Sin ánimo de entablar una polémica con Roberto Herrera, que ha publicado un
importante artículo en Contrapunto, tengo que afirmar mi desacuerdo con una
idea que expresa desde el inicio. El autor sostiene que “Si el conflicto armado
salvadoreño fue una guerra popular prolongada o una guerra de liberación
nacional o una guerra de guerrillas o una guerra revolucionaria o una guerra
justa, es para el ciudadano común del mundo un hecho histórico irrelevante”,
más allá que la lista es muy heterogénea y que el término “guerra de liberación
nacional” puede tener las formas de “guerra popular prolongada”, “guerra de
guerrillas” o “guerra revolucionaria”, no es esto con lo que voy a expresar mi
mayor desacuerdo. Aunque voy a volver sobre esto más adelante.
Me parece que la importancia del nombre en sí tal vez no sea lo de mayor
importancia, aunque si nos ponemos de acuerdo que el nombre de la organización
que llevó a cabo las operaciones bélicas se llamaba “Frente Farabundo Martí
para la Liberación Nacional”, es más que evidente que desde el punto de vista
de los fundadores del Frente, la guerra de guerrillas que tuvo lugar en el país
tenía como objetivo la liberación nacional. Este objetivo no se logró. Los
Acuerdos de Paz pusieron fin al “conflicto” o “a la guerra civil” sin que la
situación global de país cambiara substancialmente, me refiero a la situación
que sirvió de base para desatar la guerra. ¿Qué significa esto? Que la vida del
común de los mortales tampoco cambió, que la base socio-económica que determinó
el inicio de la guerra sigue igual y sigue siendo actual, sigue pues
determinándonos.
O sea que no es tan irrelevante para los salvadoreños que los “Acuerdos de
Paz” pusieran fin a la guerra de liberación nacional sin obtener la victoria,
pues esto significa que hubo simplemente fracaso, una derrota. Es esta derrota
la que se encubre por todos los medios. Se habla de empate, de retorno a la
vida civil, a la paz, etc. Incluso al valorar los resultados se considera como
un éxito la legalización u oficialización, en tanto que partido, del FMLN y su
incorporación a la vida política nacional. Si este hecho se puede considerar
como un gran triunfo, hay que ponerlo en relación con la historia pasada, con
la situación anterior a la guerra para que realmente pueda adquirir en nuestra
apreciación relevancia. La ausencia total de libertades cívicas que duraba
desde el martinato hasta los Acuerdos de Paz es necesario tenerla siempre en
mente, pues de lo contrario no se puede valorar a su justo precio la situación
política de hoy.
El aprendizaje efemelenista
Esta situación política actual es nueva en nuestra historia, el fin de la
guerra no significa el retorno a la vida civil, el retorno a la política. Antes
de la guerra las organizaciones políticas, tanto partidos, como sindicatos no tenían
vida política pública: las reales opciones opositoras a las dictaduras eran
reprimidas brutalmente y operaban desde la clandestinidad. Las fuerzas que
operaban en la clandestinidad tenían en la nueva situación que aprender a
funcionar dentro de un nuevo cuadro, dentro de la legalidad y el
parlamentarismo. Este aprendizaje dentro de una correlación de fuerzas
internacional también totalmente nueva, ha tenido un impacto, una influencia en
el carácter mismo de lo que se aprendía.
La liberación nacional que se pretendía con la guerra presuponía un cambio
estructural de la sociedad. No es gratuito recordar que el “socialismo” se
consideraba como planteado dentro del proceso mismo de desarrollo de nuestra
sociedad salvadoreña, que la salida a la
solución de nuestros problemas sociales y económicos se abriría con la
construcción de una nueva sociedad. No voy a referirme —pues esto tal vez sea
tema para otros artículos— a la concepción de socialismo que se tenía entonces.
Uno de los aprendizajes a la vida política pública fue adaptar el discurso
y las actividades a la nueva situación. Es cierto que en lo que concierne al
lenguaje hubo fluctuaciones y se llegó incluso a rupturas y cismas. Algunas
disidencias optaron por continuar al interior del FMLN. Pero este aprendizaje
no se hizo en aulas, sino en una contienda que esta vez prolongaba la guerra,
la política era la continuación de la guerra. ARENA y sus partidos satélites,
los media, las fundaciones y otros organismos del patronato oligárquico no
rindieron las armas ideológicas, la “guerra fría” tal vez menguaba su fuerza en
otras latitudes, pero en El Salvador seguía a todo dar. Es decir que la
adaptación a la nueva situación fue conflictiva adentro y afuera del FMLN. La
parte externa consagró el término de polarización, en el interior fueron dos
los términos que se consagraron: ortodoxos y reformadores.
El discurso guerrerista de nuestros
políticos
El discurso político salvadoreño, incluso ahora mismo, no se ha adaptado
completamente a tiempos de paz, sigue siendo violento, sigue en la misma
pendiente guerrerista. Las acusaciones de querer instaurar una dictadura roja,
sin libertades y confiscadora de todos los bienes, sigue siendo una idea
recurrente de la propaganda de ARENA, la acusación de “comunistas” vuelve de
tiempo en tiempo. Durante la presidencia del venezolano Chávez, se inventaron
combinaciones como “comuno-chavistas”, “castro-chavistas”, etc. La prensa
escrita, radial y televisiva mantuvo en permanencia esta presión sobre los
efemelenistas, la sigue manteniendo. El discurso del FMLN en este terreno no
fue de contra-ataque, sino que estrictamente defensivo. A pesar de que para el
interior, dentro de las luchas intestinas entre “ortodoxos” y “reformadores” el
discurso giraba en torno de los viejos temas “socialistas revolucionarios” y el
discurso del pragmatismo ideológico.
Las acciones políticas poco a poco se fueron limitando al parlamentarismo,
las luchas reivindicativas fueron abandonadas, las organizaciones de masas se
desintegraron casi por completo, quedando algunas estructuras sindicales —que
obedientes a la línea del FMLN— se volvieron discretas, se convirtieron en
simples correas de transmisión del “partido”. Hubo también purgas y reformas de
estatutos, prácticamente desaparecieron los congresos, el famoso centralismo
democrático dejó incluso de ser referencia, ya no digamos que se practicara.
Todos sabemos el funcionamiento autocrático del FMLN. Todo esto conlleva el
abandono de los objetivos de liberación nacional, el tema del socialismo se
vuelve fumoso, los últimos estertores del tema fueron la adhesión circense del
FMLN a la Quinta Internacional Socialista propuesta por Chávez. Nadie volvió a
hablar de esa Internacional y esa adhesión que iba a ser tema y aprobación de
una Convención Nacional nunca más reapareció en boca de Medardo González.
De enemigos a socios
Me parece pues relevante constatar que los que iniciaron la guerra en el
país la consideraran de liberación nacional. Cabe preguntarse ahora, después de
tanta reculada ideológica ¿de quién se pretendía liberarse en los años setenta
e inicios de los ochenta? Siempre en esos años se señalaron dos enemigos: al
imperialismo y a la oligarquía. Ahora al imperialismo estadounidense se le
considera como el principal aliado, como un aliado, dicen los efemelenistas,
estratégico y la oligarquía es ahora considerada como un socio para el
desarrollo del país. Los empresarios son considerados “el alma, el corazón y el
motor del crecimiento económico del país”, estas son palabras del actual presidente
Salvador Sánchez Cerén en una reunión con empresarios salvadoreños en una
hacienda de Sonsonate, durante la campaña electoral.
La importancia no reside tanto en la combinación de estas palabras, liberación
nacional, sino en medir a través de ellas la distancia que separan los
objetivos iniciales y la práctica actual del partido que conserva en sus siglas
el objetivo que abandonó. De los otros nombres que ha barajeado Roberto Herrera
al inicio de su artículo hay uno que se destaca, pues contiene implícita una
estrategia de lucha, me refiero a “guerra popular prolongada”. La “guerra de
guerrillas” es una posible modalidad de la guerra popular prolongada, es una
parte táctica, un momento que puede durar mucho tiempo, hasta la posibilidad de
llegar a constituir un “ejército de liberación”. Pero esta era sólo una parte de
esa estrategia. Salvador Cayetano Carpio insistía siempre en los dos aspectos
de la guerra popular prolongada, el militar y el político, dándole prioridad a
este último. La parte armada era un sostén, lo importante residía en lo
político y para expresarme en términos que solía usar Carpio, la política era lo
fundamental y lo militar podía convertirse en lo decisivo. Ambos eran pilares
del proceso, pero la política no se limitaba a la posible participación
electoral, sino a la actividad de concientización de las masas. Carpio
consideraba necesario para poder llevar hasta el final su estrategia organizar
al pueblo, darle los útiles ideológicos para combatir la dominación cultural
del imperialismo y de la burguesía. Las organizaciones que constituían el
movimiento de masas eran importantes para sostener a la organización principal
que era el partido. No era solamente el aspecto militar el prolongado, sino
también el momento político de la lucha, pues también aquí era necesaria la
acumulación, el crecimiento tanto cuantitativo, como cualitativo.
Es menester recordar que Salvador Cayetano Carpio separaba claramente la
guerrilla del partido político y de las organizaciones de masas. En una fina
dialéctica el sostén armado necesitaba a su vez del sólido sostén político,
ambos tenían que combinarse, ambos era partes inseparables de la guerra popular
prolongada. La separación era teórica, pues lo que se perseguía en primer lugar
era la adhesión ideológica del pueblo para alcanzar el objetivo estratégico: la
liberación nacional. En ese sentido tanto las organizaciones de masas, como el
propio partido se convertían en el sostén, en la base que alimentaba a la
guerrilla.
Esta estrategia fue la que prevaleció en las FPL hasta que su dirección
inició las conversaciones para lograr la unidad de las fuerzas “revolucionarias”
en lucha entonces en el país. Aquí dejó de funcionar esa estrategia, pues era
difícil que los militaristas (ERP) adoptaran una estrategia en la que la
política fuera lo fundamental. El grave error de Carpio fue caer en la
aceptación de la veracidad de un proverbio: “la unión hace la fuerza”. La
sabiduría popular que esto expresa es engañosa, pues en política no siempre tiene
sentido, no siempre es cierto, pues las alianzas no implican las mismas
convicciones, los mismos modos de ver la realidad, ni los mismos objetivos. Y
de la misma manera que se repite que todas las alianzas exigen concesiones,
tampoco es cierto para todos, a veces resulta que sólo una parte las hace,
porque considera que por ser más fuerte debe de conducirse con mayores anhelos
unitarios.
Pero hay un hecho que tuvo aún mayor peso: fue la entrada del Partido
Comunista en la guerra. Durante décadas la dirección comunista conducida por
Schafik Handal reconocía de los labios hacia afuera la necesidad de la lucha
armada, pero en la práctica siempre se opuso, aún más cuando surgieron las FPL.
Desde ese momento la dirección comunista inició una campaña de denigración de
los que habían iniciado la lucha armada. Los comunistas entraron sin mayores
convicciones y con el objetivo oculto de acabar con la guerra lo más pronto
posible.
Recuerden que desde el primer fracaso, desde la famosa “ofensiva final” de
enero de 1981 por insistencia de Schafik unos meses después se propuso por
primera vez las negociaciones. Poco a poco el objetivo de obtener las
negociaciones se convirtió en el principal. Después de la desaparición de Mélida
Anaya Montes y de Salvador Cayetano Carpio se iniciaron y llevaron a cabo toda
una serie de operaciones para obligar al gobierno a negociar. Fue desde
entonces que ya no existía el objetivo de liberación nacional y el socialismo
empezó a tener los visos de una peregrina ilusión para nuestro país. La guerra
dejó de ser una guerra popular prolongada, la estrategia fracasó no ante los
enemigos, sino ante los aliados, sobre todo frente a los que eran más duchos en
intrigas y complotes.
Saber la historia, discutir y aclarar algunos puntos del proceso que nos
condujo hasta este presente sin perspectivas, en el que todos ignoramos hacia
donde nos quieren dirigir los efemelenistas, puede resultar útil y sano.
Sabemos que el FMLN se acomodó al parlamentarismo, que considera al
imperialismo como su aliado estratégico y al patronato como el motor de la
producción nacional. La lucha de clases, el famoso motor de la historia, es para ellos una broma de un alemán arcaico del
siglo decimonono.
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