La necesidad de cambios en las estructuras sociales del país aparece como
una evidencia para todo el que se dice de izquierda o simplemente se preocupa
por el modo de vida que lleva la mayoría de salvadoreños. No hace falta que
cada vez se describa la precariedad en que vive la población y se den cifras que corroboren esta
situación. Al contrario, es urgente que se discuta con profundidad qué tipo de
cambios se necesitan.
Voy a recordarles a muchos que en el país estuvo planteado por las
organizaciones revolucionarias el cambio de estructuras económicas y sociales.
Se habló durante años de construir el socialismo. Se emprendió la guerra con
ese objetivo. Esto estaba escrito con todas sus letras en el programa del FMLN
antes de que la corriente reformista tomara la dirección e impusiera su visión
y sus objetivos. Sobre esto ha aparecido un interesante artículo en “Rebelión”
de Joel Arriola (para leerlo den un clic aquí). Este
recordatorio me parece imprescindible en la medida en que esta opción ha
desaparecido totalmente en el discurso político salvadoreño y que el FMLN asume
sin tapujos su papel de administrador estatal de los intereses del gran
capital. No creo que valga la pena tampoco citar a los dirigentes del FMLN y al
candidato a la presidencia proponiendo sus servicios a los empresarios. Sí, tal
vez se imponga mencionar los más recientes piropos de Sánchez Cerén: “"Ustedes
(sector empresarial) son el alma, el corazón y el motor del crecimiento
económico del país. Los necesitamos a ustedes". Este salmo forma parte de
la ortodoxia propagandística de la burguesía, es el que justifica el lugar que
ocupan los burgueses en la sociedad. Es la íntima convicción de la cúpula
efemelenista.
La desaparición casi total en el discurso político salvadoreño de la
construcción del socialismo no es fortuita, es la consecuencia de la nueva
correlación de fuerzas creada por el derrumbe del “socialismo real” y del
triunfo ideológico del liberalismo en todas las sociedades capitalistas.
Hace algunos años, el editorialista Altamirano, más recientemente el
presidente Funes, en una fácil retórica, alegaba que nuestro pueblo era
eminentemente anticomunista y que si se le preguntaba si desea el socialismo
respondería por la negativa. Esta evidencia no obstante oculta otra realidad:
la insatisfacción de los salvadoreños por la vida que les impone el capitalismo
y sobre todo las aspiraciones y anhelos de poder cambiar esa vida. Altamirano
dirige y es propietario de un órgano de prensa que lleva adelante una lucha
ideológica, en compañía de la gran mayoría de los media salvadoreños. Esta
lucha ideológica es esencialmente anticomunista, mucho más anticomunista que
procapitalista. La sociedad capitalista existe, la vivimos, se le exalta más
como la garantía de una libertad muy abstracta para la mayoría, pues en
concreto se trata de la libertad de emprender, de poder ser parte de esa
“alma”, de ese “corazón”, de ese “motor” del que habla Sánchez Cerén. En otras
palabras de ser parte de la clase dominante, de la clase que explota.
Sin embargo y muy a pesar de que el tema de la construcción del socialismo
ha desaparecido, a pesar del derrumbe de los Estados socialistas del Este
europeo, la lucha en su contra no amengua, no decae. Es esta lucha casi
solitaria, contra un enemigo casi fantasmal, la que ha ido conformando el modo
de pensar de los salvadoreños. No es pues una falsa certidumbre la de
Altamirano y la de Funes, que si le preguntamos a la gente si desean una
sociedad socialista, nos responderán mayoritariamente por la negativa.
Pero esa pugna solitaria de los órganos ideológicos de la burguesía
salvadoreña no ha sido lo único que ha evacuado la aspiración por otra
sociedad, resulta que el mismo derrumbe del “socialismo real” ha contribuido
quizás con mayor impacto. Podemos preguntarnos si ante un tal fracaso ¿no vale
la pena dejar que el mundo siga su curso sin mayores sobresaltos?
La respuesta pareciera imponerse por sí misma, no obstante el abismo que se
abre entre la vida que anhelamos y la que tenemos, nos deja también la amarga
certidumbre de que el mundo así como es, es un mundo estancado. Que aceptar que
no hay remedio a la actual condición humana es pretender cerrar las ventanas y
las puertas al futuro, privarla de horizontes. Es aceptar que tiene razón
Fukuyama que la historia se ha terminado.
Esto nos lleva a concluir que urgimos de otra sociedad, que el cambio
planteado no es producto sólo de un raciocinio, sino que resulta de la realidad
misma, de su propio movimiento. Pero si el cambio se nos impone, no sabemos ni
siquiera cómo dar los primeros pasos hacia el futuro. Sabemos que la política
actual del gobierno de Funes/FMLN no lleva a resolver los problemas nacionales,
tampoco, ni mucho menos podemos esperar que los resuelvan los partidos de
derecha, ARENA o GANA. Las soluciones urgen, esto lo sabemos todos.
Pero la urgencia no debe conducirnos a la impaciencia, en esto tiene mucha
razón el filósofo alemán Hegel, que la impaciencia quiere llegar al fin, sin
darse los medios. Hay quien piensa que mientras tanto es necesario hacer
propuestas detalladas, cifradas, racionales, aceptables, etc., en otras
palabras, realistas. Sin preguntarse quién las llevará a cabo, si el gobierno
actual se dignará a darle un vistazo, por muy realistas que parezcan. Algunos
piensan que apenas se trata de resorber el déficit fiscal, de encontrarle un
equilibrio al presupuesto, de disminuir los gastos del Estado. En el fondo,
estas proposiciones y consideraciones se quedan en el mismo reformismo
socialdemócrata o si quiere, del FMI. Pues estas sesudas proposiciones no
cuestionan los fundamentos mismos de la sociedad capitalista. Ellos en el fondo
aceptan los consejos de pragmatismo que le daba al FMLN, el exdirector del BCR,
Carlos Acevedo (pulsen aquí). En
resumidas cuentas es una invitación a aceptar el mundo tal cual es, aceptarlo
como una entidad eterna e inmutable.
Hay en las palabras de Carlos Acevedo una aserción que funciona en el
discurso ideológico burgués como un postulado: “el FMLN debe de ser “más pragmático” y aceptar que la economía de mercado funciona mejor
que los regímenes de orientación socialista”. Y agrega: “Los regímenes exitosos de
orientación o inspiración socialista de alguna manera han tenido que adaptarse
a ese entorno global de economía de mercado” y puso el ejemplo de China, “una
de las naciones que el mismo FMLN ve y ha calificado como exitosa”.
En apariencia todo tiende a darle razón a Acevedo y al resto de apologistas
del capitalismo. Qué mejor demostración que el catastrófico derrumbe del “socialismo
real” en el Este europeo. La desbandada ha sido general. La evidente bancarrota
de las economías de esos países no es un invento y su fracaso no se le puede
imputar únicamente al bloqueo imperialista, aunque haya contribuido.
Es menester entonces determinar a qué se ha debido el fracaso. Tanto en el
pasado, como en el presente hablamos de la necesidad de emanciparnos del
capitalismo, esta forma social definida por la propiedad privada de los medios
de producción y de cambio, fuente de la explotación del hombre por el hombre y
de todas las plagas sociales que conlleva. La transformación fundamental que se
impone por consiguiente es de pasar a la apropiación colectiva, socializando los
principales medios de producción y de cambio, a través de nacionalizaciones
extensas, lo que permitiría sustituir las leyes salvajes del mercado por una
gestión controlada racionalmente. Tal mutación de las relaciones sociales es
posible únicamente a condición que previamente se le haya arrancado a la clase
poseedora la capacidad de disponer de la fuerza constriñente del Estado.
Conquistado el poder político, la clase obrera y sus aliados podrán organizar
democráticamente sobre una base totalmente distinta el conjunto de la vida
social. Llevar a cabo estas arduas tareas presupone a su vez la existencia de
un partido obrero revolucionario, fuerza organizada capaz de ejercer un papel
dirigente de las masas trabajadoras a todo lo largo del proceso de la lucha de
clases. Organización del partido de vanguardia, conquista revolucionaria del
poder político, socialización de los principales medios de producción y de
cambio, tales eran, más allá de cualquier variante, los tres principales
capítulos claves del socialismo científico.
Ya asegurada la victoria del socialismo en un país o en una serie de países,
aptos para resistir las embestidas previsibles del mundo aún capitalista que
los rodea, se crearían las condiciones para la abundancia regulada de bienes y
la disciplina libremente consentida de las personas, que harían surgir en la
agenda social el pasaje del socialismo, fase transitoria, crucial, aunque aún
incompleta de la emancipación humana, al comunismo. En donde cada una y cada
uno podrá acceder a las riquezas sociales “según sus necesidades” y donde
acabará por fenecer el poder del Estado y la humanidad por fin pondrá término a su prehistoria.
Ahora detengámonos a cotejar con toda la seriedad posible este grandioso anuncio
con la realidad efectiva de las sociedades “socialistas” del siglo pasado. De
entrada podemos afirmar que la promesa hecha por lo esencial no se cumplió. Se debe
admitir no obstante que las circunstancias eran profundamente desfavorables:
los inclementes límites iniciales de desarrollo en casi todos los países que
optaron por la vía socialista, los esfuerzos constantes, insidiosos e
imperdonables del mundo capitalista por obstaculizar su crecimiento y su despliegue,
la novedad extrema de muchos problemas que había que resolver. Al mismo tiempo
se debe reconocer el valor de muchos logros significativos: los arranques
económicos de gran magnitud, conquistas sociales de todo tipo, retroceso de
muchas desigualdades, retroceso general de la alienación por el dinero, etc.
Todo esto valida de alguna manera la promesa socialista anunciada, de lo
contrario no se entendería cierta nostalgia por el pasado en amplias capas de
la población de esos países que han tornado al capitalismo.
No quita que todo esto fue cubierto y manchado por la gravedad de todo lo
que significa el desplome de la Unión Soviética y del socialismo del Este
europeo. Lucien Sève caracteriza así la situación: “incoercible alergia a la
democracia social y política susceptible de llegar hasta los crímenes de masa,
tentativa obstinada de encuartelamiento de las consciencias, incapacidad
fundamental de arribar a la alta productividad económica fundada en la implicación
responsable de los productores, progresiva alza de las peores alienaciones
hasta la pérdida del sentido histórico de toda la empresa y la bancarrota
causada por la desafección popular”.
En lo que atañe a los países que se reivindican todavía o nuevamente del
socialismo, en Asia o en Latinoamérica, se han encaminado, en diversos grados,
por la senda de políticas de apertura controlada al capitalismo. La cuestión
que se plantea hoy es de saber si este control no tiene por lógica ineluctable
de convertirse en su contrario. En cuanto a los partidos de los países
capitalistas que apuntaban a instaurar el socialismo, han perdido su
credibilidad, con la implosión final del mundo soviético, algunos de esos
partidos se han disuelto en las políticas neoliberales dominantes (es el caso
de nuestro FMLN), otros perseveran levemente en sus opciones iniciales sin que ninguno
hasta hoy haya logrado abrir en pensamiento, mucho menos en acto una gran
perspectiva poscapitalista. El balance del último siglo es inclemente para el “socialismo
científico”.
Lo que acabo de describir no incita para nada al optimismo. Pues en esta
larga prueba, cada escalón en la caída, ha aportado su lote de disidencias y de
tentativas renovadoras, pero ninguna ha conocido éxito alguno. Esto significa
que los que quieren pensar de nuevo en el sentido de Marx en una efectiva
emancipación humana, de entrada deben tomar la medida de lo que hace recaer
pesadas dudas sobre la plausibilidad del proyecto.
Desde los años en que apareció el “Manifiesto del partido comunista” hasta
la Revolución de Octubre y aún más allá, la línea de mira marxiana de una
superación histórica del capitalismo ha exaltado enormemente las mentes
avanzadas y ha movido a grandes combates emancipadores. Desde la emergencia del
estalinismo hacia el final de los años veinte hasta el derrumbamiento del mundo
soviético en los años noventa, esta misma mira ha despertado la desaprobación
popular masiva y toda suerte de invalidaciones intelectuales muy severas, a la
medida de las esperanzas suscitadas y al mismo tiempo defraudadas.
Y obligatoriamente tal cual están las cosas en este naciente siglo XXI, las
certidumbres del editorialista Altamirano son compartidas por millones de
gentes. A tal punto que la tentativa de pasar al socialismo para muchos se
presenta como una amenaza que hay que conjurar a como dé lugar. Su posibilidad
aparece minúscula ante aquellos que siguen deseando esa transición. Sin embargo
hay un hecho nuevo innegable: la profunda crisis histórica del capitalismo le
confiere a su superación una renovada credibilidad y hace aparecer claramente
el exorbitante costo para la humanidad entera de su mantenimiento. ¿Esta
transición es pensable en qué términos? ¿Por qué vías se vuelve accesible? Estas
preguntas necesitan respuestas bien ponderadas, sin precipitaciones, es lo que
permitirá llevar adelante políticas adaptadas a estas nuevas circunstancias.