Voy
a seguir respondiendo a la preguntas emitidas por una amiga en
Facebook, sigo con la segunda que reza: ¿Será
que nos debemos replantear lo que concebimos como democracia?
Para responder de manera circunstanciada tendría que recurrir a la
historia de las sociedades burguesas que poco a poco fueron
construyendo este régimen. Nadie ignora que los que vivimos bajo
este tipo de sociedad no estamos satisfechos de su funcionamiento y
lo venimos cuestionando desde hace ya algunas décadas. Sabemos que
también el tipo republicano de democracia se ha venido
desarrollando, pero este no se basa realmente en un equilibrio de los
poderes, en todas partes el Ejecutivo es el que prevalece y domina.
Ahora bien, existe una institución civil que legitima a dos de eso
poderes, el ejecutivo y el legislativo: el sufragio. También esta
institución ha tenido su larga historia, desde el voto censitario
hasta el universal pasaron décadas de lucha popular y de conquistas
democráticas. No obstante desde el inicio pensadores criticaban el
funcionamiento del sufragio y sus resultados. No tanto por el fraude,
sino por el funcionamiento interno, propio. Pues las elecciones
designaban a los que iban a representar al pueblo. Esta
representación se consideró como una delegación del poder popular
en manos de los elegidos.
Solamente
en el corto período de la Comuna de París estos delegados estaban
obligados a rendir cuentas y podían ser destituidos por los
electores. En el resto de la historia democrática poco a poco los
políticos dejaron de considerarse representantes o delegados para
considerar el poder que se les confiaba como su propiedad y las
elecciones pasaron a ser una formalidad, una especie de
renunciamiento del poder por parte de los electores y la confiscación
por parte de los electos. Estos últimos con el tiempo pasaron a
constituir una especie de casta, de un grupo restringido de la
sociedad, dirigentes de organizaciones civiles (los partidos
políticos) que transformaron estos cargos en puestos de trabajo más
o menos permanentes. Hacer política se volvió una profesión, un
modo de vida.
Esta
situación se volvió normal y las elecciones se volvieron un rito.
Pero si nos detenemos a analizar las cosas, las elecciones son el eje
de la democracia burguesa, su pilar, el sostén fundamental. Es a
través del voto que el poder de los políticos adquiere legitimidad.
Paralelamente también la confianza de los electores se fue
perdiendo, disminuyendo e incluso en las famosas “grandes”
democracias el abstencionismo ha ido en aumento y en algunos países
desde hace tiempo es mayoritario. Es decir que muchas de esas grandes
democracias no tienen la más mínima legitimidad. En vista de este
escueto resumen de la historia democrática se puede responder a la
pregunta formulada que por un sí categórico.
Muchos
de los que defienden el sistema abogan en su favor y se apoyan en todas
las libertades y derechos que se gozan en los regímenes
democráticos. Lo primero que debo señalar es que en ningún país
esos derechos fueron instaurados por iniciativa de los gobernantes,
sino que han sido siempre el resultado, el fruto de luchas intensas y
a veces sangrientas de parte de los pueblos. O sea que estos derechos
no provienen de la “democracia”, sino que de las luchas, fueron
impuestos por los pueblos. Y estos derechos no son permanentes, para
poder conservarlos los pueblos tienen que estar alertas. En los
últimos años el liberalismo se ha entregado a una guerra también
intensa y en casi todos los frentes para combatir y destruir esos
derechos sociales conquistados por los pueblos. En todas partes
también el liberalismo ha conquistado el consentimiento de los
pueblos, que aceptan las privaciones so pena de perderlo todo. Se
trata de una amenaza permanente, matraqueada insidiosamente de manera
cotidiana por los “perros guardianes” del capitalismo, esos
especialistas y peritos que aparecen en las pantallas y que predican
la resignación.
Esta
es la somera constatación de lo que tenemos, de la democracia
actual, es evidente que se puede agregar muchas otras cosas, pero
esto basta para demostrar que también esto cierra un ciclo y la
necesidad de que pensemos de nuevo en qué debe consistir la nueva
democracia. Aquí también se ha reflexionado bastante, no partimos
de la nada, han habido intentos en muchos lugares de implantar la
democracia participativa, han habido diversas formas, pero no han
progresado. El primer obstáculo frente a estos intentos
democratizadores ha sido el mismo ciudadano. Porque para avanzar se
necesita realmente de la participación de la gente, que acabo de
nombrar como el “ciudadano”. Es adrede que he empleado esta
palabra, esta palabra tiene el mismo origen etimológico que
“política”, me refiero a la 'polis', la ciudad griega. Hacer
política es comportarse como ciudadano, como alguien preocupado de
los asuntos de la ciudad. No es pues un respecto hacia el Estado como
pregona por allí nuestro pensador Gutiérrez. El Estado que tampoco
es una ficción, es un instrumento de dominación y de administración
de los intereses de la clase capitalista. El Estado detenta la fuerza
y gobierna los asuntos de la ciudad en beneficio de la clase
capitalista. Pero esto es posible en gran parte por la enajenación
del poder que han sufrido los ciudadanos en el momento de delegarlo
en manos de la “clase política”, durante muchos años repugnaba
el uso de este sintagma, pero la realidad me lo ha ido imponiendo, la
“clase política” no está constituida exclusivamente por los
“hombres y mujeres políticas”, por esa gente que ejerce un
puesto electivo, se extiende también hacia el mundillo mediático,
pensadores, periodistas, “filósofos” que divulgan y elaboran la
ideología dominante.
He
anotado arriba que el principal obstáculo a los intentos
democratizadores ha sido la incuria de los ciudadanos, su no
participación en las asambleas, etc. Esto significa que al repensar
la democracia se vuelve imprescindible repensar asimismo nuestra
propia conducta. La verdadera democracia es cara, exige mucho dinero
y muchos esfuerzos personales, mucho tiempo, mucha dedicación.
Debemos
aprender a pensar desde el nosotros, incluyendo el yo en el problema.
La nueva democracia no reniega del voto, ni de la delegación, no
obstante debe de transformarlos, el voto tiene que ser razonado y la
delegación tiene que ser controlada. El control popular directo o a
través de representantes vuelve necesaria la transparencia. Y la
participación es también una escuela cívica y social. Porque si el
voto es razonado obligatoriamente es el resultado de una deliberación
personal y colectiva. Deliberar significa que ante un problema
debemos buscar la mejor solución, hay pues que sopesar las
soluciones propuestas, ver todos sus aspectos, sus costos y sus
beneficios. Esto enseña a proponer y a analizar las proposiciones
ajenas, que también enseña la apertura de espíritu. Una vez
analizadas las proposiciones es menester resolverse por una. Es aquí
que debe de intervenir el voto argumentado, razonado, se ha visto la
razón o sinrazón de la solución propuesta. Pero para que esto
pueda suceder es necesario que existan las instancias
democratizadoras, las asambleas con el poder de decidir y de
imponer sus soluciones. Y para que esto suceda es menester que los
ciudadanos tomen consciencia de su poder, de reconquistar su poder,
de diluir en cada uno de nosotros el poder centralizado en el Estado.
Por supuesto que esto no se puede por el momento sugerir para todo un
país, pero si se puede iniciar por las municipalidades, en las que
se aprende a valorar las prioridades, a nivel de la calle, del barrio
y de toda la ciudad.
En
la experiencia de Puerto Alegre el reparto de los recursos era
proporcional a la población, pero se tomaba en cuenta también las
infraestructuras existentes y la riqueza o pobreza de cada barrio.
Las infraestructuras comunes para toda la ciudad se discutían en
concejos generales donde iban delegados de cada barrio, éstos daban
cuenta ante las asambleas barriales. Por supuesto que esta es solo
una manera de abordar esta necesaria “repensada” de la
democracia.
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