Hace algunos años, en un intento de valorar positivamente
los resultados de tantos años de luchas populares, muy cruentas algunas,
insistía en los aspectos más relevantes de la democratización de la vida
pública salvadoreña. Por supuesto que casi todo existía aún apenas en estado de
potencia. Me refería a la posibilidad organizativa sindical de los
trabajadores, la posibilidad de debatir libremente las ideas, exponer sin
obstáculos todo aquello que siempre nos fue vedado en el país. Las ideas por
las que muchos murieron, fueron torturados, encarcelados, desterrados. Hablaba
entonces de las elecciones sin fraude, de esa posibilidad de ir aún más allá de
simples campañas propagandísticas, en las que la gente pudiera deliberar a
partir de sus propios problemas.
El sufragio en tanto que tal en el país ya es una
institución que cumple con los cánones internacionales, por muchas que hayan
sido las protestas de fraude, nadie ha podido en los últimos años dar pruebas
contundentes que esa práctica ha venido a empañar el proceso mismo. Siempre hubo sospechas y es
probable que cierto fraude hubo, pero nada que ver con la ausencia de
transparencia y de control que hubo durante décadas en el país. Pronto la gente
se fue desilusionando, el sufragio no era una garantía de cambios en las
condiciones de vida de los trabajadores, las promesas se desvanecían y todos
los partidos políticos se fueron conformando a los esquemas requeridos por este
tipo de democracia.
Durante años hubo la apariencia que los principales
partidos eran diametralmente distintos, con una ideología tan opuesta que se
volvió un estereotipo hablar de la polarización política, se llegó incluso a
decir que era esta misma polarización la que impedía al país avanzar en los
aspectos económicos y sociales. Esta apariencia sigue existiendo y los dos
partidos, tanto ARENA, como el FMLN, con sus declaraciones, con sus pleitos y
mutuos ataques se han esmerado en que esta apariencia cobre semblantes de
realidad. No se puede negar que entre ellos hay diferencias, pero estas no
atañen lo esencial, el modo de gobernar y sobre todo el afán por mantener
intacto el sistema capitalista reinante. Los intereses que los oponen son el
uso y el usufructo del maná del erario público.
Ambos partidos han construido durante estos años su
identidad propia a través de esta apariencia de polaridad, sus tropas por lo
esencial no tienen otro estandarte que el dedo acusador hacia el adversario.
Ambos partidos mantienen aquel dicho evangélico de “quien no está conmigo está
contra mí”. Claro, en el lenguaje político salvadoreño lo dicen de otra manera,
los del FMLN insisten en acusar de arenero todo aquel que pueda levantar una
crítica contra su partido y la dirección del partido. ARENA sigue acusando de
rojo o de rojo potencial aquel que pueda manifestar contra su política y sus
ideas. No obstante cuando se ha tratado de afirmar la defensa de los intereses
de la oligarquía han votado junto al partido de gobierno. El presidente Funes
pensó que iba a tener que recurrir exclusivamente a los votos de la derecha
para llevar adelante las últimas reformas liberales de su quinquenio. El FMLN
refunfuño un poco antes de votar, hizo algunos cambios de fachada a las leyes,
pero terminó votando esas leyes y decretos que han entregado a la avaricia
extranjera nuestros recursos naturales y las pocas empresas que todavía son
propiedad del Estado. No hay que olvidar que el partido de Saca también ha
votado estas leyes, con toda la polaridad centrista que reivindica ahora.
El partido de Saca y sus satélites también piden su tajada
de la aparente polarización, pues ahora el expresidente de ARENA se presenta
como un centrista y ya se olvidó que también fue a Izalco a cantar y proclamar
que nuestro país es la tumba de los rojos, que en definitiva también le ha
tocado votar con el FMLN y ARENA juntos. Muy astuto fue en no adherir a GANA,
pero a quién puede engañar ahora, bueno a Villalobos que le ha creído el cuento
de que es su doble el que fue presidente y que no tiene nada que ver con el que
entregó vacías las arcas del gobierno. Esa polaridad da para todo, para los
polos y para un centro que sabemos que es de derecha.
Esta situación no es exaltante. Esta situación no tiene
nada que ver con lo que ingenuamente algunos creímos estaba en potencia al
inicio del siglo. Lo que tenemos delante es un defraude de todas las esperanzas
y de todos los entusiasmos. En vez de una politización radical de los
trabajadores, tenemos ahora desganados espectadores de un circo en que los
payasos no hacer reír a nadie.
Ahora se nos presentan astutos “centristas” que desean
ocupar todo el espacio político, sirviéndose de la polarización como el maldito
cadejo negro y nocturno. No ofrecen nada, apenas zafarnos de la polarización,
es ese su programa. Y muchos oportunistas, exizquierdistas deambulan por ese
andén. Ya vimos a Dagoberto Gutiérrez pintando a un Saca antioligárquico,
simpático y jovial, hombre de diálogo, casi un santo de sus antiguas creencias.
Villalobos “teoriza” y quiere hacernos
olvidar que Saca pasó cinco años en el poder y es incapaz de mentarnos una sola
medida positiva que se merezca recordar.
Es este el panorama electoral actual. Es esta la
situación en la que nos invitan a que nos definamos por o contra de los
candidatos. El asunto es que ninguno ofrece realmente cambios, a lo sumo las
medidas sociales de Funes, los uniformes, los zapatos, los bolsones, el vaso de
leche son motivo de pleito, porque de manera torpe el candidato de ARENA dijo
que tal vez no iba a continuar con esas medidas populistas. Se retractó y como
no es muy astuto, a veces se le olvida. El movimiento UNIDAD, ese nombre es más
elegante que “amontonamiento” de oportunistas, dice que va a seguir con las
medidas y ya con eso les parece que le están tocando la cola al diablo. Los
efemelenistas hablan de profundizar los cambios emprendidos por Funes. Pero en
estos días se han ofuscado porque en el ISSS los médicos exigían que cumplieran
con lo convenido, aplicar el escalafón. Y protestaron contra la huelga, sacaron
a relucir los mismos argumentos de Calderón Sol, de Flores, de Altamirano, de
los Dutriz, de la ANEP cuando los mismos médicos manifestaban en las “marchas
blancas”. Los descalificaban oponiéndolos a otros trabajadores que por no estar
organizados no pueden protestar, no pueden luchar por sus intereses.
Entonces honestamente cabe preguntarse, ¿de qué sirve ir
a votar? ¿Vale la pena ir a las urnas a meter una papeleta? La que sea, aun
manchada para anularla, si no las cuentan. Me parece que lo mejor ahora es
volver la indignación de muchos en actos fundadores de un movimiento que se
oponga a este modo de hacer política. En actos fundadores de un nuevo
pensamiento, de nuevos modos de organizarse, volver a lo básico (organizarse, luchar, pelear por las
reivindicaciones más sentidas, por mejores condiciones de trabajo, por mejores
salarios, por condiciones de vivienda dignas, por un transporte digno de ese
nombre, etc.).
Ah caray!!
ResponderEliminarEsto es algo con lo que me siento más que identificado, algo que siempre he pensado y dicho. Gracias por ponerlo en palabras mucho más sabias que las mías, don Carlos.
Los puntos sobre las íes, como es debido. Gracias Carlos
ResponderEliminarExcelente artículo. educativo, muy actual y de mucha importancia, especialmente para todos los salvadoreños. En realidad podría decirse lo mismo de todo su blog. Un espacio en internet que leo desde hace ya mucho tiempo pero que hasta hoy me atrevo, de manera breve, a comentar. Tanto he leído su blog que creo hasta conocerlo personalmente y por eso le envié, hace solo unos momentos, una solicitud de amistad en Facebook, espero que la acepte. Saludos, amigo, desde Suecia. Guillermo Aguilar.
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