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18 diciembre 2005

Alegatos

La verdad del mito

(Fragmento inconcluso)

1. La única verdad que cuenta es la absoluta, aunque sea relativa. La que no vale la pena enunciar es la subjetiva. Quiero decir que si advierto que se trata de mi verdad y únicamente, pues no cabe argüir. Lo que causa placer y tiene aspiraciones estéticas es la argumentación. Toda verdad que se enuncia tiende hacia lo universal, este es el quid del pleito.

2. La evidencia carece de argumentos, no los necesita. Se impone.

3. No diré de la evidencia que es totalitaria. No soy postmoderno.

4. La verdad es una evidencia que se busca. A la evidencia se llega por la prueba o por la argumentación. Los hechos no hablan solos. La prueba y la argumentación necesitan de un lenguaje común, pero no basta. Alicia en su maravilloso país nos lo demuestra.

5. Emmanuel Kant reía muy poco o casi nunca. Cuentan que cierta vez se rió con ganas. ¿Cómo introducir esta historia en un argumento? Sobre todo para contrarrestar la aparatosa seriedad de algunos poetas. No puedo afirmar que sea un hecho establecido. El acuerdo sobre la existencia de los hechos es apenas o sobre todo una premisa de la argumentación.

6. En la ficción los hechos los constituye y garantiza el narrador. La verdad de la ficción es múltiple.

7. Si digo: “Desde San Agustín todos sabemos que...”, estoy valiéndome de la autoridad de un Doctor de la Iglesia y lo hago como un terrorista intelectual. Este “todos sabemos...” significa: “el que no sepa que se joda”. Es el peor argumento de autoridad. Es un argumento postmoderno.

Aunque el argumento de autoridad más blandido es: “Te lo digo yo”.

8. Un motivo notorio me veda anotar aquí los detalles del relato. Supongo que su verdad es conocida de todos. Muchos la pusieron en duda, pero nadie aportó una prueba irreductible. Atlacatl nació huérfano, en un país que necesitaba mitos. La mayoría dice simplemente historia. La que nos dieron era falsa. Una flecha atravesó el muslo de don Pedro de Alvarado. Hecho evidente y corroborado. Su testimonio nos basta. Pero el resto, el resto carece de carne. Al huérfano además de bautizarlo hay que dotarlo de padres, de hermanos e incluso de una princesa. Entonces esta era una vez un indio que lo imaginamos rey y lo quisimos fuerte. Tuvo padres nobles, de antiguo linaje. Antes del combate anunciado subió al alto templo. Calló largos instantes. El viento estremeció las copas de los árboles, los pájaros inquietos acrecentaron el silencio. Lejanos cascos vencían el sigilo y las armaduras calcinaban los robustos pechos. La princesa Ayacuán ocultó su rostro y sus lágrimas. Uno a uno subió los escalones hasta la cima y cumpliendo los designios le entregó a Atlacalt el arco y las flechas. Don Pedro de Alvarado nunca mentó a Ayacuán en sus cartas de relación. Nuestras mujeres siempre han estado allí, presentes en la vida y ausentes en la historia.

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