Primera parte
Eramos tres o cuatro, no recuerdo ahora. Conversábamos sorprendidos de que poseíamos mucho en común, acabábamos de conocernos y veníamos de países distintos del continente, de nuestra América. Estábamos en uno de los largos corredores de Kabelnaya. Era así como le llamábamos al edificio que abrigaba las facultades de humanidades de la Universidad Patricio Lumumba. Quedaba en la calle Kabelnaya, la misma en la que se erigía una de las fábricas más grandes de cables de la Unión Soviética. Eramos tres o cuatro y conversábamos animadamente, con entusiasmo. Desde el fondo del largo corredor vimos venir una muchacha japonesa cargada de dos enormes maletas. ¿Quién sabe si fue por simple galantería santaneca o tal vez pensé que no aceptaría mi propuesta? En todo caso, de los tres o cuatro fui el único que se avanzó hacia la japonesita y con gestos le ofrecí mi ayuda. La muchacha con una sonrisa de agradecimiento me entregó la maleta más grande. Felizmente estaba vacía. Aunque fingí ante mis contertulios que pesaba sus veinte kilos... Ellos sonrieron burlonamente. La muchacha llevaba sus maletas a un depósito que quedaba en los subsuelos del gran edificio.
Quiero aclarar que ni en el instante de mi ofrecimiento de ayuda, ni durante la larga travesía por los corredores tuve la más mínima intención de cortejarla. Mi única lengua era el castellano. Además no nos dirigimos ni una sola palabra. Su sonrisa y mi sonrisa fueron los únicos mensajes que nos transmitimos. Ya en el depósito se subió en una escalera y yo le trasmití las maletas. Vi también sus pantorrillas y me forcé por no ver más retirando púdicamente mi mirada. Cuando bajó, me disponía a irme sin más. Ella me llamó en inglés. Creo que fue en inglés, oí su voz y volví sobre mis pasos. Y le dí a entender que no hablaba inglés, ni ruso, ni nada. Solamente castellano. Usó los gestos de Jane en las películas de Tarzán y me dijo su nombre, yo le dije el mío. Luego buscó en su bolsillo un trozo de papel y con un bolígrafo marcó: "tomorow 4:30 p.m. room 406, drink tea". Mi memoria es exacta, nunca he olvidado ese mensaje. Ignoro hasta el día de hoy si contiene o no errores. Pero entendí perfectamente que significaba. Junto al papelito me regaló un abanico japonés, que guardé durante muchos años como una reliquia. Nos separamos y volví al tercer piso en busca de mis contertulios que habían desaparecido.
Aclaro que hasta ese día no la había visto antes o tal vez no había reparado en ella. Lo más probable es que simplemente no la había visto, pues nuestros horarios y aulas no correspondían, a pesar de que ambos teníamos tres o cuatro días de estudiar el ruso en la facultad preparatoria.
Al día siguiente fui a clases, almorcé a eso de la una y luego volví a la última clase de dos a tres de la tarde. Una vez terminadas las clases solíamos reunirnos los centroamericanos a platicar entre nosotros, dándonos cuenta —poco a poco— de que nos parecíamos mucho, pero que no éramos del todo iguales, aunque con muchas ganas de tener un solo país para todos nosotros. El papelito de la japonesita estaba en mi bolsillo y no necesitaba sacarlo para recordarme su contenido. A eso de las cuatro salí al parque de la facultad. Me alejé del grupo para no tener que darles explicaciones de que esta vez no me iría con ellos a la residencia de Starozhevaya ulitsa. Estaba además un poco aturdido, pues no sabía como debía conducirme con una muchacha que me había dado cita en su habitación para beber té. En realidad era la primera vez que una muchacha me daba cita. Durante todo el día la busqué con la mirada en los corredores durante los recreos (las clases se interrumpían a cada hora o dos, según el día y las materias). También la busqué en el comedor, pero no la vi por ningún lado. Recuerdo mi ansiedad al temer no poder reconocerla. Nuestro encuentro fue tan fugaz y cuando para recordar su rostro cerraba los ojos, aparecía en mi mente la chinita Sánchez. La chinita Sánchez ha sido mi amor platónico más tenaz y el más durable. Pero ella se había quedado en Santa Ana, ya lejos y para siempre imposible.
Han pasado cuarenta y cuatro años desde entonces y es la primera vez que refiero públicamente este episodio de mi vida, en privado ya lo he narrado y las personas que han escuchado esta historia, se darán cuenta que no estoy cambiando nada, tal vez dando más detalles. Pienso y dudo si dar el nombre verdadero de la muchacha japonesa, el tiempo se ha encargado de alejar el pudor y lo que yo cuento me pertenece únicamente a mí. Quiero decir que ella tal vez tenga otra versión, tal vez sus sentimientos ahora no le parezcan valer la pena ser recordados, tal vez nunca tuvieron alguna significación duradera, tal vez yo no haya vuelto a aparecer en sus recuerdos. Daré su nombre, porque de lo contrario me parecerá impersonal y que en algo traiciono mi propia historia. Nadie va identificarla y quienes la conocieron, saben de nosotros.
Cuando empecé a subir las gradas para llegar hasta el cuarto piso, mi corazón se aceleraba y a veces me parecía que se ausentaba. En realidad no tenía ningún motivo para ponerme en ese estado, cualquier otro muchacho de mi edad —acababa de cumplir diecinueve años— tal vez no hubiera sido tan puntual y hubiese sabido exactamente a qué atenerse, pero mi inexperiencia era abismal. Toqué a su puerta, pero los nudillos de mis dedos me parecieron de algodón y apenas se oyó ruido alguno. La puerta se abrió y la muchacha me recibió vestida en un elegantísimo kimono blanco y con paisajes orientales, estaba peinada con bucles y adornos y un gorro triangular sujetaba sus cabellos en la parte trasera de su cabeza. He dicho triangular, era más bien un rombo, en los mismos tonos que su kimono. En el centro del cuarto había una mesa redonda, con un servicio de té ya puesto. Me invitó a sentarme y servicial me acomodó la silla. Ella acompañaba sus gestos con una sonrisa amable y distinguida, no sé con que mueca le devolvía su gentileza. Al mismo tiempo comprendí que lo que oscuramente pude esperar como una cita amorosa no tenía cabida con todo ese ceremonial. Mi única preocupación fue entonces no manchar con mis rústicas maneras tanta elegancia y tan refinados tratos.
No obstante al verla así ataviada, sus rasgos finamente puestos en valor por un maquillaje eficaz y discreto, todas las doncellas de mis sueños juveniles se reunieron en ella y sucumbí al sortilegio. Aparentemente existen fuertes pasiones de segunda mirada. Era la primera vez que veía a una muchacha vestida con tanta elegancia y en trajes orientales. La miraba embobado. Cada gesto suyo era el centro de mi atención y me arrobaba.
Preparó el té y me lo sirvió en una taza que me pareció anacarada. Nunca antes había bebido té. Adivinó tal vez y se sentó enfrente de mí y me mostró como conducirme. Traté de imitarla. En realidad tuve que forzarme a beber el brebaje, su sabor me resultó desagradable, pero lo bebí sin pispilear. Pero no íbamos a pasar toda la tarde mirándonos, sin decirnos aunque fuera una palabra en algún idioma. Felizmente ella sabía tomar iniciativas y me preguntó en su modesto español de qué país venía. Nunca había oído mentarlo. Me lo dijo llanamente y me sentí muy exótico. Pero su español era muy modesto y rápidamente se terminaron las municiones. No me daba cuenta pero le hablaba con mis ojos. Ella me sonreía. No sé cuanto tiempo estuvimos frente a frente sin hablarnos.
Se levantó de la mesa y me invitó a levantarme. Puso en mis mejillas sus manos y me dio un beso, suave, sus labios apenas rozaron los míos y luego me tomó de la mano y nos sentamos al borde de la cama. La habitación era muy escueta, la ocupaban dos muchachas. Cada una tenía arreglado su rincón. La otra muchacha con quien compartía la habitación también era del Japón. Estuvimos sentados uno al lado del otro y de vez en cuando nuestras manos se rozaban. Al cabo de unos minutos me dijo que su compañera de cuarto pronto regresaría y que tenía que irme. Me entregó un papelito en el que había escrito en esmeradas letras latinas, la hora y la dirección de nuestra cita para el día siguiente. Me levanté y de nuevo repitió su caricia en mi cara y me besó.
Al salir iba como en un limbo, sin buscar un instante solo comprender qué me había sucedido, ni tampoco si mi conducta había sido la más adecuada a las circunstancias, si me había comportado a la altura. Iba alegre repitiendo en mi mente su nombre que me sonaba angelical: Jarumi.
No les contaré el día a día mis relaciones con Jarumi. No se trata de eso. Pronto entenderán la razón de este relato. Tengo que señalar que si bien he dicho que acababa de cumplir diecinueve años, mi apariencia era la de un muchacho de catorce o quince. Algunas personas al enterarse de que estudiaba en la universidad suponían que yo era un fenómeno, uno de esos genios prematuros. Este mi aspecto de adolescente marcó duramente mi vida. Es posible —me lo sugirieron luego otras mujeres— que la actitud de Jarumi, me refiero a sus iniciativas, fuera guiada por mi aspecto. También me dijeron que ella nunca creyó que le hubiera dicho mi verdadera edad. En todo caso ella tenía veintiún año. La aparente diferencia de edades llamó la atención y pasadas algunas semanas, en el cerrado mundo del casi internado estudiantil de la Lumumba, se fue convirtiendo en un escándalo y nuestra relación se volvió en el tema de todos.
Pero esto lo supe mucho después, entretanto viví meses felices. Las primeras semanas nos vimos fuera de la universidad, salíamos a pasear y fuimos conociendo Moscú y ayudándonos mutuamente a aprender el ruso. Ella ya había estudiado el ruso antes de venir a Moscú, pero su práctica oral era todavía deficiente. Pero cuando el frío empezó a arreciar salimos menos y a las tres de la tarde, cuando las clases se terminaban, Jarumi venía a buscarme para que comiéramos juntos o para que preparáramos las tareas. Nos encerrábamos en las aulas y nos sentábamos a hacer los deberes y hacíamos pausas en las que tratábamos de conocernos, de saber quienes éramos. Los otros alumnos que buscaban donde estudiar, al abrir la puerta la cerraban para no ser aguafiestas de nuestro idilio. Muchos nos sorprendieron entrelazados y en largos besos.
Los reglamentos de la residencia estudiantil nos imponía llegar todas las noches antes de las diez. Nos era imposible dormir juntos. Esto fue causa de burlas y palabras hirientes de algunos compañeros que insinuaban que durante el día Jarumi se paseaba conmigo y durante las noches se iba con otros. Nunca entendí por qué deseaban sembrar la ponzoña en mi corazón, dudas en mi ánimo. Pero en el fondo nunca creí que fuera cierto, nunca la duda manchó mi pasión. Jarumi empezó a buscarme durante los recreos, siempre que podíamos estar juntos lo hacíamos. Jarumi sabía mis preferencias culinarias y se iba a hacer la cola temprano en la cafetería para llevarme la bandeja a la mesa en que acostumbraba sentarme, durante los almuerzos también en el comedor se adelantaba para evitarme perder el tiempo en esperas. A veces no nos veíamos los domingos a causa de las reuniones de nuestras respectivas comunidades. Jarumi también asistía a las reuniones de la sección de su partido, su padre era dirigente del partido socialista de Japón.
Una vez Jarumi me pidió que la acompañara al edificio central de la universidad en donde tenía una reunión. Cuando descendimos del tranvía me di cuenta que lo habíamos hecho una estación antes del destino inicial. Ahí nos esperaba un muchacho japonés. Jarumi le habló en japones y apenas reconocí mi nombre, el muchacho me dijo en ruso que era el hermano de Jarumi. Me extrañó esa imprevista presentación, pero sobre todo la sonrisa casi irónica del hermano. Este episodio tiene su explicación. La daré en su momento.
También yo tenía reuniones con mis compatriotas. En una de ellas, uno de los puntos a tratar era mi caso. Se trataba justamente que la misión que nos había confiado el Partido no era venir a conquistar japonesas y a ofrecernos en espectáculo de amoríos en los corredores y aulas de la universidad, sino que a estudiar, aprender, nuestra misión nos prohibía tener relaciones con extranjeras, porque debíamos regresar a la patria. Así que el Partido me recomendaba fraternalmente que rompiera con la japonesa. El Partido éramos los siete muchachos y una muchacha que conformábamos la delegación salvadoreña. Ignoro realmente que fue lo que los movió a exigirme semejante absurdidad. Sabían perfectamente que me iba a negar, que no les iba a hacer caso. Les expliqué con mis palabras de entonces que la vida privada no tenía nada que ver con el Partido, que mis sentimientos amorosos no le pertenecían a ninguna causa. Y que si nosotros estábamos obligados a tener relaciones solo con salvadoreñas, pues que Genoveva, una salvadoreña que encontramos ya en Moscú y que estudiaba en la Universidad, pues que ella ya andaba con su maliano y que Victoria que estaba presente en la reunión, pues que ella no podía meterse con todos nosotros, había pues claramente un problema de logística. Mis camaradas volvieron a la carga en otras reuniones, mi respuesta no varió ni una jota.
Lo extraño es que, además de la campaña de insinuaciones de las repetidas traiciones de Jarumi que se intensificó, algunas muchachas de la facultad me aseguraban que Jarumi no me convenía, que era mucho mayor que yo, que se aprovechaba de mi ingenuidad, de mi corta edad. Algunas me preguntaban con descaro que si ya habíamos hecho el amor, que dónde e incluso cuántas veces. A todas esas preguntas respondía con mi nueva sonrisa japonesa...
Aclaro, es necesario, que muchos casi con cierto regocijo aprobaban nuestras relaciones, las festejaban y algunos llegaron incluso a aconsejarme como debía conducirme. Yo era un muchacho alegre, bromista y francamente muy ingenuo. Y para todos Jarumi era una muchacha misteriosa, pues les pareció que ella estaba enteramente entregada a mi educación sentimental. En realidad éramos la primera pareja que se formaba entre los alumnos de ese año de preparatoria. Lo que más intrigaba era que —nadie lo ignoraba— en las primeras semanas no podíamos hablar mucho, nos hablábamos por señas, por medio de dos diccionarios. Poco a poco fuimos creando nuestro propio lenguaje, en el que mezclábamos español, ruso y japonés. También una casi nada de inglés. Luego dominó el ruso en nuestro trato. Mis poemas los escribía en castellano, fueron mis primeros poemas. Algunos fueron a parar en el periódico mural de la facultad, los traducían un amigo ruso Sacha Tsaitsef y una muchacha de largas trenzas, originaria de una de las repúblicas autónomas del Asia Central, no recuerdo su nombre, ella hablaba un español muy correcto. Un amigo venezolano me corregía mis horrores ortográficos, felizmente.
Segunda parte
Algunos amigos centroamericanos estaban celosos de Jarumi, pues abandoné por completo nuestras tertulias y nuestras salidas por el barrio, incluso falté a dos o tres entrenamientos de fut. Creo que Jarumi entendió rápidamente este problema y me sugirió que nos viéramos solamente después de cena. Por esa época llegaron del Instituto de Lenguas Extranjeras unas estudiantes que voluntariamente venían a ayudarnos a aprender el ruso, para facilitarnos la práctica oral. Originalmente se trataba de un intercambio, ellas nos ayudarían en ruso y nosotros en castellano. Otros, los africanos por ejemplo, les ayudaban en inglés o en francés. De estas prácticas salieron algunas parejas. También participé a estas prácticas, pero en mi caso las alumnas del Instituto se iban alternando. Este intercambio me ayudó mucho en el aprendizaje del ruso. Al contacto con estas muchachas fui conociendo una gama sutil de conductas femeninas. El caso era que todas sabían de mis amores con Jarumi. ¿Cómo se enteraron? Nunca lo supe, pues ellas eran externas a la facultad. Algunas abiertamente buscaron hacerme caer en la traición, todas me interrogaban insistentemente sobre mi verdadera edad y sobre mi virginidad. Tal vez mi indiferencia provocaba su curiosidad y en algunas cierta osadía. Lo que pude constatar desde esos primeros meses fue que había muchachas muy atrevidas y otras sumamente púdicas. Este extremo siempre me llamó la atención y podía manifestarse en la misma persona, en períodos diferentes del año, durante los meses de verano, en los campamentos de vacaciones estivales, reinaba la total libertad de costumbres.
Mi historia amorosa con Jarumi avanzaba al ritmo que le imponía nuestra circunstancia. Era grande el contento e inmensa la alegría que provocaba en mí el simple hecho de estar a su lado. Ella no parecía desear otra cosa que mi compañía. Por mi parte me comportaba con Jarumi sin sugerirle, aun menos exigirle, que consumáramos nuestros pugnantes deseos. Era evidente que nuestros cuerpos no se conformaban con las caricias que nos prodigábamos. Pero Moscú, en esa época, no nos ofrecía realmente un lugar donde amarnos como lo deseábamos. En su habitación, su amiga se mostró totalmente incompresible. Mi residencia era exclusivamente masculina y no admitían alumnas de la universidad. Las visitas eran recibidas en un salón de recepción. Ir a un hotel era imposible, pues el sistema hotelero no admitía a extranjeros que no hubieran llegado con Inturist, la agencia soviética de turismo. Estuvimos a punto de conformarnos con los inconfortables escritorios de las aulas, pero eso era correr el riesgo de que nuestra amorosa intimidad fuera descubierta y mancillada por la indiscreción mal intencionada que sabíamos nos perseguía. Pero nuestros cuerpos bullían y urgíamos cumplir con nuestro amor.
Una vez Jarumi me sugirió que nos arriesgáramos en mi residencia, durante alguna tarde, cuando la mayoría de estudiantes todavía permanecía en Kabelnaya. Podíamos perfectamente burlar la vigilancia del portero. Lo he repetido, mi ingenuidad —o tal vez esto tenga otro nombre— era insondable, Jarumi una vez que ya nos habíamos decidido por el fabuloso día, me susurró al oído:
—Yo no quiero baby.
Entendí que se estaba retractando, es decir, al principio no entendí nada. Mis ojos simplemente se desorbitaron extrañados. Concretamente nunca había ligado el acto de amor con ningún baby, de manera confusa había llegado a suponer que para procrear se necesitaba la voluntad, que engendrar necesitaba del mutuo deseo durante el acto amoroso. Pero Jarumi simplemente me estaba insinuando que debería procurarme en alguna farmacia los necesarios preservativos. Es evidente que no entendí. Al ver mi expresión Jarumi tal vez pensó que yo urgía imperativa y muy prematuramente tener descendencia.
—No, yo no quiero baby, tal vez después, pero ahora no.
Sus palabras me consolaron y la besé con un beso que hasta entonces nunca le había dado. Pero me quedé sin entender la conveniencia de los preservativos. Cuando fijamos la fecha en que íbamos a intentar burlar la vigilancia del portero de la residencia, le exigí a Valodia y a Jorge, el ruso y el dominicano que compartían conmigo el apartamento en la residencia universitaria, que no volvieran hasta entrada la noche. Valodia me tranquilizó y me dijo que iba a volver a eso de las diez de la noche y Jorge me preguntó que si necesitaba preservativos... Me dijo que siempre tenía en la gabeta de su mesa de noche y que dispusiera si me daba la gana. Entonces entendí lo que me quiso decir Jarumi.
En realidad no nos costó mucho engañar al portero, pues desde que nos vio venir, se hundió ostensiblemente en las páginas de la Vichorka, el vespertino moscovita, así que no tuvimos ni siquiera que fingir, ni arriesgar nada. Cuando salíamos de la residencia el portero nos llamó y nos dijo que para la próxima vez era mejor que le avisáramos de antemano, así podía meterse directamente en la cocina y nadie sospecharía que era nuestro cómplice.
No se pueden imaginar nuestra dicha por ese generoso ofrecimiento. De repente el mundo se nos volvía hermoso y sin inútiles estorbos. Tal vez a los más jóvenes que lean mi historia les parecerá muy extrañas nuestras maneras, nuestras precauciones, nuestros reparos. Por un lado nosotros andábamos juntos todo el tiempo y para mí su cercanía, su compañía eran suficientes para colmar festivamente mi existencia. Jarumi nunca me exigió nada y se portaba tan servicial, tan amable, tan presta a mis deseos que parecía que también se sentía colmada por mi dócil predisposición. Por aquella época sonaba por la radio salvadoreña un bolero que repetía un verso: "cuando estás cerca de mí y estás contenta, no quisiera que de nadie te acordaras, siento celos hasta del pensamiento que pueda recordarte una ilusión amada". Juntos yo no sentía celos de nadie y cuando nos separábamos me sentía lleno de ella. Por otro lado habíamos interiorizado un temor de trasgresión, de comportarnos al margen, de mantener relaciones ilícitas. La campaña de mis compatriotas estaba cundiendo. Ellos además de insistir, durante las reuniones, en sus conversaciones conmigo, en que no me convenía andar con esa muchacha, que lo mejor era obedecerle al partido, etc. Esa insistencia me indispuso por completo y un día en un arranque de cólera les dije lo que nunca debí decirles:
—¡Ustedes envidia me tienen!
En todo caso creo que desde entonces empezaron a contactar a los japoneses, a los del partido comunista japonés y a pedirles que intervinieran para que Jarumi me "dejara tranquilo". Fue por eso que Jarumi me presentó a su hermano, para demostrarle que no era ningún depravado que ponía en peligro su honra. Y al ver al muchacho de apariencia de adolescente, pues no le quedó de otra que sonreír. Creo que el hermano de Jarumi pensó tal vez que ella simplemente se andaba divirtiendo y que era mero capricho, que no existían asideros para sentimientos profundos. En los inicios de los años sesenta en El Salvador los noviazgos duraban años y la meta de todo noviazgo era fundar un hogar. Esa era la ideología —que sin que me la inculcaran de manera preceptiva— que me servía de referencia. La desaprobación de nuestras relaciones, bueno, por algunos japoneses, me indica que también entre ellos Jarumi al meterse conmigo, al pasearse conmigo, no se conducía de manera conveniente. Por cierto ninguna otra japonesa tuvo aquel año de preparatoria relaciones con un extranjero. Muchachos japoneses sí tenían relaciones con extranjeras, el mismo hermano de Jarumi tenía una novia mexicana, con quien se casaría luego.
Aquel día cuando entramos en mi apartamento, no recuerdo que sentimiento me dominaba. Había aprehensión, no cabe duda, expectativa, cierto nerviosismo. Pues no voy a contarme cuentos, ni tampoco les voy a mentir, presentándome como si fuera un perito en amores. Además después de todo lo que les vengo contando. Mi experiencia se resumía a noviazgos vertiginosos y a amores platónicos.
Fue Jarumi quien cerró con llave la puerta y para distender la atmósfera se fue para la cocina y preparó un café y descubrió que en un armario había un paquete de galletas. Lo más probable es que fuera de Valodia, Jorge y yo, al principio, no comprábamos nada en los almacenes, aún no sabíamos como hacer las compras en ruso, además nos bastaba con lo que comíamos en el comedor.
Es evidente que no voy a contar detalles. Solamente les diré que por espantosa iniciativa de Jarumi hicimos el amor sin preservativos. Ella me dijo que prefería que la primera vez, aunque no quería baby, no recurriéramos a los preservativos.
Volvimos a mi apartamento a veces tres veces por semana. El portero nos dejaba pasar sin irse a la cocina. No cambiamos de costumbres, ella venía siempre a buscarme, almorzábamos y cenábamos juntos, hacíamos los deberes juntos. Hasta un día lunes en que Jarumi no vino a buscarme, no almorzamos juntos. Después del almuerzo fui a buscarla a su habitación. Me estaba esperando. La vi muy seria, no me sonrió, ni mostró alegría al verme.
—No nos veremos más. No quiero que me busques más, ya no nos veremos más.
Me estupefacción fue total. No entendía nada de lo que me estaba diciendo, nunca oí nada que me haya parecido tan insólito. Pero era claro, sus palabras manifestaban una rotunda determinación y su rostro tenía una espantosa serenidad.
—¿Por qué? Jarumi, ¿por qué?
—Tú sabes por qué.
—No, Jarumi, yo no sé nada.
—Sí, tú sabes perfectamente por qué. Vete, no me busques más.
Di la vuelta y me fui. Nunca más volvimos a hablar, nunca más volvimos a mirarnos. Nunca la busqué y nunca me buscó.
Takashi Kimura, un compañero japonés, me aclaró un día todo lo que había pasado. Mis compañeros salvadoreños, no sé exactamente quienes fueron, para ese entonces ya había roto por completo con ellos, se reunieron varias veces con camaradas japoneses para que intervinieran ante Jarumi, porque yo tenía que volver obligatoriamente a El Salvador. Nuestras relaciones estaban entrando en una situación muy peligrosa. Y que el Partido se había comprometido con mi familia a que yo retornara soltero. Takashi Kimura me contó esto una noche de largas confidencias. El estaba muy curioso de saber si era cierto mi compromiso de volver soltero a El Salvador. En realidad los japoneses del Partido Comunista de Japón no hablaron con Jarumi, ni se dirigieron de nuevo al hermano de Jarumi. Takashi no sabía por qué medios lo hicieron, pero contactaron al padre de Jarumi y este le ordenó a su hijo de velar por el honor de Jarumi. Me contó que nuestros amores fueron muy comentados entre los japoneses y que fuimos un tema que los dividió por completo. Takashi me habló del horrible sufrimiento de Jarumi y que al romper conmigo ella se mutiló de una parte de ella misma. Pero que era imposible que una muchacha de su clase rompiera con su familia. De seguro de no haber intervenido su padre, ella hubiera llevado hasta el final nuestra historia.
Supongo que los camaradas salvadoreños no recuerdan siquiera este episodio, tal vez lo hayan olvidado por completo. Pues es para ellos apenas un acoso más. Su siguiente ataque fue tratar de que me expulsaran de la Universidad. Les seguiré contando mis historias rusas.
Los De Siempre, pues.
ResponderEliminarGracias por la historia, y por las que vienen.
Rafa:Pues sí, son los mismos. Los que me acusaron de insultar a "la clase obrera soviética" y los que seguirán siendo mis personajes...
ResponderEliminarLo importante es tener a alguien para acusarlo de algo, ¿no? Me da la impresión de que son gente incapaz de crear (amor, arte, lo que sea) y por eso mismo no quieren que nadie más lo haga. Hasta tienen su encanto: gracias a ellos los que sí crean (amor, arte, etc.) pueden saber, a fuerza de persistencia, si lo que hacen es lo que quieren hacer o no.
ResponderEliminarRafa: tenés razón. Hay mucho de eso. No obstante lo que me ha parecido siempre grave es el uso que se ha hecho de la “causa”, del “partido”, de la “organización” para ocultar su propia nimiedad. Ese manoseo ha perjudicado nuestra historia. En mi historia se trata de un amor juvenil que no vio su fin. Pero para otros fue su vida la truncada.
ResponderEliminarPero seguiré contando. Ya verás como esos “camaradas” pusieron también en peligro mi vida y como hicieron que cambiara de derrotero.
Sus èpocas fueron muy raras y estrictas, y no entiendo tantas cosas, de gente que no hizo y no dejo hacer, que se querían imponer con cosas totalmente absurdas. Y que todo estaba manchado con un tinte político, hasta la ropa y la comida que uno podia usar/comer.
ResponderEliminarDebio ser dificil. Gracias por rescatar para nosotros, un poco de esa historia.
Dandelion: Fueron otras épocas, es cierto. Muchas cosas que cuento, las destino para los jóvenes, para que hagan todo lo posible para que no se repitan. Gracias.
ResponderEliminar¡Esta no la había leído, ve!
ResponderEliminarme parecio realmente tonto por no decir otra cosa... la actitud de tus compatriotas y las demas personas con respecto a tu relacion con jarumi.. espero poder contactarme con ud para que me siga contando que paso despues, muy buena la historia!
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