Sigo
con el tema de la función : un aspecto de todo este tema es
distinguir perfectamente cuál es la conexión entre función y
funcionamiento. La proximidad etimológica evita cuestionar este
nexo. La función en realidad se puede entender como la misión que
le adjudicamos a una cosa, su destinación, es decir para qué sirve.
El funcionamiento es la puesta en marcha del mecanismo interno de la
cosa para conseguir nuestro objetivo, para que la cosa cumpla con su
función.
Este
mecanismo interno es lo que Platón hacia el final del primer libro de “La
República” nombra “virtud” y que en nuestro lenguaje actual
llamaríamos “cualidad o cualidades”. Aunque nuestros
diccionarios modernos conservan el significado que usaban los
antiguos y lo ponen como el primero, así lo hacen los académicos y
también María Moliner, “Actividad o fuerza de las cosas para
producir o causar sus efectos”, reza el DRAE. El célebre lingüista
francés André Martinet nos dice en su libro “Fonction et
dynamique des langues”, Armand Colin, 1989, París: “No obstante
hay que entender bien que el funcionamiento lingüístico, como todo
funcionamiento, es una sucesión de causas y efectos” (pp. 27, la
trad. es mía). Las causas son la ejecución y los efectos son la
consecución del objetivo, que en definitiva es la función de la
cosa.
Desde
el inicio de la humanidad, desde los primeros instrumentos de piedra
surgió esta combinación estrecha entre lo que se proponían los
hombres primitivos y la manera de conseguirlo. Partir una piedra con
otra fue tal vez la primera función que se propusieron, fue su
objetivo, su deseo, pero luego llegó la creación (el invento) del
martillo que combinó el mazo con el mango. La eficacidad del golpe
es proporcional a la fuerza del brazo y del peso de la piedra (con
todos los riesgos para los dedos de la mano). El mango multiplica la
fuerza y la efectividad. El golpe en los primeros tiempos fue
totalmente vertical. El que inventó el martillo de piedra fue tal
vez el primer sabio y un científico empírico. Su proyección para
idearlo incorporó un conocimiento práctico, el movimiento del brazo
y de la mano, al alargar la distancia entre la mano y el mazo aumentó
la fuerza del instrumento. En esto que acabo de escribir, he descrito
la formación de la cualidad, de la virtud del martillo. En la
cualidad se encierra el funcionamiento, que es la sucesión de las
causas y los efectos. La función también está en la virtud y está
doblemente como rectora de la acción y como finalidad, como objetivo
de la acción, estos dos momentos forman un todo.
El
invento del martillo es tan genial que este instrumento sigue
existiendo en su forma inicial y en nuevas formas, incluso
incorporado en otros instrumentos.
Si
ahora dejamos de lado el martillo y volvemos al lenguaje, si nos
preguntamos cuál es la función que le hemos designado, veremos que
lo que hemos dicho sobre el martillo lo podemos repetir. El lenguaje
responde a un cometido, a una necesidad, responde a una función:
comunicar, dar y pedir información y para obtenerlo debemos procurar
darnos a entender, lo necesitamos. Que tanto los instrumentos, como
la lengua nos sirven para conseguir los objetivos que nos hemos
propuesto, ha dado por resultado que muchos han llamado a las lenguas (o al lenguaje en
general) instrumento de la comunicación. Pero esta analogía deja de
lado diferencias esenciales, una de ellas es que los instrumentos los
inventamos, mientras que las lenguas las aprendemos.
Es
cierto que una vez ya inventado el instrumento necesitamos aprender a
usarlo. Pero el aprendizaje de la lengua es una interiorización, su
existencia es tanto interna como externa, pues su uso es producir
sonidos que salen de nosotros para alcanzar los oídos de nuestros
interlocutores. La existencia externa de la lengua no es permanente,
los sonidos de desvanecen. Aristóteles en las primeras páginas de
su Órganon
, en Categorías
nos dice que en lo que concierne al discurso ninguna de sus partes
puede tener posición, ya que nada subsiste. Este modo de ser del
lenguaje, es decir su carácter efímero en el tiempo también lo ha
señalado Ferdinand de Saussure en “Ecrits de linguistique
générale” (pp. 32). Este es uno de los aspectos más peliagudos
para abordarlo, pues la posición de la que Aristóteles nos dice que
carece el discurso, plantea el problema de su modo de existencia.
Sobre este problema volveremos en otra oportunidad y para tratar de
resolverlo nos ayudaremos con los aportes y reflexiones del pensador
francés Lucien Sève. Aclaro desde ya que este último problema
entrará como un capítulo aparte de un estudio sobre el lenguaje que
me propongo por fin escribir.
0 comentarios:
Publicar un comentario
Todo comentario es admitido. Condiciones: sin insultos, ni difamaciones.