Es una evidencia que el arte cumple alguna función dentro de la sociedad. Lo digo así, tanto por su permanencia, como por el afán que han manifestado los hombres por encontrarle una finalidad. No es necesario trazar aquí el gigantesco panorama de las poéticas que han existido a lo largo de los siglos, además eso sería una tarea demasiado grande para mí y fuera de propósito para el alcance que le doy a este escrito. Mis consideraciones serán estrictamente políticas, al afirmar esto, no estoy diciendo partidarias. Me refiero que el arte surge y se desarrolla en el seno de la sociedad. Se trata pues de un fenómeno social y por lo tanto histórico, esto nos lleva a concluir que el arte es un fenómeno moviente, dinámico. Asimismo la actitud de la gente ante este fenómeno no ha sido la misma al correr del tiempo, ni tampoco única. Incluso muchas luchas ideológicas han atravesado justamente las sociedades tratando de encontrarle una función y una finalidad al arte. Muchas ideas sobre el arte se han plasmado artísticamente. El arte mismo y su interpretación han sido lugares de batallas ideológicas. ¿Nuestro tiempo escapa a estas batallas? No lo creo.
Como todo fenómeno social —recorrido por todas las tensiones sociales— el arte no es simplemente un objeto, desde el momento que su existencia como tal implica otros hombres además del creador, necesariamente concluimos que el arte es una relación humana. El arte no es sólo el producto de la actividad del artista, el espectador o el lector participan en el cumplimiento de la obra. El cumplimiento de la obra de arte es su exposición, es decir, su puesta ante el público. Esta puesta ante el público es también un fenómeno histórico, una institución social, no es un simple acto individual, una decisión personal del artista, la implica, es evidente, pero no la completa. La decisión personal del artista de exponerse es una condición necesaria, pero no suficiente, los lugares del encuentro del artista con su público son sociales, son históricos, cambian con el tiempo. Y el tiempo les impone su impronta. Para poner algunos ejemplos, Homero y otros poetas griegos se enfrentaron directamente al público, su creaciones fueron recitadas antes de ser escritas en pergaminos. Las obras medievales se presentaban también a viva voz, aunque su divulgación fuera primero por escrito. La aparición de la imprenta va a cambiar el modo de presentar las obras. Incluso la lectura en voz alta va ir desapareciendo poco a poco y la lectura silenciosa va liberar la creación de algunas obligaciones mnemotécnicas.
Lo individual y lo social
Las condiciones de la creación artística reúnen aspectos de la historia individual, como aspectos sociales generales. De seguro podría conformarme con señalar que todo individuo, por muy particular que sea, es el producto de su época. Pero esta verdad es demasiado universal, abarca tanto que nos priva justamente de atender lo particular, lo que le confiere al objeto artístico su irreductible estatuto de obra única. Este estatuto procede de la irreductible personalidad del artista. No entro aún en esto a consideraciones estéticas. No obstante es innegable que desde el primer momento, desde la primera intención de un individuo de crear un objeto de arte, se encara el momento valorativo: crear es descartar para optar.
Descartar y optar son las faces de la misma moneda, se ejecutan en el mismo acto. La gama de opciones que se presenta ante un artista está determinada por el momento histórico. Al acto de optar —al de elegir un posible para realizarlo— se suma la función valorativa que va más allá del simple acto y que introduce lo estético y lo ético. El artista en la intimidad de su acto creativo no se enfrenta ante posibles personales, la combinación que haga de los posibles puede ser sumamente personal, pero éstos son eminentemente sociales, históricos. El acto de optar lo une a la historia, lo compromete con el instante, con la circunstancia. Negarle al acto creativo compromiso, es enajenarle los momentos estético y ético. Optar implica valorar. Valorar implica elegir entre posibles y esto último es tomar partido. Toda elección es una toma de partido. El artista consciente o inconscientemente opta en vista de la obra acabada y del posible cumplimiento de la obra frente al público. Durante todo el proceso creativo el artista se enfrenta a la finalidad, a la función de su obra.
Indiscutiblemente el acto creativo es sumamente íntimo, personal, único. Las opciones lo son también por mera consecuencia. No hay pues ningún arte, ninguna obra de arte que no sea el resultado de un compromiso con las opciones hechas. La obra es el producto final de todas las opciones realizadas, opciones estéticas, que encontrarán o no asentimiento en el público. El desacoplamiento estético entre las opciones del artista y su público no significa imperativamente que el artista se haya equivocado. Muchos innovadores, muchos creadores no tuvieron momentos de gloria con sus contemporáneos. Lo mismo suele pasar con las opciones éticas.
Podría pensarse que al hablar de los momentos estético y ético reparto cada uno de ellos entre la forma y el contenido respectivamente. No es esa mi visión. Ambos momentos los vinculo con el objeto integral de la creación artística. El universo o el mundo que cobra forma dentro de la obra de arte no es un simple espejo tendido a la sociedad por el artista. La visión estética y ética del autor se plasma en la obra y está presente en cada opción hecha por el artista. Este proceso no es obligatoriamente consciente.
Simple diversión o acto cultural
Resulta superfluo afirmar que el artista pretende ofrecernos una obra acabada y que ha buscado armonía, equilibrio, belleza. Superfluo es también afirmar que el público acude a la obra para compartir lo encontrado por el artista y busca el regocijo, el goce estético, pretende deleitarse. Lo que no es superfluo es desmenuzar el significado de estos dos momentos de la obra, el momento íntimo, personal de la creación y el momento público, social del arte. Los artistas pueden tener muy diferentes objetivos cuando emprenden la creación de una obra de arte. Incluso el grado de consciencia de esos objetivos es también muy diferente. Aquí existe una gama muy variada de actitudes y grados de consciencia y entregarnos a una fenomenología de la creación artística nos parece de alguna manera imposible e incluso inútil. Imposible pues sería necesario para ser objetivos inquirir lo que cada artista siente o presupone sentir, confiar en que sus "confesiones" sean sinceras o simplemente fiables. He usado el verbo sentir, pero de inmediato se me ha ocurrido que también sería necesario analizar su pensar. Si uso aquí el infinitivo es para subrayar lo que tiene de proceso esta actividad. Su inutilidad se desprende de la imposibilidad.
No obstante ¿podemos afirmar que esa gama de actitudes es infinita, que no tiene asideros sociales, que no existe ninguna base común? Nos es permitido pensar que esta comunidad existe y que está determinada por las circunstancias históricas en las que el artista emprende su creación. En estos momentos, en que el dominio universal del capitalismo ha convertido el libro en mera mercancía, cuyo valor mercantil se determina por el mercado y su vida en el mercado se determina por la voluntad de obtener el máximo beneficio en el tiempo más corto, no podemos negar que esto influye de una o de otra forma en el contenido de la obra y en la actitud del artista.
¿Cómo influye en el momento creativo, en el momento íntimo de la toma de decisiones estéticas y éticas? Esta pregunta tiene de seguro sus respuestas. Respuestas múltiples y variadas que dependen de la aceptación o no del carácter mercantil de la obra de arte. No se trata pues simplemente de saber si el arte es una diversión más o si es una obra cultural que tiende no sólo al solaz del público, sino también a la recreación de personalidades, a la asunción de valores humanos que favorezcan el florecimiento de la persona.
Carlos Abrego
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