No cuesta darse cuenta que el mundo actual ha entrado en crisis profunda, lo que significa que vivimos en tiempos de gestación y de transición. Por lo general el mundo nuevo no aparece en toda su configuración de manera inmediata, lo que percibimos claramente es el desmoronamiento del mundo viejo, del edificio en que se sustenta. Vivimos momentos en que todo puede cambiar y sabemos que los cambios pueden ser de tal índole que la reconstrucción del edificio social nos imponga echar nuevas bases, nuevos fundamentos. Al mismo tiempo el mundo viejo aún no muere y mientras lo nuevo que se gesta no muestra su pujanza, lo que ya está, lo que domina sigue imperiosamente buscando las formas que lo mantengan en vida. El mundo existente se apoya en la robustez de la inercia.
Esta es la disyuntiva actual. Seguimos en lo mismo cambiando sólo las apariencias o terminamos de una vez por todas con este mundo que pone en peligro la existencia misma de la humanidad. Los pueblos del mundo están reclamando sus derechos, en todos estos reclamos, en las contradicciones mismas de todos los movimientos sociales vemos surgir la inadecuación del mundo actual y las aspiraciones populares. Vemos al mismo tiempo el derroche constante de riquezas, la destrucción de capitales, el abandono de fábricas modernas, que no alcanzan a satisfacer la voracidad de los propietarios que exigen cada vez más y más altas tasas de ganancias. Los Estados que el neoliberalismo había decretado inútiles excrecencias, ahora los bancos se tornan hacia ellos con las fauces abiertas, exigiendo reponer capitales perdidos en especulaciones, en préstamos impuestos a clientes que necesitaban albergarse, a los mismos Estados que servían simplemente de agencias de transferencia y que aceptaban condiciones leoninas. Los Estados que fueron despojados de todas las empresas de servicio público, se ven ahora obligados a doblegarse al mandato financiero y reducen todas las prestaciones sociales, con las que habían mantenido la paz social.
Los capitales financieros —que no producen riquezas materiales— son los que perciben mayores ganancias. La economía real tiene cada vez menos peso en los grandes países capitalistas, se cierran fábricas y las que quedan reducen los efectivos y exigen que los trabajadores prolonguen sus horarios, que renuncien a sus derechos, que posterguen las jubilaciones y sobre todo que produzcan más. Todos los servicios públicos que antes eran lo que sostenían en pie esas sociedades, van siendo paulatinamente puestos en peligro, el correo es de nuevo privatizado, los hospitales cierran salas, se disminuyen hasta maternidades, se reduce la calidad de las escuelas y colegios públicos, las universidades son asfixiadas, se les obliga en algunos países a endeudarse, a cerrar laboratorios y muchas son simple y llanamente privatizadas. Todo aquello que caracterizaba a lo que se llamó “Estado providencia” va siendo eliminado. En los países centrales del mundo capitalista aparecen manchones de miseria pura y llana.
Los retrocesos son las formas nuevas del mundo viejo
El mundo viejo va buscando esas nuevas formas para sobrevivir, pero al mirarlas de más cerca nos damos cuenta que se trata de retrocesos, de una vuelta hacia atrás, hacia cadencias infernales del mundo moderno de la producción, a tener que conformarse con salarios bajos, con transportes en los que se viaja hacinados. La sociedad actual ya no puede prometer cambiar la vida, satisfacer las exigencias de todos. Obligatoriamente el sistema va poniendo afuera de los circuitos normales a millones de individuos que van siendo colocados en las márgenes. Están los que aún siguen “adentro” y los que ya están “afuera”.
Los ideólogos recurren a un sinfín de estratagemas. Uno de ellos es culpabilizar a las víctimas del capitalismo, son ellos por su propia negligencia, por su incapacidad que no logran escalar a mejores puestos, a fijarse adentro del sistema. Los desatres ambientales que produce la industria son ocultados y en vez de ello se insiste en la responsabilidad de cada uno en la contaminación del ambiente. Algunos recurren al simplismo de que siempre han habido ricos y pobres, que el mundo es así, fatalmente así.
No obstante al ver el mundo que nos rodea también nos damos cuenta que a pesar de todas las trabas, este mundo está lleno de riquezas, produce ahora muchas veces más que hace apenas medio siglo, que los inventos se suceden uno tras el otro, que aparecen nuevos productos que vienen a satisfacer necesidades nuevas. Pero estos progresos son también limitados, pues aparecen necesidades de telefonía, por ejemplo, sin que antes se haya satisfecho las necesidades alimenticias en el mundo. La medicina da pasos de gigante hacia la cura de enfermedades que antes eran consideradas incurables, se puede ahora con mayor facilidad hacer frente a epidemias. Pero los progresos de la medicina están reservados a minorías.
No hace mucho el mundo capitalista, en ocasión de su muerte, celebraba a un magnate de la informática como un gran inventor, casi un genio. Diez días depués moría un gran científico, cuyos descubrimientos e inventos sirvieron al magnate para que acumulara sus millones, la muerte del segundo pasó casi inadvertida. Los ingenieros que concebían los nuevos productos, los programadores y diseñadores no eran ni siquiera mentados, aún menos los obreros que producen en las cadenas los productos i-cosa que se venden por todo el mundo. Es esta la gran contradicción social de esta sociedad, la famosa apropiación privada de las ganancias y el carácter socializado de la producción.
“Nosotros somos el 99%”
Esta socialización de la producción es un presupuesto de la sociedad futura, sin ella no puede existir progreso, no pueden existir los productos nuevos de la industria, simplemente no puede existir la sociedad. ¿Pero esta producción realmente necesita que alguién se apropie de las ganancias? Es en esto precisamente donde reside el carácter inhumano del modo de producción actual. Los indignados de Wall Street tienen tal vez la divisa más subversiva de hoy: “Nosotros somos el 99%”. Si, la minoría acaparadora, la oligarquía financiera mundial son unos cuantos socios de los grandes oligapolios.
Lo nuevo que está allí latente, que existe ya, es la socialización. No la vemos todavía, aún no aparece en todo su explendor. El mundo viejo la oculta, la destruye, es por eso que a lo primero que se atacan es a los servicios públicos, en donde todos pueden disfrutar con igualdad los beneficios que ofrece la sociedad. Eso nuevo que apenas surge no se nos presenta de manera nítida, en toda su perfección, pues nace envuelto en la escoria capitalista, con sus limitaciones, con todas las trabas.
En la Introducción a la Fenomenología del Espíritu, Hegel nos dice que “No nos contentamos con que se nos enseñe una bellota cuando lo que queremos ver ante nosotros es un roble, con todo el vigor de su tronco, la expansión de sus ramas y la masa de su follaje”, nos ocurre a nosotros lo mismo con el mundo futuro, nos gustaría verlo ya acabado y lo que nos muestran es apenas un embrión, su presuposición existente en el mundo viejo. Pero no es un sueño, ni tampoco una utopía, ya está allí, existe.
Las juventudes del mundo ya no son el futuro del planeta Tierra: son, así de simple, el Presente de 7 Billones alcanzados en octubre recién pasado. Con estas palabrejas: "la juventud es el futuro de la Humanidad", por casi 200 años nos han tenido adormecidos los neoesclavizadores del planeta nuestro que constituyó la cocaína del pobre para sólo ver espejismos con tantas vanas promesas hechas por burgueses ladrones y explotadores norteamericanos y europeos; además del opio de los pueblos dado por religiones, citado con exactitud, en siglo XIX, por Don Karl Marx.
ResponderEliminarEl gigante dormido ha despertado; el gigante cocainizado se ha recuperado; el valiente Jaguar mundial se está desmorfinando o vomitando el opio religioso; similar al pueblo chino de hace 160 años cuando, la "pérfida albión" lo había escalvizado con la flor de amapola cultivada en Afganistán.
Chichipate Cañaverales.-