Los
partidos políticos dominan el ejercicio de la política que conduce a ocupar un
lugar en el campo político, a contar dentro del mundillo de la política. Cada
uno de los partidos despliega un discurso propio, con sus propios temas
tradicionales, con un vocabulario tintado con los matices de su propia
ideología. En tiempos electorales, cuando los políticos vuelven al mundo social
en el que vive la población para pedir los votos y poder seguir ocupando el
lugar y/o mejorarlo con un aumento de puestos, es cuando el discurso se tiñe
con mayores colores. Es cuando buscan distinguirse, cuando solicitan el
reconocimiento.
Como
la mayoría de los electores pertenecen a lo que de manera general se le llama
“pueblo”, cuando se habla de la gente con cierto respeto, pues a veces se le trata
simplemente de la chusma, del populacho, tomando en cuenta esto todos los
partidos se vuelven defensores de los intereses populares. En los países como el nuestro, en el que el
campo político está dominado
por dos partidos (que durante ese tiempo electoral procuran mostrarse
polarmente opuestos) el peligro que corren los intereses populares reside
simplemente en que el partido adverso gane mayor importancia y domine en las
instancias estatales.
Los programas en sí no cobran mayor importancia, a veces se hacen consultas
de los principales temas que tiene que contener el programa partidario, se
organizan reuniones, mesas redondas, a veces simplemente se les confían a
compañías encuestadoras confeccionar el listado de los temas más atractivos. En
nuestro país el tema de la seguridad ocupa gran parte de los discursos y de los
temas abordados. En realidad los programas no tienen mayor importancia y se
asemejan todos. En las pasadas elecciones presidenciales el candidato del FMLN
se quejaba que el partido ARENA copiaba el programa de su partido
“revolucionario”. Como no hay posibilidad de diferenciarse mucho por los
programas, unos optan por las campañas sucias o a los ataques personales, invocan
el pasado, se acusan mutuamente de tener al país en las condiciones en que se
encuentra, la diatriba, la descalificación son los recursos oratorios que predominan.
No hay pues realmente un debate político, sino que una competencia publicitaria
y de divisas, de spots televisivos, de imagen. Y como la cuestión de la imagen
se vuelve cada vez más importante y de peso, los militantes en tanto que tales,
con su actividad política van perdiendo importancia y su preparación ideológica
va al mismo tiempo desapareciendo hasta llegar a ser inexistente. El militante
se vuelve impotente hacia el exterior y mudo hacia el interior. Impotente hacia
el exterior pues no está preparado para definirse de manera autónoma, ante
cualquier problema debe tener puestos los cinco sentidos en la próxima toma de
posición del dirigente, que es lo que va a determinar su “convicción”.
Las dirigencias viven también al interior de sus partidos en círculo
cerrado y allí también hay intrigas, alianzas y al mismo tiempo una repartición
de roles y funciones. Hay posicionamientos respecto a los miembros más influyentes,
los miembros de las cúpulas partidarias desarrollan un “olfato político” e intuyen
a veces a tiempo, otras con cierto retraso a qué “campo” arrimarse para jugar
un papel dentro de la dirección, no estar muy lejos de los círculos donde se
decide el reparto de los puestos. Ese “olfato” les indica también cuando es
conveniente callar, cuando ante una pregunta indiscreta de algún periodista
salirse por la tangente o soltar alguna banalidad con visos de profunda
reflexión. En esto también se manifiesta una especie de “espíritu de cuerpo”
que no hay que confundir con la fidelidad ideológica al partido. Este “espíritu
de cuerpo” se convierte en transversal, es decir que puede extenderse hacia
todo el mundillo político.
Esta imagen llega intacta a la población, a veces con ciertas correcciones
explicativas para que no aparezca con toda la brutalidad de su verdad. Es este
mundo real y superficial el que rechaza
la población y al que no codicia pertenecer. Esta imagen es una barrera para
las vocaciones políticas, pues en regla general esta imagen aparece como el
telón de fondo para que se realice todo tipo de corrupción. El mundillo
político aparece oportunista, sofisticado y sobre todo propicio al chanchullo.
La gente se da cuenta que sus propios intereses, los intereses del país se
supeditan al interés de la “clase política” y saben perfectamente que ese mundo
no es el suyo. El papel que juega este mundillo es de cancel, de pararrayo. En
primer lugar sirve para ocultar la oposición fundamental que atraviesa la
sociedad, entre los trabajadores y las clases pudientes, todo el peso del
descontento popular lo asume perfectamente la “clase política”. Todo el
disfuncionamiento social cada uno de los partidos se lo imputa a su rival. O
como ha estado ocurriendo en estos últimos días en que Salvador Sánchez Cerén
llegó al colmo de acusar de antemano de toda agravación de la violencia a la
Sala de lo Constitucional, por el fallo respecto a la Asamblea. Esta pelea al
interior del Estado es nueva en nuestro país y ha servido para entretener
durante meses a la población sobre temas legales y constitucionales, en los que
la tecnicidad la deja afuera y si toma partido es por simples simpatías
políticas. Pues el FMLN se ha encargado de ponerle tinte político a esta
institución, pues han acusado a cuatro de los magistrados de favorecer los
intereses de su rival, ARENA. Todo esto sin aportar realmente ninguna prueba,
ni argumento de peso. Aquí se aplica aquello, del que no está conmigo, está contra
mí. Si no me gusta lo que hace la Sala, le ha de gustar a ARENA.
Pero este panorama tiene otra consecuencia mucho más importante para la
sociedad, esta radica en que los ciudadanos tienen una aprehensión falsa de lo
que consiste “hacer política”. Es decir en el sentido de ocuparse de los
asuntos de la Polis (la ciudad). La
conducta de los que integran el mundillo político ha usurpado el ejercicio de
la actividad política y lo han desvirtuado. Es lo que conduce a mucha gente a
desinteresarse de la política, es lo que ha conducido al rechazo a través de la
abstención creciente. En las dos últimas elecciones ha surgido un movimiento
que ha llamado a anular el voto, una manera justamente de protestar contra esa usurpación
de la cosa pública por los partidos políticos. Era una invitación a
reapropiarse de la política negando la politiquería del mundillo. Pero esta
actitud, aunque justa, tiene un defecto mayor, existe únicamente en los momentos
electorales, es decir que su existencia está supeditada al calendario
electoral, que no lo fija el movimiento del voto nulo.
Esto plantea un cuestionamiento mayor: ¿cómo en estas condiciones
proponerle a la población entrar en política? Esto requiere tener clara visión
de lo que es hoy por hoy el quehacer político, tal cual existe y tal cual le
aparece a la población. En esto es necesario tener absoluta claridad de los
objetivos que hay que plantearse. No se puede ignorar el mundo institucional
existente, pues su actuar acapara constantemente la atención de la gente y al
mismo tiempo es el que gobierna la vida del país. No se puede hacer como si no
existiera y como si no jugara un papel trascendental. Ellos asumen el papel de
mampara de las clases pudientes que en cambio les abandonan la administración
(usufructo) del Estado. No obstante tomarlo en cuenta no significa dejar que
los ciudadanos identifiquen a los que quieren hacer otro tipo de política. Los
que quieren invertir e subvertir lo existente tienen que ofrecer otra cosa,
pero otra cosa que implique oponerse a la política tal cual es practicada por
los partidos políticos institucionales e institucionalizados y el nuevo partido
político, pues no hay otra manera de entrar permanentemente en política sin una
estructura que sustente las acciones.
Con esto último estamos optando por un camino que rechaza al mundillo
político y sus prácticas y al mismo tiempo estamos declinando dejarnos llevar
por la primera impulsión, desertar la política. Al mismo tiempo estamos
ofreciendo salir de un esquema individualista, es decir aquí se ha propuesto
organizarse, juntarse con otros. El mundillo político con todas las
instituciones, sobre todo con la institución electoral, nos impone conducirnos
individualmente o de manera individualista. El ciudadano cuando va a la urna y
pone un voto, se define individualmente por una u otra opción en competición.
El sufragio tal cual existe es una desposesión de la voluntad individual y
colectiva, pues delegamos a otros el derecho de hablar en nuestro nombre dentro
del mundo cerrado de las instituciones. Les damos toda la autoridad y les
dejamos que puedan organizar a su antojo el momento en que de nuevo nos soliciten
para que votemos por ellos.
Pero la población sabe que entrar a un partido político tal cual funcionan
ahora es asimismo despojarse de su voluntad y entrar a defender posiciones
políticas ya decididas y definidas con antelación a su propia voluntad y sin
que su propia voz haya sido escuchada. Todo el mundo ve que el funcionamiento
de los partidos es vertical y que las direcciones se auto-reproducen en
autarquía, funcionando de manera autocrática.
Surge pues la necesidad urgente de innovar. Innovar respecto a ese mundillo
político e innovar respecto a la manera de organizarse, de darle a cada uno de
los ciudadanos la posibilidad de dar a conocer su pensamiento, darle la real
posibilidad de que su voz sea realmente su voz. Darle la posibilidad que pueda
defender en el seno del nuevo partido sus posiciones y darle la certidumbre de que
va a ser escuchado. Al mismo tiempo darle la posibilidad de que no se conforme
con afirmar su deseo, sino que pueda sopesar los pros y los contras de su
propia posición y la ajena, que pueda al final argumentar con solidez su posición.
Se trata al mismo tiempo de afirmar su personalidad, de no dejarse imponer la
voluntad de un líder, aunque por determinadas circunstancias pueda ser
transitoriamente un vocero del nuevo movimiento. Pero cada uno debe de saber
que la función de vocero no le da a nadie derecho sobre los demás y que al fin
y al cabo cada uno puede y debe ser el vocero de todos. El modo de organizarse
no puede ser calcado de lo existente en los partidos que pueblan el mundillo
político, pero tampoco se puede dejar que la organización surja de manera
espontánea. Es por ello que el aspecto organizacional es también fundamental,
pero ahora que la gente por las nuevas técnicas se está acostumbrando a actuar
en redes, en las que todos proponen y todos deciden, pues darle un carácter
político a este tipo de funcionamiento es un paso hacia una transversalidad
activa. Este modo de funcionar no debe impedir las acciones colectivas, lo que
significa que en un momento dado la toma de decisiones se vuelve urgente y no
siempre es posible obtener un consenso. Entonces vuelve la necesidad del voto,
en que la autoridad la tiene la mayoría. La diferencia es que ninguno ha
perdido su propia voluntad, ni su opinión. Pero sobre todo lo que se decide no
es muy lejano de sus propios intereses y convicciones.
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