato. La sorpresa fue clara en sus miradas y en la expresión de sus caras. Pensé que me responderían que no necesitaban o que lo más probable se iban a poner a reír, pues mi invocación de la “legalidad socialista” —era la expresión consagrada— resultaba en ese lugar completamente disparatada. Uno de ellos al cabo de un momento, tal vez repuesto ya de la sorpresa, me dijo que la orden estaba en la oficina del director.

—Me gustaría verla, aunque sé que no tienen nada, que mi detención es ilegal.

—Mañana cuando vuelva el director se la mostraremos. Ahora lo mejor es que obedezca, pues no queremos usar la fuerza. Es mejor que obedezca.

—Pero ustedes reconocen que están violando la ley.

—No, no hemos reconocido nada. Le estamos pidiendo que obedezca, que nosotros hemos recibido la orden del director.

—Entonces quiero hablar con el director.

—No está, se ha ido.

La respuesta fue corta, además de irritada. Pero visiblemente estaban sorprendidos, mi conducta lindaba tal vez para ellos con alguna demencia muy particular. En todo caso, es lo que creo, se dieron cuenta que a pesar de estar en ese lugar, aislado e indefenso, me comportaba como si tuviera alguna carta importante de la baraja. Es posible que les volvió a la mente la llamada que hice desde la oficina del Redactor en jefe. Por lo demás, ese era mi objetivo, mantener esa escasa presión. Me estaba jugando con eso el todo por el todo. En realidad nada había hablado con el dominicano Jorge. El se sorprendió, no entendió nada, pensó al principio en una broma —esto lo supe después— luego se puso en contacto con mi mujer y le avisó que estaba preso. Precavidamente no se extendió en el mensaje y llamó de una cabina. Mi mujer no tardó en darle fuego a todos mis papeles que pudieran comprometerme, que pudieran servir para acusarme de algo, lo quemó todo, hasta mis pobres poemas de desterrado, tristes y pesimistas.

—Lo mejor es que obedezca, eso es lo mejor.

Realmente eso era lo mejor. Pero al mismo tiempo, en mi estrategia, absurda y desesperada, me había propuesto resistir a cada paso, no obedecer de inmediato, mostrar que tenía alguna fuerza moral, que les costaría menguar mi determinación. Saqué lo que tenía en los bolsillos. Uno de ellos hizo una lista. Me ordenó que firmara.

—Voy a firmar mañana cuando me vea con el director.

Ambos suspiraron. Sintieron tal vez el deseo de abofetearme. Finalmente uno de ellos dijo:

—Bueno, muy bien. De todos modos no hace falta su firma.

Con un gesto de la mano llamaron a dos carceleros. Ellos sin mayor miramiento, sin pronunciar nada, cada uno me tomó por un brazo y me condujeron a una estancia. Por supuesto que esta vez no intenté resistir. Además de inútil, sabía que tampoco debía correr ese riesgo de provocar algún mal trato. En ese lugar hacía frío, era ya un otoño de noches heladas.

No sé cuanto tiempo permanecí en ese lugar solo. Era una pieza vacía. El frío me hizo caminar de una lado hacia otro. Creo que el ambiente estaba húmedo. De repente se abrió la puerta y apareció un hombre, uno de los dos, y me ordenó:

—¡Desvistase!

Me sorprendió y obedecí de inmediato. Esa fue una derrota. Desnudo me sentí mayormente indefenso. En esas condiciones no valía la pena contrariar con preguntas al hombre. Trate en la medida de lo posible guardar compostura. El hombre salió con mi ropa. Tardaron de nuevo. Cuando entró un carcelero con la muda de prisionero, estaba a punto de temblar de frío. Me vestí. El carcelero me invitó a seguirle. En la puerta esperaba el otro. Me condujeron a un subsuelo. Recuerdo que vi en un reloj la hora, eran ya cerca de las ocho de la noche. Era un segundo subsuelo. Me entregaron una frazada y una almohada. Subimos de nuevo, por unas escaleras bastante angostas (es el recuerdo que tengo), conté tres pisos. Entramos a una especie de vestíbulo. Abrieron una puerta pesada y gruesa. Daba a un corredor con unas ocho celdas. Creo que me metieron en la cuarta. Cerraron la puerta. Descubrí una celda, larga, con dos camas sobrepuestas, una ventanita con barrotes a tres metros de alto. En un rincón había un balde con tapadera. Puse la frazada y la almohada en la cama de abajo. Me senté un instante. Traté de recapacitar, de sopesar cabalmente mi situación. Me supe perdido. No tenía con que defenderme, sabía la ferocidad de la maquinaria, su capacidad de destruir a las personas. Conocía la literatura que se publicó en el período de Jruchov, había estudiado a Solzhenitzin, Un día en la vida de Ivan Denisovich, había conversado largamente con un muchacho del barrio que había sido “reeducado” en un campo. No es necesario que enumere los detalles de lo que sabía entonces. Decidí jugármela. Seguir fingiendo que tenía un as de espadas en reserva.

De repente se abrió una ventanita giratoria en la puerta y vi aparecer un tarro de lata. Me acerqué y descubrí un puré negruzco y una tira de anchoa aceitosa. Sentí asco. No toqué nada. Al rato vino alguien a retirar y constató que todo estaba intacto.

—No ha comido.

—Estoy de huelga de hambre.

—¡¿Cómo?! ¿De huelga de hambre?

—Si, informe a su jefe que estoy de huelga de hambre.

El carcelero se quedó callado unos instantes. Luego volvió a meter el tarro y me dijo:

—Aquí está prohibido hacer huelga de hambre.

—Yo estoy de huelga de hambre.

El carcelero volvió a girar la puertecita y tomó el tarro de lata. Y agregó en todo indiferente:

—Como quiera. Ya hablaremos mañana.

Oí su pasos alejarse. Me puse a silbar una canción de la República Española, El Ejército del Ebro. Lo de la huelga de hambre no lo había pensado, se me ocurrió así de repente. Ponerme a silbar fue tal vez por instinto, pero ¿por qué esa canción? Empecé a sentir que el tiempo caminaba muy lento, lento por mi venas. En ese instante me puse a recapitular mi vida, pensé mucho en mi casa, en mi familia, en mi padre, mi madre, mi hermana menor, en mis hermanos, en mi otra hermana. Les hablaba, trataba de explicarles lo inexplicable. Pensé en mis amigos, en mi Santa Ana, en la gente que me enseñó a amar mi país, en el Partido que había forjado en mí ese sentimiento tan fuerte de pertenecer a una nación. Recordé el antiguo entusiasmo de cuando salí del país y me dirigía a la “Patria del Socialismo”. Ahora estaba en una cárcel “socialista” y aún ignoraba el “delito” que me inculpaban. En ese momento, supe que muchos tratarían a toda costa de encontrar en mí alguna culpa, algo que justificara mi detención. Sin embargo, al mismo tiempo, tal vez por mi afán de preservarme, de conservar mi estado de ánimo, me confesé mi profunda convicción que un mundo mejor es posible, que la humanidad entera está alcanzando un desarrollo jamás visto y que el interés común, el interés general se impondrá sobre el egoísmo, la rapacidad triunfante. Mi cabeza iba de una idea a otra. Hasta que percibí el llanto de un niño que entraba en mi celda por la ventanita. Ese llanto duró casi toda la noche. Me recosté y sin darme cuenta me quedé dormido.

28 julio 2009

Petrovska 38 (Tercera parte)

En la segunda parte les he servido una ensalada de recuerdos y algunas reflexiones revueltas. Me salió así. Es normal, cuando me pongo a contar estas historias, las imágenes me asaltan y desfilan en mi cabeza en un caleidoscopio vertiginoso. Mi empeño por compartir esta experiencia me empuja a veces a ser exhaustivo, por supuesto, que es imposible, como también es imposible que sea totalmente objetivo. Mi relato no es exactamente un ensayo, tampoco se trata de memorias en stritu sensu, son recuerdos e impresiones, estas últimas se mezclan en mi cabeza con mis estados de ánimo actuales. En ellas van también revueltas algunas respuestas que les debo a algunos amigos, también van reflexiones antiguas y de hoy. Al mismo tiempo incluyen estos escritos un poquito de revancha. Y ahora al decirles esto he introducido una pizca de confesión.

Mi revancha es muy simbólica y bastante insignificante, pero no es en nada mesquina. Resulta que muchos de mis compañeros que tanto me corregían durante mi estancia en la URSS, que tanto me acusaron de pro esto y anti lo otro y que pretendían poseer una brújula ideológica sin fallas, casi todos caminan ahora bajo la sombra de la indiferencia o en la acera de enfrente. Por lo general han abandonado sus ideales y su compromiso. Es más de todos soy el único que se atreve a opinar en voz alta, a decir lo que piensa sobre el pasado y sobre el presente. De muchos que me aleccionaban tanto, ninguno es capaz ahora de defender su pensamiento pasado, ninguno sigue reclamándose marxista y sigue fiel con nuestra causa. Es cierto que reclamarse marxista hoy, en El Salvador, o si se quiere, entre salvadoreños, tampoco es algo muy común y para muchos es estrambótico.

Pero hay algo que no puedo dejar de poner en claro. Mucha gente me ha preguntado con insistencia, ¿después de tu experiencia personal en la URSS, por qué perseverás en tu compromiso? ¿No te parece que ese compromiso ya se volvió caduco? En realidad mi compromiso nunca fue respecto a la URSS, ni siquiera con el PCS, ni con ninguna otra organización. Mi compromiso en realidad es conmigo mismo y frente a la realidad salvadoreña.

La manera en que lo digo puede sonar pomposa y tal vez presuntuosa, pero no es así. Mucha gente que se dice de izquierda piensa que mi ausencia del país me vuelve ajeno a él y prueba que mi compromiso no es real. Algunas personas me han sacado en cara el hecho de mi lejanía. Algunos piensan que para opinar es necesario merecerlo y que la primera condición de ese merecimiento es mi presencia en el país. Ya he respondido a esto en varias ocasiones. Nadie, ni nada me va a privar de mi pertenencia a El Salvador, nadie, ni nada me va a privar de mi salvadoreñidad. Ni el zopenco dogmático, ni el refinado pensador me pueden reclamar nada. Mi ausencia es consecuencia de la misma historia nacional y de mi propia historia personal. Pero al mismo tiempo, cuando somos cientos de miles de salvadoreños que nos encontramos lejos, afuera de la tierra que nos vio nacer, que vivimos en el destierro, me parece absurdo que nos saquen del país por segunda vez, poniéndonos condiciones para que podamos opinar y meternos en los asuntos de nuestra nación.

Acabo aquí con este largo preámbulo. Ahora vuelvo al relato. La Conferencia Internacional de Partidos Comunistas tuvo lugar en Moscú desde el 5 al 17 de junio de 1969. Tengo un leve recuerdo que la persona que pronunció el discurso de cierre fue Rodney Arismendi. Por supuesto el discurso de apertura lo pronunció Leonid Ilich Brezhnev. Para esta época ya habían desaparecido Maurice Thorèz y Palmiro Togliatti, a los comunistas franceses los representó Waldeck Rochet y a los italianos, Enrico Berlinguer. Tal vez estos nombres ya no les suenen a muchos, pero durante toda la década que iba a seguir fueron los principales protagonistas del “eurocomunismo”. También pronunció un discurso el español Santiago Carrillo. Nuestro compatriota Salvador Cayetano Carpio pronunció el suyo antes de la segunda intervención del anfitrión Leonid Brezhnev. No voy a seguir nombrando a los que intervinieron pues ahora ya no le traen recuerdos a muchos de mis lectores.

Pero después de la Conferencia, Carpio se fue y su ala o sombra protectora dejó de acobijarme. No obstante antes de convocarme de nuevo a los interrogatorios los agentes de la KGB se tomaron cierto tiempo. Pudieron perfectamente haber impedido que entrara a trabajar al semanal “Novedades de Moscú” (versión en español), pero no lo hicieron. Tampoco impidieron que hiciera algunos trabajos de traducción para la agencia TASS y para la agencia Novosti. Ese fue mi primer trabajo. Empecé como traductor, pero rápidamente me fueron encomendando otras tareas, como la de entrevistar a Miguel Angel Asturias, a Pablo Neruda. Me publicaron una entrevista improvisada en el vestíbulo del hotel “Rusia” con el cineasta italiano Federico Fellini. Tal vez porque en esa entrevista Fellini elogiaba la película que iba a ganar el principal premio del primer Festival de Cine de Moscú, el tríptico “Lucía” de Humberto Solás. Pueden leer algo sobre Solás en este enlace. También realicé una larga entrevista con uno de los sobrevivientes del ataque al Moncada que se publicó para celebrar el 26 de julio cubano.

Entré a trabajar al semanal para remplazar a un amigo ecuatoriano (mi más cercano amigo en mis años de estudio, desde entonces no he vuelto a saber nada de él, me hace falta). Siempre había habido un latinoamericano en ese puesto. Nuestra principal tarea era ponerle el toque latino a los escritos, cuando el texto contaba con demasiadas palabras más usuales en la Península, tratábamos de encontrar algo que fuese más neutral, no connotado. Las traducciones las hacíamos cinco personas, tres españolas llegadas a la URSS después de la derrota de los republicanos y un español, que pronto volvería a España. También traducía y redactaba una señora soviética, cuyo nombre, van a perdonar el colmo, pero lo he olvidado, a pesar de que en el episodio que les voy a contar ella jugó un papel prominente, en realidad era Natalia no sé cuanto.

Los días de la impresión del semanal siempre había un redactor que se quedaba hasta el último momento y daba el visto bueno para la impresión. Con frecuencia me tocaba a mí, por conveniencia, horas extras y descanso adicional. Las camaradas españolas huían de esas noches en blanco, pues a veces los suplementos traían materiales bastante extensos que se traducían generalmente a última hora.

Eran los jueves. Ese jueves, desde la mañana me di cuenta que me iba a tocar a mí, pues dos de las traductoras que también eran redactoras estaban ausentes, la otra traductora, no sé por qué, no era redactora. Creo que era asunto de título universitario. Traté de adelantar cierto trabajo y pedí las pruebas que estaban ya listas. Las fui a dejar personalmente a la imprenta de Izvestia, que era allí donde se editaba Novedades de Moscú. Aproveché y me quedé a almorzar en el comedor del diario. Siempre que podía iba a comer allí, pues se comía muy bien y era barato.

Después de almorzar, atravesé la plaza y en la puerta de nuestro semanal me topé con la traductora y con una documentalista. La traductora me detiene y me dice:

—Arriba lo está esperando un amigo suyo, con facha de policía.

—¿Un amigo con facha de policía? No se me ocurre quién puede ser.

—Si, tiene facha de policía.

La traductora me estaba advirtiendo. Lo hizo de esa manera, en realidad no le entendí, tal vez ella pensó que podía ponerme en fuga. La documentalista me miraba casi con lágrimas en los ojos. Ella era una morena muy simpática y sobre todo muy eficaz, muy trabajadora. También a ella le tocaba con frecuencia quedarse de turno, pues nunca nadie sabía que problema de última hora podía ocurrir. Nos tocaba esas noches estar en contacto por teléfono.

—Bueno, voy a subir a ver quién es.

Ellas se sorprendieron y no se apartaban de la puerta. Pero casi resignadas se fueron a comer. Subí por las escaleras. En el corredor me encontré con un señor que me preguntó:

—¿Usted es Carlos Abrego?

—Sí.

En ese momento sacó su tarjeta roja de agente de la KGB y agregó:

—Me tiene que acompañar.

Fue en este instante que se jugó mi suerte, fue en este instante preciso que tal vez salve mi vida. Lo digo de esta manera, un poco trágica, pero quién se iba a preocupar por un guanaco que había desaparecido. Además ya no tenía contacto con mis compatriotas y tampoco tenía contacto con mi familia, por las condiciones de entonces. Dos veces me habían traído cartas de mi mamá. Eso era todo.

No sé como fue que se me ocurrió responderle con una tranquilidad de santaneco presumido:

—No, no puedo acompañarlo, tengo que sacar el diario hoy, voy a hablar con mi jefe.

El hombre perdió toda su compostura. En su experiencia de trabajo tal vez nunca le había hecho semejante respuesta. Por regla general, los soviéticos ante la tarjetita roja de agente del KGB sentían que el suelo se les abría. El hombre no supo qué responderme. En ese momento me estaba guiando mi instinto. Supe que el agente había recibido un gancho moral del que no lograba recuperarse. Sentí que era necesario asestarle otro. Y sin reparo alguno le pido que me ceda el paso para entrar en el despacho de mi jefa. Era la señora de que no recuerdo su apellido. Ella había heredado la dirección del semanal y este número era el primero que salía bajo su responsabilidad. En parte ese puesto me lo debía a mí, fue involuntariamente, en otro momento les contaré las circunstancias. Ella me tenía confianza y me llamaba con frecuencia a consulta. Me vio entrar, no se sorprendió que no tocara antes de entrar. Le largue a boca de jarro y sin tapujos:

—Este tovarich ha venido a arrestarme, pero si lo acompaño el diario no sale hoy.

Se puso de pie. Extrañamente lo que la descompuso fue la perspectiva de que el diario no saliera. Era cierto, las otras dos personas estaban afuera de Moscú y encontrarlas podía tomar horas y mucho más tiempo el viaje de retorno.

—No, no puede ser.

Este “no puede ser” lo expresó con un adverbio ruso, “nilzia”. Es una manera muy enfática de prohibir algo. Creo que esta palabra fue el tercer golpe que recibió el agente, porque esta vez no se trataba de un extranjero, sino que una persona soviética que con aplomo le estaba negando el derecho de arrestarme.

Es posible que mi jefa se diera cuenta de repente de lo inconveniente que resultaba lo que acababa de proferir. No obstante insistió y le dijo al agente:

—Carlos es el único redactor hoy en el diario, sin él tendríamos que anular la salida, se imagina lo que eso significa. ¿No puede venir por él mañana, arrestarlo mañana?

No sé si ella se dio cuenta de lo estrafalario de sus palabras, pero al mismo tiempo con ellas le salía al paso y dejaba atrás aquel categórico “nilzia”. Pero con mi conducta habíamos entrado a un mundo casi surrealista o al inframundo sin acatar los ritos.

Luego vino algo inesperado, tal vez fue el pánico que se había apoderado de mi jefa o qué sé yo lo que pasó. En ese momento, me había puesto a buscar en el bolsillo interior de mi saco el papelito con el teléfono que me diera Carpio, el del Comité Central del PCUS. Mi jefa se le dirigió sonriendo muy candorosa y le dijo al agente:

—¿Por qué no le llama por teléfono a sus superiores y les pregunta si no puede pospenerlo para mañana?

El tovarich keguebesco había perdido todos los reflejos de sabueso. Contorneó el escritorio de mi jefa y marcó un número. En esos instantes mi jefa y yo quedamos pendientes del teléfono como si de ahí iba a salir el humo blanco que vendría a aliviarnos nuestros mutuos y no muy coincidentes desasosiegos. Pero al mismo tiempo aproveché para susurrarle a mi jefa que tenía un teléfono del CC (Comité Central) del Partido que me había dado el Secretario General del PCS en caso de problemas. Ella pareció como aliviada cuando me oyó y suspiró hondamente.

—Soy... (habrá dicho su nombre o su seudónimo). Aquí me dicen que el camarada Abrego es imprescindible para sacar hoy el periódico y me han pedido que vuelva mañana para capturarlo....(Siguió un corto silencio). Sí... sí... sí... sí.

Cuando colgó nos lanzó una mirada muy rencorosa. La reprimenda habrá sido muy severa. Pero cuando nos dijo el veredicto yo ya tenía preparado otro golpe.

—No, tengo que llevarlo de inmediato, lo tengo que llevar ahora mismo.

—No, antes tengo que hablar con el CC. Son las órdenes que tengo y además el único que puede darme permiso de salir de aquí es el camarada Redactor en jefe.

El policía no se esperaba mi reacción. Mis palabras cundieron el efecto que esperaba, el hecho de que yo también tuviera que someterme a una orden lo desquició. La firmeza de voz hizo el resto. Mi jefa aprobó de inmediato mi proposición de ir a la oficina del Redactor en jefe. Sin esperar que el policía tuviera tiempo de reaccionar propuso que bajáramos a su oficina. El Redactor en jefe era miembro del CC.

Nunca lo había visto antes, tampoco había entrado en su oficina. Sabía que había recibido informes sobre mi trabajo, mi disponibilidad. Estos informes me eran muy favorables. Los había pedido a raíz del incidente que llevó a su puesto a mi jefa y que motivó el cambio de puesto de nuestro antiguo jefe. Esto lo repito no fue voluntario. Voy a contarlo en otra oportunidad.

El Redactor en jefe se sorprendió cuando nos vio entrar. Mi jefa le explicó la razón de nuestra presencia en su oficina. Ella insistió en que el diario no podía salir sin mi presencia, que no podía salir de dos puntos de vista, técnicamente y legalmente. Esto último no era cierto. Pues cuando yo firmaba las pruebas finales lo hacia por procuración. En realidad lo hacía en su nombre y en el nombre del Redactor en jefe. Le dijo que yo tenía un teléfono del CC y le dio el papelito.

El Redactor en jefe tomó el teléfono y vio que el número correspondía al CC y se puso a marcar el número. Daba ocupado. Dejó pasar un instante y volvió a marcar y de nuevo dio ocupado. Repitió la operación varias veces. El policía que había dejado pasar el tiempo y que observaba con respeto al Redactor en jefe, comenzó a impacientarse. No obstante no se atrevía a interrumpirlo. El Redactor dijo que iba a tratar otro número, lo hizo y también dio ocupado. Le extrañó mucho y lo dijo. Aprovechando la oportunidad me alejé hacia el interior de la gran sala. Descolgué otro teléfono y llamé a un amigo dominicano, uno de los pocos amigos cercanos de la Universidad con quien había guardado contacto.

—Jorge, me van a llevar preso, si dentro de tres días no salgo, hacés lo que te dije.

Le hablé en ruso y colgué de inmediato. El policía se lanzó con intenciones de arrebatarme el teléfono pero ya era tarde.

—No se puede así, así no se puede trabajar.

Actué de esa manera porque me di cuenta que los teléfonos estaban interferidos, que las llamadas no iban a llegar. El policía estaba furioso. Se le dirigió al miembro del Comité Central de manera muy terminante:

—Pruebe una vez más y si no resulta me lo llevo.

Mi jefa y el Redactor en jefe me miraron muy desconsolados, también sabían que la próxima llamada tampoco iba a funcional. Y fue así.

—Venga por favor conmigo, sin resistir.

Sabía que no valía la pena resistir, ni prolongar esta escena, que tarde o temprano iba a tener que ceder. Pero desde ese instante supe exactamente como tenía que actuar. Salimos del local, a ambos lados de la puerta había un agente y enfrente un coche oscuro que nos esperaba. Subí y me llevaron a la calle Petrovska 38.

27 julio 2009

Una carta desde Nablus

Acabo de recibir este vídeo. Me ha parecido necesario ponerlo aquí, pues la situación que se describe aquí no es excepcional, sino que describe una realidad cotidiana que vive el pueblo palestino.





25 julio 2009

Citas truncadas y alienación (segunda parte)

«Entré a trabajar en la revista Novedades de Moscú, traducía, redactaba y corregía. A veces me tocaba supervisar las planchas en la tipografía. Siempre que me tocaba de nocturna Elena venía a esperarme. Aquel día, nos habíamos dado cita, me esperaría en el mismo banco a la salida de mi trabajo. Pero por la tarde agentes de la KGB vinieron a buscarme y, luego de largas tramitaciones, me llevaron preso. Nunca más la volví a ver, ni a saber de ella. No sé si Elena supo algo de mí, si se atrevió a ir a mi trabajo para preguntar. No sé. También eso pasó en un frío otoño».

Esto lo conté en noviembre del año pasado. Otra parte del mismo episodio lo he contado en octubre de ese mismo año; he puesto los enlaces hacia estos relatos, hay otros, pero éstos completan de alguna manera lo que he contado en la primera parte.


Aquella Conferencia Internacional de Partidos Comunistas fue la última. Ya no hubo más, los “eurocomunistas” anunciaron que no acudirían más a ese tipo de reuniones. Denunciaban su inutilidad y sobre todo que de ellas no resultaba nada concreto que pudiera coordinar la acción de los comunistas en el mundo. Cada situación nacional era distinta y esos documentos eran tan generales y tan abstractos que servían sobre todo a contar a los que estaban de acuerdo con el centro. Fue entonces que se puso por primera vez en duda la legitimidad del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) de ser el centro de todo el Movimiento Comunista Internacional. Se trataba pues en esas reuniones de reafirmar la hegemonía de Moscú en el pensamiento comunista y sobre todo el sometimiento del resto de partidos a las posiciones soviéticas en las relaciones internacionales. Les recuerdo que uno de los temas de discusión entre los partidos comunistas en los años sesenta era la posibilidad de una transición hacia el socialismo por la vía pacifica o electoral. Pero esta discusión no era simplemente teórica, tenía implicaciones concretas. Recuerden el llamado del Che de crear decenas, cientos de Vietnan para cavar la tumba del imperialismo. Se trataba de abrir o no nuevos frentes. Por otro lado existían países, partidos comunistas que juzgaban que en sus condiciones concretas era imposible una revolución violenta y recuerde que ya en Chile empezaba a perfilarse el triunfo de la Unidad Popular que llevaría a Salvador Allende a la presidencia. El caso del PCS era particular, decía prepararse para la lucha armada y profesaba la imposibilidad de la lucha armada. Esta posición perduró hasta finales de los setenta. Pero no me voy a extender sobre esto, ya en otros artículos he hablado de ello.


En esto había un gato encerrado. Era necesario encontrar un argumento teórico que justificara las posiciones de entonces del gobierno soviético. La URSS buscaba un respiro en la carrera armamentista, por eso proponían llevar adelante la coexistencia pacífica, trataban de dejar en el pasado las relaciones internacionales que se impusieron en la “guerra fría” y aceptaban un statu quo internacional. Algún respiro tuvieron durante algunos años, pero todos sabemos que la “guerra fría” volvió a dominar las relaciones entre los dos bloques. Fue en esos años que el Movimiento por la Paz cobró gran impulso, las campañas para obtener el desarmamento internacional, sobre todo el nuclear, se volvieron prioridad de casi todos los partidos comunistas. Algunos volvieron este objetivo como el primero que había que alcanzarse, dejando de lado los problemas sociales al interior de sus países. Es por eso, que muchos años después cayó como una guacalada de agua fría la afirmación de Gorbachov que Moscú ya no seguiría siendo el centro del Movimiento Comunista Internacional y que cada partido tenía que pensar con su propia cabeza. Esto para muchos les fue imposible y desaparecieron. Otros sobreviven apenas.

Esto que cuento aquí también es parte de nuestra historia, tuvo repercusiones internas. Pero como he dicho arriba no voy a entrar en detalles, tal vez sea conveniente volver en su momento, pues esto también pesó en la conducción de la guerra y de las negociaciones. Muchas divergencias internas en el FMLN, sus divisiones, sus disidencias, sus rupturas tienen largas raíces que llegan a las discusiones de aquellos, ahora tan remotos años.


En la Universidad de la Amistad de los Pueblos “Patricio Lumumba” se discutió mucho sobre todos estos temas, hubo muchas reuniones, lecturas públicas de los documentos, de las cartas abiertas de los secretarios generales de los partidos “hermanos”, etc. Ya señalé que me encontraba en un no man’s land ideológico. Pero sobre esto me voy a explicar un poco aquí. No voy a hacer alardes de preclara lucidez, no tenía en realidad los instrumentos necesarios para construirme una posición propia con sólidos fundamentos teóricos. Esas discusiones eran apasionadas, se pronunciaban rápida mente anatemas, se ponían etiquetas, se pronunciaban acusaciones de traición, de duplicidad, etc. Las discusiones eran apasionadas; lo he dicho, es natural que siendo una persona que se deja llevar con bastante facilidad por sus pasiones, participara a mi vez con apasionamiento, tal vez desmedido. Como todos también asestaba mis golpes con citas de los clásicos, picaba en textos lo que apoyaba mis sentimientos, pero sobre todo mis intuiciones.


Mis sentimientos eran que no era necesario plegarse a las posiciones soviéticas, tenía enfrente su realidad, pero sobre todo conocía perfectamente el uso y abuso que hacían de las citas los teóricos del PCUS. Se refugiaban en la autoridad indiscutida e indiscutible de V. I. Lenin. Un amigo, cuya memoria me sirvió de auxilio, se trata del Carlos Fallas, el hijo del escritor tico, del autor de Mamita Yunai. Fallitas, como le llamábamos, estaba dotado de una memoria visual y retentiva sin par. Una vez que leíamos entre nosotros un texto del Comité Central del PCUS, Fallitas se exclamó:


—El punto no va ahí. La frase sigue, sigue, no es así.


Es evidente que nos sorprendió, de primeras no entendimos que quería decirnos. Nunca pensamos que en una discusión de ese tipo, entre partidos políticos que pertenecían al mismo campo, que en teoría compartían los objetivos de liberación de la humanidad, se podía hacer semejantes chanchullos: truncar los textos a su antojo. Fuimos pues a buscar el tomo a la biblioteca y corroboramos que Fallitas tenía razón. Pero no sólo eso. La continuación del texto de Lenin era mucho más matizado de lo que la cita dejaba entrever, sus opciones eran muy abiertas. Me entró una desconfianza absoluta. Era algo muy indignante, hasta ese momento seguía la discusión tratando de acercarme a la verdad, de poder llegar a una posición justa. Es cierto que tenía mis prevenciones contra las posturas hegemónicas de los soviéticos y de todos modos ya había tenido oportunidad anteriormente, durante los cursos de economía política, de darme cuenta de que la teoría podía servir de alfombrilla ideológica para justificar la política a secas. Esta experiencia me instruyó mucho. Tanto que a pesar de que tuve con Salvador Cayetano Carpio muchos puntos en común sobre como se debía llevar a cabo la guerra, sobre muchos puntos de análisis de la situación nacional e internacional, nunca pude aceptar su ridículos términos con el sufijo ‘oide’: fascistoide, capitalistoide, etc. Les faltaba consistencia teórica, ya para entonces sí puedo afirmar que había adquirido ciertos intrumentos propios de pensamiento autónomo. Me irritaba por los mismos motivos el uso exagerado de la expresión “salto cualitativo”. Hablo ya, aquí; de finales de los setenta, principios de los ochenta. También muchas de sus posturas me parecieron que se regían en acendrados complejos provenientes del culto a su personalidad que le prodigaba su próximo entorno y en su organización de modo general. Le tuve a Carpio mucho respeto, pero él mismo me enseñó que nadie puede erigirse sobre los otros, bajo ningún pretexto. Al mismo tiempo sostengo que no se puede tolerar el ocultamiento de su persona en la historia de nuestro país. El papel que jugó en nuestra historia ha sido demasiado importante para conformarnos con simples diatribas estalinistas.


En todo caso, cada vez me iba dando cuenta de que la sociedad en la que vivía adolecía de muchas deficiencias, que eran demasiado profundas las hendiduras entre el discurso y la práctica, las separaciones sociales cobraban la misma forma que en la sociedad capitalista, abundaban los privilegios, las clases trabajadoras seguían siendo oprimidas, cargando con el peso para mantener el parasitismo de los dirigentes.


Hago aquí un paréntesis. No recuerdo muy bien en qué año ocurrió esto, probablemente en el 66. Una vecina y amiga de infancia de mi mujer, Olga Naravchatova, poeta e hija del poeta Noravchatov, que heredó el puesto de Secretario de la Unión de Escritores Rusos (o Moscovitas, no recuerdo), nos invitó a pasar el otoño en la datcha recién adquirida por su padre. Ese puesto Naravchatov lo obtuvo, según se dijo en cuchicheos, porque durante los años de Jruchov no se metió en nada, anduvo siempre con sus tragos. Luego dejó el trago y se encontró encaramado en el trono de Secretario de la Unión de Escritores. Según esa función le tocaba una datcha, él no la exigía y le dieron una recién desocupada, que se atrevió a pedir por insistencia de su hija, alentada por nosotros, un grupo de amigos del centro de Moscú. La datcha tenía alrededor un terreno vacío, pero crecían allí suficientes hongos para amenizar un poco las cenas en la terraza. Crecía también una decena de abedules, unos matorrales separaban la datcha del camino. Justamente desde la terraza se podía ver el contraste entre la datcha de Noravchatov y la que quedaba enfrente. El dueño era el redactor en jefe de la revista literaria “Octubre” o “Moskva”, tampoco recuerdo. Este señor había recibido varios títulos honoríficos, entre ellos había uno muy pomposamente nombrado “Escritor del pueblo de la Unión Soviética”. Su nombre se me ha escondido no sé en qué profunda neurona muerta. No importa. El caso es que la datcha era de dos pisos, se veía en el segundo una amplia sala de billar, al fondo del extenso terreno se adivinaba una piscina. La datcha estaba muy bien pintada y estaba cercada por altos muros de madera. Se entraba por un alto portal. Una vez que hojeaba un libro, tomando el té de la tarde, vi llegar una Chaika, era el Cadillac sovietico. Se detiene ante el portal, veo salir el chofer en un uniforme azul oscuro, con un kepis y botones dorados. Tocó el timbre y muy rápidamente la puerta se abrió. Una sirviente los esperaba. Ella también estaba vestida en uniforme. El chofer volvió a subir y condujo el carro hasta enfrente de la datcha. Bajó y contorneó la Chaika y abrió la puerta trasera y vi bajar un señor regordete, llamé a Olga Naravchatova y le pregunté que quién era el señor, me declinó todos los títulos. El lugar donde quedaba la datcha era muy conocido entonces, muy afamado, se llama Piridielkino. En ese lugar vivió Boris Pasternak, fue allí que la KGB arrestó al escritor Isaac Babel, para asesinarlo casi de inmediato, sin proceso, ni sentencia.


No creo que deba explicarles el abismo que separaba a mis vecinos con el escritor del pueblo. Es posible que a algunos esto no les parezca escandaloso y que tal vez me citen aquella famosa frase de “a cada quien según sus capacidades” y con eso piensen que lo han explicado todo. Hay magos de la explicación. En nuestros apartamentos comunales no había intimidad, la cocina era común para varias familias, teníamos también un solo retrete, no teníamos ducha, etc. Es cierto que los cuartos no costaban mucho, es decir casi nada, que se pagaba muy poco por la electricidad, el gas, el agua, el teléfono. Todo eso no llegaba al 5% de un salario de un obrero. La grieta entre los dirigentes y el pueblo se fue abriendo a ojos vistas.


Esto se reflejaba en el hablar de la gente, cuando hablaban de los dirigentes los moscovitas decían “ellos”, cuando hablaban del partido, decían “ellos”, cuando hablaban del gobierno, decían “ellos”. Y el borracho de Leonid Ilich Brezhnev se atrevió a lanzar la idea del “gobierno de todo el pueblo”. Hubo muchos artículos que pretendían teorizar sobre este concepto... Se trataba de una de las múltiples etapas del socialismo, tal vez una etapa superior, alta, altísima que se vino abajo y se derrumbó.


Lo vuelvo a repetir me hubiera gustado tener la capacidad de analizar la realidad que tenía enfrente, pero me faltaban los instrumentos teóricos para hacerlo. No me faltaron datos, ni experiencia vivida. Los datos los recolectaba minuciosamente en los diarios y revistas. La vida que llevaba era en medio de soviéticos, viviendo con ellos y como ellos. Tal vez no tanto como ellos, pues de alguna manera tuve ciertos privilegios como extranjero, muy pocos, pero los tuve. Pero si frente a la miseria moral no tenía los medios para explicarla, me repugnaba, me repugnaba la ostentosa hipocrecía del poder, me indignaba la miseria material de muchos, que tenían que asumir trabajos extras, en casas de vecinos, como servidores domésticos para tareas de limpieza y de lavado.


Hay un hombre aquí en Francia, que vivió en Moscú en la misma época, que fue corresponsal del cotidiano comunista, que tuvo acceso a mayor información, que tenía mejor preparación, que era mayor que yo. He discutido varias veces con él. Me hablaba de otro mundo y me explicaba, no me justificaba el descalabro, me justificaba con sofismas el mundo que se vino abajo. Este hombre en discusiones públicas, en las que participaba, siempre trató de privarme de la palabra. Cosa rara él tenía la reputación de ser un especialista de la URSS y de ser muy crítico. Es posible que lo haya sido, pero sus críticas no concernían la vida diaria, la vida de la gente. Porque en el fondo los soviéticos nunca se sintieron dueños del Estado soviético, nunca se sintieron dueños de las riquezas de su país. El más grande fracaso de la sociedad soviética fue precisamente ese, la enorme alienación que el poder le infligió a la población. De eso nunca lo oí hablar a este especialista de asuntos soviéticos.


Quería entender, por eso compraba los diarios y revistas, por eso las analizaba, por eso me pasaba archivando, recortando. Estudiar la sociedad soviética tan de cerca, leer la prensa que el partido publicaba, que los sindicatos publicaban, que el ejército publicaba, etc. se convirtió en fuente de sospecha para el KGB. Pero la mediación de Carpio fue efectiva. Como lo dije en la primera parte, dejaron de seguirme. De esto sirva de prueba que no me arrestaron en la Plaza Roja cuando acudí a manifestar contra la intervención de los ejércitos del Pacto de Varsovia en Checoslovaquia. En realidad no hubo manifestación, fueron muy pocas las personas que pudieron llegar hasta la plaza, el resto fue arrestado antes. Esta intervención tal vez ha sido el primer gran acontecimiento político que tuve la intuición de anticipar, de prever.

20 julio 2009

El KGB, Carpio y yo (Primera parte)

Tengo varios meses de intervenir en este espacio con temas estrictamente políticos. Lo hice llevado por las circunstancias y por mis afinidades. Mis intereses, mis impulsos me llevan hacia este terreno. Pero tengo otros centros de interés, otras manías. Me interesa mucho el funcionamiento del lenguaje. También he tratado de escudriñar el papel que ha jugado en la aparición sobre la tierra del homo sapiens —la enmarañada correlación entre lenguaje y pensamiento—. Me atrae el análisis sintáctico (aunque en esto me repugna la abundancia terminológica). Pero dentro de la lingüística, de los estudios lingüísticos he sentido una franca pasión por el análisis semántico. Este atractivo me trajo algunos problemas, serios problemas. Hasta tal punto que cambiaron el rumbo de mi vida. Creo que mis más asiduos y antiguos lectores recordarán que he ido contando algunos episodios de mi vida moscovita. Recordarán que fue en un mes de octubre que agentes de la KGB vinieron a arrestarme en los locales del diario “Novedades de Moscú” en el que trabajaba. He contado como fue mi salida de El Salvador rumbo a Moscú y el recuerdo que guardo de Salvador Cayetano Carpio, en aquel día en que vino a despedirnos. Esto lo he contado también aquí. En estos episodios tal vez he contado algunos detalles más que tal vez sería bueno recordar para evitar repeticiones y los famosos malentendidos.

Pero no importa si repito algunas cosas o si algunas no quedan claras. Los malentendidos resultan siempre. En uno de mis artículos sobre la naturaleza del signo esbocé su mecanismo fundamental. Se trata del entretejido de lo concreto y de lo abstracto. Pero no voy a volver sobre ello aquí. Lo traigo a caso para decir que los malentendidos tienen que ver con las distintas experiencias y el distinto alcance que tienen las palabras con sus significaciones y sus connotaciones en cada uno de nosotros. Les voy a dar un ejemplo. En este mismo artículo, en el primer párrafo he dejado escrito esta oración: “Mis intereses, mis impulsos me llevan hacia ese terreno”. La frase en sí no encierra ningún misterio, su significado es nítido, no puede existir ambivalencia, no obstante la primera versión, la que me vino primero a la cabeza comportaba una diferencia mínima. La palabra ‘terreno’ no figuraba, en vez había escrito ‘campo’. ¿Qué hay de particular en esto? Ambas palabras son sinónimos, su alcance significativo no cambia, su diferencia tal vez sea apenas sonora. La elección de una u otra puede que tenga algún ligero matiz estilístico, tan ligero que solo genios como Quevedo o Góngora advirtieran los escrúpulos que los diferencian. He usado aquí la palabra escrúpulo en el antiguo significado que tenía en farmacia.

Pero entonces ¿qué fue lo que me movió a preferir ‘terreno’ a ‘campo’? Resulta que he querido evitar que se piense que comparto con Bourdieu —además de su vocabulario— sus teorías sociológicas. Bourdieu habla de campos, entre ellos del “campo político”. A pesar de que según sus palabras piensa que su autonomía es relativa, al describirlo, al analizarlo lo encara como una entidad homogénea y en última instancia lo cosifica, lo personifica. De ese análisis se desprende una teoría del Estado que no comparto. Cabe preguntarse si alguien me hubiera asociado a Bourdieu por el simple hecho de escribir: “Mis intereses, mis impulsos me llevan hacia ese campo”. Sobre todo que de alguna manera la palabra ‘campo’ se puede entender como ‘tema’. ¡En fin! Quise evitar un malentendido, a partir de mi experiencia, de mis propios escrúpulos...

No obstante comparto muchos de los planteamientos de Bourdieu sobre la manipulación social que se puede practicar a través del lenguaje. Esta manipulación se da en los media, en todos los media y en otros terrenos. Pero no voy tampoco a extenderse sobre esto. Sobre este tema voy a volver sin falta. Ahora retorno a mi pasado, a mis recuerdos, a esos momentos míos en que mis aficiones, mis compromisos se mezclaron. Para quien no recuerde o no lo haya leído, Carpio nos instó al primer grupo de jóvenes salvadoreños que íbamos a Moscú, a ser críticos ante la realidad soviética, es decir que no aceptáramos sin cuestionarlas las verdades o las certitudes que nos afirmaran los camaradas soviéticos, que nos condujéramos sin ningún complejo de inferioridad. Mi primera crítica fue hacia mí mismo, rápidamente me di cuenta del abismo que me separaba culturalmente del resto de alumnos de la universidad, sobre todo de los argentinos, uruguayos, chilenos y también de los mexicanos. Mi compromiso fue tratar de ponerme lo más cerca posible de su nivel. Mis camaradas salvadoreños pensaban que era un vago, que era un indisciplinado. Es cierto que a veces prefería mis lecturas a las clases que nos daban en la universidad. Pero a la hora de los exámenes siempre obtuve buenos resultados. No me voy a poner a echarme flores retrospectivamente. Pero mi afán era realmente de superación, de aprender, de leer de todo, sobre todo. Mi curiosidad fue inmensa.

Ya conté mis problemas con las autoridades soviéticas que me impedían casarme con la madre de mis hijas. Con ella llevamos un combate intenso; les escribí cartas a los dirigentes del gobierno, del partido, etc. a Podgorni, a Mikoyán, a Kosinguin... Citaba el Código civil, les citaba a Marx, Engels, Lenin, etc. Nada, el resultado era el mismo, me decían en una nota estereoestipada que transmitían mi caso a la juridicción competente local. Y de nuevo volvía a oír las mismas mentiras, los mismos pretextos, las mismas sandeces. Me convocaban a una oficina de la KGB (la policía secreta). También convocaban a mi mujer, la amenazaban y terminaron impidiéndole que trabajara en su profesión.

Por esa época el movimiento comunista internacional estaba enfrascado en una discusión cuyos detalles pueden ahora parecer muy levantinos. El mundo de los partidos estaba dividido entre los pro China y pro Unión Soviética. Bueno, esto grosso modo. Por mi lado andaba navegando en un no man’s land ideológico. No me convencía nadie. Sospechaba que alguna razón tenían los chinos al acusar a los soviéticos de tener pretensiones hegemonistas y de gran potencia. Los chinos también me parecieron tener las mismas pretensiones. Se me antojaba que los temas ideológicos eran hasta cierto punto meros pretextos. Tampoco me convencieron ni Maurice Thorèz, ni Palmiro Togliatti que también dirigían cartas abiertas al movimiento comunista internacional. Tampoco el camarada español Carrillo supo convencerme. A partir de estas discusiones fueron apareciendo algunos aspectos de lo que luego iba a ser el “eurocomunismo”. En todo caso, se me sospechaba que era pro-chino, algunos de mis camaradas salvadoreños me acusaron de maoista. El partido salvadoreño se alineaba al campo soviético. Desde ahí no comparto en todo mis convicciones sobre la revolución con los camaradas del PCS. Sobre esto he escrito un poco y también se trata de un tema que voy a volver a tocar. En todo caso, por iniciativa de los partidos europeos iba a tener lugar una Conferencia Internacional de Partidos Comunistas. Para prepararla hubo una serie de reuniones previas. En ellas participaron dos miembros de la dirección del Partido Comunista Salvadoreño: Virgilio Guerra y Salvador Cayetano Carpio. A Virgilio lo conocía mejor, era un santaneco. Lo encontré muchas más veces, era una referencia para nosotros entonces. Las reuniones tenían lugar, unas veces en Sofía y otras en Moscú.

Fue entonces que los volví a ver a los dos. Ambos eran muy precavidos, muy suspicaces, desconfiaban de todo y de todos. Virgilio tenía una noticia importante que darme, personal y partidista. En realidad, hoy que escribo esto me doy cuenta que para Virgilio yo seguía siendo miembro entero del partido, lo mismo pienso que suponía Cayetano. En todo caso nunca hicieron referencia a mi no pertenencia o a alguna expulsión...

Virgilio tomó aquel tono solemne que adoptaban nuestros mayores y en un secreto júbilo me anunció:

—Carlos, su señora madre ya es camarada.

Para Virgilio esa era la mejor noticia que podía darme. En realidad me conmovió en lo más hondo de mi ser. Supe, entendí, me imaginé que mi madre lo había hecho empujada por su amor hacia sus hijos, era una manera de estar con ellos, de acompañarlos. Por mi parte ya no me consideraba miembro del partido. Justamente, instantes después, sostuve una conversación muy cruda con Cayetano sobre todo, y con Virgilio. Les conté mi situación, mis gestiones para casarme, los interrogatorios de la KGB, las abiertas persecuciones (me seguían sin esconderse, una manera de intimidarme). Les dije que no tenía mucha confianza en las autoridades y que consideraba que eran capaces simplemente de matarme. Les dije que de alguna manera eran responsables por mi vida, ellos me habían traído a este país vivo y que vivo debería regresar. Estas palabras se la dirigía a dirigentes del PC, pero ninguno se inmutó. Quiero decir que por escandalosas, trágicas que pudieran parecer mis palabras, no las pusieron en duda, ni los sorprendieron. Virgilio había sido delegado al Congreso del PCUS (Partido Comunista de la Unión Soviética) en el que se leyó el Reporte de Nikita Jruchov. Es probable que no haya tenido en sus manos el Informe entero, que le llegaran únicamente algunos pasajes. Solamente algunas delegaciones de los partidos más importantes recibieron el Informe entero. Hasta en esto había partidos más iguales que los otros... Durante décadas estos dirigentes occidentales negaron estar al corriente de la existencia de ese Informe. La versión que había aparecido en los diarios la consideraban un apócrifo, un invento, una provocación de la propaganda capitalista a instigaciones de la CIA. De todos modos, mis dos interlocutores pusieron caras de circunstancia y evaluaron exactamente lo que les estaba diciendo. Me citaron para el día siguiente.

Virgilio Guerra y Salvador Cayetano Carpio hablaron de mi caso en el Departamento del Comité Central del PCUS que se encargaba de las relaciones con América Latina. Hablaron también con un miembro del Comité Central. En apariencia todo estaba arreglado. No me pasaría nada. Cayetano me dio un número de teléfono al que podía llamar en caso de algún problema. Lo de mi casamiento con la madre de mis hijas no lo abordaron, se les olvidó. Pero esto se pudo arreglar como ya lo he contado antes, el año pasado. No volvieron a convocarme, por cierto tiempo dejaron de perseguirme, bueno, por cierto tiempo dejaron de mostrarse ostensiblemente cuando me seguían. Pero esa tranquilidad duró solamente hasta el final de las reuniones preparatorias y de la Conferencia misma. Es decir hasta la presencia de Carpio en Europa oriental. Fue entonces que Carpio volvió al país a fundar las FPL. Por lo menos ya lo tenía en mente.

Durante todo ese tiempo, me dediqué a analizar el lenguaje de la prensa soviética, sus campos semánticos, la jerarquización de los temas, la distribución en las páginas de los artículos, la visibilidad de algunos, etc. Compraba todos los diarios, muchas revistas literarias y políticas. Compraba cuadernos de publicaciones de la Academia de Ciencias, filosofía, psicología, literatura y lengua, lingüística. Fue también en esa época que traté de teorizar sobre la imposibilidad de obtener una estructura semántica idéntica o similar a la que existe en la parte fónica del lenguaje o en la gramática. Me dedicaba también a buscar los nudos en que la semántica y la sintaxis se entrelazan. Fue en estos afanes que llegué al tema de mis tesis. Aunque el tema exacto me fue sugerido por Nina Arutiunova, investigadora del Departamento de Lingüística General de la Academia de Ciencias de la URSS. Hice un corto cursillo en su laboratorio. Mi profesor Dimitri Evguienivich Mijalchí me había introducido ya en algunos seminarios de la Academia. Tuve este privilegio. Como ven tan vago no fui como decían mis compañeros salvadoreños.

12 julio 2009

El golpe de estado “preventivo”

Ricardo Trotti, es miembro de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP). El nueve de julio pasado publicó un artículo en La Prensa Gráfica sobre la situación en Honduras. El título es atractivo: «Honduras: verdad y objetividad». Como esta Sociedad ha guardado silencio hasta ahora y lo rompe con un título-programa, me precipité a leerlo, pensando que tal vez nos daría la opinión sobre las limitaciones a la libertad de prensa instauradas en Honduras por los golpistas y protestaría por la paliza que recibió un fotoreportero salvadoreño de El Diario de Hoy. En lugar de eso nos trae unas cuantas frases muy cargadas de vaciedad.

Trotti ostenta una filosofía de mercadito ambulante, la verdad es inaccesible, existen solo opiniones subjetivas. O si prefieren, cada cual tiene su propia verdad y la defiende como puede, así que podemos concluir con aquello de cada loco con su tema. Para que vean que mis decires no son relativas verdades les cito el introito filosófico del Director de la Libertad de Prensa de la SIP:

Cada quien se cree dueño de la verdad de acuerdo con sus prejuicios y experiencias, por lo que la certeza para unos es falsedad para otros. Todos leen, escuchan y observan desde su óptica. La autenticidad de los hechos termina siendo una cuestión de interpretación, de ahí que Santo Tomás sostenía que “la verdad es la adecuación entre la mente y la cosa”.

El Doctor de la Iglesia, Santo Tomás de Aquino es reducido a un vulgar filósofo de pacotilla. Pues lo obligan a decir, en ese contexto, lo contrario de su postulado, pues Santo Tomás habla de “adecuación” y no de múltiples verdades u opiniones, sino de la adecuación, de la correspondencia entre el concepto y la cosa, por consiguiente contrario al agnosticismo rastrero de nuestro periodista.

Podemos admitir que frente a un hecho todos debemos gozar del pleno derecho a opinar libremente. Pero no podemos de ninguna manera admitir que es imposible establecer que en Honduras ha habido un golpe de estado. O que la luz de la luna es el reflejo de la luz solar. Veamos como nuestro periodista subjetivo nos pinta la situación en Honduras:

El conflicto hondureño es confuso porque sostiene dos verdades diametralmente opuestas: golpe de Estado y sucesión constitucional. Gran parte de la comunidad internacional anota que la destitución y expulsión de Mel Zelaya no tiene otra lectura que un golpe de Estado. En cambio, para una mayoría de hondureños, incluyendo a la Justicia y al Congreso, su verdad es que se trató de una transición democrática, obligada por los atropellos de un presidente que se había elevado por arriba de la Constitución y la justicia”.

Trotti no es filósofo, pero tampoco un gran retórico, tal vez podamos otorgarle el título de pésimo sofista. Veamos, un sofista consecuente nos hubiera puesto ambas opiniones con sus respectivos argumentos o argucias, nuestro mentiroso Trotti prefiere resumir hasta el máximo la posición de la “gran parte de la comunidad internacional” y califica de “lectura” su posición frente a la destitución y expulsión de José Manuel Zelaya. He mentado a Trotti de mentiroso, pues en esto creo que si tiene una gama bastante amplia. Primero insinúa que no se trata de toda la comunidad internacional, sin nombrar, pues no lo puede hacer, un solo país que apruebe y reconozca a los golpistas. Pues decir la totalidad de la comunidad internacional le resta valor al resto de su fantasioso relato. Pero a esta mentira por insinuación, por omisión y por sustitución del todo por una parte, se agrega otra muy descarada: según Trotti es “una mayoría de hondureños” que admite como “verdad” que se trata de “una transición democrática, obligada por los atropellos de un presidente que se había elevado por arriba de la Constitución y la justicia”.

Los únicos atropellos que hemos visto son los cometidos después del golpe y el golpe mismo. Trotti no ha visto las manifestaciones multitudinarias que han tenido lugar en Tegucigalpa, en San Pedro Sula y en otras ciudades hondureñas. Estas manifestaciones se han realizado desafiando el estado de sitio, la abolición de las libertades constitucionales decretada por los golpistas. ¿Cómo ha hecho sus cuentas este periodista? Pero ¿para qué va verificar los hechos, si la verdad no existe, solo prejuicios y opiniones?

Ricardo Trotti defiende pues la Liberdad de Prensa o la libertad de cierta prensa de manchar el papel con ocurrencias que se repiten a saciedad con la esperanza de volverla la única verdad admitida. Esta verdad es machacada por la prensa de derecha: Zelaya deseaba perpetuarse en el poder. La repiten porque con esa mentira pueden con mayor facilidad ligar a Zelaya con el presidente venezolano Hugo Chávez. La prensa de derecha da por establecido que Chávez reformó la Constitución de su país con el único propósito de mantenerse en el poder. Lo dan por establecido, aunque por el momento no aportan prueba alguna de que Chávez se va a perpetuar autoritariamente. Hasta hoy los venezolanos han tenido la oportunidad de ejercer su derecho al sufragio en múltiples oportunidades, nadie ha podido aportar pruebas de fraude o de algún otro chanchullo. Chávez perdió el Referendo. La prensa de derecha había pronosticado un baño de sangre si Chavez perdía. No ocurrió, al contrario aceptó de inmediato su derrota y sacó las concluciones que se imponían. Chávez ha sido demonizado por la prensa de derecha y Trotti no se priva de traer todos los estereotipos difundidos por sus colegas y por él mismo.

Pero volvamos a los deseos de perpetuarse de José Manuel Zelaya. La Constitución actual de Honduras no admite la reelección de presidentes, por lo tanto Zelaya no era candidato para las próximas elecciones, la elección a una Asamblea Constituyente, que era el tema de su consulta (ésta no suponía ninguna obligación) hubiera tenido lugar cuando Zelaya ya no iba a ser ni presidente, ni candidato. Tampoco nadie puede predecir el día de hoy cuál sería la composición de la Asamblea Constituyente, ni tampoco qué cambios le aportaría a la actual Constitución.

No obstante todo esto, Ricardo Trotti insiste —en su afán de justificar el golpe de estado en Honduras— en mezclar su aversión hacia el régimen venezolano y los sucesos hondureños:

La forma en que las nuevas autoridades hondureñas procedieron está en entredicho, pero muchos comprenden su verdad de fondo. Trataron de prevenir el modelo “chavista” que Zelaya estaba adoptando para perpetuarse en el poder, y evitar las consecuencias antidemocráticas que experimenta Venezuela, donde todo está sometido a la voluntad única del líder”.

Pero hay algo más en este párrafo, el periodista subjetivo, que niega la existencia de la verdad, trata de inculcarnos la suya con insidiosas afirmaciones. ¿Cómo les llama a los golpistas que han usurpado el poder en Honduras? Las nombra nuevas autoridades. Apenas es la forma de lo que han cometido lo que pone en entredicho y que Trotti, por supuesto, está muy lejos de condenar por lo que son, actos antidemocráticos. Pero los golpitas tienen su verdad y muchos comprenden el fondo de esta verdad. ¿Quiénes son estos muchos? Por el momento son algunos partidos de derecha derrocados en pasadas elecciones y los periodistas que les sirven de devotos e incondicionales voceros. La verdad de los golpistas es “prevenir el modelo “chavista” que Zelaya estaba adoptando para perpetuarse en el poder...”. Trotti se ha inventado el golpe de estado preventivo.

Ricardo Trotti es libre de escribir y publicar sus “verdades” en los diarios que quieran acogerlo, no obstante que no nos tome el pelo afirmando que defiende la libertad de la prensa.

09 julio 2009

ARENA: oposición rencorosa y vindicativa

El partido ARENA ha entregado al gobierno de Mauricio Funes un país en bancarrota, endeudado, con poca o nula capacidad propia de inversión, con infraestructuras en ruinas, el mismo Diario de Hoy nos ofreció no hace mucho un reportaje sobre el lamentable estado de las escuelas en el país. Todos sabemos la realidad catastrófica de los hospitales. El país se ha ido vaciando de sus habitantes por la incapacidad de los gobiernos sucesivos de activar una economía capaz de sustentar a su propia población. Todos sabemos del atraso de nuestra agricultura, que somos un país que depende del extranjero incluso para abastecerse en los granos básicos. Todos conocemos, todos hemos oído, todos nos hemos indignado de la letanía de desfalcos cometidos durante los últimos veinte años. Todavía no se ha recibido la auditoría sobre los distintos ministerios. Se ha tenido noticia de algunos empleos ficticios y de algunos contratos onerosos de alquiler o de otros servicios. Estas pérdidas son incalculables, como es incalculable el daño sufrido.

Un diputado de ARENA, con desfachatez absoluta, propone sancionar la actitud del gobierno de Funes por las pérdidas causadas por el cierre de la frontera con Honduras. Los diputados de ARENA sostienen a los golpistas, no pueden salir a la calle a manifestarlo, lo hacen con argucias, con mentiras, distorsionado la realidad del hermano país.

La proposición de ley de la bancada arenera es una muestra de cual va a ser el tipo de oposición que va a conducir ese partido contra el gobierno de Funes. A nadie se le escapa que es la continuidad de la campaña electoral. La sorpresiva indignación por las pérdidas causadas por el cierre de la frontera de parte de los areneros contrasta con la indiferencia, con la arrogancia con que durante tantos años trataron los problemas del país.

El carácter demagógico de la proposición salta a la vista, pero esta proposición viene solo a coronar una campaña propagandística de los medios salvadoreños. Es el primer acto mayor de la derecha en tanto que oposición, pues es el primero también que pretende dirigirse contra la política gubernamental. No quiero decir que es la primera vez que critican en el transcurso de este primer mes de gobierno de Funes. No, pero las criticas anteriores eran casi todas de mera forma, por principio, casi como un entrenamiento. Esta última la han empezado los medios acompañando declaraciones políticas para venir a culminar con una propuesta de ley.

Como ese tipo de leyes no tiene valor retroactivo se atreven a hacerlo. Es por ello que lo hacen ahora. ¿Por qué durante tantos años se pasaron ocultando los gastos de Casa Presidencial? El secreto mejor guardado en el país fue justamente la partida secreta de los presidentes areneros. Que alguien me explique, que algún diputado arenero me haga la cuenta de los millones que los sucesivos gobiernos transfirieron a las empresas de radio, de tv y prensa por la publicidad gubernamental y partidista. Porque si ahora los editorialistas piden que el FMLN no se vacíe en el gobierno, de que haya separación del Estado y del partido, nunca denunciaron la identificación de los intereses del estado con los del partido ARENA.

La oposición de ARENA no va a ser una oposición propositiva. Su oposición va a ser rencorosa, vindicativa, demagógica y hasta populista, pero nunca propositiva. ¿Por qué va a ser rencorosa? Pues su derrota electoral, se siente en sus discursos, en sus declaraciones, en sus actitudes, incluso en sus disputas internas, un gran despecho. Su derrota para ellos no fue un fracaso político, sino que la pérdida de algo que siempre consideraron como propiedad suya. Se sienten desposeídos. Es por eso también que su oposición será vindicativa. El sentimiento que los mueve, basta oír a Cristiani, es la venganza. Cristiani ha dejado ver el profundo desprecio que tiene contra el candidato Ávila y el expresidente Saca, estos incapaces que se dejaron “robar” el gobierno. ¿Pueden imaginarse el desprecio y el odio que siente hacia los que considera como ladrones?

También será una oposición demagógica y hasta populista, sí, esto simplemente por el enraizado y hondo desprecio que sienten contra el pueblo, contra la chusma, contra el vulgo. Además como pueden hacer compartir sus intereses personales, individuales, privados con los desposeídos, con los de abajo. Ellos seguirán defendiendo sus intereses de clase. No les queda otra que seguir envolviendo esos intereses con demagogia para que aparezcan como el interés común, nacional.

Es esto lo que hay que desentrañar del discurso de los areneros y de otros ideólogos. La pretensión que el interés del capital privado coincide con el interés de todos.