Nadie
puede negar que atravesanmos un largo período de
crisis, profunda y polifacética. Es una época propicia para que
resurja el populismo, lo vemos ahora construyendo ilusorios
correlatos, “todos, salvo nosotros, son corruptos”, apoyándose
en la real corrupción en la sociedad y el Estado salvadoreños
(aunque limitándola a un solo partido). Esto ha alimentado de manera
indistinta y difusa la exasperación de muchos. El populismo urge
pues como condiciones para mantener su influencia de un
fortalecimiento coyuntural del sufrimiento social, de la frustración
económica y simbólica. Se trata de una herida narcisista del cuerpo
social que exige reparación, restauración de su dignidad perdida en
un deslizamiento padecido y el restablecimiento de la identidad
derrumbada.
El
populismo requiere de un resentimiento en busca de un objeto y un
objeto designable a ese resentimiento. Se puede reconocer en esto el
esquema de la consabida teoría del “chivo expiatorio”. En
nuestro caso, en el caso salvadoreño, el presidente ha designado
varios objetos al resentimiento popular, el partido FMLN, la cúpula
y sus familiares, los diputados que no voten conforme a sus
caprichos, los funcionarios denominados “vagos que solo van a
recibir el sueldo”, los jueces “cómplices de la corrupción y
defensores de las maras”, los periodistas “cómplices de las
maras”, etc.
Los
partidarios del presidente se han agrupado y se identifican como los
restauradores de la dignidad nacional, de la limpieza generalizada de
la vida pública y los únicos partidarios de la honradez. Esta
reforzada identidad se caracteriza en que el individuo se siente
poseído por una misión, todos se agrupan en derredor de esta misión
restauradora del honor nacional, de esta herencia (ideales que fueron
abandonados por otros y valorizados ahora por el nuevo partido y su
jefe). El populismo detenta su eficacidad en la disponibilidad
permanente de polaridades identificadoras que sabe proponer.
El
populismo también es volver constante y sistemáticamente inmediato
el respecto entre el individuo y lo que se le describe como amenaza,
todo lo que puede perder si el populismo no se impone o encuentra
obstáculos. El gran peligro de no poder asumir la tarea, su misión
purificadora y redentora. Este populismo manipula psicológicamente
el temor de quedarse sin el “padre” (patria) como fuente del
valor personal, de su fuerza, de su identidad. Toda masa populista (o
fascista), lo sabemos, vive su identidad en la persona del jefe,
poseída por ese transfert
(transferencia).
Este
populismo es como una religión de la fuerza, pues es una religión
del padre. El populismo que estamos observando posee una lógica que
lo hace recurrir a fantasmas identificadores muy fuertes y de
múltiples sentidos, los más primitivos: los ligados al honor, a lo
íntimo de lo que se ha recibido, de lo que ha sido trasmitido, que
hay que conservarlo puro, sin mezclas, lo auténticamente patriótico.
El
ansia de identidad es indisociable del deseo de integridad, por
consecuencia del deseo de pureza. Ellos y el líder, mejor dicho el
líder en su nombre, en nombre del pueblo
será implacable en la restauración de los verdaderos valores
patrióticos abandonados por el infame partido corrupto. La
palabra-clave del jefe populista, que deja caer en su persona el lado
positivo y en sus adversarios lo negativo, será siempre preservar:
por su parte la preservación de los valores auténticos de la nación
y del lado de sus adversarios la preservación de sus privilegios y
sus posiciones.
Todas
las iniciativas del jefe son anunciadas como exigencias populares o
directamente decididas por el pueblo mismo. Los masivos e
incontrolados despidos y supresión de secretarías se presentan como
el profundo deseo del pueblo
y el pueblo
reacciona con violencia en su propio discurso en las redes sociales.
Este pueblo
se presenta sediento de venganza y está dispuesto a arrasar a todo
aquel que quiera oponerse a sus designios cumplidos y realizados por
el jefe. Si el jefe promete la muerte a los mareros, aplauden y
llegan a pedir incluso la muerte de los jesuitas por su complicidad y
defensa de las maras. Claro esto se expresa en los sitios en donde el
fanatismo se cuece en su propio caldo, en los foros en Facebook de
Nuevas Ideas.
La
ley si resulta un estorbo, se le ignora, se le hace caso omiso,
incluso se viola en permanencia la misma Constitución. Lo único que
cuenta es la auténtica
voluntad del pueblo,
expresada y cumplida por el jefe. ¿Hacia dónde nos lleva todo esto?
Si observamos incluso sin lupa crítica la composición del gobierno
se trata de una coalición de la derecha y un amasijo de familiares y
amigotes de farras. La política socio-económica no va a restaurar
nada, tampoco innovar: se seguirá en lo mismo, por los mismos
carriles de siempre, pero al fanatizar a su pueblo
las posibles protestas vendrán cuando el régimen ya haya implantado
su impronta dictatorial y absolutista.
El
gobierno anterior organizó, por lo menos consintió, la
organización de grupos de exterminio, los asesinatos como
cumplimiento de sentencias extrajudiciales, se trataba de mareros y
como se trata del enemigo designado en prioridad, la inmensa mayoría
ha aprobado o por lo menos mostró cierto contento, pocos fueron los
que protestaron y se indignaron. Este proceder totalitario y criminal
no ha desaparecido, pero debemos de darnos cuenta que poco a poco nos
estamos acercando a las antiguas prácticas de las dictaduras
pasadas.
Si
las leyes salen sobrando y no es necesario respetarlas, si la
Asamblea sufre y acepta los chantajes del Ejecutivo y los jueces,
todos los jueces son considerados como asociados a la misma
delincuencia, las instituciones funcionan según el paupérrimo
criterio de nuestro Duce
nacional y nacionalista, la precaria democracia que deseábamos
reforzar ha muerto y la hemos enterrado sin llantos, ni
lamentaciones. Aclaro, el nacionalismo del jefe populista no impide
para nada ser sumiso entreguista y vendepatria.
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