Me propongo aquí cumplir con la
promesa que dejé pendiente en el artículo anterior. Dije que iba a hablar de la
contradicción dialéctica. Se trata de un tema extremadamente complicado, pues
esta categoría filosófica es considerada como central dentro del conjunto de
categorías del materialismo dialéctico. No deseo entrar en preámbulos largos y
justificativos, entro en el tema inmediatamente.
Malentendido o
desconocimiento
Lo primero que
voy a señalar es un malentendido, un reproche que muchos le dirigen a la
dialéctica, sin haber comprendido la diferencia y los aportes suyos al tratar
de la contradicción. En la lógica formal, desde Platón y sobre todo desde Aristóteles,
se ha regido justamente por el principio de la contradicción (o de
no-contradicción) que se enuncia generalmente combinándolo con el principio de
identidad: una cosa es lo que es,
entonces si una cosa es lo que es, no puede ser su contrario al mismo tiempo y en el mismo orden o relación y a esto
se le agrega el tercer principio que se llama del tercer excluido, una proposición sobre una cosa es cierta o falsa,
no hay tercera posibilidad. Desde la Grecia antigua estos tres principios son
considerados universalmente como axiomas irrefutables de todo pensamiento
susceptible en su forma de ser
reconocido como verdadero. Estos principios son el sólido fundamento de lo que
se acepta en todas partes por lógico, en el centro de esta aceptación figura el
imperativo cardinal de no-contradicción.
Aquí surge lo que origina el malentendido del que acabo de hablar, la opinión
corriente de aquellos que no conocen para nada la lógica dialéctica, afirman
que ella es un modo de pensar absurdo, que toma por principio suyo el derecho
de contradecirse, lo que significa aceptar afirmar algo sin decir nada, aceptar
a no producir ningún sentido.
Esta objeción
es bastante primitiva, burda, grosera y como afirma el filósofo francés Lucien
Sève, que esto traduce “el grado de desconocimiento al que se encuentra
ordinariamente expuesta la impresionante racionalidad de un Hegel o de un
Marx”. Ellos nunca recusaron la lógica formal, al contrario la han observado
con extrema vigilancia, hasta el momento en que esta lógica clásica suscita por
su propio movimiento contradicciones que declara como insolubles, como son las
antinomias señaladas por Kant. La dialéctica no se resigna a aceptarlas. Otro
francés Henri Lefebvre decía, “la teoría de las contradicciones no puede ser
contradictoria”.
Las posiciones
que caracterizan tanto a Hegel como a Marx pueden ser enunciadas de manera
totalmente exenta de ambigüedades. Lo que quiere decir que ambos han respetado
las reglas más clásicas de la lógica, lo que significa que ambos producen
sentencias con sentido. Muchos pueden alegar que Hegel es oscuro y que su
lectura es ardua, pero eso no se debe de ninguna manera a que Hegel se tome
libertades con las leyes admitidas de la enunciación.
Un postulado
ontológico aristotélico
Existe otro punto previo que deseo tratar y que por lo general se deja de
lado o se aborda sin darle mayor importancia. Aristóteles al discutir en su
Metafísica con Anaxágoras se ve obligado a aceptar que en los entes sensibles
se puede dar al mismo tiempo y en el mismo orden contradicciones y contrarios
porque como dice Anaxágoras “todo está mezclado en todo” (1009, 28), admite
también “en potencia, es posible que una misma cosa sea simultáneamente los
contrarios, pero en entelequia no”. Y luego viene un pedido que posee el cariz
más de un postulado que de una afirmación apodíctica: “Y todavía les pediremos
que admitan que hay también otra substancia, entre los entes, que no tiene en
absoluto ni movimiento ni corrupción ni generación” (1009, 28,29). Afirma además Aristóteles que los
que “heraclitizan” consideran que “sólo eran entes los sensibles”, añade que
estos entes sensibles “son los menos numerosos” y que estos filósofos los
extendieron “a todo el universo”. Reconoce al mismo tiempo que “en efecto, sólo
la región de lo sensible que nos rodea está permanentemente en corrupción y
generación”, pero de inmediato lo minimiza afirmando que esta región de entes
sensibles “ni siquiera es una parte del todo”, para concluir que es menester
“en efecto, mostrarles que hay una naturaleza inmóvil, y persuadirles de ello”.
Este punto de suma importancia es poco señalado, el principio lógico de no-contradicción
resulta de hecho solidario de un postulado
ontológico “les pediremos que admitan…”. La esencia invariante —ocultada
por el cambio universal de lo sensible— no constituye la verdad última del ser.
De inmediato se manifiesta así con claridad meridiana para los que no se
cierran los ojos, que la legitimidad en su orden propio de la lógica de la
no-contradicción excluye, no obstante a través de un postulado, la validez no
contradicha de la “concordancia de los contrarios”, postulado evidente por el
estado de los saberes de antaño y descalificado por los conocimientos de hoy.
Más allá de la confusa inestabilidad de lo sensible, si consideramos el
mundo en su esencial constancia inteligible, se nos impone la lógica de la
identidad formulada por Aristóteles, pero también más allá de esta relativa
invariancia del mundo, si a la luz de los saberes actuales consideramos su más
fundamental evolución universal, ¿acaso no es un pensamiento instruido de la
contradicción que tiene que tomar el relevo de la simplificadora lógica de la
identidad? ¿No será este todo el sentido de la dialéctica en la significación
moderna de la palabra?
Imágenes y conceptos
El conocimiento, todo conocimiento, en la historia de la humanidad, como en
la vida de cada individuo, tiene como punto de partida las imágenes mentales
que son el resultado de la acción de la realidad material sobre nuestros sentidos.
André Leroi Gourhan famoso etnólogo y arqueólogo francés les llama a los
sentidos “órganos de relación” esta denominación veremos tiene su profunda
coherencia dialéctica. Las imágenes que nos entrega el mundo circundante son
ricas, precisas y verídicas tanto más que nosotros no las recibimos pasivamente,
de manera desatenta, sino que las buscamos a través de nuestras actividades perceptivas
elaboradas y vigilantes, partes integrantes de nuestras relaciones prácticas
con el mundo natural y social: no se trata de un simple oír o un simple ver,
sino que hemos aprendido a escuchar y a mirar. Estas imágenes son concretas y
particulares. Concretas por que los diversos aspectos inmediatos de su objeto
me son entregados como en gajo.
Algunos tal vez recuerden el ejemplo que da René Descartes en sus “Meditaciones
Metafísicas” de la cera de un panal de abejas que se acaba de sacar y nos
describe la dulzura de su sabor, el olor a flores, etc. Toda imagen sensible
nos aparece en total evidencia como la cosa misma, en la multiplicidad de sus
cualidades, de sus relaciones inmediatas con las otras cosas y con nosotros
mismos. Al ser concreta la imagen es particular,
incluso singular, única. Es la imagen de esta realidad, diferente de esta otra,
de cualquier otra, aun sea por el más mínimo detalle.
Por esto mismo, si la imagen es el punto
de partida de nuestro conocimiento está destinada a permanecer como su
grado primitivo, limitado e inesencial
y todo lo que en el objeto tiene una significación permanece inmerso en lo
particular, puesto que inseparable de los aspectos cambiantes de las cosas y de
sus relaciones variables entre ellas y nosotros mismos, la imagen es incapaz de
aprehender lo que define en propio a cada una de ellas y de manera permanente.
Descartes continúa su meditación describiéndonos lo que le sucede a la cera
del panal si la acercamos a una llama, se vuelve líquida, pierde su aroma, la
dulzura de la miel, apenas se puede tocar y si la golpeamos no produce ningún
sonido. El filósofo se interroga ¿es la misma cera la que permanece después de
estos cambios? “Es menester confesarlo que permanece y nadie puede negarlo”
concluye Descartes. Significa entonces que la verdadera consistencia de las
cosas se halla más allá de lo que nos presenta el conocimiento sensible y no se
puede alcanzar sino que con un conocimiento de un orden distinto, no es pues
con los sentidos, sino que con el intelecto, lo que la filosofía clásica llama
el entendimiento.
No me estoy desviando del tema, estoy introduciendo algunos conceptos que
van a ser útiles e indispensables más adelante. Este conocimiento de otro orden
entra a actuar cuando le damos nombres a las cosas. Cuando le damos un nombre
común a una cosa, por ejemplo cera,
estoy dejando de lado las particularidades sensibles que presentan en tanto que
este objeto preciso y que se
diferencian de las que podemos encontrar en otro objeto del mismo nombre. Dejar
de lado es abstraer, es decir yo hago abstracción mentalmente de las particularidades individuales y retengo en mi
mente las propiedades comunes de todos los objetos del mismo nombre,
invariablemente constitutivas de su naturaleza.
Propiedades que las diferencian de otras de distinta especie y que las definen
como pertenecientes a una clase lógica. Están incluidas tanto en extensión (qué objetos abarca) y en comprensión (qué características debe
poseer un objeto para ser abarcado en esta clase). Con esto ya no tenemos una
imagen, sino un concepto del objeto.
El concepto del entendimiento es una representación mental abstracta que
abarca o reúne los caracteres necesarios comunes a todos los objetos de una
misma clase lógica. Según la lógica formal una definición correcta y válida
tiene que atenerse también al principio de la no-contradicción, pues es la que
define lo que la cosa es, es la que le otorga su identidad a la cosa definida y
por supuesto también tiene que ser cierta. Sobre este último momento volveremos
más adelante.
Voy a interrumpir aquí mi presentación, no quiero que los artículos sean
demasiado largos, voy a ir publicando de a poco para la comodidad de los
lectores. No todos tienen el mismo tiempo y disponibilidad. Creo que ha quedado
claro que la contradicción dialéctica no es romper las leyes de la lógica
formal, que Aristóteles reconoce la existencia de contrarios en el mundo sensible,
pero lo considera subalterno a la naturaleza que el pretende inmóvil. Los
números en negrita corresponden a la numeración clásica de la Metafísica de
Aristóteles y es la que se usa internacionalmente. Estoy usando la traducción
de Valentín García Yedra que pueden procurarse en www.philosophia.cl/
También espero haber sido claro al establecer la diferencia entre el
conocer sensible y el conocimiento del entendimiento.
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