Acabo de terminar la lectura de la novela «La Antigua Amante» de Barbey d’Aurevilly. Tuve la desgraccia que al editor (Gallimard) se le ocurriera poner en la contratapa el desenlace final y fatal de la trama. No obstante estar prevenido del desenlace no me impidió disfrutar enteramente de la obra. El estilo es refinado, con lentos lienzos en los que el autor nos va pintando situaciones de salón, costumbres y opiniones del siglo XVIII que aún se arrastran en la primera mitad del siglo XIX.
La obra causó controversia entre escritores, críticos, periodistas y en el público. D’Aubervilly es un escritor católico, dirige una revista que profesa esa orientación. Es esto tal vez lo que más va a escandalizar. Como nos advierte en el prefacio el escritor francés Paul Morand, « la polémica en torno del libro puede resumirse en una frase : ¿un novelista católico tiene derecho a decir todo por obedecer a su genio? Pregunta extraña —agrega Morand— que se planteó todo el siglo XIX y a la cual el siglo XX respondió definitivamente ».
Se trata de una obra parcialmente autobiográfica. El tema es la pasión que sufre Ryno de Marigny por una malagueña, Vellini, con la que ha vivido, durante diez años, tórridos amores. Esta pasión diabólica se opone al tierno y delicado amor por la angelical Hermangarde, con la que Ryno se casa y huyendo de su « vieja amante » se exila en una casona de la costa normanda, lejos del mundo.
El narrador trata de no tomar partido, opina algunas veces en favor de la virtud, pero termina volviéndola tedioso hastío. Los mejores momentos narrativos son los que pintan el sometimiento a la pasión carnal que siente Ryno por la poco agraciada Vellini. Poco agraciada, sí, pero que de un sólo movimiento de su cuerpo y la gracia de sus tobillos (que Vellini muestra con cierta osadía) dará inicio al embrujamiento del dandy y arrollador Ryno de Marigny.
Tal vez les hable de mis otras lecturas caniculares.
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