I
Hoy que los pasos se callan en las calles
de mi hermosa Ciguateguacán
y que los vientos vienen como vestigio
lujurioso e inalterable del tiempo
cómo poner mis venas al abrigo
cómo no sentir la distancia un alacrán
inmenso en las entrañas
cómo poner mi silencio desbordante
sin sus pequeñas comas sin yodo en una plaza
Hoy que los niños
los cipotes de siempre corren sin piscuchas
con sus manos regando las semillas
de todas las preguntas
desgajando uno a uno los calcinados racimos
de la lágrima y que es un diente oscuro
el que le llena de susto en cada esquina
Esa bayoneta clavada en las garras
del soldado que abre las puertas dejando
yertas las miradas de las madres
Decime de qué sirve entonces saber
que el ansia nos asesina el momento oportuno
y nos deja sin huella los latidos
NO
Yo quiero un grito
una palabra que pueda cerrar para siempre
este mundo de ríos atascados
Pero los cipotes han cerrado los puños
y de sus bocas sin dientes se escapan
pájaros azules con la pujanza de un toro
y hay un cielo de estrellas
en sus pantalones remendados
y la luna
se acomoda en sus bolsillos con hambre
Y cuando los matan
la vida sigue siendo un mar
II
Yo sé que la sed no pone su savia
en los troncos del miedo
y que cada vez que el sol baja tras los cerros
las pequeñas gotas del rocío
se preparan al estelar acoplamiento de la noche
Es imposible ignorar que la campana
es un puñal
que abre profundas venas en el tiempo
La sombra es a veces un refugio
donde las amapolas fingen el olvido de la sangre
El sudor no mitiga las noches de horrenda
pesadilla y son los pasos sin eco
sin sombra de los hombres
que en la montaña con manos alertas
preparan con las luces del crepúsculo
una pequeña mañana con todas las puertas abiertas
IV
Había un país cuyo nombre
navegaba en los mares de los mapas
y sus montañas levantaban los brazos
retando a un sol sin desmayo posible
Era un país que se ataba a las nubes
con las copas de sus ceibas
Abajo sobre la tierra la luz dejaba
sus huellas en la lid de todos los colores
VI
La soberbia hora del estallido luminoso
cruzaba lenta la mitad de un viernes
Las manos se pegaban a las tazas de café
y las camisas descubrían los pechos mojados
por lentos arroyos de sal y fatiga
Las reverberaciones se quedaban solitarias
y el paso tardo marcaba un compás
de pequeñas vidas y largas e intactas esperas
El mundo es remoto
El mundo se cerraba como quien sabe
que a esa hora de un viernes todas
las cortinas metálicas ocultan las vitrinas
Y los cadáveres de la noche
erguían sus llagas venciendo al sol
y al pesado silencio del inexacto equilibrio
San Salvador es un desierto a la fausta
hora del sucinto equilibrio del tiempo
y los chacales duermen atados a su miedo
La luz es la mortaja de los héroes
Paris, Otoño de 1979
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