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11 noviembre 2020

La hora es grave

Esta vez voy a abordar un tema cuyo carácter acucioso y de aguda dificultad nos impone prudencia y dejar de lado los arrebatos. Se trata de analizar cuál tiene que ser nuestra actitud ante las consecuencias inmediatas del triunfo de la corriente bukeleana en las próximas elecciones legislativas. La acuciosidad del tema es casi evidente, pues tenemos un gobierno que más parece “un puño de ladrones asaltando en pleno día la sangre de los pobres”, como dice el poema de Oswlado Escobar Velado, que un equipo cooperando para el bien del país. El capo de la pandilla tiene como costumbre insultar a sus adversarios, acusarlos de cualquier delito, por supuesto sin aportar nunca prueba alguna, exigir en cuanto la oportunidad se le presenta más y más dinero. En pocos meses el país se ha endeudado batiendo récords a repetición como un Bubka o un Usain Bolt.


Al proclamar la consigna “devuelvan lo robado” el candidato exhibía una pretendida pulcritud y honestidad sin límites. Los ladrones eran los otros y esos otros temían su espada justiciera cuando llegara al poder. Hasta el momento no se ha visto nada de eso, sino todo lo contrario: negociaciones con las maras, condenas y multas recibidas por abusos en su gestión municipal, nombramiento de familiares, amigotes en los puestos claves de su administración superando también en esto a sus predecesores. La lista de las fechorías y de sospechas de delitos las conocemos todos, no vale la pena enunciar el recuento.


La gran mayoría de los políticos mienten, pero el presidente salvadoreño adolece de una manía de mentir incomparable y no se trata de que mienta como lo hacen los otros, él miente tanto para engañar, es decir adrede, pero también miente como efecto de un desarreglo mental, es decir sin necesidad alguna, porque ese mundo de mentiras es el suyo. Pero esta manía se acompaña con otra de igual tamaño, un embelesamiento de su propia persona, que lo lleva a una autoestima enfermiza y a un engreimiento repleto de soberbia. Es por eso que no consulta con nadie, que exige obediencia y pleitesía, es la razón por la que hizo que los jefes militares en la toma del poder le juramentaran fidelidad y entrega a él y no a la Constitución. Esto no habla muy bien de los que le obedecieron. Pues ya tenemos tantas pruebas que los jefes militares y policiales están dispuestos a seguirlo en sus desmanes dictatoriales, ya lo hicieron el nueve de febrero y en los días anteriores cuando intimidaron a los diputados. Pero aquel día el inquilino de CAPRES nos compartió una noticia completamente delirante, tiene conexión directa con Dios y en esa oportunidad el Supremo lo apaciguó y lo calmó para que su santa furia de presidente desobedecido no fuera más lejos.


El covid-19 sirve para todo


Lo ocurrido recientemente en la Corte de Cuentas, cuando cerraron las oficinas que fiscalizaban los gastos de 500 millones de dólares usados en la pandemia. El pretexto fue el no respeto de las medidas sanitarias con el covid-19. El pretexto es para echarse a reír, pero el hecho en sí es totalmente indignante. Han sido repetidos los rechazos de ministros y del mismo presidente de rendir cuentas ante la Asamblea y ante la nación de los gastos realizados, algunos de ellos claramente sospechosos de corrupción. Este cierre y los motivos alegados es una rotunda tomadora de pelo, pero francamente no se trata solamente de eso, de que nos tomen el pelo y que nos supongan idiotas, sino que de algo aún más grave, la implementación de una dictadura está en marcha con el mayor descaro y a la faz de la nación entera. Hay en las redes sociales un atajo de canallas que se atreven a defender esta perfidia y desfachatez gubernamental. Los llamo canallas pues su fanatismo es extremo y defienden una zancada hacia atrás en nuestra pobre historia de reprobables hechos arbitrarios y criminales. Lo hacen de manera agresiva e inmeditada. Por lo general esta irreflexión es constante en los hinchas del presidente y son ellos los que propician el advenimiento de una nueva dictadura. Creo que en esta amenaza reside la acuciosidad del tema que abordo.


El país corre el peligro de encontrarse con un presidente controlando por entero todos los engranajes del Estado, sin ninguna vigilancia, sin ningún límite, en beneficio propio y de sus allegados. El país ya fue arruinado en este primer año y pico de gobierno, un gobierno sin plan conocido, sin proyectos de construcción de una nueva sociedad que es lo que anhela el pueblo que desalojó a “los mismos de siempre” de su dominio total del Estado. Las dos grandes fuerzas políticas fueron derribadas de sus pedestales y se han resquebrajado. Aunque la derrota no la sufren de la misma manera. Es cierto que la derecha arenera prefiere tener el sartén por el mango, pero el gobierno actual en el fondo no contradice sus opciones liberales y de dominio integral de la sociedad por el gran capital nacional e internacional. Son muchos los exareneros que han pasado a la nueva mayoría política sin muchos cuestionamientos, ni muchos escrúpulos. Es cierto asimismo que algunos exefemelenistas han emigrado hacia Nuevas Ideas y encuentran allí satisfacción a sus ambiciones personales.


Digamoslo sin tapujos en qué consiste la aguda dificultad, pues se trata de cómo podemos evitar que Bukele tenga a partir del 28 de febrero 2021 no sólo el sartén por el mango, sino también las ollas, las cacerolas y el comal entre sus manos y parta y reparta a como mejor le parezca y en beneficio exclusivo de su clica. ¿Cómo evitarlo?


Dictadura o seguir con el proceso democratizador


Aquí nos enfrentamos ante un campo político salvadoreño que ha sido desquiciado por el electorado. Los electores se han hecho cada vez menos presentes en los escrutinios, ha aparecido también una tendencia a anular el voto adrede para protestar, este movimiento de una elección a la otra creció, aunque sigue siendo marginal, pero no obstante ha dado que hablar más que la mera abstención. El desplome de los partidos “tradicionales” y la victoria de GANA (aunque en realidad no es el partido político el vencedor, sino que el candidato) constituyen tal vez el hecho más importante y significativo después de la firma de los Tratados de Paz. El otro hecho de gran importancia y tal vez el mayor es la democratización de nuestra vida política. Este proceso ha ido venciendo décadas de autoritarismo y mañas antidemocráticas, los fraudes y elecciones amañadas han desaparecido, la libertad de expresión se ha venido ejerciendo con dificultad, pero ha entrado en nuestro panorama político y ha permitido y propiciado justamente que el sistema de partidos entre en crisis. Sí bien el Ejército no desapareció por completo de la vida política y social no era el principal actor como lo fue durante décadas. La represión política se volvió más o menos marginal, aunque la vimos reaparecer con Flores y Saca, especialmente contra los ambientalistas. El poder judicial con la Sala de lo Constitucional y algunos tribunales comenzaron a actuar con cierta independencia y sus fallos fueron acatados, a veces a regañadientes. La Asamblea sin llegar a ser un lugar de entera deliberación y proposición, pudo discutir y a veces enmendar las leyes, proponer sus propias leyes y enmiendas. Las luchas sociales, es cierto decayeron, pero esto se debe más a una política de partido que por problemas institucionales. Es decir el proceso democratizador iba dando sus pininos, venciendo obstáculos, frustrando muchas trampas. Este proceso democratizador fue el resultado y la prolongación de la guerra, de una situación política exacerbada, en la que las posiciones eran obligatoriamente irreconciliables y polarmente opuestas.


Esta polaridad no se dio solamente en el campo político, sino que también en lo que ahora se llama sociedad civil. Esta polaridad se volvió detestable para muchos y blanco de ataques. Muchos la culpaban de ser el principal obstáculo para nuestra democratización y creadora de trabas para el buen funcionamiento institucional. En verdad, fue un obstáculo de la democratización, pero no tanto en las contiendas y disputas parlamentarias, pues eso se produce en muchos otros parlamentos sin que nadie se queje, ni eso haga perder el rumbo de la democracia representativa. El terreno en que esa polaridad tuvo nefastas consecuencias es lo que sucedía en la sociedad civil, entre los partidarios de uno o de otro campo, que entraron en una especie de esclerosis mental que se manifiesta en un dogmatismo y fanatismo completamente ciegos y sordos. Dos bandos a la par, pero separados abisalmente por rencores y frustraciones y por una historia de conflictos de toda índole que fueron perdiendo lo ideológico, para ahondarse en un pantano de emociones y pulsiones incontrolables. Debo señalar aquí que el proceso democratizador no se acompañó en lo económico y social por grandes avances, la situación que nos llevó a la guerra en estos dos respectos, el económico y el social, sigue sin mayores mutaciones, mejor dicho continúa estancada.


La democracia representativa no es una panacea universal, la vemos fallar en muchos lugares reputados “muy democráticos”. No obstante nosotros los salvadoreños no podemos pretender superar esta democracia con sistemas más avanzados (aunque percibamos su urgencia y necesidad), si apenas estamos aprendiendo a manejarnos con este sistema representativo, sin que aún hayamos gozado plenamente sus frutos. Digo esto porque en las próximas elecciones legislativas vamos a tener que optar entre continuar este proceso democratizador o simplemente entrar de nuevo en un ciclo de dictaduras.


Nadie en su sano juicio


Esta alternativa encierra cierto dramatismo, pues hace surgir tensiones sociales inexplicables, ya que a primera vista nadie en su sano juicio puede optar por volver al círculo infernal de las dictaduras. Sin embargo lo que está planteado en la escena nacional es justamente eso. Si Nuevas Ideas logra un triunfo arrasador, el presidente Bukele podrá ejercer el poder de manera aún más despótica y de manera aún más autártica de lo que ha venido haciéndolo desde su entronización como mandatario. Nuestro drama es que los que lo eligieron estaban hondamente convencidos de que con el nuevo presidente íbamos a tener un sistema democrático horizontal, de que el verticalismo autócrata reinante en el país, desde las empresas hasta la totalidad del Estado, iba a desaparecer, de que el nuevo partido iba a ser un modelo de democracia. La realidad es otra, hay una sola persona que manda en todo de manera inconsulta y nombra y despide con la misma facilidad y holgura con que se cambia los calcetines. Y sobre todo que no acepta críticas y ha llegado a atacar frontalmente a los periodistas y a otras personas que han expresado posiciones inconformes con su desgobierno. Estos ataques han puesto en peligro la libertad de expresión y de la prensa de tal suerte que organismos internacionales han manifestado su preocupación y de la misma manera la actitud del presidente respecto a los órganos del Estado legislativo y judicial ha sido de enfrentamiento y de desacato. En esto también internacionalmente hemos leído y oído críticas, protestas y advertencias. El presidente hace caso omiso de todo esto, como si le importara un comino perder prestigio y apoyo internacionalmente.


¿Qué opciones nos quedan?


¿Qué podemos hacer de aquí hasta el día de las elecciones? ¿Se puede crear un nuevo partido? ¿Que opciones tenemos? La primera pregunta no tiene una respuesta realmente muy difícil, los que estamos conscientes del peligro existente no nos queda otra cosa que alertar a la población, seguir denunciando los desmanes y las prácticas dictatoriales que se vienen introduciendo en el país. Seguir atentos y ser críticos ante la ausencia de planes de gobierno, de proyectos de acciones sociales y económicos en beneficio del país y de las clases más necesitadas. El cierre de las actividades económicas por el covid-19 han producido mayor desempleo y ahondado la pobreza endémica en nuestro país. Esto no se combate con paquetes alimenticios, ni regalitos preelectorales, sino que con medidas que cambien las estructuras que dan origen a estos males. Lograr esto es parte de una lucha que tiene que ser permanente. Se trata pues de una actividad que se mantiene y que debe profundizarse.


Respecto a la creación de un nuevo partido que pueda tener incidencia en las próximas elecciones es más que utópico, incluso legalmente ya es demasiado tarde. Los partidos (de izquierda) afuera del FMLN son por el momento muy marginales, algunos incluso desconocidos de la mayoría de salvadoreños. Y con esto estoy respondiendo a la pregunta “¿Qué opciones tenemos?”.


Los dirigentes (la famosa “cúpula”) del FMLN, ni el partido en general fueron capaces de realizar un análisis de sus propias actividades políticas y gubernamentales, que explicaran su descalabro electoral, su derrota política. Después de la derrota prometieron este análisis y no cumplieron con la promesa, hay algunas declaraciones que señalan tal o tal punto en particular, pero que no abarca toda la estrategia que fracasó o la ausencia de estrategia socio-política que los llevara a ser los actores del deseado cambio en el país. Las renuncias de algunos cupuleros no es un cambio estructural, ni tampoco las elecciones internas por muy “limpias” o “democráticas” que pudieron ser. Estas elecciones se organizaron de manera precipitada, se llevaron a cabo sin que el análisis de la derrota tuviera lugar en ninguna parte. Tuvimos candidaturas proclamadas individualmente, sin que estos candidatos presentaran ni un esbozo de la autocrítica necesaria y urgente, sin que presentaran las propuestas de programas, se realizaron siguiendo los modelos de los partidos burgueses. Lo que significa que no aprovecharon la lección que les dio la historia y sus propios electores, simplemente no escarmentaron.


Hay algunos temas que tal vez haya que abordarlos respecto a los diputados y jefes del partido, pero que se refieren a rumores, a suposiciones, sospechas y prejuicios, como que todos son ladrones, pero esto no se ha probado. El cambio en su nivel de vida es evidente, pero esto no es obligatoriamente resultado de un robo, sino que la gran mayoría de los diputados del FMLN no eran ricos, sino que gente pobre. Los salarios y los beneficios materiales del mismo hecho de ser diputados, les ha permitido llevar un ritmo de vida muy alejado al de antes y del que llevan sus electores. Los diputados del Partido Comunista Chileno le entregan al partido lo que perciben y este les devuelve el equivalente de un salario medio, lo mismo pasa en el Partido Comunista Francés, portugués y otros. Esto lo pudieron implantar en el FMLN. Lo que devengaban y las prebendas les ha permitido a algunos acumular ahorros substanciales. Pero este tema tal vez valga la pena abordarlo, pero es necesario dejar de lado todo lo que no se ha probado y es fruto de la imaginación y en algunos casos simplemente calumnias. Lo que interesa aquí es lo político y lo que se puede con toda seguridad aseverar de los dirigentes del FMLN. Hay una excepción y es el grupo que dirigió y dirige ALBA-Petróleos, cuya gestión ha sido oscura y el hecho comprobado de la existencia de cuentas ocultas en Panamá, lo que constituye un delito de evasión fiscal y de exportación ilícita de capitales: Merino y sus aliados son un caso aparte, aunque tal vez esto haya comprometido a otros más. Están presentes también algunas acusaciones periodísticas de El Faro.


Vuelvo al tema: estamos ante una seria amenaza de la reintroducción de un régimen dictatorial y estamos en búsqueda de un medio de cómo evitarlo. Las opciones que tenemos no son muchas, en realidad es una sola y esta no es óptima. Lo que voy a proponer está sujeto a discusión, a intercambios y a cuestionamientos. Muchos de los bemoles los tenemos todos presentes. Es a pesar de ellos que propongo una especie de “voto útil” o un voto que nos salve de la dictadura. Es por eso que propongo votar por los candidatos del FMLN, aunque en algunos casos también se pueda votar por otros candidatos independientes o no.


Pero este voto no se puede dar a ciegas, tiene que ser un voto meditado, no se trata de un voto sin consecuencias, es necesario que el voto se acompañe de una nueva actitud de parte de los votantes. No se puede seguir votando por “representantes”, sino que por delegados con misiones particulares y precisas. No se puede concebir el voto como un visto bueno, como un vale, en esto con toda la experiencia que a pesar de todo se ha acumulado, debemos saber que el voto es un acto puntual, que para que sea eficaz tiene que ser seguido de un control de las actividades parlamentarias de los diputados electos y exigirles que rindan cuenta de su actividad ante los electores. Esta es mi primera colaboración y espero que se entable un diálogo al respecto.





 

17 septiembre 2020

Tener presente el punto de mira

 

En nuestras reflexiones solemos olvidar cosas esenciales, perdemos de vista nuestro punto de mira, a lo que le apuntamos. Durante décadas partidos políticos y movimientos se plantearon como su principal meta política la toma del poder. Esta toma del poder fue considerada como el resultado de batallas de una guerra llevada a cabo por una vanguardia revolucionaria contra la clase dominante y su aparato estatal. Parecía lógico que se trataba de una etapa inevitable, imprescindible en el proceso revolucionario, sin el poder era vano proponerse las reformas estructurales necesarias. Más adelante me voy a referir a las formas y contenidos de esta guerra por el poder. Por el momento deseo llevar adelante una reflexión sobre esta cuestión de la toma del poder como objetivo principal.


Esta toma del poder implica inevitablemente conservar el Estado, aunque sea reformado y cambiando la dirección de la fuerza represiva hacia las clases dominantes y ya no contra los trabajadores que se suponen están en el poder. No obstante si nos detenemos un instante en la historia del siglo XX observamos que el “socialismo real” dejó de lado por completo un momento crucial pensado por Marx, se trata de la desaparición misma del Estado en sus funciones de aparato represivo. Al contrario los partidos que llegaron al poder volvieron su objetivo inicial de llegar al poder en otro semejante, mantenerse en el poder y para ello conservaron intactas o perfeccionaron las estructuras policiales de represión. Marx planteaba en la fase de transición hacia el comunismo la dictadura del proletariado que iba dirigida primordialmente contra la burguesía y sus aliados. La realidad fue otra, los Estados del “socialismo real” se volvieron represivos contra sus propios ciudadanos y algunos merecieron el título de Estados policiales.


Dos opciones


No obstante estamos ya en otros tiempos, no solo han quedado atrás las experiencias de otros países, sino que también nuestra larga historia de luchas con algunos logros y rotundas derrotas. Se debe de aprender de ambas. Nos estamos acercando poco a poco a cumplir un siglo de la insurrección de 1932, a medida que ha ido pasando el tiempo se ha ido calificando diferentemente este suceso. Se ha llegado a negar el carácter social y clasista reduciéndolo a una pelea étnica. Todo el contexto de la crisis general del capitalismo que se inició en 1928 y sus repercusiones en nuestro país desaparecen. Urgimos nuevos análisis y reconstruir nuestra historia de luchas, de lo contrario nos será imposible entender ciertos procesos históricos que se mantienen durando largos períodos. Por supuesto aquí no puedo entrar a analizar al por menudo nuestra historia, ni tengo realmente la debida competencia.


En las últimas tres décadas del siglo pasado hubo un viraje y una aceleración en nuestra historia. Después de un largo período de recuperación y de tanteos, discusiones teóricas supervisadas por extranjeros, por especialistas y consejeros de la URSS y del PCUS, sobre los objetivos inmediatos y a medio plazo y por consiguiente las formas de estas luchas. Hubo dos grandes objetivos, uno de ellos que durante muchos años predominó fue lograr una participación política pública y legal, en otras palabras llegar a una “democratización” de la sociedad salvadoreña. Hay que tener en mente que la actividad política y sindical estaban simplemente prohibidas y que se ejercía una represión brutal y constante. Esto limitaba enormemente alcanzar una influencia de las ideas de transformación social y revolucionarias dentro de la sociedad. Incluso era casi imposible obtener esto al interior de las organizaciones, pues las escuelas clandestinas para preparar los cuadros del partido y de los sindicatos no poseían los medios necesarios en documentos didácticos y libros de estudio. Tener en sus manos en los años cincuenta el manual de Politzer, “Principios elementales de filosofía” ya era extraordinario, algunos lo tuvieron en sus manos durante algunos cortos días y su lectura era apresurada y muy fervorosa. De esa manera poco se podía avanzar en la edificación de un partido de vanguardia sólidamente preparado para enfrentar las batallas ideológicas. Los grupos que abogaban por este objetivo pensaron siempre que la libertad de pensamiento y de expresión, de reunión iban a producir sus efectos de manera fulgurante. Por supuesto que se trataba de una de las primeras etapas y metas que alcanzar. Luego seguirían otras que iban a profundizar los cambios estructurales.


Para dar un ejemplo concreto dentro de nuestra historia, se trata de tres cortos meses de gran efervescencia ciudadana, los tres meses que duró la Junta de Gobierno (26 de octubre de 1960 a 21 de enero de 1961). Durante estos tres meses la gente se pudo reunir, crear sindicatos, nuevos partidos o tener actividad pública y sin estorbos. El Partido Revolucionario Abril y Mayo (PRAM), fachada abierta del PCS, tuvo un crecimiento fulgurante, se realizaban mítines, reuniones y marchas públicas en las principales ciudades del país. Circularon libremente libros que hasta entonces eran totalmente prohibidos de hecho, las famosas ideas “subversivas” pudieron ser más o menos expuestas en las “escuelas” del PRAM. Este partido abrió locales en muchos lugares del país, la gente acudía para informarse, para recoger volantes y distribuirlos entre los vecinos, etc. No obstante esto duró apenas tres meses y este partido entró en la clandestinidad nuevamente y todo el panorama cambió.


El triunfo de la revolución cubana vino a darle un riendazo acelerador a la otra posición, cuyo objetivo era también llegar al poder pero sirviéndose de las armas, lo que se nombró “la vía armada” en contraposición con la anterior que se le llamó “la vía pacífica”. En realidad, el golpe de Estado que derrocó a la Junta de Gobierno en alguna medida desacreditó la primera opción y puso de manera acuciante la segunda posición sobre el tapete.


Hubo en toda América Latina movimientos guerrilleros, alzamientos de civiles en armas. La mayoría fueron derrotados en los combates iniciales. En El Salvador tardó en imponerse esta visión y la anterior nunca desapareció del todo, incluso tenía una posición muy ambigua, pues no negaba la necesidad en algún momento de recurrir a las armas en las etapas finales, etc. Hubo cisma en el Partido Comunista y además de las FPL que fundó el exsecretario general del PC, Salvador Cayetano Carpio, surgieron otras organizaciones guerrilleras. El PCS se incorporó con cierto retraso pero sin renunciar por completo a su visión electoralista y a veces complotista (participación en golpes de Estado).


Ambas posiciones tenían como principal objetivo la toma del poder. No se trata en absoluto de nada particular en nuestro caso, pues la mayoría de movimientos y partidos políticos siempre se han propuesto este desafío. Pero son muy pocos los que al mismo tiempo desarrollaron una reflexión profunda sobre el Estado. El partido bolchevique si lo hizo, la social-democracia alemana de inicios del siglo XX también. El resto no se plantearon nunca este problema que por supuesto incluye pensar la desaparición del Estado. Pues el objetivo revolucionario realmente no era la simple toma del poder, sino que la transformación de la sociedad de clases en una sin clases, pasar al comunismo.


Dentro del campo político con nuestra política


Algunos estarán pensando que en política todos los partidos tienen que plantearse la toma del poder, que este objetivo es la misma esencia de la actividad política. Esto suena exacto, verdadero, no obstante cuando discurrimos no podemos hablar de política en general, sino que nuestra participación siempre se produce dentro de un cuadro determinado social e histórico. ¿Un partido revolucionario puede adoptar sin más, sin interrogaciones, los métodos y maneras que impone el campo político impuesto por la clase dominante? En ese caso se podría sin mayores cuestionamientos éticos aplicar el cinismo y la perfidia recomendada por Nicolás Machiavelo al Príncipe para apoderarse del poder y mantenerse en él. El partido revolucionario no puede por principio comportarse como cualquier otro partido, sus objetivos le imponen conductas diferentes, no se trata de “enamorar” a un electorado como dijera hace algunos años un dirigente del FMLN, sino que de convencer de lo bien fundado de la necesidad de cambiar de sociedad. Se trata de persuadir a la gente que el capitalismo es incapaz de resolver los problemas individuales y colectivos de los miembros de la sociedad. Esto impone que los miembros del partido revolucionario no sólo estén convencidos de la justeza de este planteamiento, sino que asimismo sean capaces de convencer, de persuadir a otros. En esto vemos que el resto de partidos que luchan por el poder no pueden complicarse la vida con semejantes precauciones, ellos no se plantean transformar ni el Estado, mucho menos el funcionamiento clasista de la sociedad. Esto significa que el tiempo político del resto de partidos está enmarcado por el ritmo electoral, por la vida institucional que le impone reglas y lógicas muy precisas.


El pensamiento revolucionario no se guía exclusivamente por consideraciones tácticas, aun menos por lógicas electoreras, lo fundamental para este tipo de partido son los planteamientos estratégicos, no se piensa viendo el horizonte de las próximas elecciones, sino que se piensa en el largo plazo. Por supuesto que el partido revolucionario no existe fuera de la sociedad, ni fuera del tiempo corriente. Es precisamente una de las mayores dificultades en la política revolucionaria, saber combinar las posiciones coyunturales con la mira final de transformación social.


Es cierto que el análisis de las cuestiones sociales, económicas y políticas imponen una exterioridad, mirar a la sociedad globalmente, abarcando todos los problemas sociales y societales, aportar proposiciones concretas del momento que contengan ya las respuestas a los problemas en su integralidad.


No puede desatender la vida cotidiana


El partido revolucionario no puede desatender la vida cotidiana de la gente y esta vida concreta contiene también su desenvolvimiento dentro de las coyunturas políticas, económicas y sociales. Las coyunturas son cambiantes, fluctuantes, oscilantes, en ellas se pone en juego los problemas del momento, las correlaciones de fuerzas someten a prueba cada vez las posiciones de principio y las del momento que a veces a simple vista pueden parecer entrar en contradicción. El asunto se puede resumir en que las coyunturas le sirven al partido revolucionario para acumular experiencias y al mismo tiempo medir sus fuerzas, su influencia en la sociedad.


Es evidente que la cuestión de la toma del poder es central y hay que pasar por ella, aunque hasta ahora la reflexión gira en torno del sujeto de esta tarea. Se piensa siempre en la vanguardia, en el partido de la vanguardia. De por sí este término es militar con todos sus sentidos y todas sus connotaciones. Se trata de un destacamento, de un grupo que encabeza y que dirige al resto. ¿Quién es el resto? Al responder a esta pregunta nos damos cuenta que a la clase proletaria, la verdaderamente revolucionaria, se le adjudica un papel secundario, de segundo orden. El sujeto histórico se vuelve en una clase incapaz de asumir por si misma su emancipación y aún menos conducir las tareas transformacionales de la sociedad. El papel fundamental en el proceso lo desempeña el partido, siempre se ha pensado en que es él el dirigente, el que educa, el que planifica, el que analiza, el que está por encima del “resto”. De alguna manera el famoso “intelectual colectivo” que elabora las tácticas y la estrategia, cuyo papel es educar a la clase asalariada. Este intelectual no es el de Gramsci, no es el que plantea el italiano, sino que el que usurpa las capacidades de todos los intelectuales orgánicos de la sociedad. Este término se puso de moda, me refiero a “intelectual”, en nuestra lengua y en su uso se confundió con las personas que producían alguna obra de arte, con escritores, con poetas, con ensayistas, con pensadores, con filósofos, con periodistas, etc. Otra figura que estuvo de moda fue la de “intelectual comprometido” que se acuñó después de la Segunda Guerra Mundial y en torno a figuras como Jean-Paul Sartre, poco a poco el término abarcó a todas las personas que ejercen un oficio en el que es necesario aplicar lo aprendido en estudios especializados, como los ingenieros, los médicos, físicos, biólogos, etc. Con esta última extensión surgió su opuesto, “el trabajador manual”.


Al “trabajador manual” se le reconoce que también piensa, que en su práctica despliega cierto pensamiento y cierto conocimiento, cierta habilidad. No obstante se sobrentiende que para elevarse más allá de la simple práctica laboral urge la asistencia de los intelectuales o del partido y sus dirigentes. Espero que no se entienda que estoy produciendo un discurso anti-intelectual y que me estoy sumergiendo en las empantanadas aguas del obrerismo. La realidad de hoy ciertamente nos ofrece esa división sociológica, en la que existen los intelectuales y los trabajadores manuales, los técnicos y los ejecutantes. Muchos partidos que se supusieron revolucionarios simplemente reprodujeron en su seno este mismo esquema de la sociedad capitalista, los que dirigen y los que ejecutan, los que producen ideas y los que las pueden asimilar. Este esquema sostiene el funcionamiento vertical de la inmensa mayoría de partidos y organizaciones populares y también el sistema autocrático de la reproducción de las direcciones de los partidos.


El partido no suplanta a la clase


Tanto en la fase de conquista del poder, como en la fase de inicio de la transformación de la sociedad no se puede, no se debe suplantar a la clase por el partido. Por supuesto que el papel del partido se vuelve mucho más complicado, pues su funcionamiento tiene que dejar de ser vertical, no puede seguir rigiéndose por las viejas y obsoletas estructuras que reproducían los esquemas y funcionamiento de la sociedad de clases, en donde existe una pirámide con su cima y su base. En el mito de la democracia partidaria, con ese pretendido centralismo democrático, en el que se suponía que la información subía de la base hacia la cúspide, hacia la dirección y que esa “materia bruta” era tratada, estudiada y elaborada por las instancias dirigentes para luego bajar a la base. La realidad presentó otra cara. La dirección decidía de todo y elaboraba todo, incluso la recolecta de la información. La base recibía pasivamente lo que le proponían como programa del partido, como táctica del momento y la estrategia era algo muy oscuro que algunos llegaron a pensar que consistía en la adición de las diferentes tácticas. Cambiar este funcionamiento no es una tarea fácil, pues hay que inventarlo todo, desde las estructuras nuevas hasta el papel de cada miembro del partido. Y sobre todo qué relación con la sociedad, con la clase trabajadora y su papel respecto a ésta.


De la misma manera que el partido se pone frente a la sociedad, sin dejar de estar dentro de ella, el partido también se ubica afuera y dentro de la clase trabajadora, el partido es parte de la clase, que sin erigirse en guía, debe de tener la capacidad de sintetizar el pensar y el sentir de los trabajadores. La actividad primordial del partido es llevar a cada trabajador a tomar consciencia de su condición de explotado, de entenderla sabiendo a ciencia cierta en que consiste. Esta consciencia también consiste en entender que es miembro de una clase, de la clase que puede y debe asumir la tarea de emancipar a toda la sociedad. Pero como la vida misma nos pone individualmente, uno a uno, frente a la clase dominante, el partido asume la tarea de organizar las luchas comunes de la clase trabajadora. Pero siempre sin perder el punto de mira: superar la sociedad de clases y desarrollar la sociedad futura.

21 febrero 2020

9 de febrero de 2020

Desde hace unas semanas tengo deseos de reanudar mis diálogos con mis lectores. No lo hago ahora por lo ocurrido el nueve de febrero. Mucho se ha dicho desde el punto de vista jurídico de esta tentativa de golpe de Estado. Pero analizar este putsch desde el punto de vista político la cosa se vuelve más complicada, pues aún no son muy visibles las consecuencias dentro de la sociedad salvadoreña. Es cierto que el rechazo ha sido fuerte abarcando instituciones sociales y económicas, asociaciones de toda índole y representativas del conjunto de la sociedad y tal vez solo los miembros del núcleo más fanatizado de sus seguidores han aplaudido; las consecuencias internacionales sí son más patentes, el presidente más cool ha dejado de serlo, no hay institución internacional que no haya reprobado, la gran mayoría de gobiernos emitieron protestas y manifestaron su indignación y su preocupación.

Tal vez lo más visible sea que la imagen presidencial ha quedado muy desteñida. Para el personaje que se ha esmerado en primer lugar de crearse un semblante de víctima, de alguien acosado por los cuatro costados, que no pasa un día sin que contraataque (el tono que adopta en sus ataques es siempre de queja, como respondiendo a un ataque). Llegar a la Asamblea en son de guerra, usurpar el sillón de la presidencia legislativa haciéndose acompañar por un fuerte contingente del ejército y gran cantidad de policías, lo pone como un agresor, un transgresor y un hombre violento. Muy lejos queda su victimización y las plañideras posturas. Sinceramente creo que no va a tardar en retomar su acostumbrada postura de víctima. Otro punto que salta a la vista es que sus consejeros políticos y jurídicos son incompetentes. Pues ha quedado manifiesto el rompimiento del orden constitucional y su rebelión y rebeldía aunque frustradas no dejan de ser patentes. La Sala de lo Constitucional no ha dado todavía un fallo, pero las medidas cautelares nos dan más que indicios hacia donde apuntan los magistrados.

Su oración-plática con Dios ha dejado a muchos simplemente perplejos además de indignar a la mayoría. Ignoro si esta dramática escena la tenía ya preparada o si fue una improvisación de último minuto. En todo caso su confesión —ante las cinco mil personas que acudieron a su llamado— que acababa de oír a Dios aconsejarle tener paciencia, linda con o es una dolencia psíquica. Con esto se llegó a un doble paroxismo, invocar al cielo como último argumento para dictar un ultimato a la Asamblea y recibir en respuesta una rotunda negación de sus seguidores que pugnaban enaltecidos y exaltados por acabar con todo inmediatamente. Esto no sé por qué me evoca el verso del “Payador Perseguido” de Atahualpa Yupanqui: “Dios por aquí no pasó”.

Me he referido a la inepcia de sus consejeros, existe la posibilidad de que no aconsejen, sino que busquen las justificaciones a lo ya decidido por el presidente. Los que me leen en Facebook saben que suelo comparar a Bukele con el Duce Mussolini, por sus gestos, su significativa comicidad, sus desplantes y ese populismo peligroso que tiende al fascismo. Su persona hay que identificarla al pueblo y el pueblo tiene que identificarse con el caudillo. En la toma de poder, durante su discurso, los concurrentes siguiendo su dictado le juraron fidelidad al duce Bukele. Desde el comienzo de su mandato sus órdenes son personales y directas (por tuits) y los ministros responden “a sus órdenes”. Los ministros e incluso los militares del cuartel de San Miguel obedecieron sin que les llegara una notificación por la vía oficial. Desde su toma de poder se mantiene en una permanente actividad contra los partidos políticos y especialmente contra el FMLN. Para combatir a los mismos de siempre y su supuesto nepotismo mandó despedir a empleados de segundo orden; mientras instalaba en su gobierno y agencias del Estado a su parentela y cherada. Ha recortado las prestaciones sociales, cerrado Secretarias del gobierno, etc. Esto era aplaudido por muchos, les parecía que esta purga era necesaria para purificar al país. Su popularidad se mantenía intacta o incluso quizás aumentaba. Por lo menos era lo que mostraban las encuestas que se difundían. Hasta una encuesta de la UCA que no resultó tan ventajosa, aunque sí mostraba un apoyo mayoritario al presidente en particular y a su gobierno.

La pregunta que surge ahora es ¿Qué necesidad tenía Bukele de intentar el golpe de Estado contra la Asamblea? No era por el préstamo, no. Son muchos los millones que ya recibió (mil doscientos millones en menos de seis meses), en el presupuesto de la nación tiene más de 700 millones que aún no han sido utilizados. Me parece imposible que haya atentado contra el orden constitucional simplemente por complacer a su amigo israelí Yaniv Zangilievitch. Me cuesta creerlo.

No obstante uno no puede dejar de lado incluso esta posibilidad, pues esta amistad se mezcla con negocios y contratos millonarios y viajes y tal vez cuentas secretas en paraísos fiscales, las amistades fuertes se nutren de correspondencias.

Sin dejar de lado esta posibilidad hay que atender con seriedad lo que algunos analistas han sugerido permaneciendo en el estricto terreno de lo político y de las metas políticas. ¿De qué se trata? De un intento precipitado de acaparar de una vez por todas el aparato estatal, integralmente, para esto la disolución de la Asamblea era necesaria, pues luego se convocaría a una Constituyente para que redactara una nueva Constitución a su medida.

Se trata de una ambición totalitaria, llevando al extremo el carácter despótico del estado salvadoreño. Los comentaristas observan que desde el principio el presidente ha mostrado una inclinación hacia la militarización de la sociedad, aportándole a las fuerzas armadas mayor presupuesto y confiándole misiones extra-constitucionales. El presidente ha mostrado el impetuoso deseo de dominarlo todo, una tendencia a no aceptar críticas, ni comentarios desfavorables. Exige una prensa sumisa, ha creado también toda una red de sitios productores de falsas noticias y sobre todo distribuye la publicidad o la retira según el criterio de aceptación o rechazo de su política. Algunos señalan que ha empezado a utilizar los servicios de inteligencia del estado para vigilar a sus oponentes o sospechosos políticos. Se trata de instalar un régimen totalitario con tintes fascistas. Las condiciones para ello es el caudillismo exacerbado, que se viene señalando desde algún tiempo, el caudillo encarna las aspiraciones del pueblo, sus deseos son los ansias populares, sus amigos son los amigos del pueblo y sus enemigos son los enemigos del pueblo. Por muy primitivo que esto parezca, pero se ha venido plasmando en sus propios discursos, como en los comentarios de sus partidarios y del ejército de troles que se comportan como verdaderos acosadores en las redes sociales. Estos troles son realmente las camisas pardas virtuales del presidente.

Estamos frente a ese peligro que no se puede desdeñar o minimizar. Y la tentativa del golpe asumiendo el papel de rebelde contra el orden constitucional, alzado en armas, llevando al ejército a asumir funciones contrarias a las que le han sido asignadas en la Constitución volviéndolo en infractor de este bien jurídico de la nación. El peligro persiste, lo muestra su discurso incluso estas semanas posteriores, en el que persiste en su derecho a ponerse por encima de la Constitución y desacreditando a los dos poderes la Asamblea y la Sala de lo Constitucional. Si la Fiscalía se muestra condescendiente o timorata y en gran negligencia no emprende la persecución del delito cometido, podemos asistir a una recidiva criminal e inaugurando un régimen personal de corte fascista.