Hemos padecido hasta hoy una cultura del miedo, que nos ha sido inoculada por los regímenes oligárquicos, militares, casi fascistas, despóticos que han gobernado hasta hoy. Se trata de un perverso miedo del mañana. No hablo de ese mañana cotidiano al que teme toda madre que tiene que sustentar su hogar. No, hablo del miedo al mañana que nos metieron en las venas, que sobre nosotros caería, peor que las siete plagas de Egipto, la calamidad del comunismo. Ese miedo nos obligaba a preferir el estancamiento, quedarnos tal cual estábamos, no hacer nada que pudiera cambiar algo que provocara el cataclismo.
Hemos vivido buscando algún rinconcito, confortable o no, que nos cobijara y nos protegiera. Fuimos aceptando poco a poco que el futuro nos prodigaría más peligros que un presente oscuro y fangoso que se prolongara eternamente. Nos fuimos adaptando. Nos fueron domesticando a este miedo desde la infancia, en los hogares, en las escuelas, en las iglesias. Los medios dominantes, escritos, radiales y televisivos, nos chorreaban sus negros editoriales, sus noticias de sangre, nos pronosticaban que si la catástrofe llegaba, perderíamos nuestra identidad y nuestra libertad. Pero en medio de todo este miedo y de los frutos de esta cultura del miedo, ha ido brotando la esperanza. No obstante la esperanza era arrancada de tajo en masacres, asesinatos y torturas. Estos siniestros actos, se nos ha enseñado, fueron cometidos para preservarnos del comunismo. La cultura que nos domina es esa, hasta hoy, le tenemos un miedo atroz al comunismo.
Tan grande ha sido este miedo que durante décadas, en nuestro país, todo cambio era percibido como una cuesta abajo fatal que nos arrastraría irrevocablemente al comunismo infernal que nos destruiría las familias, nos pervertiría nuestras mujeres y nuestras hijas, nos arrancaría por la fuerza toda nuestra capacidad de libre arbitrio y nos hundiría en una miseria generalizada.
No obstante la esperanza volvía y volvía a aparecer. Pero era una esperanza apretada. Una esperanza que no podía abrir grandes sus pulmones y respirar a sus anchas. Esta esperanza ha crecido. Es una esperanza que ha dado como fruto un cambio en el panorama político nacional.
Cuentos y leyendas
Sin embargo antes de hablar del cambio, necesitamos saber exactamente cuál es el estado real en que nos encontramos. Puesto que esta cultura del miedo no ha sido estéril y la llevamos adentro de nosotros. Nuestra historia es una hilera de cuentos y leyendas. La identidad que nace de esa historia mentirosa nos declara mestizos de sangre y de cultura. Hay mucho que relativizar en todo esto, pero esta creencia está hondamente arraigada y ponerla en tela de juicio es blasfemar y herir nuestro amor propio. Quiero tener el coraje de hacerlo. Quiero poner en tela de juicio la verdad de la historia que nos han contado y la identidad que de ella resulta. Es por eso que reivindico como primera urgencia la creación de una escuela de historia nacional. No se trata de algo secundario. La historia nacional es un terreno de lucha entre las fuerzas que nos sometieron a las actuales tinieblas sobre nosotros mismos y las fuerzas que pugnan por surgir a la luz de la vida nacional. Tenemos una historia oficial. Tal vez sea más exacto decir que tenemos dos historias oficiales. Pues es menester que lo digamos: existe al lado, en lucha, envuelta y revuelta con la historia oficial que impuso el Estado, otra, que viene de las fuerzas que se opusieron al régimen, una historia de izquierda. Personalmente en casi todo comulgo con esta segunda historia oficial. No obstante tenemos que ser consecuentes con nosotros mismos y decirnos la verdad en la cara, también esta historia está llena de cuentos y leyendas y también ha construido una identidad nacional, de menos peso, minoritaria, pero también muy patoja como la otra. Tenemos asimismo que ponerla en entredicho. Creo que la base para una cultura nueva es el conocimiento profundo de quienes somos. Es por ello que es imperioso fundar una escuela de historia nacional. Una escuela que no tenga como objetivo suplantar las historias oficiales de ahora por otra historia oficial y de Estado. Esto sería lo peor que pudiera ocurrirnos.
No vamos a esperar que se erija la escuela de historia nacional y que de ella comiencen a salir monografías y ensayos para saber que tareas culturales tenemos ahora, de inmediato y urgentes. Una tarea primordial es tener siempre presente que un borrón y cuenta nueva es imposible. Estamos en la obligación de saber que la cultura del miedo (no sólo el miedo al comunismo) no va a desaparecer por sí misma y por obra de encantamiento. Lo que viene es una lucha intensa, lucha contra nosotros mismos pues somos los portadores conscientes o inconscientes de esa cultura. Esta cultura nos ha vuelto timoratos, nos ha rellenado de complejos y nos ha acostumbrado a tener ambiciones truncas.
Un Ministerio de la Cultura
Tampoco es asunto de pensar que todo ha sido negro en nuestro pasado y que no existen cimientos desde ahora para ir construyendo el futuro de horizontes abiertos. Sabemos que la realidad, nuestra realidad, es compleja, que en medio de nuestra miseria han crecido talentos y creadores de los que podemos estar orgullosos. No voy a citar a nadie, cada uno de nosotros puede poner nombres en el campo de su predilección. No obstante sabemos que nuestro país no les ha ofrecido el terreno propicio para su entero esparcimiento. Hemos vivido encerrados, enfrentados a un muro de múltiples imposibles. No podía ser de otro modo. La base material de nuestras actividades es precaria, nos faltan infraestructuras, no tenemos escuelas de calidad, no tenemos conservatorios, ni escuelas de bellas artes, archivos, bibliotecas, librerías, etc. Nos faltan imprentas y una distribución eficaz. Pero sobre todo tenemos un bajo nivel generalizado en las cuestiones culturales. La producción artística no se cumple si no tiene un público (en número y calidad) capaz de apropiarse de ella.
Pero el cambio en este terreno no vendrá exclusivamente de la actividad del nuevo gobierno. Sería de parte de nuestros creadores ilusorio, incluso suicida, si pensaran que todo depende de un futuro Ministerio de la Cultura y de las infraestructuras que pueda construir el gobierno. No niego que sea necesario un aumento substancial en el presupuesto de la nación para el rubro cultural y que el gobierno tenga su propia política cultural. Pero en esto es necesario que nos detengamos un momento.
El primer cambio del que tenemos que hablar, aunque esto parezca paradójico frente a las amenazas en las que hemos vivido envueltos, es de la libertad, que nos auguraban perderíamos si había un cambio de gobierno. Tenemos que apoderarnos del cambio para gozar de toda la libertad que se nos ofrece. Pero para ello es necesario que los vectores de la libertad sean los intelectuales que se sienten implicados en la causa popular. ¿Qué significa esto? En primer lugar que el cambio no puede ser considerado como la oportunidad para una revancha en contra de los enemigos de ayer. No se trata de implantar el mismo criterio de preferencias que se ha practicado hasta ahora, cambiando apenas de camarillas y de amiguismos. Lo que urge el país es de una política que le permita a todo creador, a todo artista la posibilidad de expresarse y poner ante un público renovado los frutos de su creación.
La libertad de creación ha sido siempre la piedra angular de las aspiraciones de los artistas. Esta libertad ha sido coartada. En el pasado hubo persecución contra ciertos artistas. Contra otros se ha practicado cierto ostracismo. A esto podemos sumarle los estragos que en nosotros ha causado la cultura del miedo en la que hemos vivido. Entonces la libertad tenemos que conquistarla en nosotros mismos y en la actividad creadora. Pero se trata de una libertad para todos. De lo contrario no es libertad.
La libertad no baja del Olimpo
Al mismo tiempo tenemos que estar precavidos ante el riesgo, siempre posible, siempre latente, de que surja una política cultural oficial del Estado o del partido. Contra esto hay un solo antídoto: el alto nivel de responsabilidad personal y colectiva de todos los artistas, de todos los intelectuales. Al hablar de una política cultural oficial del Estado y del partido no me refiero a que el gobierno decida sus propias prioridades y sus propios programas. Es posible que una de las primeras medidas que tome el gobierno sea la de introducir en la enseñanza primaria y secundaria clases artísticas o secciones de aprendizaje artístico. Esto también es parte de su política general. Ahora bien, el contenido no puede ser establecido por un grupo de expertos sin consultar con nadie, sin tomar en cuenta la opinión de los artistas, de los padres de familia, de los profesores, etc. Este es un ejemplo. La cultura oficial a la que debemos rehuir es la que impone contenidos y decreta las formas admitidas. La que juzga qué se puede decir y qué no puede ser abordado. La que impone censuras. Pero esta actitud no es obligatorio que venga del partido en tanto que tal, puede también surgir entre los mismos artistas.
La libertad no es un ente que baja del Olimpo. La libertad se conquista, se construye y se cultiva. Para ello es necesario que adquiramos un tipo de cultura a la que se le ha puesto un nombre: la cultura del debate. No vamos a negarlo, hemos padecido un eterno diálogo de sordos. Durante décadas podemos afirmarlo, lo que tuvimos ni siquiera fue eso, sino que un monólogo prepotente y dominador. El diálogo de sordos es un avatar del monólogo que las clases dominantes le impusieron a toda la nación. Por el momento este monólogo aún no termina, sigue con su adormecedor ronrón. No obstante para conquistar la libertad debemos oponerle la posibilidad de que exista en el país el pluralismo ideológico. La derecha tiene sus medios y su ideología sigue siendo dominante en nuestro país. Esta ideología nunca ha sido reprimida, ni acallada, en realidad, lo repito, la llevamos adentro de nosotros mismos. Lo que se trata es de abrir campos y espacios para otras opiniones y abrir nuestros oídos de manera atenta. El pluralismo para que exista urge del debate. Hagamos que ambos existan.
Al mismo tiempo no crean que estoy proponiendo un eclecticismo edificante e hipócrita. Al contrario hablo de debate, lo que significa sobre todo una lucha de ideas, en la que las armas deben ser exclusivamente los argumentos. Esto no ha existido en el país. Ciertas ideas no han sido enfrentadas, se les ha impuesto la mordaza, se les ha descalificado, se les han cerrado las puertas. En los últimos años no hubo ni destierros, ni cárcel, ni muerte por las ideas políticas. Es cierto que hubo presos políticos, acusados de terrorismo. Pero de manera general la represión que se ha padecido en los últimos tiempos no ha sido ni de lejos como la sufrimos en décadas anteriores. Pero esta ausencia de represión no ha significado en nada apertura alguna. Creo que no vale la pena dar ejemplos. La violencia de la campaña electoral, la propaganda sucia, todavía están presentes en nuestras mentes. Se trata pues de instaurar otro ambiente. Se trata pues de otra cultura. Debemos salir de la cultura de la negación del otro, de la prepotencia, de la violencia verbal. Esto debemos de construirlo. Esto no será muy sencillo. Toda nuestra historia está llena de violencias, es lo que ha caracterizado nuestra vida civil.
Límites y perspectivas
Por último quiero terminar estas escasas reflexiones refiriéndome a un punto crucial e insoslayable. Tengo algunos reparos al respecto. Se trata del papel que tiene que jugar en la construcción de la nueva cultura y de la libertad futura, el partido ahora en el poder, el FMLN. Mis prevenciones son varias, no soy miembro del Frente, mi simpatía de manera general la tiene adquirida. Lo que conozco ahora de la vida interna del partido es lo que me confían algunos de sus miembros y de lo que se puede deducir a partir de su práctica pública y las posiciones, declaraciones y campañas políticas. Al mismo tiempo creo que muchos se han dado cuenta que tengo divergencias, no las he ocultado en mis artículos. Pero al mismo tiempo me he cuidado de no intervenir en los debates internos. Recientemente he opinado sobre su funcionamiento interno y lo he hecho corriendo el riesgo de que se me diga que no estoy en mi derecho al hacerlo. Es cierto que el funcionamiento interno le incumbe en primer lugar a los militantes, a sus miembros. Mi opinión es pues externa. No obstante existen temas que nos pertenecen a todos. El FMLN es el partido en el poder y su papel se ha invertido. Por primera vez en la historia habrá ministros rojos. Uso este adjetivo pues en el país es el que se ha impuesto, con todas las connotaciones que arrastra.
Su actividad en el gobierno va a ser juzgada prioritariamente a partir de los prejuicios que durante tantos años nos han inculcado a los salvadoreños, el FMLN representa en El Salvador a la ideología comunista. Esto entraña una doble espectativa. Se quiera o no, muchos piensan tal vez que los frentistas buscarán fundar una dictadura comunista con todos los fantasmas que han circulado y siguen propagando los órganos de prensa de la derecha. Otros, ahora la mayoría, esperan que el Frente cambie las condiciones materiales de vida. Tal vez algunos piensen que el FMLN tratará de ir poniendo las bases para la creación futura de la sociedad socialista. Ambas espectativas se fundan en ilusiones y fantasmas creados por la propaganda de la derecha. El Frente dentro de su estrategia a corto y medio plazo no se plantea tales objetivos. Me refiero a los objetivos socialistas.
No obstante debemos saber que nos encontramos en una encrucijada de nuestra historia en la que se decidirá nuestro futuro en tanto que nación. Nunca antes hemos tenido la posibilidad de crear las condiciones para un cambio social transformador. Esto no incumbe pues solamente al partido político que asumirá el poder el primero de junio. Nos corresponde a todos.
Entramos en un período en que nuestra inventiva será puesta a prueba y también nuestra implicación con el proceso que se va a desatar desde el primero de junio. Sabemos que la crisis está golpeando duramente a nuestro país a pesar de todas las denegaciones de Saca al respecto. Sabemos que ARENA deja una economía exangüe y las arcas casi vacías. Somos un país endeudado. Ahora nos daremos mejor cuenta de lo que significa concretamente ser un país subdesarrollado y de economía dependiente. Desde este punto de vista muchas de nuestras esperanzas van a toparse con esta cruda realidad. Esto significa que el carácter de nuestras tareas cambia.
Frente al mundo estancado que nos ofrecía la cultura del miedo, la perspectiva de perennizar el amurallado presente, no nos costaba mucho protestar, oponernos, denunciar la situación, tratar de sembrar la esperanza. Ahora debemos aprender a ser distintos, nuestra creatividad realmente tiene que buscar su campo. Lo que nos exige la nueva situación es inventar nuevas formas, nuevos contenidos a nuestra labor. Nuestra tarea primordial es esta. Esto supone la necesidad para nuestro pueblo de conquistar espacios para expresar sus necesidades, para apoderarse de todo aquello que le fue negado. Nuestro destino no podemos ponerlo en las manos de ningún gobierno, nuestro destino depende de nosotros, de todos nosotros. El gobierno puede ser nuestro punto de apoyo, pero nunca será la fuente de todas las soluciones. Las soluciones serán comunes, de los comprometidos con su partido y los que no tenemos partido. Que nos quede claro, todo está por construir, nueva nación y nueva cultura.
Hemos vivido buscando algún rinconcito, confortable o no, que nos cobijara y nos protegiera. Fuimos aceptando poco a poco que el futuro nos prodigaría más peligros que un presente oscuro y fangoso que se prolongara eternamente. Nos fuimos adaptando. Nos fueron domesticando a este miedo desde la infancia, en los hogares, en las escuelas, en las iglesias. Los medios dominantes, escritos, radiales y televisivos, nos chorreaban sus negros editoriales, sus noticias de sangre, nos pronosticaban que si la catástrofe llegaba, perderíamos nuestra identidad y nuestra libertad. Pero en medio de todo este miedo y de los frutos de esta cultura del miedo, ha ido brotando la esperanza. No obstante la esperanza era arrancada de tajo en masacres, asesinatos y torturas. Estos siniestros actos, se nos ha enseñado, fueron cometidos para preservarnos del comunismo. La cultura que nos domina es esa, hasta hoy, le tenemos un miedo atroz al comunismo.
Tan grande ha sido este miedo que durante décadas, en nuestro país, todo cambio era percibido como una cuesta abajo fatal que nos arrastraría irrevocablemente al comunismo infernal que nos destruiría las familias, nos pervertiría nuestras mujeres y nuestras hijas, nos arrancaría por la fuerza toda nuestra capacidad de libre arbitrio y nos hundiría en una miseria generalizada.
No obstante la esperanza volvía y volvía a aparecer. Pero era una esperanza apretada. Una esperanza que no podía abrir grandes sus pulmones y respirar a sus anchas. Esta esperanza ha crecido. Es una esperanza que ha dado como fruto un cambio en el panorama político nacional.
Cuentos y leyendas
Sin embargo antes de hablar del cambio, necesitamos saber exactamente cuál es el estado real en que nos encontramos. Puesto que esta cultura del miedo no ha sido estéril y la llevamos adentro de nosotros. Nuestra historia es una hilera de cuentos y leyendas. La identidad que nace de esa historia mentirosa nos declara mestizos de sangre y de cultura. Hay mucho que relativizar en todo esto, pero esta creencia está hondamente arraigada y ponerla en tela de juicio es blasfemar y herir nuestro amor propio. Quiero tener el coraje de hacerlo. Quiero poner en tela de juicio la verdad de la historia que nos han contado y la identidad que de ella resulta. Es por eso que reivindico como primera urgencia la creación de una escuela de historia nacional. No se trata de algo secundario. La historia nacional es un terreno de lucha entre las fuerzas que nos sometieron a las actuales tinieblas sobre nosotros mismos y las fuerzas que pugnan por surgir a la luz de la vida nacional. Tenemos una historia oficial. Tal vez sea más exacto decir que tenemos dos historias oficiales. Pues es menester que lo digamos: existe al lado, en lucha, envuelta y revuelta con la historia oficial que impuso el Estado, otra, que viene de las fuerzas que se opusieron al régimen, una historia de izquierda. Personalmente en casi todo comulgo con esta segunda historia oficial. No obstante tenemos que ser consecuentes con nosotros mismos y decirnos la verdad en la cara, también esta historia está llena de cuentos y leyendas y también ha construido una identidad nacional, de menos peso, minoritaria, pero también muy patoja como la otra. Tenemos asimismo que ponerla en entredicho. Creo que la base para una cultura nueva es el conocimiento profundo de quienes somos. Es por ello que es imperioso fundar una escuela de historia nacional. Una escuela que no tenga como objetivo suplantar las historias oficiales de ahora por otra historia oficial y de Estado. Esto sería lo peor que pudiera ocurrirnos.
No vamos a esperar que se erija la escuela de historia nacional y que de ella comiencen a salir monografías y ensayos para saber que tareas culturales tenemos ahora, de inmediato y urgentes. Una tarea primordial es tener siempre presente que un borrón y cuenta nueva es imposible. Estamos en la obligación de saber que la cultura del miedo (no sólo el miedo al comunismo) no va a desaparecer por sí misma y por obra de encantamiento. Lo que viene es una lucha intensa, lucha contra nosotros mismos pues somos los portadores conscientes o inconscientes de esa cultura. Esta cultura nos ha vuelto timoratos, nos ha rellenado de complejos y nos ha acostumbrado a tener ambiciones truncas.
Un Ministerio de la Cultura
Tampoco es asunto de pensar que todo ha sido negro en nuestro pasado y que no existen cimientos desde ahora para ir construyendo el futuro de horizontes abiertos. Sabemos que la realidad, nuestra realidad, es compleja, que en medio de nuestra miseria han crecido talentos y creadores de los que podemos estar orgullosos. No voy a citar a nadie, cada uno de nosotros puede poner nombres en el campo de su predilección. No obstante sabemos que nuestro país no les ha ofrecido el terreno propicio para su entero esparcimiento. Hemos vivido encerrados, enfrentados a un muro de múltiples imposibles. No podía ser de otro modo. La base material de nuestras actividades es precaria, nos faltan infraestructuras, no tenemos escuelas de calidad, no tenemos conservatorios, ni escuelas de bellas artes, archivos, bibliotecas, librerías, etc. Nos faltan imprentas y una distribución eficaz. Pero sobre todo tenemos un bajo nivel generalizado en las cuestiones culturales. La producción artística no se cumple si no tiene un público (en número y calidad) capaz de apropiarse de ella.
Pero el cambio en este terreno no vendrá exclusivamente de la actividad del nuevo gobierno. Sería de parte de nuestros creadores ilusorio, incluso suicida, si pensaran que todo depende de un futuro Ministerio de la Cultura y de las infraestructuras que pueda construir el gobierno. No niego que sea necesario un aumento substancial en el presupuesto de la nación para el rubro cultural y que el gobierno tenga su propia política cultural. Pero en esto es necesario que nos detengamos un momento.
El primer cambio del que tenemos que hablar, aunque esto parezca paradójico frente a las amenazas en las que hemos vivido envueltos, es de la libertad, que nos auguraban perderíamos si había un cambio de gobierno. Tenemos que apoderarnos del cambio para gozar de toda la libertad que se nos ofrece. Pero para ello es necesario que los vectores de la libertad sean los intelectuales que se sienten implicados en la causa popular. ¿Qué significa esto? En primer lugar que el cambio no puede ser considerado como la oportunidad para una revancha en contra de los enemigos de ayer. No se trata de implantar el mismo criterio de preferencias que se ha practicado hasta ahora, cambiando apenas de camarillas y de amiguismos. Lo que urge el país es de una política que le permita a todo creador, a todo artista la posibilidad de expresarse y poner ante un público renovado los frutos de su creación.
La libertad de creación ha sido siempre la piedra angular de las aspiraciones de los artistas. Esta libertad ha sido coartada. En el pasado hubo persecución contra ciertos artistas. Contra otros se ha practicado cierto ostracismo. A esto podemos sumarle los estragos que en nosotros ha causado la cultura del miedo en la que hemos vivido. Entonces la libertad tenemos que conquistarla en nosotros mismos y en la actividad creadora. Pero se trata de una libertad para todos. De lo contrario no es libertad.
La libertad no baja del Olimpo
Al mismo tiempo tenemos que estar precavidos ante el riesgo, siempre posible, siempre latente, de que surja una política cultural oficial del Estado o del partido. Contra esto hay un solo antídoto: el alto nivel de responsabilidad personal y colectiva de todos los artistas, de todos los intelectuales. Al hablar de una política cultural oficial del Estado y del partido no me refiero a que el gobierno decida sus propias prioridades y sus propios programas. Es posible que una de las primeras medidas que tome el gobierno sea la de introducir en la enseñanza primaria y secundaria clases artísticas o secciones de aprendizaje artístico. Esto también es parte de su política general. Ahora bien, el contenido no puede ser establecido por un grupo de expertos sin consultar con nadie, sin tomar en cuenta la opinión de los artistas, de los padres de familia, de los profesores, etc. Este es un ejemplo. La cultura oficial a la que debemos rehuir es la que impone contenidos y decreta las formas admitidas. La que juzga qué se puede decir y qué no puede ser abordado. La que impone censuras. Pero esta actitud no es obligatorio que venga del partido en tanto que tal, puede también surgir entre los mismos artistas.
La libertad no es un ente que baja del Olimpo. La libertad se conquista, se construye y se cultiva. Para ello es necesario que adquiramos un tipo de cultura a la que se le ha puesto un nombre: la cultura del debate. No vamos a negarlo, hemos padecido un eterno diálogo de sordos. Durante décadas podemos afirmarlo, lo que tuvimos ni siquiera fue eso, sino que un monólogo prepotente y dominador. El diálogo de sordos es un avatar del monólogo que las clases dominantes le impusieron a toda la nación. Por el momento este monólogo aún no termina, sigue con su adormecedor ronrón. No obstante para conquistar la libertad debemos oponerle la posibilidad de que exista en el país el pluralismo ideológico. La derecha tiene sus medios y su ideología sigue siendo dominante en nuestro país. Esta ideología nunca ha sido reprimida, ni acallada, en realidad, lo repito, la llevamos adentro de nosotros mismos. Lo que se trata es de abrir campos y espacios para otras opiniones y abrir nuestros oídos de manera atenta. El pluralismo para que exista urge del debate. Hagamos que ambos existan.
Al mismo tiempo no crean que estoy proponiendo un eclecticismo edificante e hipócrita. Al contrario hablo de debate, lo que significa sobre todo una lucha de ideas, en la que las armas deben ser exclusivamente los argumentos. Esto no ha existido en el país. Ciertas ideas no han sido enfrentadas, se les ha impuesto la mordaza, se les ha descalificado, se les han cerrado las puertas. En los últimos años no hubo ni destierros, ni cárcel, ni muerte por las ideas políticas. Es cierto que hubo presos políticos, acusados de terrorismo. Pero de manera general la represión que se ha padecido en los últimos tiempos no ha sido ni de lejos como la sufrimos en décadas anteriores. Pero esta ausencia de represión no ha significado en nada apertura alguna. Creo que no vale la pena dar ejemplos. La violencia de la campaña electoral, la propaganda sucia, todavía están presentes en nuestras mentes. Se trata pues de instaurar otro ambiente. Se trata pues de otra cultura. Debemos salir de la cultura de la negación del otro, de la prepotencia, de la violencia verbal. Esto debemos de construirlo. Esto no será muy sencillo. Toda nuestra historia está llena de violencias, es lo que ha caracterizado nuestra vida civil.
Límites y perspectivas
Por último quiero terminar estas escasas reflexiones refiriéndome a un punto crucial e insoslayable. Tengo algunos reparos al respecto. Se trata del papel que tiene que jugar en la construcción de la nueva cultura y de la libertad futura, el partido ahora en el poder, el FMLN. Mis prevenciones son varias, no soy miembro del Frente, mi simpatía de manera general la tiene adquirida. Lo que conozco ahora de la vida interna del partido es lo que me confían algunos de sus miembros y de lo que se puede deducir a partir de su práctica pública y las posiciones, declaraciones y campañas políticas. Al mismo tiempo creo que muchos se han dado cuenta que tengo divergencias, no las he ocultado en mis artículos. Pero al mismo tiempo me he cuidado de no intervenir en los debates internos. Recientemente he opinado sobre su funcionamiento interno y lo he hecho corriendo el riesgo de que se me diga que no estoy en mi derecho al hacerlo. Es cierto que el funcionamiento interno le incumbe en primer lugar a los militantes, a sus miembros. Mi opinión es pues externa. No obstante existen temas que nos pertenecen a todos. El FMLN es el partido en el poder y su papel se ha invertido. Por primera vez en la historia habrá ministros rojos. Uso este adjetivo pues en el país es el que se ha impuesto, con todas las connotaciones que arrastra.
Su actividad en el gobierno va a ser juzgada prioritariamente a partir de los prejuicios que durante tantos años nos han inculcado a los salvadoreños, el FMLN representa en El Salvador a la ideología comunista. Esto entraña una doble espectativa. Se quiera o no, muchos piensan tal vez que los frentistas buscarán fundar una dictadura comunista con todos los fantasmas que han circulado y siguen propagando los órganos de prensa de la derecha. Otros, ahora la mayoría, esperan que el Frente cambie las condiciones materiales de vida. Tal vez algunos piensen que el FMLN tratará de ir poniendo las bases para la creación futura de la sociedad socialista. Ambas espectativas se fundan en ilusiones y fantasmas creados por la propaganda de la derecha. El Frente dentro de su estrategia a corto y medio plazo no se plantea tales objetivos. Me refiero a los objetivos socialistas.
No obstante debemos saber que nos encontramos en una encrucijada de nuestra historia en la que se decidirá nuestro futuro en tanto que nación. Nunca antes hemos tenido la posibilidad de crear las condiciones para un cambio social transformador. Esto no incumbe pues solamente al partido político que asumirá el poder el primero de junio. Nos corresponde a todos.
Entramos en un período en que nuestra inventiva será puesta a prueba y también nuestra implicación con el proceso que se va a desatar desde el primero de junio. Sabemos que la crisis está golpeando duramente a nuestro país a pesar de todas las denegaciones de Saca al respecto. Sabemos que ARENA deja una economía exangüe y las arcas casi vacías. Somos un país endeudado. Ahora nos daremos mejor cuenta de lo que significa concretamente ser un país subdesarrollado y de economía dependiente. Desde este punto de vista muchas de nuestras esperanzas van a toparse con esta cruda realidad. Esto significa que el carácter de nuestras tareas cambia.
Frente al mundo estancado que nos ofrecía la cultura del miedo, la perspectiva de perennizar el amurallado presente, no nos costaba mucho protestar, oponernos, denunciar la situación, tratar de sembrar la esperanza. Ahora debemos aprender a ser distintos, nuestra creatividad realmente tiene que buscar su campo. Lo que nos exige la nueva situación es inventar nuevas formas, nuevos contenidos a nuestra labor. Nuestra tarea primordial es esta. Esto supone la necesidad para nuestro pueblo de conquistar espacios para expresar sus necesidades, para apoderarse de todo aquello que le fue negado. Nuestro destino no podemos ponerlo en las manos de ningún gobierno, nuestro destino depende de nosotros, de todos nosotros. El gobierno puede ser nuestro punto de apoyo, pero nunca será la fuente de todas las soluciones. Las soluciones serán comunes, de los comprometidos con su partido y los que no tenemos partido. Que nos quede claro, todo está por construir, nueva nación y nueva cultura.
Apreciable don Carlos:
ResponderEliminarComo usted sabe, en El Salvador la palabra comunismo tiene una connotación muy especial, comunismo, entre otras cosas quiere decir el levantamiento campesino del 32, entendido éste según la versión oficial que ha sido plasmada como “las hordas comunistas violadoras de mujeres, asesinas de infantes y ancianos”, nunca se ha dicho, por lo menos oficialmente, que el levantamiento tuvo su origen en la inhumana condición en que “vivían” los campesinos con salario diario de 12 ½ centavos (un real). Ha sido hasta recientemente que mediante investigaciones socio económicas realizados por estudiantes de la UCA con el propósito de elaborar tesis de graduación que se ha conocido sobre estos detalles. Es también digno de mención el libro “Matanza”, de Thomas Anderson, investigador estadunidense que cuenta con excelente bibliografía.”
Pero sin lugar a dudas, la tesis oficial de los acontecimientos del 32 presentada como un levantamiento comunista no habría calado en la mentalidad salvadoreña si fuéramos un pueblo educado, un pueblo conocedor de su historia, un pueblo con vocación investigadora. Se vuelve imperativo trabajar en las líneas que usted propone, rescatando nuestra historia del olvido en que se encuentra a fin de llegar a conocernos a nosotros mismos, a fin de definir nuestra identidad. Necesitamos adquirir la capacidad de dialogar a fin de explorar nuevos y diferentes puntos de vista y como usted muy bien lo dice al cierre de su ensayo, “Que nos quede claro, todo está por construir, nueva nación y nueva cultura”.
Gracias por su ensayo don Carlos y que sus palabras encuentren el eco que se merecen,
Atentamente
Kijo-t