Este texto es muy poco conocido. El filósofo francés Lucien Sève ha tenido la extrema amabilidad de ponerlo a mi disposición. Creo que este texto guarda toda su actualidad y sus argumentos mantienen su vigencia hasta el día de hoy, cualquiera que sea el país o el régimen que insista en aplicar la pena de muerte.
La referencia bibliográfica es: K. Marx, F. Engels Gesamtausgabe (MEGA), Dietz Verlag, t. I.12, Berlín 1984, pp. 24-27.
Londres, viernes 28 de Enero de 1853
The Times del 25 de enero, bajo el título “Aficionado de la horca”, publica las observaciones siguientes:
"Siempre se ha señalado que en nuestro país siguen a una ejecución pública casos de ahorcamiento —suicidio o accidente—, como consecuencia del poderoso impacto producido por la ejecución de un criminal conocido sobre los espíritus mórbidos e inmaduros.”
En los diversos casos citados por The Times para ilustrar este señalamiento, entre otros encontramos el de un alienado de Sheffield quien, luego de haber hablado con otros alienados sobre la ejecución de Barbour, terminó con sus días ahorcándose. Otro caso es el de un muchacho de catorce años que también se ahorcó.
A un hombre sensato le costaría mucho adivinar en favor de qué teoría son enumerados estos hechos: nada menos que una apología sin ambages del verdugo, al mismo tiempo que un panegírico de la pena de muerte como la ultima ratio [último recurso] de la sociedad. Es esto lo que figura en un artículo faro de un “diario faro”.
The Morning Advertiser, en una muy acerba aunque justa crítica de esta predilección por la horca y de esta lógica sanguinaria del Times, entrega los siguientes datos muy interesantes, referidos a 43 días del año de 1849:
[Aquí hemos omitido el cuadro]
El mismo Times reconoce que este cuadro muestra que no solamente suicidios, sino que también crímenes de los más horrendos se cometen después de la ejecución de los criminales. Cosa sorprendente, el artículo en cuestión no produce ni un solo argumento que favorezca la teoría barbara que propone. Sería muy difícil, si no imposible, establecer un principio por el cual se pudiera fundar la legitimidad o la pertinencia de la pena de muerte, en una sociedad que alardea de ser civilizada. De manera general la pena de muerte ha sido defendida en tanto que medio de enmienda o de intimidación. ¿Pero con qué derecho me infligís una pena para enmendar o intimidar a otra persona? Sin tomar en cuenta que existe la historia —y también cosas como las estadísticas— para establecer como total evidencia que desde Caín el mundo no ha sido ni enmendado, ni intimidado por la aplicación de penas. Al contrario. Desde el punto de vista del derecho abstracto, existe una sola teoría del castigo que reconoce abstractamente la dignidad humana, es la teoría de Kant, especialmente en su versión más intransigente tal cual la ha formulado Hegel. Hegel dice “La pena es el derecho del criminal. Ella es un acto de su voluntad propia. El criminal proclama que la violación del derecho es su derecho. Su crimen es la negación del derecho. La pena es la negación de esta negación y por consecuencia una confirmación del derecho, que el criminal solicita y se inflige a sí mismo.”
Sin ninguna duda esta posición de principio es algo seductora, en la medida en que Hegel, en lugar de ver en el criminal un simple objeto, esclavo de la justicia, lo eleva al rango de un ser libre, que dispone de sí mismo. No obstante, al mirar la cosa de más cerca, nosotros descubrimos que el idealismo alemán, en este caso como en la mayoría de los otros casos, no hace otra cosa que aportar a las leyes de la sociedad existente una consagración trascendental. ¿Acaso no es una trampa sustituir la abstracción de la “libre voluntad” por un individuo con sus motivos reales, con todas las relaciones sociales que lo encierran, una sola de las múltiples cualidades humanas toma el lugar del propio hombre? Esta teoría que considera la pena como el resultado de la propia voluntad del criminal, no es otra cosa que la expresión metafísica de la antigua jus talionis [ley de Talión]: ojo por ojo, diente por diente, sangre por sangre. Para hablar claro, y dejando de lado cualquier circunlocución, la pena no es otra cosa que un medio para la sociedad de defenderse contra la violación de sus condiciones de existencia, cualquiera que pudiera ser su carácter. ¿Pero qué clase de sociedad es esta, que no conoce mejor instrumento para defenderse que el verdugo y cuyo “diario faro” proclama al mundo entero que su propia brutalidad es una ley eterna?
En su excelente y sabia obra, “El Hombre y sus Facultades”, Quételet escribe:
“Existe un presupuesto al que se abona con una espantosa regularidad, se trata del de las cárceles y de los cadalsos (...) Podemos predecir cuantos individuos mancharán sus manos con la sangre de sus semejantes, cuantos van a ser falseadores, cuantos envenenadores, más o menos como se puede pronosticar la cifra anual de nacimientos y de defunciones.”
En un cálculo de probabilidades criminales que publicó en 1829, Quételet predijo con una sorprendente seguridad no solamente el número, sino que toda la variedad de crímenes que iban a ser cometidos en Francia en 1930. No son tanto las instituciones políticas propias de un país, sino más bien las condiciones de base de la sociedad burguesa moderna en su conjunto las que producen un número medio de crímenes en una parte nacional dada de la sociedad —he aquí lo que muestra el cuadro siguiente comunicado por Quételet para los años 1822 al año 1824—. De cien criminales condenados encontramos los datos siguientes en América y en Francia:
[Aquí hemos omitido el cuadro]
Si los crímenes, al ser considerados en gran número, manifiestan en su frecuencia y su naturaleza la regularidad de los fenómenos naturales; si, como lo afirma Quételet, “sería difícil decidir en el cuál de los dos dominios (el mundo físico y el sistema social) las causas actuantes producen sus efectos con mayor regularidad”, entonces —en lugar de magnificar al verdugo que ejecuta una parte de los criminales con el único fin de dejarle el lugar a los siguientes—, ¿acaso no es necesario reflexionar seriamente en cambiar el sistema que engendra tales crímenes?
S asi fuera se podria inferir, casi de inmediato, que "todos los pobre tienen justificacion para u horrendo crimen", pero hay algunas personas que desde las zonas marginales se superan, y se convierten en entes productivos de la sociedad, lo cual nos lleva a la conclsion, en base a este razonamiento que: "la pena es el derecho del criminal", como usted lo cito, con mucha humildad escribo, cuidese y siga escribiendo, recuerde que la realidad es una fuente inacabable de pensamiento.
ResponderEliminarNo se si te percataste de quien es la carta que acabas de comentar.
EliminarNo se si te percataste de quien es la carta que acabas de comentar.
EliminarLa lógica detrás del argumento no es excusar a los pobres, ni en absoluto plantear una justificación, sino que es la identificación de un problema. No niega que haya criminalidad fuera de esos limites de distinciones de clase, pero plantea que el problema no es la criminalidad sino el origen de ella y a eso deben abocarse los sistemas políticos. Lo que plantea es que incluso si matas a todos los delincuentes igual habrá delincuencia porque hay una delincuencia dictada por las condiciones materiales que tienen las personas mas pobres, puesto que ellos sufren la violencia de vivir en un entorno hostil, donde falta dinero en su casa, donde la carencia de educación prima, donde el descontento de la infancia de un niño se vuelve en rabia reprimida y que donalmente conlleva al acto criminal. Basicamente Marx dice que el criminal no nace sino que se hace.
EliminarTampoco niega la existencia de gente que sale de sus zonas hostiles y se nserta en la sociedad civil, pero claramente frente al ambiente hostil las condiciones son distintas para una persona pobre frente al burgues que no vive las carencias de sus condiciones materiales de existencia como si lo hace el proletariado.
A mejorar la comprensión de lectura, amigos.
El ejemplo de la persona pobre que logra evitar acciones criminales insertándose en "la sociedad productiva", es precisamente el argumento falaz que Marx refuta en el artículo. Precisamente, porque se sustituye al individuo con sus condiciones concretas de existencia por una de sus cualidades abstractas, en este caso su "libre voluntad". Esto es problemático porque soslaya la influencia que el modelo social tiene sobre nosotros y evita preguntarse a profundidad por las diversas causas que existen en la sociedad generadoras de conductas criminales, dando a entender que estas se originan en la naturaleza misma del individuo.
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