El artículo del profesor Boaventura de Sousa Santos me ha llegado a través del diputado estadal Estilac Xavier (Río Grande del Sur) del Patido de los Trabajadores.
Boaventura de Sousa Santos
Sociólogo portugués, es profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal)
Sociólogo portugués, es profesor de la Facultad de Economía de la Universidad de Coimbra (Portugal)
Una cosa parece cierta: Timor es la primera víctima de la nueva Guerra Fría, que surge apenas, entre los Estados Unidos y China.
La crisis política en Timor, además de haber tomado por sorpresa a la mayor parte de observadores, provoca perplejidad y exige, por ello, un análisis menos trivial del que está vehiculando la comunicación social internacional. ¿Cómo puede un país que, a fines del año pasado, tuvo elecciones municipales que fueron consideradas por todos los observadores internacionales como libres, pacíficas y justas, estar inmerso en una crisis de gobernabilidad? ¿Cómo puede un país que, hace tres meses, fue objeto de un elogioso informe del Banco Mundial, que consideró un éxito la política económica del gobierno, pasar ahora a ser considerado por algunos como un Estado fracasado?
A medida que se profundiza la crisis en Timor Oriental, los factores que la han provocado se van volviendo más evidentes. La ingerencia de Australia en la fabricación de la crisis está ahora bien documentada y existe ya hace varios años. Documentos de política estratégica australiana de 2002 revelan la importancia de Timor Oriental para la consolidación de la posición regional de Australia y la determinación de este país en salvaguardar a toda costa sus intereses. Los intereses son económicos (las reservas de petroleo y gas natural están calculadas en 30 billones de dólares estadounidenses) y geo-militares (controlar las rutas marítimas y frenar la emergencia del rival regional: la China).
Desde el inicio de su gobierno, el primer ministro timorense, Mari Alkatiri, un político lúcido, nacionalista, pero no populista, centró su política en la defensa de los intereses de Timor, asumiendo que éstos no urgen coincidir con los de Australia. Esto quedó claro, desde luego, en las negociaciones sobre el reparto de los recursos del petroleo, en las que Alkatiri luchó por mayor autonomía de Timor y por un reparto más equitativo de los beneficios.
El petroleo y el gas natural han sido la desgracia de los países pobres. Y un David timorense se atrevió a resistirle al Goliat australiano, subiendo de 20% a 50% la parte que le correspondería a Timor de los rendimientos de los recursos naturales existentes, tratando transformar y comercializar el gas natural a partir de Timor, y no de Australia, concediendo derechos de exploración a una empresa china en los campos de petroleo y gas bajo el control de Dili.
Por otro lado, Alkatiri resistió a las maniobras intimidatorias y al unilateralismo que los australianos parecen haber aprendido de los norte-americanos. Se atrevió a diversificar sus relaciones internacionales, confiriendole un lugar especial a Portugal —que fue considerado como un acto hostil por Australia— e incluyendo en ellas a Brasil, Cuba, Malasia y China. Por todo esto, Alkatiri se volvió en el blanco de ataques. El hecho de que se tratara de un gobernante legítimamente electo hace que esto no sea posible sin destruir la joven democracia timorense. Es esto lo que está ocurriendo. Una ingerencia exterior nunca ha tenido éxito sin aliados en el interior que amplíen el descontento y fomenten el desorden.
Hay una pequeña élite descontenta, quizás resentida por no haber tenido acceso a los fondos del petroleo. Está la Iglesia Católica, que después de haber tenido un papel meritorio durante la lucha por la independencia, no ha dudado poner sus intereses por encima de los intereses de la joven democracia timorense al provocar la desestabilización política con las vigilias de 2005, únicamente porque el gobierno decidió volver facultativa la enseñanza de la religión en las escuelas.
Y está, por supuesto, Ramos Horta, Nobel de la Paz, político de ambiciones desmedidas, totalmente alineado a Australia y a los Estados Unidos y que, por esta razón, sabe que no tiene hoy el apoyo del resto de la región para su candidatura a secretario general de la ONU. Es el responsable de la pasividad chocante de la CPMP (Comunidad de Países de Lengua Oficial Portuguesa) en esta crisis.
La tragedia de Ramos Horta es que nunca será un gobernante electo por el pueblo, al menos sin apartar totalmente a Mari Alkatiri. Para eso es necesario transformar el conflicto político en un conflicto jurídico, convirtiendo eventuales errores políticos en crímenes y contar con el celo de un procurador general para producir la acusación. De ahí que las organizaciones de derechos humanos, que tan alto alzaron la voz en la defensa de la democracia en Timor, tengan ahora una misión muy concreta que cumplir: conseguir buenos abogados para Mari Alkatiri y financiar los gastos de su defensa.
¿Y qué decir de Xanana Gusmao? Fue un buen guerrillero y es un mal presidente. Cada siglo no produce sino un solo Nelson Mandela. Al amenazar con renunciar, creó un escenario de golpe de Estado constitucional, un atentado directo a la democracia por la que tanto luchó. Un hombre enfermo y mal aconsejado, corre el riesgo de hipotecar el crédito que aún tiene en el pueblo para abrir camino a un proceso que acabará por destruirlo.
Timor no es el Haití de los australianos, pero si llegara a serlo, la culpa no será de los timorenses. Una cosa es cierta: Timor es la primera víctima de la nueva Guerra Fría, que acaba de surgir, entre los Estados Unidos y China. El sufrimiento va a continuar.
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