Se pudo entonces tratar de aclarar lo ocurrido, ver todo el entramado de la tragedia y buscar y enjuiciar a los responsables de los hechos criminales. Entonces ni siquiera hubo ley que amnistiara, simplemente se ocultó, se negó oficialmente la realidad de los hechos y como no se puede borrar un hecho de tal magnitud, aparecieron entonces quienes que minoraban las cifras, que culpaban a las víctimas, que las calumniaban. Y luego hacer referencia a esa matanza se convirtió de facto en un delito. Para nosotros los salvadoreños fue inexistente la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Inexistente en dos sentidos, como texto, pues no se daba a conocer en las escuelas e inexistente en su inaplicación. Durante décadas, antes de la guerra de los ochenta , se practicaba la persecución política, se encarcelaba de manera arbitraria por delito de opinión, se desterraba a los oponentes, se torturaba, se asesinaba.
No cabe aquí la larga historia de las violaciones cometidas contra los derechos humanos de los salvadoreños. No obstante creo que hay que tenerla siempre en mente cuando —en un día como hoy— se conmemora un hecho de trascendencia internacional.
Pues se trata de eso, no basta la existencia de un texto para que de manera automática entre en la realidad y se aplique. Los derechos no se convierten en tales porque existan las leyes. Esos textos son referentes, sirven de instrumentos para expresar aspiraciones y son la base para la convivencia en la sociedad. Pero los derechos reales, los que se cumplen son los que se obtienen en las luchas sociales. Toda libertad adquirida corre siempre el riesgo de desaparecer, de ser violada. Es por ello mismo que no se puede denigrar como superfluo la existencia de la ley misma. Porque a veces, como en nuestro caso, la ley ha precedido al derecho real, éste para poder ser buscado, para convertirse en fuerza, fue necesario que multitudes hicieran su causa la misma Declaración Universal.
Son muy pocos los textos cuya aplicación se considera universal. Por ello mismo es obligación del estado salvadoreño, firmante de la Declaración, de darlo a conocer, de volverlo un instrumento de la educación ciudadana. Ese texto debe de entrar en las escuelas, ser debatido por nuestros jóvenes. Y sobre todo ser aplicado escrupulosamente.
(Pueden leer la Declaración del hombre y del ciudadano de 1789, aquí).
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