Las imágenes mentales que recibimos y recogemos del mundo exterior por
medio de los sentidos, constituyen el contenido de nuestra consciencia, estas
imágenes como lo dijimos anteriormente
son el punto de partida de nuestro conocimiento que se transforma en conceptos
cuando comenzamos a distinguir lo que les es propio, lo que es común con otros
objetos de la misma especie. Dijimos que ya al nombrar la cosa la estamos
incluyendo en una clase, que hemos hecho una abstracción, al mismo tiempo nos
hemos alejado de la imagen mental y hemos entrado al campo del intelecto y nos
hemos forjado una representación mental de la cosa. La representación es un
primer paso en el orden del pensamiento. Hegel en el § 3 de su Enciclopedia de las ciencias filosóficas
afirma que “Sentimientos, intuiciones, apetencias, voliciones, etc., en cuanto
tenemos conciencia de ellos, son denominados, en general, representaciones; por
esto se puede decir, en general, que la filosofía pone, en el lugar de las
representaciones, pensamientos, categorías, y más propiamente, conceptos”.
Hegel desde el primer parágrafo de su Enciclopedia
nos advierte que “la consciencia antes
de formarse conceptos, se forma representaciones de los objetos y el espíritu
pensador sólo a través de las representaciones, y trabajando sobre ellas, puede
alzarse hasta el conocimiento pensado y el concepto”.
Lo que Hegel nos está indicando indirectamente en estas iniciales
proposiciones es también que todos tenemos esa capacidad reflexiva y que todos
somos capaces de adquirir un conocimiento que va más allá de la simple
representación de la realidad y llegar a un conocimiento superior. De la misma
manera que por un hábito generalizado somos capaces de pensar apegados a la
lógica formal, de la misma manera casi todos hemos enunciado contenidos
dialécticos, puede que se trate de una dialéctica aún ingenua como la de los
antiguos griegos. Veamos un ejemplo, que voy a tomar prestado de un conocido
poema del poeta chileno Pablo Neruda:
“La misma noche que hace blanquear
los mismos árboles.
Nosotros, los de
entonces, ya no somos los mismos”.
Estos hermosos versos de Neruda tienen un significado transparente y no hay
nadie que dude de su significado y que no lo entienda, no obstante este verso
está contradiciendo el principio de
identidad que hemos indicado como irrevocable si queremos pensar
correctamente: en suma Neruda nos dice, los
mismos ya no somos los mismos. ¿De que se trata? Cuando Heráclito de Éfeso
afirma que “En los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los
mismos”, —esta sentencia es más conocida en la versión que da Platón en el
Crátilo “no se puede entrar dos veces
en el mismo río”— está refiriéndose a lo mismo, al cambio, nadie duda que en el
fondo seguimos siendo esencialmente los mismos, pero algo en nosotros ha
cambiado que nos hace diferentes. Ese algo posiblemente inesencial puede que
sean cambios cuantitativos: menos cabellos, la piel menos reluciente o
simplemente más años. El curso del río, su lecho no ha cambiado, pero no es la
misma agua. Todos sabemos que en cualquier parte del curso del río le
seguiremos llamando Lempa, lo seguiremos identificando.
Las diferencias pueden ser insignificantes y en
esto todos podemos ponernos de acuerdo, ¿sin embargo lógicamente quién
no palpa la crucial diferencia entre la identidad inflexible, firme e inmóvil
(es el mismo, no ha cambiado en nada) y la identidad modificada (es el mismo,
pero ha cambiado en algo)? Entre estos dos enunciados no hay sólo diferencia en
el sentido de la lógica de la identidad, hay formalmente una oposición. Se
trata de una oposición de un alcance ingente, puesto
que la continuidad de la vida es esencialmente cambio permanente. Si dejo de cambiar es porque estoy muerto,
incluso muertos seguimos cambiando, aunque estos cambios ya no sean vitales, ya
no pertenecen a la vida, sino que son de descomposición. La conclusión que se
impone es “la identidad de un ser vivo
incluye necesariamente la repetitiva diferencia consigo mismo. Nos estamos
percatando de alguna manera que identidad
y diferencia son no obstante lo
mismo. Esta es una de las tesis de Hegel que se proclama incomprensible,
incluso como absurda: identidad y
diferencia son idénticas.
Los dos ejemplos que hemos abordado tratan de cambios, movimientos,
¿significa que la lógica formal nos bastaría para pensar lo inmóvil y que la
lógica dialéctica irrumpe únicamente cuando intervienen los cambios? Es así que
con mucha frecuencia presentan el asunto incluso los partidarios de la
dialéctica: es la lógica de los procesos. ¿Podemos entonces afirmar que la
lógica clásica baste para pensar las relaciones consideradas fuera de todo
cambio?
Abordemos otro ejemplo, las relaciones entre el todo y sus partes. En
la representación clásica, las partes son simples elementos del todo y el todo
la simple suma de sus elementos. El todo y las partes designan cosas totalmente
independientes: el todo no está contenido de ante mano en las partes: si por
una de las casualidades me pongo a hacer una pupusa su todo no se encuentra ya
contenido en la masa, los frijoles, el queso, el chicharrón y los lorocos y las
partes no dependen tampoco del todo, la masa, los frijoles, el queso, el
chicharrón y los lorocos existen afuera del todo de la pupusa. Ahora bien,
supongamos que puedo hacer una pupusa sin lorocos, únicamente con frijoles,
queso, chicharrón, masa. Si los lorocos son en la primera receta una parte de la pupusa, significa entonces
que el tipo del todo deseado es el
que decide así: hago una pupusa con lorocos. Los lorocos son un componente de
la pupusa porque el todo previsto lo exige así: las partes son partes en tanto que partes-de-ese-todo, el todo es tal solo en tanto que el todo-de-esas-partes, en este sentido
partes y todo, estos contrarios, son lo mismo. De nuevo pues la dialéctica. Nos
hemos ocupado aquí de un ejemplo sencillo, con un todo de carácter elemental,
simple suma de sus partes. Si ponderamos un todo de un tipo muchísimo más
complejo, como el de un organismo viviente, la identidad del todo y de sus
partes es incomparablemente mucho más verdadera. Los arqueólogos pueden reconstruir el todo de un animal a
partir de una de sus partes, por ejemplo un fragmento de un diente e incluso
hablarnos de su modo de vida: existe la
efectiva presencia del todo en cada una de sus partes, efectiva inherencia de
las partes a un todo determinado. La relación inmóvil, considerada en su
verdadera complejidad, es tan dialéctica como la del cambio.
Hemos visto pues la identidad de los contrarios, seguiremos viendo otros
aspectos de la contradicción en otros artículos. Seguirán siendo cortos. Me voy
a esmerar en que no se pierda el hilo, que no haya de un artículo al otro
saltos demasiado grandes.
La reflexión filosófica es indispensable para afinar la brújula de la vida, y efectiva cuando retomamos los clásicos y los adaptamos a tiempos actuales y realidades concretas, solo entonces podemos afirmar con propiedad nuestra identidad humana con mejor tino al momento de tomar decisiones simples, gracias por renovarnos y quitar velos y compartir esfuerzos para ser personas de pensamiento abierto. Saludos
ResponderEliminarlo unico que se entiende de tal abstraccion expuesta es que segun el autor la conciencia es un albun de fotos, en la faculta de sicologia se estudia de otro modo
ResponderEliminarParece que no leíste muy bien: las imágenes (en este caso son perceptos) son el punto de partida del conocimiento. Es decir que se transforma en representaciones... etc. Creo pues que no se trata de fotos, ni de albún de fotos.
EliminarLas representaciones son el primer paso hacia el concepto, cuando el sujeto pensante se pone a reflexionar sobre el contenido de estas representaciones y las clasifica.
No estoy haciendo una descripción del proceso psicológico del conocimiento, sino que estoy dando los aspectos filosóficos, entre ambas actitudes existe diferencias de abstracción. Más adelante me voy a referir a la diferecia que existe entre lo que algunos marxistas llaman "conceptos científicos" y "categorías filosóficas".