Me gustaría no poner fechas, pero en esta ocasión no puedo evitarlo, lo que les voy a contar tuvo lugar en 1967 y en 1968. Los preámbulos sucedieron en 1967. Resulta que ese año mis compatriotas lograron lo que fue su objetivo durante casi todo el tiempo de mis estudios: que me expulsaran de la Universidad. La cosa se encadenó muy rápidamente, ellos venían a mi facultad (dos horas duraba el trayecto) todos los meses a pedir informes sobre mi conducta y sobre mi asiduidad en los cursos. El decano Mamontof optó por ceder a sus presiones, o tal vez es mejor decir que se aprovechó de esos aliados inesperados. Lo que cuento aquí son realmente cosas muy infantiles, tienen ese aspecto. Por un choque académico durante la defensa de una tesis de traducciones y que interpretó como una cuestión estrictamente personal quiso vengarse. El diferendo surgió sobre problemas de la traducción de ciertos adverbios rusos hacia el castellano y la adaptación de los refranes de una lengua a otra. Un pequeño grupo de latinoamericanas y latinoamericanos habíamos creado una teoría y la aplicábamos en nuestras tesis de fin de estudios. No teman no les voy a dar detalles sobre esto. Bueno, el decano presentó al Consejo Superior de la Universidad una petición para que me excluyeran de la universidad. Acababa de pasar al último año de estudios, me quedaba tan sólo escribir mi tesis. Pueden imaginarse cómo recibí esa noticia. Pero podía ir al Consejo a defenderme. Un tico que supo de mi caso, me convenció que le escribiera al rector Rumiantzev una carta exponiéndole mi caso. Y me dio un consejo que me sorprendió totalmente: escribile me dijo y le usás el dieprichiastie. Se trata de una forma verbal rusa que no tenemos en castellano y que nosotros usábamos corrientemente (tiene ciertas dificultades de uso para los rusos). Esta forma la usan los clásicos rusos, Tolstoi, Dostoievski, etc. Nuestra facilidad venían de estudios especializados.
Seguí su recomendación, le escribí en un estilo muy decimonónico y al parecer le gustó mucho. Me convocó y fui a verlo. Hablamos durante una media hora. Y me dijo al terminar la audiencia, "no se preocupe, no vamos a expulsar a alguien que habla tan bien el ruso y lo escribe excelentemente". Salí muy contento, muchos amigos habían venido a esperarme a la puerta del Rectorado. Les conté mi conversación con el rector. Le había entregado también una carta de mi profesor Dmitri Evguienievich Mijalchí, en la que argumentaba en mi favor (hecho este de gran valor y de coraje, en aquellos tiempos no se acostumbraba opinar abiertamente contra los superiores).
Pero resulta que el día del Consejo el rector tuvo que ir al Comité Central del PCUS y en lugar del Consejo Superior se reunió un Consejo restringido. En ese tipo de consejo no había invitados, incluso el interesado, como lo era yo en ese caso. Al finalizar la reunión me informaron que la decisión había sido mi expulsión. Eso significaba que en pocos meses debía abandonar la Unión Soviética y dejar allí a mi familia. Las autoridades soviéticas me habían negado un derecho tan elemental como es el de contraer matrimonio con la madre de mis dos hijas. Eso me ocupó mucho tiempo, escribí muchas cartas a todas las instancias imaginables e inimaginables, a los dirigentes de la Unión Soviética: Mikoyan, Kosiguin y Brezhnef.
Todos me respondían como la ley los obligaba, pero lo hacían de manera ritual, en unos formularios en los que me explicaban que habían leído mi solicitud y que habían trasmitido a las autoridades de mi sector. Y eran estas autoridades las que no cedían a mis pedidos de oficializar la unión matrimonial con mi mujer y era contra ellas que me quejaba en mis cartas.
Entonces la decisión de ese Consejo restringido me iba a separar de mis hijas y de mi mujer, pues oficialmente no eran ellas nadie para mí. Eso me exasperaba, me puso fuera de mis casillas. Quise ir a hablar con mis compatriotas. Pero ya era tarde y no creo que ellos hubieran aceptado intervenir en mi favor, luego de tantos años de esfuerzos.
También hubo amigos que vinieron a acompañarme durante el Consejo restringido en el que no pude intervenir. Pero de qué se me acusaba. Pues de haber faltado a algunos cursos. Los resultados de mis exámenes eran buenos, en muchas materias tuve la mejor nota posible.
Esa misma tarde me crucé, de casualidad, con el rector. Y me pregunta muy amablemente ¿y cuál fue el resultado de Consejo? Cuando le dije que me habían expulsado se sorprendió. Me dio el número de teléfono directo de su oficina para que concertáramos una cita. Le llamé al día siguiente. La cita era para el día siguiente a las dos de la tarde. Me recibió durante cinco minutos y me anunció que otro Consejo restringido se iba a reunir esa tarde y que de nuevo se iba a abordar mi caso.
¿Por qué cuento esto? En realidad porque el retrato que hizo de mí el decano era muy pintoresco, me acusó de irresponsable, de irrespetuoso y de borracho consuetudinario...y también de no ir a las clases. En realidad es cierto que solía faltar a los cursos, pero entre mis profesores y yo había un acuerdo tácito: podía faltar, pero les debía buenos resultados. Todos fueron muy exigentes conmigo. Y les he agradecido siempre. Pero al mismo tiempo es necesario que cuente esta historia pues en ella el funcionamiento del sistema me fue favorable.
Esa reunión del Consejo al parecer no estaba prevista. La convocó el rector. Estaban ahí los mismos personajes que me había excluido, pero también mi profesor Dmitri Evguienevich Mijalchí. El recto abrió la sesión. Explicó que se iba tratar de mi caso en primer punto y justificó la presencia extraordinaria de mi profesor. El rector comenzó un discurso que resultó corto. "El caso de Carlos Abrego es extraordinario, pues lo vamos a abordar por la segunda vez. Por lo general las decisiones del Consejo son definitivas. Pero todos han leído la carta que me ha enviado el profesor Mijalchí. Espero que todos ustedes antes de tomar una decisión reflexionen muy bien, que tomen en cuenta que nuestra universidad necesita de alumnos como Carlos, pues nunca he oído que un profesor elogie así a un alumno. Quiero también que tomen en cuenta mi intuición, mi experiencia pedagógica. Es por mi iniciativa que este caso se aborda de manera extraordinaria por segunda vez. Les cedo la palabra".
El decano Mamontof tomó la palabra. Por un instante pensé que iba a repetir lo que había dicho en la primera ocasión, me lanzó una mirada que nunca supe interpretar cabalmente. El también fue muy parco. "Camaradas, realmente se trata de un caso extraordinario, todos conocemos la larga experiencia pedagógica de nuestro rector, no puedo si no inclinarme ante su gran intuición. Así que por mi parte retiro la demanda de expulsión de Carlos Abrego".
—Entonces todo está bien. La demanda de expulsión ha sido retirada ya no hay nada más que discutir en este caso. Carlos Abrego queda reintegrado a nuestra universidad. No obstante nos tiene que prometer que no faltará más a sus cursos.
Prometí ir a todos los cursos, quedaba un mes solamente. Luego teníamos seis meses para completar la escritura de nuestras tesis. En 1968, en junio el decano vino a la oposición de mi tesis. El rector había prometido venir, pero mandó un mensaje de excusas. Intervinieron muchos profesores de mi facultad. Fue la única vez que algunos me elogiaron. Mi profesor Mijalchí fue muy parco. El decano me felicitó.
Les suplico que sean clementes conmigo, pero creo que su contenido habla mucho de mis camaradas y de cómo funcionaba el sistema. En mi tesis por primera vez se trataba de las relaciones predicativas en el complemento directo. Se trata de relaciones que tienen una estructura sintáctica peculiar y se realizan únicamente en campos semánticos determinados. Esta estructura la hemos heredado en castellano del doble acusativo latino.