El tema del artículo anterior tal vez aparece sobre todo en su aspecto estrictamente
teórico y no se perfilen sus aspectos prácticos. Es decir que algunos pueden
pensar que el tema se aparta mucho del vivir diario de la gente. No obstante el
Estado de manera inmediata nos determina en cada paso de nuestra vida. Así que
entender el carácter del Estado tiene implicaciones en asuntos de la táctica y
de la estrategia políticas.
En la concepción del Estado de Marx podemos percibir una distinción que ha
heredado del pensador francés Saint-Simon. Esta distinción señala que además
del aspecto de “administración de las cosas”, el Estado asume el papel de “gobierno
de los hombres” y es aquí que aparece como potencia de dominación multiforme
históricamente engendrada por el antagonismo de clases, esta potencia se presenta
separada de la sociedad y concentrada en el aparato de coacción violenta o
persuasiva por encima de ella; esta potencia ha sido desarrollada de continuo
por las sucesivas clases pudientes, poseedoras, en tanto que instrumento de
dominación, disfrazado en la encarnación del “interés general”.
Ante este “Estado político” Marx nos propone un proceso con tres fases íntimamente
ligadas: la conquista del poder político
por la clase obrera. Esta conquista es una condición decisiva para emprender y
operar la transformación de la base económica de la sociedad. La otra fase es
la destrucción del aparato estatal de
opresión burgués a través de la instalación de la dictadura transitoria del proletariado que
instaura la primera democracia verdadera para el pueblo y el inicio al mismo tiempo del perecimiento del Estado en todas sus dimensiones
alienadas y alienantes, es así que los hombres comienzan a volverse dueños de
sus propias opciones.
Todos sabemos que la perversión estalinista volvió este proceso en un
estancamiento, convirtiendo, en su teoría, como el único o primordial objetivo
la conquista del poder político. Los socialdemócratas han convertido este
proceso en la toma del poder político dentro del mantenimiento del Estado de
clases.
El FMLN es un partido de derecha
En nuestro país esta toma del poder ha sido el objetivo exclusivo y fue el
que algunos pensaron poder alcanzarlo a través de varias vías, incluido el putsch.
El poder político no confiere de hecho todo el poder. Pero nosotros en el país
nos encontramos en una situación política y social que la conquista del poder
político por la clase obrera se ha vuelto imposible, pues para ello la clase de
los trabajadores necesita estar organizada en partido político. En artículos
anteriores he insistido en el carácter reformista y socialdemócrata del FMLN,
pero se trata de una variante tan oportunista, tan alejada de los intereses de
los trabajadores, que podemos simplemente afirmar que se trata de un partido de
derecha. En esta coyuntura de ataques a la institucionalidad republicana el
FMLN y sus diputados interpretan el lamentable papel de los malos de la
película. Sobre esto se ha escrito y opinado ya mucho y los parlamentarios y
dirigentes efemelenistas se empecinan en imponer sus opciones, defendiendo sus
intereses partidarios. Sus argumentos sofísticos y sus alianzas con GANA y los
restos mortales de la Democracia Cristiana y del PCN que reviven y mantienen en
una especie de “coma político”. El presidente Funes ha mostrado una vez más su
tamaño moral, que el infinitamente pequeño bosón de Higgs parece un Himalaya. Este
presidente se lo debemos al FMLN y a todos que pensaron que llegar al ejecutivo
era lo primordial, lo fundamental.
Ante una situación de ausencia de un partido revolucionario, de un partido
de los trabajadores, con una pérdida generalizada de la conciencia de clase, de
una baja en la combatividad de los trabajadores se impone pensar seriamente en
crear un nuevo partido y pensar seriamente en su estrategia. Deben pues entrar
en consideración la forma-partido (concepto introducido por el filósofo francés
Lucien Sève), pues ya hemos visto como se ha desvirtuado la forma del
centralismo democrático para convertirlo en un centralismo autocrático. Este
centralismo tuvo además como corolario un secretismo, una práctica
compartimentada en la que la información y la formación política se volvían
moneda de cambio de privilegios partidarios. La información, el conocimiento
eran propiedad de la cúpula partidaria, que la usaba para doblegar las bases,
para mantenerlas oscuramente sumisas.
En este tipo de partido los dirigentes se vuelven la voz suprema, son los
que deciden de todo y lo imponen disfrazándolo en opinión de todos. Cuando en
el FMLN se dice “el partido ha decidido”, no se refiere al conjunto de
miembros, sino a una docena de personas que por lo general no contradice a un
trío de mandamases. En el FMLN todo ha sido puesto bajo control de la
dirección, nada puede decidirse afuera del órgano supremo, la Comisión
Política. El resto de instancias pueden apenas confirmar, corroborar, aprobar.
Esto lo hemos visto durante el nombramiento de candidatos a diputados y a las
municipalidades. Ahora con el nombramiento de Salvador Sánchez Cerén que fue
decidido a tres, el interesado, Medardo González y Jorge Luis Merino. El resto
de dirigentes como en una organización mafiosa le han besado el anillo al
ungido. La famosa “vanguardia del proletariado” en El Salvador se reduce a
estos tres personajes insignificantes de nuestra tragicomedia política.
El desprecio que han mostrado con sus propias bases lo han mostrado
respecto a sus electores. Y en estas semanas hemos visto que sus intereses
caprichosos por unos cuántos puestos pueden violentar la Constitución que
prometían respetar, Handal iba repitiendo “la Constitución, toda la
Constitución”. Hoy los vemos acudir a una desprestigiada Corte Centroamericana
para que interfiera en nuestros asuntos, para que les permita cometer un golpe
de Estado contra la Sala de lo Constitucional. El partido que tiene en sus siglas
“para la Liberación Nacional” pisotea la soberanía. Vemos pues en qué puede
terminar una forma-partido que ignora la voluntad de sus militantes, que se
despreocupa de su formación, que no tiene como principio la constante
deliberación, la participación en las decisiones. Es necesario pues que el
nuevo partido defina su organización tomando en cuenta todo esto, que es
urgente echar por la borda para siempre ese verticalismo que ha dado como
consecuencia una fe ciega en el jefe, en el líder, en el líder vuelto ídolo. Es
necesario inventar nuevas formas transversales, horizontales.
El milagroso día de la victoria
Pero esto se refiere al funcionamiento interior, pero el funcionamiento
hacia afuera, hacia los trabajadores también tiene que cambiar. Cuántas veces
hemos repetido que es el pueblo mismo que tiene que liberarse, que es el pueblo
mismo que tiene que construir la sociedad futura, a partir de sus propias
aspiraciones. El partido es un instrumento popular, no es pues un organismo que
remplaza al pueblo.
En estos momentos el partido es necesario sobre todo que hemos sufrido una
despolitización de nuestra sociedad. Lo que ocurre en la “esfera política” son prácticas
politiqueras, un remplazo de la política real por intrigas, madrugones,
componendas, confabulaciones y negociadas. Es a esto que se le llama en nuestro
país “política”. Pero la política es ocuparse de los problemas de la ciudad, de
la polis. Los problemas de la vida
cotidiana de la gente.
Estos problemas, en nuestro país, presentan un carácter de urgencia, cuya
solución tiene que venir ahora, pues sin ella la vida se vuelve cada vez más
imposible. Pero estos problemas tienen además un carácter crónico, se repiten,
son antiguos, son parte de nuestra vida. El sistema económico, político y
social dominado por la oligarquía ha sido incapaz de aportar ninguna solución.
Esta dominación al contrario en vez de aportar soluciones agrava la situación.
Estos problemas abarcan a todas las capas de la población y cada momento de nuestra
vida, desde el nacimiento hasta la muerte. Es decir que no se puede pues
esperar que llegue el milagroso día de la conquista del poder político, un
maravilloso triunfo electoral de algún ídolo o de algún partido que se propone
cambiar las leyes fundamentales.
O sea no se trata pues de un proceso que se inicia con un momento cumbre,
sino que de un proceso permanente en el que las transformaciones sociales se
preparan en la práctica social, en la que la dominación de la burguesía tiene que
irse combatiendo día a día. Y en esto tienen que participar todos los que
sufren la opresión. Los cambios, las transformaciones tienen que adquirir el
carácter de necesarios en la cabeza de las personas, es necesario que las ideas
de transformación social se vuelvan dominantes, es decir que esto se convierta
en la hegemonía, tal cual lo concebía Antonio Gramsci.
(Sigue).
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