Federico García Lorca en Radio Tropical
Por Carlos Abrego
Fue a mediados de los años cincuenta. No recuerdo si ya eran tiempos de Lemus o todavía los de Osorio. Probablemente ya eran los de Chema Lemus, por la nitidez de mi recuerdo. Por las noches a eso de las diez, en la YSDR, “Radio Tropical” —en la que un bayunco comenzó a decir que transmitían desde la capital del mundo y la sucursal del cielo— obedeciendo la iniciativa de uno de los empleados nocturnos, le dedicaban media hora a la poesía. Un locutor recitaba poemas según una selección elaborada muy improvisadamente y era amenizada con la música que se le antojaba al técnico. Una vez, no recuerdo muy bien si fue mi hermano Jorgi u otro del grupo de cipotes del INSA, le pidió a Fito Magaña (el locutor) que se leyera poemas de Federico García Lorca. Todos lo conocíamos, de nombre, al poeta andaluz, era inmensa la fama que tenía. No creo que supiéramos de su trágico fin.
No sé como fue, tal vez por lo insólito del pedido, quién sabe por qué descuido Omar González (gerente de la radio) le prestó un ejemplar del Romancero Gitano a Fito. Digo que quizá fuera por descuido, pues Omar González nunca prestaba libros. En un estante de su biblioteca un letrero rezaba: “Al que presta un libro hay que cortale la mano derecha. Y al que lo devuelve, las dos”. Con esta lúgubre sentencia volvía añicos la jurada promesa de “te lo devuelvo mañana, por mi madre”. En todo caso, el libro llegó al estudio de la radio Tropical, escoltado por la cipotada.
En mi manual de Gramática
Ignoro quién fue el que hizo la selección, Fito leyó tres poemas. Es aquí cuando mi recuerdo se vuelve nítido. Algunos de los cipotes tal vez sospechaban el sesgo subversivo que iba a tomar el asunto. La emoción se expresaba gravemente en sus caras. Me contagiaron y me puse a esperar ansiosamente el momento en que Lito anunciara los poemas que iba a leer. Como siempre temí que en el último instante el gerente iba a llegar a tiempo e impediría la lectura de los poemas de García Lorca. La radio ya había sido amenazada de cierre por los comentarios políticos que leía Omar González después del noticiero del mediodía. Mi padre sospechaba que quien los redactaba era nuestro poeta santaneco Pedro Geoffroy Rivas, recién vuelto de su exilio mexicano. Ya no queda nadie que pueda ahora sacarme de esa duda. Entonces me parecía demencia que alguien pudiera leer con tanta convicción lo escrito por otra persona.
Llegó la hora. El piano suave llenó la noche de cándidas notas. Nuestra expectativa estaba en su cima. Mi corazón dio un vueltegato cuando Fito pronunció versos tan conocidos por mí, pues venían estampados en mi manual de Lengua Española como ejemplos de una figura del lenguaje:
“Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.”
Pero esos eran los únicos versos que conocía, el resto del poema lo fui descubriendo con sorpresa y un regocijo intenso. Por supuesto que mi regocijo no cuajaba con la triste leyenda de los jitanos de Jerez de la Frontera. La melodía del poema me embrujaba, las imágenes muy vagamente tocaban mi “joven y desnuda imaginación...”. Una imagen, no obstante, como hierro a rojo vivo vino a clavarse en mi memoria:
“Los relojes se pararon,
y el coñac de las botellas
se disfrazó de noviembre
para no infundir sospechas.”
La guitarra le abrió profundas heridas a la noche. Le aplaudimos a Fito, que satisfecho estiró largos sus ralos bigotes, mostrando su maciza dentadura en agradecida sonrisa. Aclaró su voz y bebió un sorbo de agua fría. Nosotros empezamos a admirar a Fito, la guardia civil quedaba muy mal parada en el poema y aunque fuera española, sabíamos instintivamente que nuestros guardias apreciarían mal, como una ofensa, el poema lorquiano. Esperábamos que estuvieran todos bebiendo limonada... en vez de escuchar los poemas leídos por Fito Magaña.
Silencio inquieto y juvenil
Luego vino el turno de Preciosa que la vi huir del viento y quedé enamorado para siempre de la gitana que no se bebió la ginebra de los ingleses. El sonsonete de su “luna de pergamino” me resuena grácil en mis oídos. Mil veces he leído y releído ese romance que me suena a salmo.
Volvió la música y la alegre sonrisa de Fito y nuestros aplausos fueron nutridos. El “Gordo” (que me perdone, pero ahora se me escapa su nombre) puso un paso doble que juzgó acorde con el poema.
Sentí que el próximo poema era el más esperado, el silencio de los muchachos de la nocturna del INSA era inquieto, tembloroso, juvenil. La voz de Fito se hizo ronca cuando pronunció el título: “La casada infiel”. Mi hermano Jorgi echó una mirada arrepentida en mi dirección, tal vez quería taparme los oídos, yo era el menor de todos. Mis oídos eran castos y supe entender apenas lo estricto necesario para que los amigos de mi hermano no se rieran de mí cuando saliéramos del estudio de la radio. Pero nadie me hizo caso, ni me interrogaron. A mi entender de hoy y quién sabe, también del de entonces, la lectura de Fito no fue muy acertada, lo declamó ampulosamente, poniendo más empeño en seguir el ritmo musical y no se acopló a la sensualidad del poema. Es un poema muy difícil de declamar, desde el principio, ¿cómo entonar ese “y casi por compromiso”? Pero esto es ya de otro costal. Lo que pasó luego, al día siguiente es lo que quería contar, es lo que me ha perseguido como un estigma de nuestro triste sino, como una lacra.
El crimen fue de madrugada
Lo supimos de manera diferida. La Guardia Nacional no reaccionó, tal vez la limonada estaba sabrosa. Fueron las beatas las que alertaron al obispo y este al jefe de la policía. El adulterio es un pecado mortal y era inadmisible que se leyeran poemas tan depravados, tan contrarios a nuestra fe cristiana. Además se sabía que el poeta era un “rojo”, enemigo de la democracia occidental y de todos nuestros valores. No sé si ya entonces se hablaba de valores judeo-cristianos, creo que no, la Iglesia todavía acusaba a los judíos de deicidio. En todo caso, durante buen tiempo dos agentes (dos chontes) se venían a parar a la entrada de la radio, tal vez con la instrucción de no dejar entrar “ideas contrarias a la democracia...”.
Fue después que supe que Federico García Lorca fue asesinado en su Granada, una madrugada, por las fuerzas franquistas, que recibieron durante la guerra civil española, la ayuda de la Alemania Nazi y de la Italia fascista.
Según algunos historiadores lorquianos ahora se sabe que fue en la madrugada del 19 de agosto de 1936 que fascistas españoles le dieron muerte al poeta andaluz. Con este recuerdo infantil y personal quiero rendirle homenaje.
Por Carlos Abrego
Fue a mediados de los años cincuenta. No recuerdo si ya eran tiempos de Lemus o todavía los de Osorio. Probablemente ya eran los de Chema Lemus, por la nitidez de mi recuerdo. Por las noches a eso de las diez, en la YSDR, “Radio Tropical” —en la que un bayunco comenzó a decir que transmitían desde la capital del mundo y la sucursal del cielo— obedeciendo la iniciativa de uno de los empleados nocturnos, le dedicaban media hora a la poesía. Un locutor recitaba poemas según una selección elaborada muy improvisadamente y era amenizada con la música que se le antojaba al técnico. Una vez, no recuerdo muy bien si fue mi hermano Jorgi u otro del grupo de cipotes del INSA, le pidió a Fito Magaña (el locutor) que se leyera poemas de Federico García Lorca. Todos lo conocíamos, de nombre, al poeta andaluz, era inmensa la fama que tenía. No creo que supiéramos de su trágico fin.
No sé como fue, tal vez por lo insólito del pedido, quién sabe por qué descuido Omar González (gerente de la radio) le prestó un ejemplar del Romancero Gitano a Fito. Digo que quizá fuera por descuido, pues Omar González nunca prestaba libros. En un estante de su biblioteca un letrero rezaba: “Al que presta un libro hay que cortale la mano derecha. Y al que lo devuelve, las dos”. Con esta lúgubre sentencia volvía añicos la jurada promesa de “te lo devuelvo mañana, por mi madre”. En todo caso, el libro llegó al estudio de la radio Tropical, escoltado por la cipotada.
En mi manual de Gramática
Ignoro quién fue el que hizo la selección, Fito leyó tres poemas. Es aquí cuando mi recuerdo se vuelve nítido. Algunos de los cipotes tal vez sospechaban el sesgo subversivo que iba a tomar el asunto. La emoción se expresaba gravemente en sus caras. Me contagiaron y me puse a esperar ansiosamente el momento en que Lito anunciara los poemas que iba a leer. Como siempre temí que en el último instante el gerente iba a llegar a tiempo e impediría la lectura de los poemas de García Lorca. La radio ya había sido amenazada de cierre por los comentarios políticos que leía Omar González después del noticiero del mediodía. Mi padre sospechaba que quien los redactaba era nuestro poeta santaneco Pedro Geoffroy Rivas, recién vuelto de su exilio mexicano. Ya no queda nadie que pueda ahora sacarme de esa duda. Entonces me parecía demencia que alguien pudiera leer con tanta convicción lo escrito por otra persona.
Llegó la hora. El piano suave llenó la noche de cándidas notas. Nuestra expectativa estaba en su cima. Mi corazón dio un vueltegato cuando Fito pronunció versos tan conocidos por mí, pues venían estampados en mi manual de Lengua Española como ejemplos de una figura del lenguaje:
“Los caballos negros son.
Las herraduras son negras.”
Pero esos eran los únicos versos que conocía, el resto del poema lo fui descubriendo con sorpresa y un regocijo intenso. Por supuesto que mi regocijo no cuajaba con la triste leyenda de los jitanos de Jerez de la Frontera. La melodía del poema me embrujaba, las imágenes muy vagamente tocaban mi “joven y desnuda imaginación...”. Una imagen, no obstante, como hierro a rojo vivo vino a clavarse en mi memoria:
“Los relojes se pararon,
y el coñac de las botellas
se disfrazó de noviembre
para no infundir sospechas.”
La guitarra le abrió profundas heridas a la noche. Le aplaudimos a Fito, que satisfecho estiró largos sus ralos bigotes, mostrando su maciza dentadura en agradecida sonrisa. Aclaró su voz y bebió un sorbo de agua fría. Nosotros empezamos a admirar a Fito, la guardia civil quedaba muy mal parada en el poema y aunque fuera española, sabíamos instintivamente que nuestros guardias apreciarían mal, como una ofensa, el poema lorquiano. Esperábamos que estuvieran todos bebiendo limonada... en vez de escuchar los poemas leídos por Fito Magaña.
Silencio inquieto y juvenil
Luego vino el turno de Preciosa que la vi huir del viento y quedé enamorado para siempre de la gitana que no se bebió la ginebra de los ingleses. El sonsonete de su “luna de pergamino” me resuena grácil en mis oídos. Mil veces he leído y releído ese romance que me suena a salmo.
Volvió la música y la alegre sonrisa de Fito y nuestros aplausos fueron nutridos. El “Gordo” (que me perdone, pero ahora se me escapa su nombre) puso un paso doble que juzgó acorde con el poema.
Sentí que el próximo poema era el más esperado, el silencio de los muchachos de la nocturna del INSA era inquieto, tembloroso, juvenil. La voz de Fito se hizo ronca cuando pronunció el título: “La casada infiel”. Mi hermano Jorgi echó una mirada arrepentida en mi dirección, tal vez quería taparme los oídos, yo era el menor de todos. Mis oídos eran castos y supe entender apenas lo estricto necesario para que los amigos de mi hermano no se rieran de mí cuando saliéramos del estudio de la radio. Pero nadie me hizo caso, ni me interrogaron. A mi entender de hoy y quién sabe, también del de entonces, la lectura de Fito no fue muy acertada, lo declamó ampulosamente, poniendo más empeño en seguir el ritmo musical y no se acopló a la sensualidad del poema. Es un poema muy difícil de declamar, desde el principio, ¿cómo entonar ese “y casi por compromiso”? Pero esto es ya de otro costal. Lo que pasó luego, al día siguiente es lo que quería contar, es lo que me ha perseguido como un estigma de nuestro triste sino, como una lacra.
El crimen fue de madrugada
Lo supimos de manera diferida. La Guardia Nacional no reaccionó, tal vez la limonada estaba sabrosa. Fueron las beatas las que alertaron al obispo y este al jefe de la policía. El adulterio es un pecado mortal y era inadmisible que se leyeran poemas tan depravados, tan contrarios a nuestra fe cristiana. Además se sabía que el poeta era un “rojo”, enemigo de la democracia occidental y de todos nuestros valores. No sé si ya entonces se hablaba de valores judeo-cristianos, creo que no, la Iglesia todavía acusaba a los judíos de deicidio. En todo caso, durante buen tiempo dos agentes (dos chontes) se venían a parar a la entrada de la radio, tal vez con la instrucción de no dejar entrar “ideas contrarias a la democracia...”.
Fue después que supe que Federico García Lorca fue asesinado en su Granada, una madrugada, por las fuerzas franquistas, que recibieron durante la guerra civil española, la ayuda de la Alemania Nazi y de la Italia fascista.
Según algunos historiadores lorquianos ahora se sabe que fue en la madrugada del 19 de agosto de 1936 que fascistas españoles le dieron muerte al poeta andaluz. Con este recuerdo infantil y personal quiero rendirle homenaje.
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