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29 diciembre 2013

El discurso y la realidad

Este año he tenido un poco abandonado este blog. He sido muy parco. Hay razones para esto, no todas personales. No me voy a referir a ellas. Las otras son mucho más importantes, pues en realidad las declaraciones, los sucesos cotidianos en El Salvador han sido tantos como en otros años. Al mismo tiempo me ha parecido inútil o superfluo reaccionar a cada declaración o a las principales declaraciones proferidas por los hombres públicos salvadoreños. Por lo general, las declaraciones no se refieren a la realidad concreta, sino que son réplicas a otras declaraciones. Muchas de estas mismas declaraciones son provocadas por entrevistas organizadas de antemano o suscitadas en corredores u otros lugares donde se encuentra el hombre político.

Son estas declaraciones las que conforman la actualidad política que nos presenta la prensa que leo en internet. Nada o demasiado poco es lo que esta misma prensa nos habla de la realidad concreta. No hay reportajes sobre la dificultad que tienen las familias de juntar cabo con cabo todas las semanas, la angustia que puede sentir un padre que apenas gana el salario mínimo y que para eso tiene que viajar una hora y media a una fábrica en la que se ocupa en repetir a diario los mismos gestos. Luego vuelve agotado a su casa, ya tarde, casi sin apetito, pero sabe que tiene que comer para reponer sus fuerzas para el día siguiente. Sabe este hombre o esta mujer que sus hijos después de la escuela se han quedado solos, tal vez en la calle, corriendo los peligros que ahora existen en las calles de nuestro país. No saben si sus hijos han podido o no hacer sus deberes, no tienen fuerzas para ayudarles, para interesarse en las ocupaciones diarias de sus crianzas. Este esquema general que he descrito tiene realizaciones múltiples y variadas en la realidad. Es esta vida de preocupaciones de cómo se va a resolver el problema del remedio demasiado caro, de la imposibilidad de ausentarse del trabajo para ir con el hijo enfermo o la hija enferma al doctor o al hospital, es esta vida la que hay que remediar, la que hay que extirpar.

Por supuesto que esto que estoy esbozando es del conocimiento de todos, incluso de los que se encuentran alejados de ese mundo de ansiedades y desasosiegos. Estas madres (a veces, demasiado frecuentes esas veces, no tienen ayuda) y padres que lo único que desean es calma, silencio, poder entregarse a alguna diversión, por mínima que esta sea. Es en este agotamiento que estas personas encienden la televisión en la que ven películas sobre un mundo de maravillas, con casas espaciosas, inmensos salones, automóviles de lujo, decorados interiores sorprendentes, un mundo en el que no existen las mismas preocupaciones, en las que no se sabe cómo es que llega el dinero, que ni siquiera se ve trabajar a esos personajes desgarrados por pasiones tan fútiles como una mirada de sospecha. Estas películas o seriales son interrumpidas por publicidades que presentan objetos cuya compra es presentada como imprescindible, casi obligatoria si uno quiere realizarse en esta vida.

Me he referido a los que tienen trabajo, pero a esos hombres, muchachos y muchachas que salen de sus casas con la esperanza vana de encontrar trabajo, con la esperanza loca de encontrar a alguien que pueda prestarles algún dinero para poder alimentarse, los que salen con sus pocas mercancías a rematarlas. Estos durante todo el santo día se exponen a la agresión de las maras y de la policía. Y su situación económica es peor, pues viven de lo que va entrando cada día y sin poder contar con certeza con nada, todo es aleatorio. Esta gente también vive en este mundo de mercancías exhibidas en los carteles, por los anuncios radiales, en las televisiones y los mismos productos vistos, deseados, soñados en las vitrinas. El abatimiento en estas familias es peor. ¿Nos habla de ellas la prensa? Sí, a veces, como estorbo del tránsito, como ruin espectáculo de nuestras calles.

Es esta vida la que hay que cambiar, es a esta gente la que hay que organizar para que luche por sus intereses, es decir por una vida diferente, en la que el tiempo les pertenezca, en la que puedan decidir por sus actos. ¿Es posible? Sí, es posible, pero para ello es necesario que una organización política tome en sus manos organizar a los trabajadores. En estos días un consorcio internacional dueño de  hoteles se dedica a reprimir a sus empleados y les prohíbe arbitrariamente, despóticamente organizarse en sindicato, me estoy refiriendo al Hotel Royal Decamerón Salinitas. El trato que les dan, los salarios que se aplican en el sector, la carga de trabajo, etc. todo eso es consentido por el Ministerio del Trabajo, por las diferentes procuradurías, por el Ministerio de Turismo. La mayoría de contratos son temporalmente limitados, precarios. Un grupo de empleados tomó coraje y se organizó en sindicato, pero los fundadores del sindicato en su casi totalidad han sido despedidos. ¿Qué partido político actualmente tiene vocación para defender a estos trabajadores? Ninguno. ¿Qué diputados pueden interpelar a las autoridades para que intervengan en favor de los trabajadores? Ninguno. Y es lo que sucede en la práctica. Y lo vuelvo a repetir, no hay hoy por hoy ninguna organización capaz de llevar adelante y organizar la lucha de los trabajadores.


Es por ello que ocuparme de lo que dijo tal o cual fulanito en la campaña electoral, lo que dijo o no dijo “elquemandosoyó”, no tiene sentido, algunos se habrán dado cuenta que me repito y me repito, es necesario que surja una organización revolucionaria, pero revolucionaria no porque se proclame así, sino que lo sea por su actividad política hacia la gente y en su modo de funcionar. Una organización que sea capaz de llevar adelante el apremiante combate ideológico contra la dominación burguesa. El ejemplo del sindicato hotelero muestra claramente que es el patronato el que está representado en el Estado, es a su servicio que las instituciones funcionan. Y es esto lo que demuestra que la lucha de clases no es un invento, sino que una realidad permanente. El patronato no deja de atacar, lo hace de manera permanente.  Feliz año nuevo, entonces.

P. S.: He decidido agregar una vídeo que ha publicado el semanal El Faro. Lo ha realizado la periodista Marcela Zamora. Se trata de testimonios de mujeres que han trabajado en el servicio doméstico. Es este tipo de reportajes que necesitamos, que son los que nos hacen reflexionar sobre nuestra realidad social. En los pedazos de vida que nos cuentan estas paisanas vemos todo el peso del despotismo patronal, de la violencia social que se ejerce sobre los pobres. Veanlo en entero, dura un poco más de una media hora. Pero vale la pena, es un reportaje de gran calidad. Hagan clic aquí: "Las muchachas". 

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