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08 septiembre 2024

De la convicción personal a lo Universal

Por Carlos Abrego

Aun en el soliloquio hablamos con alguien “Converso con el hombre que siempre va conmigo...”, nos dice Antonio Machado. Recurrimos de nuevo a lo trillado, al lugar común, el hombre no puede vivir solo. La unidad de base es siempre el grupo. La pareja, la familia, la tribu y la nación constituyen realidades y puntos de partida para diferentes estudios sociales.

Los grupos se forman a través de vínculos identificadores. Lo que prevalece, lo que prima es la identidad; lo que enlaza, reúne y nos da el nombre de nosotros. No obstante sin la existencia del otro es imposible el nosotros. El otro instaura la diferencia para implicarnos en la identidad del nosotros. De nuevo entramos en el juego de la atracción y de la repulsión. Ambas tienen su propia manera de expresarse, su propia retórica.

Sin querer entrar en un pantano de interminables paradojas, debemos reconocer que la instancia enunciativa presupone al otro, a mí mismo y al otro. De ahí que el que enuncia la identidad del grupo, el que señala el vínculo fundador de la entidad social se coloca afuera, frente al grupo. Se vuelve un otro para los demás, en alguien que trasgrede la norma, puesto que para delimitar la identidad del grupo tiene que colocarse al exterior.

Uno de los vínculos angulares, generador de identidad es el lenguaje. La literatura por el hecho mismo de sustentarse en la lengua juega un papel primordial en la formación de la identidad nacional. Una consecuencia social de este hecho es el rango, el lugar, la autoridad que le confiere a un hombre su estatuto de escritor. Sin duda alguna el que asume dirigirse al grupo, sabe que se está alzando a un lugar de privilegio. Sabe también que corre riesgos. Ese rango, ese lugar, esa autoridad y ese privilegio no son necesariamente económicos. Sobre todo son morales. Estamos hablando de responsabilidad.

El escritor no siempre está consciente de que maneja un instrumento en derredor del cual se forja una identidad. Al mismo tiempo, su habilidad, su maestría, su oficio lo vuelven fuera de lo común, lo colocan fuera de la norma. Su palabra es sacralizada. Su voz es una frente al resto. El escritor siempre está al límite de volverse el portavoz del grupo. Sus opiniones, sus convicciones, puesto que adquieren resonancia, puesto que se convierten en líneas de demarcación, provocan impulsos emocionales.

Ahora bien los escritores dialogan a través de sus obras no con el grupo en su totalidad, ni simultáneamente con todos. Es siempre un diálogo con una sola persona. De ahí que sus convicciones personales, su visión del mundo son percibidos como accidente, como lo particular al lado de otras particularidades. Además no se encuentran explícitas en el texto, el lector tiene que entrar en acción, buscar, escudriñar, descubrir y luego tomar partido. Recuérdese que estamos hablando de literatura y no de un discurso conceptual, sus convicciones no aparecen inmediatamente como tales, están estrechamente ligadas a las imágenes que configuran el mundo artísticamente creado.

Hablando a grandes rasgos, podemos afirmar que en la comunicación lingüística cotidiana, nosotros partimos de lo concreto (“lo que queremos decir”) y pasamos luego por lo abstracto (las estructuras lingüísticas) para que nuestro interlocutor interprete de lo abstracto que le presentamos, un concreto suyo. En el uso artístico del lenguaje, este proceso se manifiesta y se complica. El lenguaje se vuelve objeto y meta de la actividad creativa. No obstante este volverse objeto modifica su calidad de vehículo de la comunicación, la transforma. Hay aquí un valorización El lenguaje ya no es un simple instrumento, un medio, sino que un objetivo, una meta, el objeto mismo de la actividad estética. Con esta elevación a potencia del lenguaje se elevan también, inseparablemente y en consecuencia, todos los otros aspectos de la comunicación, puesto que ellos son también el objeto y la meta de la actividad artística.

La convicción personal adquiere en este proceso un nuevo rango, una nueva calidad. Su transformación más profunda es su estetización. Ya no se expresa en tanto que convicción personal, ni simplemente como convicción, sino que como un elemento inherente, propio de la obra misma. De cierta manera, es el todo artístico lo que los lectores tratan de interpretar. En ese todo las convicciones son la ideología del mundo creado. Es a partir de esa ideología que cobra valor la actuación de los personajes. Su opinión, sus convicciones coinciden o se oponen con esa ideología. Cada acción, cada movimiento, cada pensamiento de los personajes es confrontado en primer lugar, con los valores que reinan en el mundo en que el autor los pone a vivir.

Es aquí donde se opera la junción de lo particular con lo universal. La opinión que deja de ser convicción privada y se convierte en ideología del mundo imaginado, ya no es abordada, enjuiciada, analizada, confrontada con lo individual, con otras opiniones particulares. El universo artísticamente creado se confronta con el mundo real. Dicho de otro modo, la ideología estetizada concuerda o no con la ideología en vigor en el mundo del lector.

Estas mutaciones nos devuelven a lo que plateábamos al principio, me refiero al problema de la identidad del grupo, a la identidad nacional. La fuerza identificadora del lenguaje juega un rol primordial en la valoración de los planteamientos ideológicos de una obra. Al ser asimilados como manifestación de la cultura nacional, cuando su lograda estetización da en el blanco de nuestros sentimientos y convicciones, le confiamos el papel de representarnos frente al mundo. De manifestación individual, particular, accidental se convierte en estandarte del grupo. Ya no confrontamos la obra con lo puramente particular, sino que la abordamos como algo que a partir de nuestro ámbito se dirige a la humanidad entera. Con el arte entramos en la ronda del grupo universal, la humanidad.

02 septiembre 2024

La escuela del futuro y del diálogo

 Por Carlos Abrego


Paulo Freire pensó en la escuela del futuro y se esforzó por implantarla en el Brasil de su tiempo; sus ideas las plasmó en el libro, “Pedagogía de los oprimidos”. El estado actual de nuestras escuelas y la educación que se imparte en ellas se asemeja a la triste descripción que hace Freire de la enseñanza en el Brasil de su época. Imposible resumir en esta nota su libro, no obstante me puedo referir a dos ideas mayores, la situación actual es herencia vieja, nos viene desde la colonización y a medida que el tiempo avanza el atraso se viste con otros trajes confeccionados por la dominación oligárquica. No cabe explayarse en esto, la otra idea es que los oprimidos brasileños eran mudos. También desde la Colonia los había silenciado y seguían callados hasta ya saliendo el siglo XX.

Esta mudez nuestra, ha recobrado su actualidad con el régimen bukeliano. Los oprimidos son siempre aquellos que se acostumbra llamar “los sin voz” y que se manifiestan en el hablar de profetas o de líderes políticos que dicen encarnar los intereses populares. No se trata de un silencio voluntario, ha sido inculcado por toda la sociedad y el Estado. El autoritarismo en las familias, inicial sitio de nuestras costumbres y tradiciones, impone a los cipotes muda obediencia, sumisión a la voluntad paterna. Los hogares reproducen o inician lo que sucede en la sociedad entera. Un verticalismo autoritario, en que todos los superiores no admiten ni peros, ni rechinos.

Se trata de una jerarquía vertical en la cual cada eslabón ejerce su autoridad hacia abajo. Antón Pablovich Chéjov, insigne escritor ruso, en muchos de sus cuentos describe la saña y crueldad con que suelen ejercer su “poder” los miembros de los eslabones más bajos, como si en esa inclemencia residiera todo el sentido de sus cargos. Esto se puede observar en todas las sociedades capitalistas.

En nuestras escuelas no se respira libertad, por lo general los alumnos son considerados desde el inicio como recipientes vacíos que hay que llenar con conocimientos y no hay distingos de personalidades, ni de capacidades, tal vez sólo para justificar la despreciativa calificación. Los niños tienen que abrir sus mentes para que entre lo que debe aprender, su rol es pasivo por entero, no participa de su propia formación. Agrego de inmediato que hay apreciables excepciones, que a pesar de la escasez de medios se esmeran por innovar e invertir la situación.

Pensar la escuela del futuro en nuestro país empieza por resistir contra la precariedad actual. Entre nosotros los salvadoreños hablamos muy poco sobre nuestras escuelas, su nivel, su situación material y sobre la preparación científica de los maestros. No obstante muchos repetimos hasta la saciedad que hay que elevar el nivel de consciencia de nuestro pueblo, que se necesita tomar consciencia de lo que nos ocurre. Se repite machaconamente que debemos adquirir un pensamiento crítico y algunos señalan la escuela como el primer lugar en donde se debe proponer los primeros instrumentos para analizar críticamente nuestra realidad, nuestras vidas.

Sin embargo este llamado al pensamiento crítico no sobrepasa el simple rito. Por lo común se suele limitar la crítica a no dejarse engañar de los medios televisivos, radiales, de la prensa y ahora de los medios que pululan en Internet, todos ellos patrocinados por los grandes monopolios o son de su propiedad. Se insiste en la necesidad de forjarse su propia opinión.

Estos llamados son loables y parten no sólo de buenas intenciones, sino que de un sentimiento de la urgencia que hay de cambiar la realidad que nos agobia. Los que pronuncian estos llamados saben que el pensamiento crítico no puede meterse en la cabeza de los escolares, colegiales y universitarios como se meten en la cabeza las tablas de multiplicar. Los educadores tienen que estar atentos a los diferentes niveles de conceptualización, no se pueden saltar etapas.

Para la escuela del futuro se necesita un cambio radical en la preparación de los enseñantes. Se trata de acostumbrarlos a tener siempre una actitud científica, de investigación, de que sepan que su propio aprendizaje no termina nunca, que toda su vida tienen que estar abiertos a lo que enseñan los niños, a aprender de los colegas, a mantener también con ellos un diálogo permanente. Hay que darle a la Escuelas Normales tanta atención como la debe tener la Universidad, pues es en esos lugares donde se educan los que van a ayudar a forjarse a nuestras futuras generaciones.

Freire propone una “pedagogía del diálogo” en el seno del cual, la palabra del niño tiene que ser valorada como la de su maestro. Freire no se refiere a los diálogos platónicos cuyo fin era hacer prevalecer la idea del filósofo griego. En esos diálogos había jerarquía. A veces dialogar en los primeros años es manifestar una atención particular a las dificultades que aparecen en los educandos, en su personalidad, en su carácter, en su temperamento. Por múltiples razones los niños no tienen todos las mismas capacidades. Algunos padres han podido dedicarles a sus criaturas más tiempo para jugar, leerles cuentos, para hablar simplemente, otros no tienen esa suerte por el trabajo o por lo exiguo de sus casas, etc. El aprendizaje del lenguaje en los primeros años es crucial. Es por eso que el diálogo es primordial, si hay atraso que viene de los hogares, el maestro tiene que compensar, ayudarle al niño, darle el gusto de los relatos y por el uso adecuado del lenguaje. No me refiero al uso distinguido, nuestro hablar guanaco hay que conservarlo preciosamente.

Lo que estoy apuntalando aquí, son primeras ideas, sugerencias que propongo para iniciar un diálogo con todos, Hay que pensar en la escuela del mañana, que prepare a los futuros ciudadanos, a las personas que van a construir nuestro nuevo país. No se trata de prepararlos únicamente para que sepan utilizar las complejas herramientas de la industria u otras cualidades profesionales. Las escuelas tienen que dar los útiles necesarios para que cada uno pueda desarrollar a pleno sus capacidades.