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18 febrero 2018

La función del lenguaje II

Sigo con el tema de la función : un aspecto de todo este tema es distinguir perfectamente cuál es la conexión entre función y funcionamiento. La proximidad etimológica evita cuestionar este nexo. La función en realidad se puede entender como la misión que le adjudicamos a una cosa, su destinación, es decir para qué sirve. El funcionamiento es la puesta en marcha del mecanismo interno de la cosa para conseguir nuestro objetivo, para que la cosa cumpla con su función.



Este mecanismo interno es lo que Platón hacia el final del primer libro de “La República” nombra “virtud” y que en nuestro lenguaje actual llamaríamos “cualidad o cualidades”. Aunque nuestros diccionarios modernos conservan el significado que usaban los antiguos y lo ponen como el primero, así lo hacen los académicos y también María Moliner, “Actividad o fuerza de las cosas para producir o causar sus efectos”, reza el DRAE. El célebre lingüista francés André Martinet nos dice en su libro “Fonction et dynamique des langues”, Armand Colin, 1989, París: “No obstante hay que entender bien que el funcionamiento lingüístico, como todo funcionamiento, es una sucesión de causas y efectos” (pp. 27, la trad. es mía). Las causas son la ejecución y los efectos son la consecución del objetivo, que en definitiva es la función de la cosa.



Desde el inicio de la humanidad, desde los primeros instrumentos de piedra surgió esta combinación estrecha entre lo que se proponían los hombres primitivos y la manera de conseguirlo. Partir una piedra con otra fue tal vez la primera función que se propusieron, fue su objetivo, su deseo, pero luego llegó la creación (el invento) del martillo que combinó el mazo con el mango. La eficacidad del golpe es proporcional a la fuerza del brazo y del peso de la piedra (con todos los riesgos para los dedos de la mano). El mango multiplica la fuerza y la efectividad. El golpe en los primeros tiempos fue totalmente vertical. El que inventó el martillo de piedra fue tal vez el primer sabio y un científico empírico. Su proyección para idearlo incorporó un conocimiento práctico, el movimiento del brazo y de la mano, al alargar la distancia entre la mano y el mazo aumentó la fuerza del instrumento. En esto que acabo de escribir, he descrito la formación de la cualidad, de la virtud del martillo. En la cualidad se encierra el funcionamiento, que es la sucesión de las causas y los efectos. La función también está en la virtud y está doblemente como rectora de la acción y como finalidad, como objetivo de la acción, estos dos momentos forman un todo.



El invento del martillo es tan genial que este instrumento sigue existiendo en su forma inicial y en nuevas formas, incluso incorporado en otros instrumentos.



Si ahora dejamos de lado el martillo y volvemos al lenguaje, si nos preguntamos cuál es la función que le hemos designado, veremos que lo que hemos dicho sobre el martillo lo podemos repetir. El lenguaje responde a un cometido, a una necesidad, responde a una función: comunicar, dar y pedir información y para obtenerlo debemos procurar darnos a entender, lo necesitamos. Que tanto los instrumentos, como la lengua nos sirven para conseguir los objetivos que nos hemos propuesto, ha dado por resultado que muchos han llamado a las lenguas (o al lenguaje en general) instrumento de la comunicación. Pero esta analogía deja de lado diferencias esenciales, una de ellas es que los instrumentos los inventamos, mientras que las lenguas las aprendemos. 

Es cierto que una vez ya inventado el instrumento necesitamos aprender a usarlo. Pero el aprendizaje de la lengua es una interiorización, su existencia es tanto interna como externa, pues su uso es producir sonidos que salen de nosotros para alcanzar los oídos de nuestros interlocutores. La existencia externa de la lengua no es permanente, los sonidos de desvanecen. Aristóteles en las primeras páginas de su Órganon , en Categorías nos dice que en lo que concierne al discurso ninguna de sus partes puede tener posición, ya que nada subsiste. Este modo de ser del lenguaje, es decir su carácter efímero en el tiempo también lo ha señalado Ferdinand de Saussure en “Ecrits de linguistique générale” (pp. 32). Este es uno de los aspectos más peliagudos para abordarlo, pues la posición de la que Aristóteles nos dice que carece el discurso, plantea el problema de su modo de existencia. Sobre este problema volveremos en otra oportunidad y para tratar de resolverlo nos ayudaremos con los aportes y reflexiones del pensador francés Lucien Sève. Aclaro desde ya que este último problema entrará como un capítulo aparte de un estudio sobre el lenguaje que me propongo por fin escribir.

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