Este mes de septiembre, el mensual francés « Le
monde diplomatique » en la visible última plana publicó un artículo, cuyo
título pareciera destinado a la actualidad jurídico-política salvadoreña: “Juzgar
es un acto político”. Su autor es un magistrado, juez del tribunal de grandes
instancias de Créteil y exsecretario general del Sindicato de la Magistratura,
Matthieu Bonduelle. No voy a resumir este texto. Pero sí voy a anotar que el
magistrado francés trata de conjurar dos imágenes trilladas respecto a los
jueces, la primera la del juez autómata, indiferente a los afectos humanos,
estrechamente ajustado al derecho, la otra la del magistrado omnipotente, demiurgo
que hace y deshace los destinos a su antojo.
Su idea es que se tenga en cuenta que entre la ley
y el caso particular existe un intersticio que el juez está llamado a llenar,
con su conciencia, sus valores, sus opiniones, sus emociones —sus “afectos” diría
Espinoza. “El magistrado es humano”, Bonduelle nos invita a dejar de lado los
estereotipos. Al mismo tiempo exige que el juez sea imparcial, lo que significa
para él que no tenga intereses que lo vinculen a la solución del problema que
le han planteado, que no prejuzgue, que no se encierre en la rutina de fallos “listos”,
ya hechos y que desconfíe de sí mismo. Concluye su artículo diciendo que la
verdad del oficio de magistrado es que está siempre enfrentado a cuestiones muy
políticas y que el material judicial es irreductiblemente concreto, singular.
Se vuelve entonces imperioso re-politizar la cuestión judicial para romper con
el doble fantasma del magistrado neutro y del magistrado que hay que
neutralizar. Re-politizar para re-humanizar la visión de la justicia,
re-politizar para enriquecer el debate público sobre estas cuestiones y
permitir su apropiación por parte de los ciudadanos.
El “caso Flores”, con todos sus saquitos y sus
destinatarios, su disco rayado frente a los diputados que lo interrogaban y su
fuga, le han dado un colorido muy tropical a nuestra justicia y que da pábulo
para que surja por allí una frondosa novela al estilo de “El otoño del
patriarca”. Este “caso” se ha venido a completar con su reaparición en la sala
de espera del tribunal, tan quieto, tan bien peinadito y un poco más flaco como
si en realidad hubiese pasado estos meses en carreras, perseguido por terribles
sangüesos o por insobornables sabuesos.
Todos esperábamos que llegara al aeropuerto
debidamente esposado y escoltado, pero no fue así, misteriosamente apareció con
sus abogados y de inmediato la población pedía cárcel para el fugitivo “arrepentido”.
El ministro y los jefes de la policía afirmaron que no tenían noticia exacta de
dónde salió. También ellos exigieron prisión para el expresidente de la Nación
(esta mayúscula me salió involuntariamente). Uno puede preguntarse ¿por qué la
necesidad de externar este pedido? No cabe duda que en la población y en las
mismas autoridades oficiales del gobierno existe cierta desconfianza respecto a
la justicia del país. Que la equidad de la balanza ciega de Isis es un tanto bizca
en El Salvador y sus ojos como que no quieren ver claro cuando un poderoso se
les planta por delante.
El asunto es que la duda popular se ha ido
acumulando, en este caso particular el Fiscal ha sido abogado del inculpado,
del sospechoso. El Fiscal no quiso actuar con la celeridad que le exigía la
población alegando que no quería interferir en el proceso electoral, que no
quería “politizar” el caso. Este uso de la palabra en El Salvador no tiene el
mismo que usa el magistrado francés Bonduelle. En nuestro país politizar
significa “enchucar algo con la politiquería criolla”. El fiscal manifestaba sus
dudas sobre la honestidad de la clase política nacional.
El Fiscal General nos demostró que la justicia en
El Salvador no es solo bizca, sino que también pachorrienta, estiró su “investigación”
del caso hasta el límite del periodo en que la justicia fuese exigible. Se presentó
el expediente ante el juez, surgió la duda que estuviera completo, que tuviera
fallas y que el ya fugitivo expresidente fuera eximido de culpa sin mayor
problema. Esta duda persiste.
Pero la duda se ha vuelto con justicia en
indignación, el juez Levis Italmir Orellana no se atrevió a dejarlo libre y
suelto, le dio apenitas un arresto domiciliario. En el Código Procesal Penal
hay un capítulo que lleva por título “Otros
casos de Detención Provisional”, allí dice claramente lo que sigue:
“Art. 330.-
Procederá también la detención provisional en los casos siguientes:
1) Cuando el imputado no
comparezca sin motivo legitimo a la primera citación o cada vez que el tribunal
lo estime necesario.
El juez Levis Italmir Orellana tuvo sus emociones,
vio aparecer ante sí al hombre de los
saquitos llenos de pisto, que los repartía a los destinatarios y ya no supo
si la terrible realidad era una horrible pesadilla y se puso a dudar… Y recordó
que en el Código Procedural Penal dice algo sobre la duda, es el artículo 7 que
reza llanamente: “En caso de duda el juez considerará lo más favorable al
imputado”.
No lo mandó a bartolinas, sino que a su casa para
que allí cumpla el arresto.
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