“Para
estar organizados no necesitamos un partido; para estar unidos ¡no, no! no necesitamos
un dirigente” (frase que circula en Facebook)
El asunto del dirigente es una cuestión de principio y también de historia.
Lo que plantea esta frase es muy sencillo, la unidad de un movimiento no puede
reposar en el carisma de una persona, en su personalidad, en sus ideas. La
unidad debe de reposar en la profunda convicción de la justeza del objetivo a
alcanzar; después de haber analizado si ese objetivo se puede o no obtener en
la situación actual, con qué medios se puede conseguir, y se trata de un
análisis profundo y de una deliberación
en la que todos los aspectos del caso han sido sopesados.
Cuando todo esto se lo dejamos a un dirigente o a un grupo de dirigentes
nos estamos despojando de nuestra responsabilidad y sobre todo de nuestra
autonomía, de nuestra personalidad, de nuestra capacidad a decidir. Es esto lo
que ha ocurrido siempre hasta ahora en todos los movimientos sociales y en los
partidos políticos. La historia nos ha mostrado las monstruosas deformaciones a
las que se ha llegado, hasta tal punto que lo que se había proclamado como
irreversible —y que tantos le dimos confianza y toda la fe en esa irreversibilidad—
que no vimos ni los primeros signos del estruendoso descalabro. Me refiero a
todo lo que pensamos como una sociedad del futuro en el Este europeo.
Toda esa tragedia está allí presente con millones de muertos, con millones
de personas que ahora de nuevo se encuentran atrapadas en el capitalismo, sometidos al capricho de
burguesías que tuvieron una fulgurante ascensión, organizadas en mafias
violentas. ¿No hemos preguntado de dónde surgieron con tal celeridad? ¿Acaso no
estaban ya formadas, acaso no eran los mismos dirigentes que se había ya
repartido el poder?
La gente que sufría antes, que se entregaba al trabajo, que pensaba que
estaba construyendo otra sociedad, esa misma gente que se desilusionó, que
luego se resignó, que al fin y al cabo salió perdiendo ahora. Y esto porque les
alienaron, los despojaron de toda la iniciativa, de todo poder de decidir
autónomamente. Es eso lo que ha pasado hasta ahora ¿y podemos avizorar distinto
futuro si no cambiamos radicalmente las conductas, los modos de organizarnos,
las maneras de pensar y de conducirnos con lo que nos concierne en tanto que
organización o país?
La cuestión de la forma es primordial
Proceder de otra manera urge de cambios personales y colectivos, requiere
grandes esfuerzos individuales y colectivos. Esto es nuevo, las distintas
tentativas que aparecen en diferentes lugares, de implementar movimientos
horizontales es prueba que esta necesidad está tocando a las puertas de la
historia. Por el momento, no se ha encontrado la forma y de alguna manera ha
habido dirigentes de los que muchos dependían y otros reposaban en la
espontaneidad. Pero como esto que está por emerger también está buscando su
forma ideal, ideal para cada caso, pues tiene que ser una forma concreta que
responda a la situación concreta del momento y del país.
La cuestión de la forma en este caso es primordial, por eso las tentativas
se van a ir multiplicando y una reflexión se va a ir dando, por momentos, esto
le va a parecer a algunos superfluo, pues en países como el nuestro que se
enfrenta ante situaciones de dolorosa urgencia, de harta miseria, de infinitas
necesidades que resolver se pierde rápidamente la paciencia. Entonces queremos
irnos por el camino más fácil, repetir lo que se ha hecho hasta ahora. La
urgencia nos parece tan grande, que nos parece que si nos detenernos a
reflexionar perdemos lastimosamente el tiempo.
En esta obstinación por llegar a la meta no queremos darnos cuenta de la
imperiosa necesidad de los medios. Los medios no son otra cosa que la nueva
organización en la que cada miembro tiene todos los derechos, que nadie está
arriba en ningún sentido, que al mismo tiempo todos tienen los mismos deberes.
Una obligación y un derecho es estar absolutamente informado de todo lo que la
organización hace y produce. Informado de lo que sucede en el país, del
panorama político, para que en cada instante pueda producir un análisis y poder
defenderlo, confrontarlo con lo que piensan los otros. Esta es una preparación
para una deliberación que conduzca a una toma de decisión de mayor justeza. Y
lo más importante es que la posición común a la que se llega no es la del “partido”,
la de la dirigencia, es ante todo la suya, la que contribuyó a adoptar. Se
vuelve totalmente superfluo que algún dirigente “baje” a explicar a las bases
la línea adoptada.
Se le llame o no partido a la nueva organización poco importa, pero lo que
se ve claro es la necesidad de organizarse.
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