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14 mayo 2018

Repensar la democracia

Voy a seguir respondiendo a la preguntas emitidas por una amiga en Facebook, sigo con la segunda que reza: ¿Será que nos debemos replantear lo que concebimos como democracia? Para responder de manera circunstanciada tendría que recurrir a la historia de las sociedades burguesas que poco a poco fueron construyendo este régimen. Nadie ignora que los que vivimos bajo este tipo de sociedad no estamos satisfechos de su funcionamiento y lo venimos cuestionando desde hace ya algunas décadas. Sabemos que también el tipo republicano de democracia se ha venido desarrollando, pero este no se basa realmente en un equilibrio de los poderes, en todas partes el Ejecutivo es el que prevalece y domina. Ahora bien, existe una institución civil que legitima a dos de eso poderes, el ejecutivo y el legislativo: el sufragio. También esta institución ha tenido su larga historia, desde el voto censitario hasta el universal pasaron décadas de lucha popular y de conquistas democráticas. No obstante desde el inicio pensadores criticaban el funcionamiento del sufragio y sus resultados. No tanto por el fraude, sino por el funcionamiento interno, propio. Pues las elecciones designaban a los que iban a representar al pueblo. Esta representación se consideró como una delegación del poder popular en manos de los elegidos.

Solamente en el corto período de la Comuna de París estos delegados estaban obligados a rendir cuentas y podían ser destituidos por los electores. En el resto de la historia democrática poco a poco los políticos dejaron de considerarse representantes o delegados para considerar el poder que se les confiaba como su propiedad y las elecciones pasaron a ser una formalidad, una especie de renunciamiento del poder por parte de los electores y la confiscación por parte de los electos. Estos últimos con el tiempo pasaron a constituir una especie de casta, de un grupo restringido de la sociedad, dirigentes de organizaciones civiles (los partidos políticos) que transformaron estos cargos en puestos de trabajo más o menos permanentes. Hacer política se volvió una profesión, un modo de vida.

Esta situación se volvió normal y las elecciones se volvieron un rito. Pero si nos detenemos a analizar las cosas, las elecciones son el eje de la democracia burguesa, su pilar, el sostén fundamental. Es a través del voto que el poder de los políticos adquiere legitimidad. Paralelamente también la confianza de los electores se fue perdiendo, disminuyendo e incluso en las famosas “grandes” democracias el abstencionismo ha ido en aumento y en algunos países desde hace tiempo es mayoritario. Es decir que muchas de esas grandes democracias no tienen la más mínima legitimidad. En vista de este escueto resumen de la historia democrática se puede responder a la pregunta formulada que por un sí categórico.

Muchos de los que defienden el sistema abogan en su favor y se apoyan en todas las libertades y derechos que se gozan en los regímenes democráticos. Lo primero que debo señalar es que en ningún país esos derechos fueron instaurados por iniciativa de los gobernantes, sino que han sido siempre el resultado, el fruto de luchas intensas y a veces sangrientas de parte de los pueblos. O sea que estos derechos no provienen de la “democracia”, sino que de las luchas, fueron impuestos por los pueblos. Y estos derechos no son permanentes, para poder conservarlos los pueblos tienen que estar alertas. En los últimos años el liberalismo se ha entregado a una guerra también intensa y en casi todos los frentes para combatir y destruir esos derechos sociales conquistados por los pueblos. En todas partes también el liberalismo ha conquistado el consentimiento de los pueblos, que aceptan las privaciones so pena de perderlo todo. Se trata de una amenaza permanente, matraqueada insidiosamente de manera cotidiana por los “perros guardianes” del capitalismo, esos especialistas y peritos que aparecen en las pantallas y que predican la resignación.

Esta es la somera constatación de lo que tenemos, de la democracia actual, es evidente que se puede agregar muchas otras cosas, pero esto basta para demostrar que también esto cierra un ciclo y la necesidad de que pensemos de nuevo en qué debe consistir la nueva democracia. Aquí también se ha reflexionado bastante, no partimos de la nada, han habido intentos en muchos lugares de implantar la democracia participativa, han habido diversas formas, pero no han progresado. El primer obstáculo frente a estos intentos democratizadores ha sido el mismo ciudadano. Porque para avanzar se necesita realmente de la participación de la gente, que acabo de nombrar como el “ciudadano”. Es adrede que he empleado esta palabra, esta palabra tiene el mismo origen etimológico que “política”, me refiero a la 'polis', la ciudad griega. Hacer política es comportarse como ciudadano, como alguien preocupado de los asuntos de la ciudad. No es pues un respecto hacia el Estado como pregona por allí nuestro pensador Gutiérrez. El Estado que tampoco es una ficción, es un instrumento de dominación y de administración de los intereses de la clase capitalista. El Estado detenta la fuerza y gobierna los asuntos de la ciudad en beneficio de la clase capitalista. Pero esto es posible en gran parte por la enajenación del poder que han sufrido los ciudadanos en el momento de delegarlo en manos de la “clase política”, durante muchos años repugnaba el uso de este sintagma, pero la realidad me lo ha ido imponiendo, la “clase política” no está constituida exclusivamente por los “hombres y mujeres políticas”, por esa gente que ejerce un puesto electivo, se extiende también hacia el mundillo mediático, pensadores, periodistas, “filósofos” que divulgan y elaboran la ideología dominante.

He anotado arriba que el principal obstáculo a los intentos democratizadores ha sido la incuria de los ciudadanos, su no participación en las asambleas, etc. Esto significa que al repensar la democracia se vuelve imprescindible repensar asimismo nuestra propia conducta. La verdadera democracia es cara, exige mucho dinero y muchos esfuerzos personales, mucho tiempo, mucha dedicación.

Debemos aprender a pensar desde el nosotros, incluyendo el yo en el problema. La nueva democracia no reniega del voto, ni de la delegación, no obstante debe de transformarlos, el voto tiene que ser razonado y la delegación tiene que ser controlada. El control popular directo o a través de representantes vuelve necesaria la transparencia. Y la participación es también una escuela cívica y social. Porque si el voto es razonado obligatoriamente es el resultado de una deliberación personal y colectiva. Deliberar significa que ante un problema debemos buscar la mejor solución, hay pues que sopesar las soluciones propuestas, ver todos sus aspectos, sus costos y sus beneficios. Esto enseña a proponer y a analizar las proposiciones ajenas, que también enseña la apertura de espíritu. Una vez analizadas las proposiciones es menester resolverse por una. Es aquí que debe de intervenir el voto argumentado, razonado, se ha visto la razón o sinrazón de la solución propuesta. Pero para que esto pueda suceder es necesario que existan las instancias democratizadoras, las asambleas con el poder de decidir y de imponer sus soluciones. Y para que esto suceda es menester que los ciudadanos tomen consciencia de su poder, de reconquistar su poder, de diluir en cada uno de nosotros el poder centralizado en el Estado. Por supuesto que esto no se puede por el momento sugerir para todo un país, pero si se puede iniciar por las municipalidades, en las que se aprende a valorar las prioridades, a nivel de la calle, del barrio y de toda la ciudad.

En la experiencia de Puerto Alegre el reparto de los recursos era proporcional a la población, pero se tomaba en cuenta también las infraestructuras existentes y la riqueza o pobreza de cada barrio. Las infraestructuras comunes para toda la ciudad se discutían en concejos generales donde iban delegados de cada barrio, éstos daban cuenta ante las asambleas barriales. Por supuesto que esta es solo una manera de abordar esta necesaria “repensada” de la democracia.

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