Cuando me pongo a contar algunas cosas que me sucedieron ya hace algunas décadas no busco tanto hilvanar los hechos con las fechas, sino que ser verídico, aunque tenga que recurrir a juntar hechos que realmente están separados. Los junto en mi memoria, lo más seguido se han juntado solos y eso me lleva sin duda alguna a decir mis verdades, poniendo algunas cosas que no lo son tanto. Esto que me ocurre, les pasa a casi todos los que dan testimonio escribiendo sus memorias. Todas están llenas de olvidos y de mentiras ciertas.
Me gustaría no poner fechas, pero en esta ocasión no puedo evitarlo, lo que les voy a contar tuvo lugar en 1967 y en 1968. Los preámbulos sucedieron en 1967. Resulta que ese año mis compatriotas lograron lo que fue su objetivo durante casi todo el tiempo de mis estudios: que me expulsaran de la Universidad. La cosa se encadenó muy rápidamente, ellos venían a mi facultad (dos horas duraba el trayecto) todos los meses a pedir informes sobre mi conducta y sobre mi asiduidad en los cursos. El decano Mamontof optó por ceder a sus presiones, o tal vez es mejor decir que se aprovechó de esos aliados inesperados. Lo que cuento aquí son realmente cosas muy infantiles, tienen ese aspecto. Por un choque académico durante la defensa de una tesis de traducciones y que interpretó como una cuestión estrictamente personal quiso vengarse. El diferendo surgió sobre problemas de la traducción de ciertos adverbios rusos hacia el castellano y la adaptación de los refranes de una lengua a otra. Un pequeño grupo de latinoamericanas y latinoamericanos habíamos creado una teoría y la aplicábamos en nuestras tesis de fin de estudios. No teman no les voy a dar detalles sobre esto. Bueno, el decano presentó al Consejo Superior de la Universidad una petición para que me excluyeran de la universidad. Acababa de pasar al último año de estudios, me quedaba tan sólo escribir mi tesis. Pueden imaginarse cómo recibí esa noticia. Pero podía ir al Consejo a defenderme. Un tico que supo de mi caso, me convenció que le escribiera al rector Rumiantzev una carta exponiéndole mi caso. Y me dio un consejo que me sorprendió totalmente: escribile me dijo y le usás el dieprichiastie. Se trata de una forma verbal rusa que no tenemos en castellano y que nosotros usábamos corrientemente (tiene ciertas dificultades de uso para los rusos). Esta forma la usan los clásicos rusos, Tolstoi, Dostoievski, etc. Nuestra facilidad venían de estudios especializados.
Seguí su recomendación, le escribí en un estilo muy decimonónico y al parecer le gustó mucho. Me convocó y fui a verlo. Hablamos durante una media hora. Y me dijo al terminar la audiencia, "no se preocupe, no vamos a expulsar a alguien que habla tan bien el ruso y lo escribe excelentemente". Salí muy contento, muchos amigos habían venido a esperarme a la puerta del Rectorado. Les conté mi conversación con el rector. Le había entregado también una carta de mi profesor Dmitri Evguienievich Mijalchí, en la que argumentaba en mi favor (hecho este de gran valor y de coraje, en aquellos tiempos no se acostumbraba opinar abiertamente contra los superiores).
Pero resulta que el día del Consejo el rector tuvo que ir al Comité Central del PCUS y en lugar del Consejo Superior se reunió un Consejo restringido. En ese tipo de consejo no había invitados, incluso el interesado, como lo era yo en ese caso. Al finalizar la reunión me informaron que la decisión había sido mi expulsión. Eso significaba que en pocos meses debía abandonar la Unión Soviética y dejar allí a mi familia. Las autoridades soviéticas me habían negado un derecho tan elemental como es el de contraer matrimonio con la madre de mis dos hijas. Eso me ocupó mucho tiempo, escribí muchas cartas a todas las instancias imaginables e inimaginables, a los dirigentes de la Unión Soviética: Mikoyan, Kosiguin y Brezhnef.
Todos me respondían como la ley los obligaba, pero lo hacían de manera ritual, en unos formularios en los que me explicaban que habían leído mi solicitud y que habían trasmitido a las autoridades de mi sector. Y eran estas autoridades las que no cedían a mis pedidos de oficializar la unión matrimonial con mi mujer y era contra ellas que me quejaba en mis cartas.
Entonces la decisión de ese Consejo restringido me iba a separar de mis hijas y de mi mujer, pues oficialmente no eran ellas nadie para mí. Eso me exasperaba, me puso fuera de mis casillas. Quise ir a hablar con mis compatriotas. Pero ya era tarde y no creo que ellos hubieran aceptado intervenir en mi favor, luego de tantos años de esfuerzos.
También hubo amigos que vinieron a acompañarme durante el Consejo restringido en el que no pude intervenir. Pero de qué se me acusaba. Pues de haber faltado a algunos cursos. Los resultados de mis exámenes eran buenos, en muchas materias tuve la mejor nota posible.
Esa misma tarde me crucé, de casualidad, con el rector. Y me pregunta muy amablemente ¿y cuál fue el resultado de Consejo? Cuando le dije que me habían expulsado se sorprendió. Me dio el número de teléfono directo de su oficina para que concertáramos una cita. Le llamé al día siguiente. La cita era para el día siguiente a las dos de la tarde. Me recibió durante cinco minutos y me anunció que otro Consejo restringido se iba a reunir esa tarde y que de nuevo se iba a abordar mi caso.
¿Por qué cuento esto? En realidad porque el retrato que hizo de mí el decano era muy pintoresco, me acusó de irresponsable, de irrespetuoso y de borracho consuetudinario...y también de no ir a las clases. En realidad es cierto que solía faltar a los cursos, pero entre mis profesores y yo había un acuerdo tácito: podía faltar, pero les debía buenos resultados. Todos fueron muy exigentes conmigo. Y les he agradecido siempre. Pero al mismo tiempo es necesario que cuente esta historia pues en ella el funcionamiento del sistema me fue favorable.
Esa reunión del Consejo al parecer no estaba prevista. La convocó el rector. Estaban ahí los mismos personajes que me había excluido, pero también mi profesor Dmitri Evguienevich Mijalchí. El recto abrió la sesión. Explicó que se iba tratar de mi caso en primer punto y justificó la presencia extraordinaria de mi profesor. El rector comenzó un discurso que resultó corto. "El caso de Carlos Abrego es extraordinario, pues lo vamos a abordar por la segunda vez. Por lo general las decisiones del Consejo son definitivas. Pero todos han leído la carta que me ha enviado el profesor Mijalchí. Espero que todos ustedes antes de tomar una decisión reflexionen muy bien, que tomen en cuenta que nuestra universidad necesita de alumnos como Carlos, pues nunca he oído que un profesor elogie así a un alumno. Quiero también que tomen en cuenta mi intuición, mi experiencia pedagógica. Es por mi iniciativa que este caso se aborda de manera extraordinaria por segunda vez. Les cedo la palabra".
El decano Mamontof tomó la palabra. Por un instante pensé que iba a repetir lo que había dicho en la primera ocasión, me lanzó una mirada que nunca supe interpretar cabalmente. El también fue muy parco. "Camaradas, realmente se trata de un caso extraordinario, todos conocemos la larga experiencia pedagógica de nuestro rector, no puedo si no inclinarme ante su gran intuición. Así que por mi parte retiro la demanda de expulsión de Carlos Abrego".
—Entonces todo está bien. La demanda de expulsión ha sido retirada ya no hay nada más que discutir en este caso. Carlos Abrego queda reintegrado a nuestra universidad. No obstante nos tiene que prometer que no faltará más a sus cursos.
Prometí ir a todos los cursos, quedaba un mes solamente. Luego teníamos seis meses para completar la escritura de nuestras tesis. En 1968, en junio el decano vino a la oposición de mi tesis. El rector había prometido venir, pero mandó un mensaje de excusas. Intervinieron muchos profesores de mi facultad. Fue la única vez que algunos me elogiaron. Mi profesor Mijalchí fue muy parco. El decano me felicitó.
Les suplico que sean clementes conmigo, pero creo que su contenido habla mucho de mis camaradas y de cómo funcionaba el sistema. En mi tesis por primera vez se trataba de las relaciones predicativas en el complemento directo. Se trata de relaciones que tienen una estructura sintáctica peculiar y se realizan únicamente en campos semánticos determinados. Esta estructura la hemos heredado en castellano del doble acusativo latino.
Desagradables, no es un calificativo que describa justamente las experiencias que usted ha vivido, don Carlos.Se deduce burocracias, revanchismo, desaveniencias personales y muestras de debilidad humana nada profesionales en este caso. �Qu� pensar de un sistema que permite estas desviaciones? esto a todas luces dista de ser marxismo.
ResponderEliminarEs posible acceder a su tesis en espa�ol, posupuesto ya que mi -dieprichiastie- es nulo.
Atentamente,
Gustavo
carlos me parece tipico de un estudiante con predileccion a "capiar"; no se si entendes el termino, pero es algo como faltar a clases sin permiso, en nuestra "ues" esa practica fue comun se hacia y los docentes mas o menos sabian en que andavamos y se hacian del ojo pacho. el mismo chalo enriquez(candidato a alcalde en el periodo pasado por arena). el fue jugador de nuestro fasito y comentaba que el faltaba a clases cada ves que le tocava entrenar con el equipo.
ResponderEliminaramen de lo burocraticos y marxista que fueran los rusos ¿era borracho? te lo pregunto porque he oido el comentario en otros estudiantes que los acusaban de lo mismo. que tan mala fama nos dio roque dalton
elias
Pienso que el sistema era bueno, pero este Carlos me lo imagino un tremendo chichipate y vago...con lo sabroso que es la Vodka.
ResponderEliminarGente como él y El Magico Gonzalez ya nos pusieron en tremenda verguenza internacional, con sus constantes indiciplinas y su alcoholismo.
Qué mal, qué mal!
Y por eso todo ese sistema se cayó!! Para bien de la humanidad!
Gustavo:
ResponderEliminarEs cierto que pasé por momentos muy desagradables. Pero hay que recordar siempre aquello de "no hay mal que por bien no venga".
Para desgracia mía la única posibilidad actual de acceder a mi tesis es pedir una copia (tal vez comprarla) a la Universidad de la Amistad de los Pueblos. Tampoco yo la tengo. Esto tiene sus explicaciones y es el tema de otro relato.
Gracias por visitarme.
Elías:
Me preguntás que si sé qué es capiar. Te respondo que soy doctor es capiadas. Cuando se fundó la "Escuela Experimental Tomás Medina" pues deduje que el experimento consistía en safarse de la escuela sin que los maestros te vieran. Desde entonces practico las capiadas.
Tal vez alguna vez cuente historias salvadoreñas (historias mías, se supone), pero resulta que sólo el último trimestre de un año no me fui a capiar. En ese trimestre me transfirieron a la clase que atendía, ni más, ni menos que Hugo Moreno, el defensor central del Fasito y de la Selección. Ya te voy a contar porqué me pasaron a su clase.
Pues te diré que mis profesores soviéticos fueron muy tolerantes con mis capiadas. Lo que les importaba eran los resultados. Sabían además que me encerraba en la Biblioteca de Lenguas Extranjeras de Moscú y que además me iba me meter en Seminarios de la Academia (a estos seminarios tuve acceso por intermedio de mi muy querido profesor Dmitri Evguienivich Mijalchí).
No, no era borracho. Pero cuando me pegaba mis tragos, me los pegaba... Y era muy tropical y santaneco. Pero tuve fama de borracho. Que hasta Roque luego de anunciarme que me habían expulsado del Partido, me dijo: "me han dicho que vos conocés bien Moscú, ¿dónde nos podemos echar unos tragos?". Esta historia la cuento en la revista Cultura, en el número que le dedicaron a Roque.
Seguimos en contacto.
Anónimo:
¡Nhombre! ¡Qué va! Nunca fui chichipate, me fui una que otra vez de zumba... namás eso. Voy a confesarlo: mi primera borachera fue en Moscú y esto porque el mesero del Metropol no quiso traerme limonada. Se creyó que era una broma. Me trajo cerveza, nunca antes había bebido ni una sola. Oscar (un nica, fundador del FSLN), Soley y Burol (dos ticos) me introdujeron ese día al consumo de la vodka. A ellos les fue muy mal, terminaron los tres mojados en la fuente central de ese restaurante. Felizmente para mí siempre me embrujaron los ojos negros... Y los de Jarumi nunca me hubieran perdonado, si llegaba totalmente borracho. Vos, tal vez, no sabés quién es Jarumi. Búscala en este blog.
Gracias por ponerme al lado del Mágico.
:)
ResponderEliminarQue complicada tesis!
Saludos.
Imagino que eso pasa por andar con cipotes "jugando a la revolución". Sobretodo de salvadoreños que se toman las cosas religiosamente, cosas de nuestra cultura. De la que se salvó si hubiera estado por el pais en la decada de los 70-80, cuando aparecieron las organizaciones que le disputaban la "vanguardia" al PCS. En esos años por cualquier crítica o comentario mal ubicado, sean los de las F, erp u otro grupo podian cocinar a cualquiera. No me queda claro como el sistema se aprovechó de usted.Me imagino que su caso se debió en gran parte a la juventud de ustedes,cipotes imberbes.
ResponderEliminarBeka:
ResponderEliminarEs muy sencilla. Te voy a dar un ejemplo, uno solo.
'Su desprecio dejó triste a la muchacha'.
Verás que en esta oración lo importante es la tristeza de la niña, la principal información es esa. El verbo dejar pasa a jugar en ella un papel de auxiliar. No es el que lleva la principal información, pierde incluso parte de su significado y priritariamente asume los significados gramaticales: pasado, singular, acción cerrada. Pero para que esto se dé es necesario un orden determinado el adjetivo debe preceder al sustantivo en el complemento directo. Aquí 'triste a la muchacha'. Fijate el cambio semántico que se produce si pospongo el adjetivo.
'Su desprecio dejó a la muchacha triste".
Aquí no se sabe si la muchacha es triste de por sí. Si le ponemos un sujeto animado a esta frase te darás mejor cuenta.
'El novio dejó triste a la muchacha'
Comparémosla con:
'El novio dejó a la muchacha triste'.
Como ves en el primer caso el novio produjo la tristeza. En el segundo la muchacha es triste por su propia cuenta...
Bueno, siento perpleja tu mirada... Este es otro ejemplo, de ajuste.
Carlos.
Anónimo de las 5:21:
Te equivocás, no eran ni tan cipotes. Entonces era yo el más joven... bueno, ahora también, esa relación no es pasajera, ni transitoria. Ahora soy el menos viejo, algunos pasaron a mejor vida, otros se pasaron a los partidos de enfrente y uno ha perseverado en sus convicciones y fue uno de los que me dejaron en paz en Moscú.
Pero no me he privado de decir lo que pienso, ni antes, ni tampoco hoy. Enfrenté a dirigentes de las efes y a los otros ni caso les hice.
Lo que quise decir, mal dicho, es que esta vez el sistema me benefició. La pronta y dócil sumisión del decano al rector, me aprovechó, me fue provechosa. Eso es también parte del sistema...
Gracias por visitarme.
Don Carlos, nos podría dar más ejemplos como el que brinda a Beka? Esto con el objeto de profundizar sobre su tesis. Soy curioso.
ResponderEliminarDice usted que lo más relevante del juicio presentado es "la tristeza de la niña", yo me pregunto, ¿no será "su desprecio" la información más importante de éste juicio? Ya que podríamos decir : "La tristeza de la niña la causó su desprecio" pues si recurrimos al juicio inverso condicional : "si no la hubiera despreciado, la niña no hubiera quedado triste".
Perdone la divagación, pero el tema suena sumamente interesante.
Atentamente,
Gustavo
No, no te pongo al lado de ese marihuano, no jodas, vos sos mas inteligente.
ResponderEliminarQué viva el FAS, hijosdelaguayaba!
Yo tambien tuve mis clavos y eso en la democracia BANANERA, pero maestro, lo que usted dice es ilustrativo e historico..La intuicion de sus tutores no estaba equivocada, ya que a pesar del derrumbe de la burocracia sovietica y el desastre del capitalismo corporativo..usted sigue solidario y honesto!
ResponderEliminarGracias por compartir esas memorias!
saludos desde la espina dorsal del monstruo monolinguista (como diria chomsky)!
Salu!
Estimadísimo Carlos:
ResponderEliminarNo sé que decir: estoy fascinado.
"Triste a la muchacha, su desprecio dejó"
Ah! Ya sé!:
"... no se acostumbraba opinar abiertamente contra los superiores..."
Indestructible vicio humano inmune al tiempo, al espacio y a las ideologías...
Querido Carlos, lo que nos cuentas es patético, pero nada novedoso, tú sabes que soy muy joven (46 años) para haber vivido esto, pero tu testimonio es importante porque es el testimonio de un conocido. Hasta la fecha, había visto "L'aveu", la película de Costa Gavras, había leído las obras completas de Marco Antonio Flores y conocía testimonios indirectos. Estas cosas que tú cuentas, hay que contarlas. Especialmente para nosotros, gente de izqierda, que se reinvindica de izquierda, que odiamos tanto el sistema que se nos presentó alguna vez como siendo el único modelo posible de izquierda (el que tú evocas) como el que ahora pretenden presentarnos.
ResponderEliminarNo se trata de ser clemente contigo, tenés todo nuestro respeto. Pero sí me gustaría leer el trabajo del que hablas... Un abrazo
Debo unirme al clamor popular, me encantaría ver ese trabajo suyo, o al menos una parte.
ResponderEliminarGracias por los recuerdos (recuentos) de su estadía, de sus capiadas (a tiempos aquellos) y de sus maestros.
Saludos don Carlos
Un anónimo dejó esto debajo de otra entrada donde nada tenía que ver. Lo paso aquí, no porque tenga mucho que ver con lo que precede, pero es aquí donde intervino Thierry, a quien se refiere.
ResponderEliminarCarlos Abrego.
Para Thierry,, el autodenominado "gente de izquierda que se reivindica de izquierda". Esto le va a interesar! (Bueno, al fin y al cabo no lo pongo para usted, sino para que el lector identifique a gente como usted y los neo-izquierdistas) Dedicado a Carlos y Rafael, respectivamente.
Buena lectura!
El «intelectual» propagandista más promocionado por los poderes en Francia
"BERNARD HENRY LÉVY Y LA IZQUIERDA ZOMBI"
por Diana Johnstone
El último libro de Bernard-Henri Lévy ha sido el más comentado en los medios de comunicación desde comienzos de año. Diane Johnstone, que ve en este ensayista a un propagandista encargado de reciclar los tópicos desgastados de la Guerra Fría, no se sorprende de ello en esta época de sarkozismo triunfante. Prefiere desmontar los mecanismos de esta retórica y subrayar su carácter mágico y antipolítico. En definitiva, se divierte en constatar que la hegemonía de este discurso no suple su vacuidad y no logra hacerlo operativo.
El ensayo político más comentado por los medios de comunicación desde comienzos de año, "Ce grand cadavre à la renverse" (Ese gran cadáver de espaldas), de Bernard-Henri Lévy (Grasset, Paris, 2007), se presenta al público como una reflexión consagrada a la izquierda francesa. Pero curiosamente, se trata en el fondo de algo muy distinto.
Bernard-Henri Lévy es con mucho el más conocido de la pequeña camarilla de propagandistas que hace unos treinta años, con la etiqueta de «nuevos filósofos», emprendieron una campaña para invertir el sentimiento antiimperialista que se había hecho dominante en el mundo entero, sobre todo en reacción contra la guerra llevada a cabo por Estados Unidos en Vietnam. La guerra había terminado, y la izquierda francesa estaba debilitada por su dispersión sectaria y el hundimiento de sus esperanzas «revolucionarias» poco realistas. Los Jemeres Rojos, que habían tomado el poder en Camboya, tras los bombardeos y el destronamiento de Sihanouk fomentado por los Estados Unidos, cometieron el «baño de sangre» que los estadounidenses habían predicho sin razón para Vietnam.
Por su descubrimiento tardío, aunque teatral y fuertemente mediatizado, del gulag soviético más de veinte años después de la muerte de Stalin, y calificando las aberraciones asesinas de los Jemeres Rojos de «golpe fatal... contra la idea misma de revolución» (p. 124), los «nuevos filósofos» trataron de estigmatizar toda aspiración a un cambio social radical como inevitablemente «totalitaria». Contra la omnipresente «amenaza totalitaria», se rehabilitó a Estados Unidos como indispensable salvador de la democracia y defensor de los derechos humanos.
Es difícil medir el verdadero impacto de aquella campaña, que formó parte de una ofensiva general de rehabilitación del imperialismo americano bajo el estandarte de los «derechos humanos». Es cierto que estos publicistas no fueron jamás tomados en serio por los universitarios y los profesores de filosofía, pero ganaron una celebridad inmediata gracias al celo que pusieron los medios de comunicación (empezando por le Nouvel Observateur) en difundir su «nueva» versión «filosófica» de la propaganda de la Guerra Fría.
No obstante, treinta años más tarde, su misión parece cumplida. Aunque no sea filósofo, Nicolás Sarkozy encarna la «nueva» Europa soñada por Rumsfeld al principio de la conquista de Irak, una Europa dispuesta a seguir ciegamente a los Estados Unidos en sus guerras de «civilización».
André Glucksmann, el más histérico del clan, se dio prisa en unirse a Sarkozy como filósofo de corte. Bernard Kouchner, el más mundano de los guerreros humanitarios, esperó a la elección de Sarkozy para unirse a él como ministro de Asuntos Exteriores.
Más astuto que los demás, BHL rechazó perderse entre la multitud victoriosa. Durante la campaña se atribuyó el papel de consejero ideológico de Ségolène Royal. Tras su derrota, prefirió rezagarse en el campo de batalla política para hacerse con el estandarte caído de la izquierda. O bien, como sugiere el título de su última obra, para recuperar su cadáver. Este libro pretende dar lecciones a la izquierda con el fin de reanimarla. BHL querría infundir sus palabras y sus pensamientos al cadáver, transformándolo en una especie de zombi para asustar a Ségolène, y alejarla de Jean-Pierre Chévènement, Noam Chomsky, Michael Moore, Rony Brauman, Alain Badiou, Régis Debray, Harold Pinter y todos los demás adeptos de malas ideas que llevarían la izquierda, según BHL, hacia un nuevo «totalitarismo».
¿Y cuál es este nuevo totalitarismo? El «antiamericanismo», ¡pues claro! Y el antiamericanismo, qué es exactamente? Según BHL (página 265), «el antiamericanismo es una metáfora del antisemitismo». Ajá.
Y claro, «el antisemitismo» es la acusación que hará desaparecer al adversario en una nube de humo, como hace la malvada hechicera en El Mago de Oz. Pero ¿funciona siempre la magia? BHL tiene miedo de estar perdiendo su poder.
El mundo según BHL
Aunque la etiqueta de «filósofo» sea exagerada, el escritor BHL tiene, como todo el mundo, su filosofía personal. De entrada, según él, las ideas son las que gobiernan el mundo, para bien y para mal (p. 402). Sobre todo para mal, aparentemente. Las ideas pueden salir casi de la nada, lo que exige una vigilancia constante. Lo que él llama su fidelidad a la izquierda no tiene nada que ver con las relaciones socioeconómicas, y aún menos con la oposición a la guerra. Se trata más bien de la denuncia de ciertos crímenes: la condena de Dreyfus, Vichy, diversos «genocidios» reales o supuestos. Se basa, como explica con detalle, en su propia galería personal «de imágenes, acontecimientos y reflejos». Nunca en algún tipo de análisis. Avanza como una especie de Isaías que clama en el desierto y no necesita útiles modernos de investigación o de análisis.
En este mundo de ideas, los hechos son secundarios, cuando no superfluos. BHL juega con ellos como juega con estas ideas maleables. Hay que adaptar los hechos a las ideas, no las ideas a los hechos. El concepto de Imperio puede aplicarse a China hoy en día o en el pasado a la URSS, a los turcos, a los árabes, a los aztecas , a los persas o a los incas. Pero es inoperante cuando se trata de una «América cuya línea principal ha sido siempre el aislacionismo y que, contrariamente a las grandes naciones de la vieja Europa, nunca ha colonizado a nadie» (página 281).
Esta afirmación pasmosa sitúa a BHL claramente por encima y al margen de la realidad. En su libro, no se trata tampoco de la política tal como se suele entender. Se trata más bien de enunciar, como dice claramente, al menos con toda la claridad de la que es capaz, una especie de religión sin Dios.
Puede parecer extraño viniendo de una celebridad de la jet set que se da la gran vida pero, para BHL, el modelo a emular no es otro que el profeta del Antiguo Testamento, fustigador de las malas ideas que llevarán al pueblo a su destrucción. Esto se hace explícito hacia el final de su último libro (como también en uno de los primeros, El testamento de Dios). De hecho, si se empieza por el final del libro en vez de por el principio, se puede ver que el verdadero tema no es el partido socialista ni la izquierda, sino una exhortación profética a una especie de guerra de religión.
Al hablar de una «evaluación genealógica» de las ideas de democracia y de derechos humanos, BHL expresa esta nostalgia por una época bíblica. De estas ideas, escribe (página 398): «Se las puede considerar demasiado griegas... Se las puede juzgar demasiado romanas... Se puede lamentar que el universalismo tal como lo entendemos haya pasado con armas y bagajes al lado “ni judío ni griego” paulino y que haya olvidado por el camino el gusto por las singularidades que se podían encontrar todavía entre los judíos y los griegos. Se puede entonces, como Levinas, querer que se oigan de nuevo esas voces judías, ese aliento profético, que acalló el greco-romano-paulinismo. »
Se refiere al filósofo lituano-franco-israelí Emmanuel Levinas, cuyas contorsiones metafísicas sobre la culpabilidad y la inocencia llevaron a B-H Lévy y a Alain Finkielkraut a ver en él a su propio profeta contemporáneo. En 2000, con Benny Lévy, que había abandonado la dirección de la Gauche Proletarienne para volver al seno del judaísmo tradicional, fundaron el Institut des Études Lévinassiennes en Jerusalén y en París, consagrado (según palabras textuales de Benny Lévy) al combate «contra la visión política del mundo». Su referencia inagotable es el Talmud.
El estilo profético sobrevuela los hechos para proferir lamentaciones, premoniciones y exhortaciones. Proyecta un ambiente de urgencia moral demasiado apremiante como para perder el tiempo en análisis claros y razonados, fundados en el respeto escrupuloso de los hechos y la honradez en la presentación de los juicios opuestos al suyo.
Para el escritor, esquivar el análisis no es sólo un artificio retórico, sino algo consustancial a su visión del mundo. Es una expresión de rechazo, por parte de ciertos sectores del pensamiento contemporáneo, de todo intento de explicar los acontecimientos históricos a partir de causas materiales o políticas. Este rechazo es central en la actitud religiosa hacia el Holocausto, o la Shoah (es decir, el genocidio de los judíos entendido en términos religiosos). Para los defensores de esta religión contemporánea es inaceptable buscar explicaciones materiales a acontecimientos que deben seguir siendo «incomprensibles» por su enormidad. El menor intento de explicar la ascensión de Hitler por hechos como una reacción contra la humillación de la derrota de 1918, la pérdida de territorios nacionales y la inflación galopante seguida del paro masivo, es rechazada como un intento de «justificarla». Toda explicación distinta del odio eterno a los judíos se arriesga incluso a ser tachada de antisemita.
Esta negativa a analizar los factores materiales subyacentes a los fenómenos ideológicos se extiende a otros acontecimientos. Cuanto intenta explicar la pérdida de velocidad del espíritu europeo, BHL no hace ninguna mención al hecho, sin embargo cada vez más evidente, de que la Unión Europea se haya convertido en el instrumento para imponer una política económica, especialmente la privatización forzosa de los servicios públicos, que el pueblo no ha elegido ni puede cambiar. No, si Europa ha «empezado mal», es a causa del «enorme agujero que es, en toda Europa, el vacío dejado por seis millones de judíos asesinados». Ve la crisis de Europa en «el grito de dolor de una Europa muerta al nacer, o nacida con una parte de sí misma muerta, y que por ello ya sólo sabe vivir de la vida de los espectros» (p. 232).
Esta visión antipolítica de los acontecimientos es comparable a la que se tenía de los brujos antes del desarrollo de la medicina moderna. La mayor preocupación de estos lévinassiens es claramente el antisemitismo, tal como la peste negra era la gran preocupación de los europeos en el siglo XIV. Están incluso obsesionados por la posibilidad de su resurgimiento. Pero su enfoque religioso —incluso si se declaran ateos (p. 405)—, les impide analizar las causas de un modo que ayude a evitar una nueva erupción de esta enfermedad.
Guerra de religión
En su capítulo dedicado al futuro «progresista» del antisemitismo («el neoantisemitismo será progresista o no será»), BHL lo trata como una especie de demonio que merodea a través de la historia con varios disfraces. Es «ese largo grito de odio que, desde hace siglos y siglos, persigue al Pueblo de la Palabra». No hay que preguntar: «¿por qué?». Sólo hay que preguntar: «¿cómo?».
A esta pregunta, BHL le da una respuesta. El antisemitismo hará su próxima aparición inevitable por la vía de la izquierda. Sobre este tema, por el que siente un gran interés, llega a hacer algunas observaciones acertadas. Reconoce implícitamente una realidad que muchos otros rechazan, es decir, que en Europa, hoy en día, la auténtica religión, aquélla cuyo sentido de lo sagrado aún funciona, es la Shoah, el Holocausto. O, como afirma, «la religión de la época» está «cada vez más claramente fundada sobre tres sólidos pilares que son el culto a la víctima, el gusto por la memoria y la reprobación de los malvados (el antifascismo triunfante, el amor por la víctima y el deber de la memoria)». Dicho esto, se inquieta al ver que una cierta competición entre víctimas alienta el resentimiento hacia los judíos, a los que se acusa de haberse «apropiado del capital victimario. Shoah business...».
«“¿Qué hay del genocidio de los indios americanos?” me preguntó un día el jefe indio antisemita Russell Means. “Nada; los judíos americanos lo han tomado todo; se han apropiado hasta de la idea de genocidio”». Sobre esto, BHL hace incluso una insólita mención de los palestinos, cuyo peor enemigo sería «el estrépito que se arma en torno al sufrimiento del pueblo judío, que cubre/acalla su propia voz» (p. 318).
La respuesta de BHL no es otra que insistir de nuevo en que la Shoah es realmente única en la Historia, añadiendo que los musulmanes estuvieron del lado de Hitler y no pueden entonces ser considerados como víctimas inocentes del sionismo. Y que tales quejas no son más que manifestaciones de la nueva oleada de antisemitismo. Todo ello se sigue de la premisa según la cual no puede haber otra explicación del antisemitismo que la propia naturaleza eterna del antisemitismo. Ni puede, sobre todo, haber ninguna causa por la que ciertos judíos, en este caso el Estado de Israel, puedan tener parte de responsabilidad.
En vez de analizar, BHL profetiza. Prevé la próxima oleada de antisemitismo en «la unión del negacionismo, el antisionismo y la competición entre las víctimas». ¿Qué hacer ante este peligro? De nuevo una exhortación y un nuevo enemigo «fascista» a combatir: «el islamofascismo» o, como prefiere llamarlo, el «fascislamismo».
Programación de la Izquierda Zombi
BHL se dirige a la izquierda zombi, a la que pretende inspirar con sus profecías.
Exhortación número uno: ¡dejad de hablar de Israel y de Palestina! Hay que limitar «la referencia obsesiva a Israel». Hablad más bien de Darfur, de Chechenia...
Segunda exhortación: reemplazad el concepto de tolerancia por la laicidad. Es decir, ninguna tolerancia con el «fascislamismo», que llega a divisar incluso en las posiciones relativamente moderadas de un Tariq Ramadán, por ejemplo, por no hablar de las mujeres con velo y de los musulmanes que se enfadan con las caricaturas del Profeta representado como un terrorista.
Tercera exhortación: reconocer en el islamismo una forma de fascismo.
Este zombi programado es finalmente todo lo que BHL ofrece a la izquierda o a los judíos.
¿Con qué resultado posible?
El hecho de que las reseñas pasen de puntillas sobre el judeocentrismo flagrante del libro sugiere que cierta forma de intimidación funciona eficazmente. Pero cabe preguntarse si el hecho de no atreverse a cuestionar ninguna afirmación hecha «en nombre de los judíos» (¡sin pedir su opinión!) es verdaderamente «bueno para los judíos». El propio BHL, al hablar de la «competición de las víctimas», expresa algunas dudas. Pero persiste.
Es evidente que sería mejor para la izquierda, para los judíos, para todo el mundo, superar estas inhibiciones religiosas y mirar de frente la realidad del mundo, incluyendo Israel, Irak –invisible en este libro-, Palestina, Irán y, sí, los Estados Unidos y su desatado complejo militar-industrial que encuentra pretextos para la utilización de su poderío militar en la histeria neoconservadora en torno al «islamofascismo». El modo profético por el que BHL muestra tanta afición no es más que una irracionalidad emotiva, tal como el antisemitismo, diversos delirios religiosos e incluso el “fascismo”. Se trata de una postura ideológica, sin ninguna relación con un concepto sensato de política progresista.
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