Una
de las cosas que más me han sorprendido en la historia de la
Lingüística es el papel que ha jugado durante décadas el rechazo,
de parte de Saussure, de tomar en cuenta la materialidad del lenguaje
y esto me sorprende pues muchas de las afirmaciones suyas sobre el
signo provienen justamente de esta materialidad. Lo que Saussure
llama “imagen acústica” no es otra cosa que la representación
mental de las características pertinentes para el lenguaje que
residen en los sonidos que pronunciamos para comunicarnos.
Lo que se distorsiona con la actitud
de F. de Saussure consiste en que él traslada por completo la
realidad del objeto lingüístico al interior del cerebro como
entidades mentales. La materialidad del lenguaje ha quedado afuera,
siendo parte genuina y un componente esencial de las lenguas. El
ambiente intelectual de la época impidió que esta actitud
ideológica fuera denunciada. Sobre todo que claramente esto
perturbaba toda la estructura teórica del pensamiento saussureano.
Una de las peores consecuencias fue que algunos llegaron a expulsar
de los estudios estrictamente lingüísticos la fonética. Aunque
esto se fue corrigiendo a partir de la difusión de los estudios y
posiciones de la Escuela de Moscú y Kazán a través del Círculo de
Praga. Aquí, en parte, me estoy refiriendo a Baudouin de Courtenay y
al poco citado, incluso por R. Jacobson, L. V. Scherba. Esto se puede
resaltar por el cambio ocurrido en la concepción de K. Bühler, aquí
cita explícitamente a N. S. Trubetzkoy y al lado de la Fonología
reaparece la Fonética: “De este modo se puede y se debe desdoblar
el tratamiento científico de los fonemas exactamente como lo
requiere la intelección lógica. Pueden considerarse, en primer
lugar, como lo que son “por sí”, y en segundo lugar sub
specie de su destino de
funcionar como signos; la fonética hace una cosa y la fonología la
otra” (Teoría del lenguaje, Alianza Editorial, Madrid, 1985, pág.
64).
Los sonidos (la materia adecuada del
lenguaje como he dejado anotado anteriormente) para cumplir su
función fonológica tienen obligatoriamente que tener
características determinadas que resultan ser diacríticas. Es esto
lo primero que retiene el lingüista para llegar a la descripción
fonológica y además lo que es fundamental, los hablantes las toman
en cuenta para conformar y distinguir los signos lingüísticos.
Los elementos diacríticos
pertenecen en propio a los sonidos que emitimos, que nosotros
reconocemos en ellos, es cierto que este reconocimiento es una
actividad mental, no obstante esta actividad para poder realizarse
depende de la existencia exterior de los sonidos, los sonidos no sólo
preexisten a la actividad mental de reconocimiento de las
características diacríticas, útiles para distinguir los signos,
sino que sin ellos es imposible la comunicación. Por consecuencia es
absurdo repetir en este sentido, que lo único que cuenta es la
diferencia entre las unidades fónicas, cuando esto supone que ella,
la diferencia, se origina sólo al exterior de cada unidad.
Incluso que fuera absolutamente
“espiritual” la identidad de cada unidad es más que necesaria
para distinguirla y oponerla al resto de unidades sonoras que
constituyen el sistema fonológico. En el largo y difícil proceso de
aprendizaje del uso de una lengua por los niños nos damos cuenta que
la identificación del sonido y de la articulación que le
corresponde es una etapa primordial y antes del uso oposicional lo
primero que se asimila es que ese sonido es parte de una unidad
diferente, de otro nivel, o sea que sirve para construir unidades con
una significación, que según la terminología de André Martinet
las llamaremos monemas.
Uno de los principios fundamentales
del signo es la linealidad del significante y esta linealidad no
proviene sólo por el tiempo, se trata de una realidad
espacio-temporal. De Saussure insiste y persiste en su error e
igualmente sorprende que nos hable de la “naturaleza auditiva”,
ésta es la consecuencia de la naturaleza sonora del significante y
la linealidad se da en el tiempo, cada sonido viene uno después del
otro y además se desplaza en el espacio de igual manera. No se puede
dejar de señalar estos detalles de palpable evidencia, pero
obscurecidos por la negación de la materialidad del signo
lingüístico. La emisión y audición son inseparables en los actos
del habla, forman una unidad.
Seguiré con el tema en un próximo
artículo.
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