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08 diciembre 2014

Contradicciones II



 Me propongo aquí cumplir con la promesa que dejé pendiente en el artículo anterior. Dije que iba a hablar de la contradicción dialéctica. Se trata de un tema extremadamente complicado, pues esta categoría filosófica es considerada como central dentro del conjunto de categorías del materialismo dialéctico. No deseo entrar en preámbulos largos y justificativos, entro en el tema inmediatamente.

Malentendido o desconocimiento

Lo primero que voy a señalar es un malentendido, un reproche que muchos le dirigen a la dialéctica, sin haber comprendido la diferencia y los aportes suyos al tratar de la contradicción. En la lógica formal, desde Platón y sobre todo desde Aristóteles, se ha regido justamente por el principio de la contradicción (o de no-contradicción) que se enuncia generalmente combinándolo con el principio de identidad: una cosa es lo que es, entonces si una cosa es lo que es, no puede ser su contrario al mismo tiempo y en el mismo orden o relación y a esto se le agrega el tercer principio que se llama del tercer excluido, una proposición sobre una cosa es cierta o falsa, no hay tercera posibilidad. Desde la Grecia antigua estos tres principios son considerados universalmente como axiomas irrefutables de todo pensamiento susceptible en su forma de ser reconocido como verdadero. Estos principios son el sólido fundamento de lo que se acepta en todas partes por lógico, en el centro de esta aceptación figura el imperativo cardinal de no-contradicción. Aquí surge lo que origina el malentendido del que acabo de hablar, la opinión corriente de aquellos que no conocen para nada la lógica dialéctica, afirman que ella es un modo de pensar absurdo, que toma por principio suyo el derecho de contradecirse, lo que significa aceptar afirmar algo sin decir nada, aceptar a no producir ningún sentido.

Esta objeción es bastante primitiva, burda, grosera y como afirma el filósofo francés Lucien Sève, que esto traduce “el grado de desconocimiento al que se encuentra ordinariamente expuesta la impresionante racionalidad de un Hegel o de un Marx”. Ellos nunca recusaron la lógica formal, al contrario la han observado con extrema vigilancia, hasta el momento en que esta lógica clásica suscita por su propio movimiento contradicciones que declara como insolubles, como son las antinomias señaladas por Kant. La dialéctica no se resigna a aceptarlas. Otro francés Henri Lefebvre decía, “la teoría de las contradicciones no puede ser contradictoria”.

Las posiciones que caracterizan tanto a Hegel como a Marx pueden ser enunciadas de manera totalmente exenta de ambigüedades. Lo que quiere decir que ambos han respetado las reglas más clásicas de la lógica, lo que significa que ambos producen sentencias con sentido. Muchos pueden alegar que Hegel es oscuro y que su lectura es ardua, pero eso no se debe de ninguna manera a que Hegel se tome libertades con las leyes admitidas de la enunciación.

Un postulado ontológico aristotélico

Existe otro punto previo que deseo tratar y que por lo general se deja de lado o se aborda sin darle mayor importancia. Aristóteles al discutir en su Metafísica con Anaxágoras se ve obligado a aceptar que en los entes sensibles se puede dar al mismo tiempo y en el mismo orden contradicciones y contrarios porque como dice Anaxágoras “todo está mezclado en todo” (1009, 28), admite también “en potencia, es posible que una misma cosa sea simultáneamente los contrarios, pero en entelequia no”. Y luego viene un pedido que posee el cariz más de un postulado que de una afirmación apodíctica: “Y todavía les pediremos que admitan que hay también otra substancia, entre los entes, que no tiene en absoluto ni movimiento ni corrupción ni generación” (1009, 28,29). Afirma además Aristóteles que los que “heraclitizan” consideran que “sólo eran entes los sensibles”, añade que estos entes sensibles “son los menos numerosos” y que estos filósofos los extendieron “a todo el universo”. Reconoce al mismo tiempo que “en efecto, sólo la región de lo sensible que nos rodea está permanentemente en corrupción y generación”, pero de inmediato lo minimiza afirmando que esta región de entes sensibles “ni siquiera es una parte del todo”, para concluir que es menester “en efecto, mostrarles que hay una naturaleza inmóvil, y persuadirles de ello”. Este punto de suma importancia es poco señalado, el principio lógico de no-contradicción resulta de hecho solidario de un postulado ontológico “les pediremos que admitan…”. La esencia invariante —ocultada por el cambio universal de lo sensible— no constituye la verdad última del ser. De inmediato se manifiesta así con claridad meridiana para los que no se cierran los ojos, que la legitimidad en su orden propio de la lógica de la no-contradicción excluye, no obstante a través de un postulado, la validez no contradicha de la “concordancia de los contrarios”, postulado evidente por el estado de los saberes de antaño y descalificado por los conocimientos de hoy.

Más allá de la confusa inestabilidad de lo sensible, si consideramos el mundo en su esencial constancia inteligible, se nos impone la lógica de la identidad formulada por Aristóteles, pero también más allá de esta relativa invariancia del mundo, si a la luz de los saberes actuales consideramos su más fundamental evolución universal, ¿acaso no es un pensamiento instruido de la contradicción que tiene que tomar el relevo de la simplificadora lógica de la identidad? ¿No será este todo el sentido de la dialéctica en la significación moderna de la palabra?

Imágenes y conceptos

El conocimiento, todo conocimiento, en la historia de la humanidad, como en la vida de cada individuo, tiene como punto de partida las imágenes mentales que son el resultado de la acción de la realidad material sobre nuestros sentidos. André Leroi Gourhan famoso etnólogo y arqueólogo francés les llama a los sentidos “órganos de relación” esta denominación veremos tiene su profunda coherencia dialéctica. Las imágenes que nos entrega el mundo circundante son ricas, precisas y verídicas tanto más que nosotros no las recibimos pasivamente, de manera desatenta, sino que las buscamos a través de nuestras actividades perceptivas elaboradas y vigilantes, partes integrantes de nuestras relaciones prácticas con el mundo natural y social: no se trata de un simple oír o un simple ver, sino que hemos aprendido a escuchar y a mirar. Estas imágenes son concretas y particulares. Concretas por que los diversos aspectos inmediatos de su objeto me son entregados como en gajo.

Algunos tal vez recuerden el ejemplo que da René Descartes en sus “Meditaciones Metafísicas” de la cera de un panal de abejas que se acaba de sacar y nos describe la dulzura de su sabor, el olor a flores, etc. Toda imagen sensible nos aparece en total evidencia como la cosa misma, en la multiplicidad de sus cualidades, de sus relaciones inmediatas con las otras cosas y con nosotros mismos. Al ser concreta la imagen es particular, incluso singular, única. Es la imagen de esta realidad, diferente de esta otra, de cualquier otra, aun sea por el más mínimo detalle.

Por esto mismo, si la imagen es el punto de partida de nuestro conocimiento está destinada a permanecer como su grado primitivo, limitado e inesencial y todo lo que en el objeto tiene una significación permanece inmerso en lo particular, puesto que inseparable de los aspectos cambiantes de las cosas y de sus relaciones variables entre ellas y nosotros mismos, la imagen es incapaz de aprehender lo que define en propio a cada una de ellas y de manera permanente.

Descartes continúa su meditación describiéndonos lo que le sucede a la cera del panal si la acercamos a una llama, se vuelve líquida, pierde su aroma, la dulzura de la miel, apenas se puede tocar y si la golpeamos no produce ningún sonido. El filósofo se interroga ¿es la misma cera la que permanece después de estos cambios? “Es menester confesarlo que permanece y nadie puede negarlo” concluye Descartes. Significa entonces que la verdadera consistencia de las cosas se halla más allá de lo que nos presenta el conocimiento sensible y no se puede alcanzar sino que con un conocimiento de un orden distinto, no es pues con los sentidos, sino que con el intelecto, lo que la filosofía clásica llama el entendimiento.

No me estoy desviando del tema, estoy introduciendo algunos conceptos que van a ser útiles e indispensables más adelante. Este conocimiento de otro orden entra a actuar cuando le damos nombres a las cosas. Cuando le damos un nombre común a una cosa, por ejemplo cera, estoy dejando de lado las particularidades sensibles que presentan en tanto que este objeto preciso y que se diferencian de las que podemos encontrar en otro objeto del mismo nombre. Dejar de lado es abstraer, es decir yo hago abstracción mentalmente de las particularidades individuales y retengo en mi mente las propiedades comunes de todos los objetos del mismo nombre, invariablemente constitutivas de su naturaleza. Propiedades que las diferencian de otras de distinta especie y que las definen como pertenecientes a una clase lógica. Están incluidas tanto en extensión (qué objetos abarca) y en comprensión (qué características debe poseer un objeto para ser abarcado en esta clase). Con esto ya no tenemos una imagen, sino un concepto del objeto.

El concepto del entendimiento es una representación mental abstracta que abarca o reúne los caracteres necesarios comunes a todos los objetos de una misma clase lógica. Según la lógica formal una definición correcta y válida tiene que atenerse también al principio de la no-contradicción, pues es la que define lo que la cosa es, es la que le otorga su identidad a la cosa definida y por supuesto también tiene que ser cierta. Sobre este último momento volveremos más adelante.

Voy a interrumpir aquí mi presentación, no quiero que los artículos sean demasiado largos, voy a ir publicando de a poco para la comodidad de los lectores. No todos tienen el mismo tiempo y disponibilidad. Creo que ha quedado claro que la contradicción dialéctica no es romper las leyes de la lógica formal, que Aristóteles reconoce la existencia de contrarios en el mundo sensible, pero lo considera subalterno a la naturaleza que el pretende inmóvil. Los números en negrita corresponden a la numeración clásica de la Metafísica de Aristóteles y es la que se usa internacionalmente. Estoy usando la traducción de Valentín García Yedra que pueden procurarse en www.philosophia.cl/

También espero haber sido claro al establecer la diferencia entre el conocer sensible y el conocimiento del entendimiento.     


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